Peregrinación a Itatí – Corrientes

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La Peregrinación a Itatí es siempre ocasión de renovar la fe, dar gracias y pedir a la Madre y compartir como comunidad una experiencia de Iglesia muchas veces inexplicable. O así lo experimentan los jóvenes de la Red Juvenil Ignaciana que participaron de la peregrinación el fin de semana pasado, y nos comparten aquí sus testimonios…

Por Nestor Manzur SJ

“¿Qué habrás hecho para peregrinar?” “¿Será que la Virgen se alimenta de tu caminata?” “¿Por qué tanto sacrificio?” “Una madre no te quiere sufriendo”. “No le veo el sentido de caminar tanto” “¿Cómo podes estar feliz con los pies ampollados?” Son algunas de las preguntas y frases que se escuchan cuando vamos a peregrinar.

La peregrinación supera todas las respuestas que podamos dar, porque peregrinar es una muestra de fe, es un signo de fe. Cuantas veces, en los lugares donde hay dolor (un hospital, una cárcel) descubrimos que a pesar de todo hay sonrisas, que hay alegría. La peregrinación es una parábola de esperanza, hay un gozo profundo de saber que hay “alguien” que nos espera y a la vez viene caminando con nosotros. No se peregrina para hacer proselitismo, ni para mostrar a los demás cuan fuerte soy, el peregrino cuando camina está mostrando que hay algo que anima el corazón, que hay una usina de fe en su vida. El peregrino aprende a lo largo de su vida qué cosas llevar en su mochila y que no, y la mochila de nuestra vida de fe no se carga de grandes cosas, sino de cosas sencillas, de gestos sencillos.

La Virgen nos espera con las manos juntas, pero no cerradas, y en ese hueco que hacen sus manos cabe perfectamente un corazón, entonces: ¿Qué esperamos para poner nuestros corazones en sus manos? Vamos a peregrinar, porque la Virgen se ingenió en llamarnos, y seguramente a cada uno de una manera diferente. Vamos a peregrinar con el lema “Guiados por María, construyamos la paz”, no para hacer turismo de aventura, sino porque necesitamos caminar hacia Ella, hacia sus brazos, y al llegar a su casa ofrecerle una vez mas todo lo que somos.

Buena peregrinación para todos, los que caminan, para los que servimos y para los que nos acompañan con su oración.

Por Irupé Ramírez

La mayoría pregunta en serio ‘¿pensas caminar tanto?’ ‘¿Crees que podes llegar?’  ‘Todos vuelven ampollados, yo que vos me quedo.‘ Tantas tentaciones juntas. Y este es el primer desafío, decir sí a tu corazón que te llama a peregrinar.

Todo comienza con el último suspiro cuando decidís inscribirte, el corazón te late fuerte y decis «que loco estoy».

Los días anteriores estas lleno de incertidumbre, de preguntas, llenandote de excusas para no ir.

Vas a la última misa y solo ves chicos ilusionados como vos, en la bendición solo pedís llegar y que no te duela nada, poca petición.

Armas la mochila, saltas un poco, querés gritar y ahí salimos, después de la bendición final, en busca de esa gran sensación.

Los primeros kilómetros son los más lindos, no paras de reír, cantar, aplaudir y hasta pensás ‘que fácil va a ser eso, como no voy a poder’. Llegan las primeras paradas y hasta ayudas a los que se sientes un poco más cansadas.

Las horas avanzan y el cansancio también, empieza a oscurecer y el camino se vuelve más dificultoso, el humor ya no es el mismo y son más pausados el tiempo donde escuchas canciones o ves luces, en ese momento no hay oración que te olvides rezar para poder continuar.

Hay algo que quiero resaltar, algo que me eriza la piel año tras año son las familias independientes que van a darnos comida y bebida gratis en el camino o que te gritan «falta poco peregrino, fuerzas, bendiciones, vos podes» para mi ellos son como Ángeles que Dios nos manda, se siente como caricias en el alma.

Avanzas y hasta que por fin llega el atajo, se acerca la decisión más difícil, tus piernas no responden, el frío se siente más, las zapatillas parecen ladrillos y a veces hasta mojados, sin embargo ahí está la tan nombrada FE.

A pesar de todos los dolores y molestias en tu corazón alguien te dice, «veni te estoy esperando, confía en mi, voy con vos».

Elongas, te abrigas, y entras cegado, sin pensar en nada solo en la recompensa final, en esa meta por la cual viniste.

Lo que más te motiva es pensar porque y por quienes estas caminando.

Las piernas en modo automático, la linterna y las lágrimas son los protagonistas del oscuro atajo, pero la esperanza es lo que más brilla en ese camino, repetís una y otra vez TE NECESITO JESÚS, ves la basílica y nombras tus aciertos y errores, lo bueno y lo malo que hiciste, sos lo más transparente ante Dios y continuas.

De pronto después de tanto dolor y llanto escuchas: ‘lo hiciste peregrino, ¡Mamá María está cerca! ¡Llegaste!’

Subís esas escaleras con las pocas fuerzas que te quedan, llegas y te desplomas dejando todo de lado. Es algo inexplicable lo que lloras, eso al menos me pasa a mi, una sonrisa inmensa llenas de lágrimas agradeciendo a la virgen haber llegado.

Es por esta sensación que peregrino, es algo increíble, venís de una manera y salís de otra, los dolores se hacen mínimos. Para mi esa es la respuesta más convincente de que Dios y la Virgen existen, de que cuando crees no podes más, ellos te demuestran que nunca caminas solo.

 Por Agustina Crosetto

Como es lo usual, cuando uno experimenta algo por primera vez aparecen esos nervios que se te meten en los huesos y te hacen sentir miedo por el cómo será y a la vez esa adrenalina tan palpable que te hace sentir ganas de que suceda ya. Pero ese día fue diferente, me levanté como si fuera un día normal pero con algo particular. Me había levantado con tranquilidad y una esperanza que nunca había experimentado, sabía que aunque estaba al tanto de lo que me esperaba todo iba a salir bien y tenía fe de que iba a llegar.

Una vez que arranque a caminar me sentía bastante optimista al respecto y así fue, hasta pasar San Cosme, lo que era un poco más de la mitad del camino, en  donde hicimos la segunda parada del día.  En ese momento ya empezaba a sentir dolor en todo el cuerpo y mucho cansancio y el optimismo con el que había comenzado se fue poco a poco escabullendo hasta prácticamente desaparecer. Una vez que con mi grupo retomamos el camino sentía que no podía mas, incluso la mayoría se fue adelantando y yo iba quedando cada vez más atrás, a este punto ya me había rendido y estaba decidida a terminar todo ahí, a no seguir, hasta que por fin frene del todo con otras tres chicas del grupo. Una de ellas llama a un conocido y le pide que por favor nos buque y nos lleve hasta Itatí y éste accedió. Mientras esperábamos a que llegue el auto, como ya había descansado bastante empecé a tener ganas de seguir otra vez y le pregunte a las chicas si no querían seguir caminando hasta que por fin llegue el móvil y ellas me contestaron que no, porque estaban muy cansadas y les dolía mucho el cuerpo y entonces me resigne ya que no estaba por continuar sola todo el trayecto. Aun esperando el auto y habiendo perdido cualquier tipo de esperanza veo la bandera de Nazareno, la iglesia a la cual pertenezco, en ese momento sabia que la virgencita me estaba dando una señal y quería que continuara, entonces les dije a la chicas que yo iba a seguir caminando con mi comunidad. Y así lo hice.

Con la esperanza renovada retome el camino hacia nuestra madre, a la cual sentía en cada paso que daba, acompañando y diciéndome “no estás sola, yo voy con vos”. Y así, poco a poco fui avanzando en el  camino, hubo momentos en los que ya no sentía de la cintura para abajo pero seguía porque sabía que María me estaba esperando. Hasta que, dos paradas más de por medio, por fin llegamos al tan esperado y temido atajo que son los últimos 7 kilómetros, pero que a mí parecer fueron 42. Estaba consciente de que una vez que entras ahí lo único que podes hacer es ir para adelante hasta llegar, y no había llegado tan lejos como para dar marcha atrás. Respire profundo y decidida entré al atajo.

Al entrar al atajo estaba bastante animada al pensar que faltaba tan poco para llegar, pero cuanto más me adentraba en el atajo más lejos me parecía el objetivo y por si el cansancio no bastaba se largo la lluvia con todo. El camino se puso barroso y una chica de la comunidad tuvo la idea de rezar los misterios del rosario para alivianar la carga, y eso hicimos. Fue un buen momento, más allá de la lluvia y del barro que te hacia resbalar a cada paso que dabas, cuando comenzamos a rezar todos juntos como comunidad los dolores desaparecieron, casi como que el cuerpo se anestesió para darnos un descanso y poder tomar fuerzas. Una vez terminada nuestras oraciones seguimos nuestro camino hacia adelante y al no haber luz y caminar ya cada uno como podía nos fuimos alejando. Llegó un momento en que seguí sola y comencé a ver luces y escuchar música y ahí se me lleno el cuerpo de felicidad, al creer que ya iba a llegar a destino pero cuando más cerca estaba me di cuenta que no era el final si no la mitad del atajo. En ese momento me desplomé.

Me sentía frustrada, adolorida, con frío. A ese punto lo único que quería hacer era estar sentada en la basílica diciendo “viste mamá, yo te prometí que iba a llegar y acá estoy”. Cuando creí que no iba a salir de ahí pasó un amigo  y me dijo: “vamos Agus, ya llegamos” y me arrastra con él.

Ni bien empecé a caminar hacia la segunda mitad del atajo las lágrimas empezaron a salir, eran un sinfín de lágrimas que brotaban y brotaban de mí y parecían nunca acabarse. Ya ni siquiera sabía por qué lloraba, si era por cansancio, dolor, ganas de estar en mi cama, ganas de terminar ya todo. Y no sé que hubiera sido si mi amigo no estaba ahí para darme el apoyo que me brindo en ese momento.

Cuando por fin terminó el atajo ya solo faltaban unas cuantas cuadras para llegar a la basílica, en las cuales las lágrimas tampoco me tuvieron piedad y continuaron saliendo, incluso hasta el momento más soñado: cuando por fin llegue a los brazos de María.

Entrada ya a la iglesia, me senté y nuevamente las lágrimas comenzaron a brotar. Pero ya no eran de sufrimiento, sino de alegría y satisfacción.

Si me hubieran dicho que en un día iba a pasar por tantas emociones juntas en tan solo segundos a tal punto de que se mezclaran, no se los hubiera creído nunca. Fueron muchos los momentos en los que me replantee seguir, fueron muchos los momentos en que dude de mi misma, pero yo sabía que más allá del dolor físico que uno pudiera sentir, la satisfacción y la felicidad que iba a sentir al llegar iba a ser la comprobación de que con FE uno todo lo puede, y estoy dispuesta a repetir esta experiencia única todos los años que quedan por venir.

A los futuros peregrinos les digo que emprendan el camino con fe, pero no cualquiera, sino la fe que mueve montañas, la fe que te hace sentir indestructible porque sabes que Dios y María te están acompañando en cada paso, y de caer te vas a caer pero sabes que vas a poder seguir por que ellos están ahí, para recordarte que no estás solo, que ellos te protegen y al final vas a ver que vale la pena tanto esfuerzo.

 

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