Adolescentes que se Juegan la Paga en Internet

En España se ha incluido entre el análisis de las adicciones, algunos consumos de internet que pueden verse como patológicos.

Por Xabier Riezu

El pasado 20 de septiembre se hicieron públicos los resultados del último informe del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías, centrado en jóvenes de 15 y 16 años. El observatorio es un organismo de la Unión Europea y sus estudios incluyen a 35 países europeos, entre ellos 24 de la Unión.

La novedad en este último informe es que se han decidido a incluir, junto al alcohol, tabaco y otras drogas, nuevos hábitos sociales potencialmente adictivos como el uso de internet, el juego y las apuestas online. Los resultados son muy significativos. Aunque hay motivos para preocuparse por la relación, incluso adictiva, que algunos chavales tienen con las redes sociales y videojuegos, son los datos de las apuestas online los que han hecho saltar todas las alarmas: un 14% de los jóvenes europeos ha apostado dinero en internet al menos una vez en los últimos 12 meses y un 7% lo hace habitualmente —entre 2 y 4 veces al mes, o más—. España está por encima de la media en el porcentaje de quienes lo han hecho alguna vez en los últimos meses ―16%―, pero ligeramente por debajo en el de los jugadores habituales ―6%―. El factor de género tiene una gran incidencia: mientras que entre los chicos son un 12% quienes apuestan dinero habitualmente, entre las chicas son un 2%.

Aunque no es difícil percatarse de los riesgos de apostar dinero a esas edades, el informe nos recuerda consecuencias como «deudas, déficits psicológicos y desventajas sociales» y concluye que para las instituciones ha de ser una prioridad tomar medidas preventivas.

El asunto tiene muchas vertientes. Por ejemplo, el juego es ilegal entre los adolescentes en casi todos los países, pero el tratamiento que se da a la publicidad difiere mucho de uno a otro. La banalización de los juegos de apuestas que se ha extendido en las retrasmisiones deportivas en España —y otros países— en los últimos años debería causar sonrojo a los responsables de los medios de comunicación. Aún se encuentra en tramitación el Real Decreto de Comunicaciones Comerciales de las Actividades de Juego y de Juego Responsable que limitará este tipo de prácticas.

El informe del Observatorio no aborda ese aspecto, pero sí resume lo que los estudios sociológicos han aportado al conocimiento del problema. Es un problema poco estudiado y hay interrogantes sobre los que se debe profundizar ―como, por ejemplo, la diferencia tan acusada entre chicos y chicas―, pero hay ya algunas conclusiones muy sugerentes. La investigación hasta el presente indica que factores como el nivel educativo de los padres, el tipo de familia o elementos sociodemográficos no influyen en el riesgo de que los hijos jueguen online. En cambio, sí son importantes las relaciones dentro de la familia: los adolescentes que tienen una buena relación con sus padres corren menos riesgos, aquellos jóvenes que reciben mayor atención —y mayor supervisión— de sus padres están menos expuestos. Pero la buena relación se teje a base de confianza y diálogo: altos niveles de disciplina en las normas parentales se relacionan con altos niveles de riesgo.

No son conclusiones que sorprendan, pero conviene tenerlas muy presentes. Internet elimina obstáculos al acceso a contenidos de todo tipo y esa es precisamente una de sus grandes virtudes. Solo la madurez y el buen criterio nos permiten seleccionar y adquirir hábitos provechosos online. ¿Pero qué ocurre en ese periodo de la vida, la adolescencia, en el que el estímulo y la experimentación toman tanta importancia para el desarrollo humano de la persona, que esta puede llegar incluso a hacerse daño a sí misma? Los datos son una llamada de atención a los padres. Internet no puede convertirse en un componente meramente individualizador en la familia —cada uno, ahí, sus intereses— ha de ser también un elemento de encuentro, una esfera compartida de la vida familiar. Cuanto más internet en casa, más diálogo, más abrazos.

Fuente: Entre Paréntesis

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