¿Cómo leer la realidad social argentina? Dos caras de una misma moneda

Fernando Anderlic – Director Nacional de Fe y Alegría, Argentina.

Se viven tiempos difíciles en Argentina. Días marcados por el fin de un ciclo de gobierno (de un sesgo ideológico al que algunos definen como “populista”) y el comienzo de otro ideológicamente contrario (calificado como “neo-liberal”); con una economía estancada, sin estadísticas oficiales confiables y marcada por una inflación que estrangula y hace padecer principalmente a los pobres, marginados y excluidos del sistema; con una educación y salud públicas que luchan por décadas sin éxito para no hundirse en un terreno parecido a la arena movediza, y con el crecimiento exponencial de la violencia y la inseguridad al amparo del avance de las mafias, las “bandas narco” y su asociación ilícita con ciertos estamentos del poder político, de la justicia y de las fuerzas de seguridad. Un cóctel en el que no faltan los muchos intereses de los medios de comunicación masiva y de los grandes grupos económicos, nacionales e internacionales, muchas veces entremezclados y buscando –como regla suprema– su propio beneficio.

En medio de todo eso estamos los ciudadanos y ciudadanas “comunes”, con nuestra cuota de responsabilidad en la construcción de una sociedad tal cual se describe arriba: una sociedad atrapada en una profunda grieta social en la que cada vez son menos los que más tienen. Grieta social que es muchísimo más grave y preocupante que la grieta política entre “kirchneristas” y “anti-k”, tan en boga en la prensa, y que también es verdad, fundada en este lamentable y miope principio: “quien no opina como yo es mi enemigo”. Duele Argentina porque aquí no hay espacios de concertación, no se dialoga, no se escucha.

Hay una situación que ha acaparado la atención de todos y todas en estas últimas semanas y que puede servirnos para ilustrar la división que vivimos. Se trata de la detención de la dirigente Milagros Sala, líder de la agrupación barrial y social “Tupac Amaru”, en la provincia de Jujuy, al noroeste del país. Su vida y su actividad son un símbolo del subtítulo de este artículo: dos caras de una misma moneda. Algunos la califican como “una mártir que es preso político del sistema revanchista”; otros la denuncian por “robo al Estado y a los pobres” a través de la malversación de millonarios subsidios públicos que fueron derivados por el gobierno anterior a su organización, pero que nunca llegaron “a los más pobres” que dice defender. ¿Heroína o villana? O… ¿puede ser ambas a la vez?

Milagros Sala fue una “lustrabotas” que padeció su adolescencia drogándose en las calles y robando al menudeo. Fue salvada de dicho circuito hostil por las prostitutas del Barrio Azopardo, su lugar de origen y morada, antes de conseguir un trabajo en el Estado provincial, y, con el tiempo, convertirse en dirigente del A.T.E., sindicato que agrupa a los trabajadores estatales. Como sindicalista comandó cientos de cortes de ruta (“piquetes”) en los que “arriesgó su pellejo”, arguyendo que esa era la única forma de reclamar en un país que se derrumbaba en una de las crisis sociales y económicas más importantes de la historia, en los fines de los noventa y los principios de siglo.

Desde el año 2003 “Tupac Amaru” centralizó todo el trabajo de desarrollo social del gobierno kirchnerista en la provincia de Jujuy; algunos afirman que “montó en la región un estado paralelo”. Millones de dólares fueron remitidos desde el gobierno central para la construcción de viviendas, jardines maternales y de infantes, escuelas primarias y secundarias, talleres de oficios, emprendimientos culturales, comedores y radios comunitarias, piscinas, plazas y espacios de recreo para las familias humildes. Derechos que habían sido esquivos para los pueblos originarios desde que la Argentina es Argentina. Sus defensores dicen que Milagros Sala se animó a reclamar para sí y para los suyos no sólo los derechos básicos sino también el derecho al goce de una vida digna en la que se pueda soñar más allá de un trabajo casi esclavo de sol a sol y de la vivienda propia como techo para las aspiraciones. Su trabajo, en teoría, no dista mucho del que Fe y Alegría desarrolla en otras localidades de nuestro país (y del mundo).

Pero “muchos poderosos” no se lo perdonan. Milagros Sala ha sido penalmente denunciada por el desvío millonario de fondos para su patrimonio y para la corrupción del círculo político que apoya su tarea; ha sido acusada de manipular -incluso de forma extremadamente violenta- a miles de personas y organizaciones comunitarias exigiéndoles lealtad política y ciertos “retornos” de dinero a cambio del beneficio económico proveniente de los fondos centrales; práctica que nunca ha sido extraña en el panorama político administrativo del país. No sólo el asistencialismo sino también el clientelismo político han marcado indeleblemente la vida nacional por décadas.

El día 16 de Enero pasado la justicia jujeña libró una orden de detención contra Milagros Sala mientras ella se encontraba cortando el tránsito y acampando en la Plaza Belgrano, frente a la gobernación provincial, junto con otras 300 personas (entre niños, jóvenes y adultos miembros de Tupac Amaru y otras organizaciones afines) protestando ante las decisiones adoptadas por el nuevo gobernador, Gerardo Morales. Se la arrestó imputándole formalmente el cargo de “instigación a cometer delitos y tumulto”, figura tan “vaga” que no justificaría su detención por varios días.

Voces de la organización afirmaron que el fiscal expresó a la detenida que no la liberaría hasta que la plaza no fuera desocupada por los manifestantes. Por eso muchas organizaciones nacionales e internacionales abogan por su liberación esgrimiendo que, con esta actitud injustificada y grandilocuente, el gobierno busca criminalizar el derecho de protestar que tiene reconocimiento constitucional. Y puede ser que ello sea verdad. Ciertamente la dirigente no debiera estar detenida por lo que se la imputa. Pero, quizás, sí debiera estarlo por alguna de las otras 60 causas que detenta Milagros Sala en la Justicia, y en particular, por dos denuncias que han sido efectuadas en los últimos días: la primera es por fondos destinados a la vivienda social a través del Instituto de Vivienda y Urbanismo de Jujuy que han sido pagados en un 100% y no existe todavía ningún tipo de obra; la otra, por una defraudación al fisco por 2,2 millones de dólares a través del programa “Mejor Vivir” para la construcción de viviendas sociales, anticipo ya desembolsado sin que hasta ahora se haya iniciado el proyectos y ni siquiera se sepa dónde se desarrollará.

 Puede ser que su detención actual no tenga que ver con los crímenes por los que se le investiga. Pero vuelve a plantearse el dilema de las dos caras de la moneda. Ahora tiene que ser la Justicia la que se pronuncie al respecto respetando el derecho a defensa en un juicio justo y aplicando el principio que ella es inocente hasta que no se pruebe lo contrario.

 El caso de Milagros Sala, de alguna manera, es paradigmático, ejemplar. Hay personas que la defienden diciendo que ahora “los blancos no quieren que los negros les quiten el poder que detentaron desde siempre como propio”; “quieren revancha”, etc. Otros dicen que quieren “que se pudra en la cárcel porque usó a los pobres para beneficio personal” o que “robó para la corona”. Hasta hay quienes se escudan en una “pseudo ética light” (permítaseme el término) y afirman que Milagros Sala “robó pero hizo”, lo que la justificaría. ¿Dos caras de una misma moneda?

 La idea de un país partido al medio y en guerra consigo mismo forma ya parte de la percepción que la sociedad argentina tiene de sí misma; pero lejos de permitirnos ver más allá y caminar hacia la resolución justa de los conflictos, esta sensación es un obstáculo para la comprensión de lo que sucede. Seguir insistiendo en el conflicto bipolar sólo aumenta el prejuicio que produce más pobreza y exclusión. La descalificación de unos por otros (y viceversa) profundiza las diferencias generando reacciones de los sectores perjudicados y empobrecidos, que alimenta la reacción del otro sector con la consabida represión y sus mecanismos, llegando hasta el derrumbe de marcos institucionales como lo hemos comprobado en distintos períodos “oscuros” de nuestra historia.

 La grieta que divide al país es la que separa a la parte de la sociedad argentina que ha sido capaz de “entrar con éxito al siglo XXI” y la gran mayoría de argentinos y argentinas que son “desechos” y que los fracasos de las últimas décadas han dejado esparcidos por nuestro territorio. Una parte de la Argentina vive hoy de la otra y fagocita toda posibilidad de desarrollo nacional. El Estado ha sido colonizado y convertido en agencia mafiosa de reclutamiento, coordinación y captación de recursos para beneficio de los que detentan el poder contando con el silencio o complicidad de aliados públicos. Por eso la importancia absoluta del papel que le cabe a la Justicia en resolver los conflictos ajustándose a los marcos constitucionales y a las leyes vigentes, castigando ejemplarmente a los culpables, sean del partido o de la ideología que sean, sobre todo en los casos en los que, abusando del poder, se conculca el Bien Común y se “aprovecha” de los desprotegidos.

 En toda sociedad existen disputas y conflictos por ideas e intereses contrarios; pero si hay respeto y diálogo es posible construir a partir de ello. Como dice Rafael Velasco S.J., en su artículo publicado por el Diario Clarín, en la Sección Tribuna (24-12-15): “la historia nos enseña que es posible coincidir en los fines, pero lo que termina importando son los medios para alcanzar esos fines. Porque, como afirma el refrán, “Dios está en las grandes definiciones, pero el diablo anda en los detalles” (…) Ya hemos visto lo que ha ocurrido durante los doce años del gobierno que ha concluido. Ahora, con esta nueva gestión que comienza, ¿qué será de los pobres?”

 Ojalá Dios quiera que podamos reconocer y reconciliar las dos caras de la moneda de manera que una no se avergüence de la otra sino que se reconozcan entre sí como partes de una misma y única identidad.

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