Pobreza y Narcotráfico

Universidad Católica de Córdoba

En el marco de la jornada Pobrezas y narcotráfico. Políticas públicas sobre desigualdad social y prevención de adicciones, entrevistamos a Daniel Arroyo, politólogo y referente en desarrollo social. Será uno de sus disertantes en la jornada organizada por el Foro de Rectores de la Provincia de Córdoba que se lleva a cabo el 10 de septiembre a las 19h en Ciudad de las Artes, Concepción Arenales y Av. Richieri, Córdoba.

¿Por qué pobreza y narcotráfico van de la mano?

–Hay dos razones por las cuales pobreza y narcotráfico están hoy vinculadas. La primera es que el que vende droga gana más que el que trabaja. La segunda es que hay un ciclo complicado para los jóvenes: en la medida de que un pibe está hacinado en la casa, entonces se va a la esquina y empieza a consumir paco u otra sustancia porque si no consume no se integra al barrio, no tiene lugar. Cuando lo hace, además de un problema de salud y de adicción, adquiere una deuda y siempre hay alguien que se le acerca para plantearle cualquier idea para cancelar esa deuda. Ese ciclo se da en seis meses y lo sufren claramente más los jóvenes pobres. Por eso me parece que las adicciones y el narcotráfico son algo que atraviesa a distintos sectores sociales, pero que golpea fuertemente a los sectores pobres que en muchos casos son usados como modo para poder extender su negocio.

¿Cuál es la situación actual de nuestro país?

–Hay varias etapas en el tema del narcotráfico y en Argentina estamos en la tercera. La primera tiene que ver con el aumento de las adicciones: es claro que en nuestro país se consume más alcohol y drogas. La segunda es que el que vende droga es alguien que está instalado en el barrio, no viene de afuera y además, es el que tiene mayor movilidad social o el que le va mejor. Un pibe engancha un laburo por 4500 pesos y el que vende droga hace eso en pocos días. La tercera etapa es cuando hay dominio de territorio: lugares donde el Estado y la policía no entran y los dominan los narcotraficantes, muchas veces con connivencia de otros. La cuarta que es el financiamiento del sistema político, como se da en México y en Colombia.

Yo tengo una mirada muy crítica sobre lo que pasa en Argentina: tenemos 28% de pobreza, 34 % de trabajo informal y un millón y medio de jóvenes que no estudian ni trabajan. Ahí está el núcleo del problema central y es evidente que el avance del narcotráfico ha ido complicando las cosas no solo porque hoy quien vende droga es el que le va mejor, sino porque en parte es el que presta asistencia social. Cuando en el jardincito del barrio necesitan un micro para ir de excursión, el que puede financiar y tiene la plata es el que vende droga. Lo mismo hoy es el que está dando crédito en el barrio y se está transformando en un actor que va creciendo. Creo que ese es un punto importante para tener en cuenta.

Argentina no es ni México ni Colombia donde básicamente el narcotráfico va a llegar a definir y a financiar el sistema político, pero lo que está claro es que fuimos avanzando y ahí hay un problema serio, porque nos vamos acercando peligrosamente. La discusión sobre si es un país de tránsito o de producción es absurda: en Argentina se produce. Además, el que transita sustancias por la Argentina paga sobornos o coimas y lo hace en droga, o sea que el que se queda con esa coima tiene que transformarla en dinero y para eso la fragmenta y lleva a los barrios.

¿Cuál es el rol que debe asumir el estado y la política?

–Yo tengo una opinión muy crítica de lo que ha hecho el estado en los últimos años respecto de esto. Han hecho políticas respecto a educación y para reducir la pobreza, pero no contra el narcotráfico y el aumento de las adicciones y ese es un partido que estamos perdiendo diez a cero. Lo primero que tiene que hacer el Estado es tomarlo como prioridad y ahí yo creo que más allá de quién gobierne, hay que lograr un acuerdo multipartidario y hacer algo muy distinto los próximos años. A la Argentina le faltan 200 centros de atención de adicciones y lugares donde acompañar. La mamá que tiene un chico adicto rebota en todos lados. Si no tiene prepaga no tiene dónde mandar a su hijo y termina llevándolo a la comisaría porque no sabe qué hacer. Las organizaciones sociales o eclesiásticas pueden colaborar haciendo muchas cosas pero el rol central es del Estado y de la política. Por eso es prioridad poner en marcha rápidamente los centros de atención de adicciones.

Además, soy de los que creen que no es con la policía como se va a combatir la venta de droga sino que hay que crear una fuerza especial que tenga capacidad para intervenir por fuera de esa institución.

Para usted ¿cuál debería ser el rol de las universidades?

–Me parece que tienen un rol central que es el de investigación, trabajar con datos, construir metodologías de investigación y estudios cuantitativos y cualitativos que nos permitan ver dónde estamos parados. Por ejemplo, el estudio del observatorio de la deuda social de la Universidad Católica Argentina, establece que hubo un aumento del 50 % del consumo en los barrios pobres, y eso está marcando una tarea para encarar.

Más allá de esto, tienen un rol central en acompañar a los jóvenes en cambiar una matriz cultural importante. Hoy está instalada en los chicos de los distintos sectores sociales la idea de un poco no hace mal y que se puede entrar y salir. Y ahí es donde empieza a complicarse.

¿Sobre qué aspectos considera que se debería trabajar o hacia dónde se debe apuntar?

–Hay tres cosas que tenemos que lograr sí o sí. Una es que todos los chicos terminen la escuela secundaria y aprendan. Otra es sacar la droga de los barrios. La tercera tiene que ver con que mucha gente de los sectores más pobres está tomando créditos usurarios a tasas muy altas (150 o 200 % anual) y pagando lo que no le entra. Ese círculo complica todo el resto y es necesario cortarlo.

Si lo gramos esas tres cosas, habremos por lo menos avanzado y a eso es a lo que apuesto para los próximos años en la Argentina.

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