‘Enseñábamos con un pizarrón colgado de un árbol y un palito sobre la tierra’

Por Miguel Grandal Ayala y María Mullen

En este mes de septiembre, en que recordamos especialmente a educadores y alumnos  queremos compartir con ustedes la historia de un grupo de Educadoras Populares de Fe y Alegría en Corrientes, hoy ya jubiladas. Su testimonio acerca de los inicios de la labor de Fe y Alegría en el Barrio Ongay. Lo que comenzó como una utopía, hoy se ha convertido en un centro educativo con más de 800 alumnos, una Escuela de Oficios y un Centro de Educación para Adultos.

Año 1997. En los barrios periféricos de la Ciudad de Corrientes cientos de familias viven en una situación de suma pobreza: viviendas precarias hechas con cartones, chapas y bolsa de residuos. Por las callejuelas de barro, los chicos juegan con lo que encuentran. En el patio interior de la vivienda de la familia Romero, Isabel Huell conversa de pie, con un grupo de niños sentados en el suelo. Un pizarrón cuelga de un árbol. Los chicos hacen cuentas dibujando la tierra con un palito. Solo una tela vieja los resguarda de los rayos del sol. Sí: Isabel está dando clases en la más absoluta sencillez; es Maestra. Una que dejó de esperar que las cosas cambien, y se decidió a ir detrás de lo que parecía una utopía. Creía –y cree- en el poder de la educación para transformar vidas.

“Una y otra vez me cuestionaba si realmente podía dar clases en esas circunstancias – cuenta Isabel, 14 años más tarde-. Pero los chicos, con su naturalidad y entusiasmo, me empujaban a seguir haciéndolo”.

Caminar y llorar con los más necesitados

Un encuentro con educadoras de Fe y Alegría, hoy ya jubiladas, nos reúne en la actualidad. Flavia, Margarita, Teresa, Adela, María Nilda e Isabel. Todas ellas recuerdan con afecto al Padre “Chuco”, sacerdote Jesuita. Él había conseguido reclutar a un grupo de personas dispuesto a seguirlo para “caminar y llorar” con los más necesitados.

La historia y el ejemplo del Padre José María Vélaz, Fundador de Fe y Alegría en 1955 en Venezuela, conmovió a estas mujeres, de la misma manera que lo había hecho con cientos de personas en América Latina desde 1955. “La educación para los pobres no debe ser una pobre educación”, decía Vélaz. Esa frase retumbaba en los corazones de aquellas primeras valientes dispuestas a fundar Fe y Alegría en Corrientes. La chispa quería seguir creciendo, “llegar a incendio”, como decía Vélaz. ¿La herramienta para transformar? La educación popular.

“Ni siquiera sabíamos si algún día cobraríamos por nuestro trabajo, simplemente, seguíamos adelante”, recuerda Margarita. Su compañera en el YPROF y docente de peluquería, Flavia Maidana recuerda cuando buscaba un espacio para trabajar: “Cuando comencé, no tenía lugar para dar clases de peluquería, pero conseguí que un pastor del barrio me hiciera un hueco en su iglesia, a cambio de enseñar a sus dos hijos”.

Actualmente, entre aquellos pajonales donde serpenteaban caminos de barro y tierra por los que visitaban familias, hoy se impone el edificio de un Centro Educativo con tres niveles de enseñanza, un IPROF (Instituto Profesional). Mucho más de lo Flavia y Margarita pudieron soñar. Además, hay un centro de Educación Primaria para Adultos, donde hasta hace poco mucho trabajan las docentes Teresa Escobar, Adela Gomeñuka y María Nilda Arce. “Las chicas de la noche”, les decían. Apodo cariñoso que merecieron por su trabajo en horario nocturno. “Repartíamos volantes para que las madres y padres de familia que todavía no supieran leer y escribir, perdieran la vergüenza y se animaran a hacerlo; nunca es tarde”. Todas recuerdan emocionadas una historia en particular: la de Isidro y su familia.

“Yo puedo, soy digno”

“Isidro era un chico retraído que venía del campo –recuerda Adela- No siquiera sabía cuándo cumplía años. ‘Cerca de la Navidad’, respondía el chico”. Isidro recién pudo comunicarse plenamente cuando Juan Carlos, el secretario de dirección que hablaba fluido el guaraní, salió en su ayuda y actuó como su intérprete.

El hermano de Isidro, llamado Felipe, pudo terminar sus estudios sin dejar su trabajo. “La última vez que supe de él estaba trabajando como agente de seguridad en una farmacia y había formado una familia”, comenta la Teresa. María Nilda no se olvida de la mamá de esos chicos: “Ella también terminó la primaria; continuó secundaria y llegó a terminar estudios en enfermería para ejercer en una salita”. Una familia transformada por la educación.

“Construíamos identidad a través del trato cordial, respetuoso, reforzando la autoestima”, consensuan las docentes en el momento más apasionado de la charla. Y las respuestas iban llegando: “soy importante”, “soy digno”, “yo puedo”. A partir de allí grandes y chicos empezaban a darse cuenta de lo que era capaces.

Por supuesto, tal como hay recuerdos lindos, también hay recuerdos que duelen: “Algunos alumnos y alumnas llegaban con demasiadas carencias. A la desnutrición, había que añadir problemas de violencia y drogadicción –explica María Nilda, que encabezaba el equipo de tutorías-. Cuando un chico llegaba bajo los efectos de alguna droga, la reacción impulsiva era caminar mucho y rezar con él”. Muchas de estas problemáticas siguen presentes al día de hoy, pero los docentes ya son solo el primer paso de un pautado proceso de atención integral, en el que participan trabajadoras sociales y psicólogas, en colaboración con otras instituciones, para intentar buscar soluciones personalizadas.

La utopía sigue viva y llena de pinceladas de hermosa realidad. La historia de las educadoras Teresita, María Nilda, Adela, Flavia, Isabel y Margarita forma parte algunos de esos primeros latidos del corazón grande y gordo que es Fe y Alegría Argentina. Entre todas, suman cerca de 100 años dedicados al servicio a de la educación popular, que con sus éxitos y miserias, se despierta cada día con el sol radiante de la bandera y ofrece un océano lleno de posibilidades a cada nueva generación. Mientras, estas seis mujeres contemplan orgullosas el trabajo bien hecho.

 

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