Reflexión del Evangelio, domingo 4 de octubre

Por Emmanuel Sicre Sj

Evangelio según San Marcos 10, 2-16.

Se acercaron a Jesús algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: “¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?”. 

Él les respondió: “¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?”.

Ellos dijeron: “Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella”. Entonces Jesús les respondió: “Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, “Dios los hizo varón y mujer”. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre, y los dos no serán sino una sola carne”. De manera que ya no son dos, “sino una sola carne”. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.

Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto. Él les dijo: “El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio”.

Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”.

Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.

¿Qué hacer con el divorcio? Y ¿cómo considerar a los niños?

La liturgia nos regala dos momentos de la vida de Jesús muy importantes para la comunidad cristiana del primer siglo, cuando se redactaba el Evangelio de Marcos, el primero de todos: ¿Qué hacer con el divorcio? Y ¿cómo considerar a los niños? Ambas cuestiones nos llegan a nosotros hoy donde al parecer aún seguimos buscando cómo enfrentarnos al fracaso en el amor de los esposos y al trato de los niños. El tema es muy serio.

Hoy 5 de octubre comienza en la Iglesia católica un sínodo sobre la Familia que aborda justamente estos temas, entre otros. Veamos algunas actitudes de fondo.

Los fariseos: ellos quieren poner a prueba a Jesús frente a un tema escabroso. En verdad pareciera que la respuesta nos les interesa, sino que tienen la intención de hacer caer a Jesús para tener otra razón para acusarlo. La pregunta que ellos plantean ya está respondida en la Ley. Pero Jesús va más allá de la Ley y los pone en contacto con el origen del amor de la familia humana. Los conecta con el ideal de la creación: De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pero Jesús no es torpe y sabe que entre el ideal y la realidad hay que trabajar mucho. Por eso vuelve a responder a la pregunta de los discípulos cuando llegan a casa. En esto anda la Iglesia en el año de la Misericordia y del sínodo de la Familia.

¿Cómo y qué le preguntamos hoy a Jesús nosotros sus discípulos sobre estas cuestiones difíciles? ¿Acaso nos interesa de corazón saber qué piensa Jesús sobre la realidad de hoy? ¿O tenemos miedo a que nos responda algo que no nos guste? ¿Qué diría Jesús ante la realidad tan dura de los matrimonios que fracasan en su intento? ¿Los condenaría? ¿No será que nos pide al emprender un proyecto de vida que nos conectemos con el origen, en vez de con la Ley? Por eso el Papa Francisco ha dicho que con cuatro charlitas prematrimoniales para un sacramento que dura toda la vida, hay algo que no funciona. Se necesita algo que sea mucho más profundo, más auténtico, más originario en la preparación, que las flores, la iglesia y el cura. Por eso cuando no hubo algo más hondo y honesto desde el principio de la pareja, cuando venció uno sobre el otro y no fueron “una sola carne”, sino una idea bonita pero desencarnada de lo que a cada uno realmente le toca para entregarse al otro, la cuestión no funciona, y en este sentido es que algunas veces se habla de nulidad matrimonial (y no de divorcio católico, cosa que no existe porque nunca hubo matrimonio).

Los discípulos, en el segundo momento, apartan a los niños de Jesús quizá reproduciendo la actitud de la época que no valoraba los niños, (y de hecho muchas veces si sobraban los mataban). Jesús una vez más nos revela cuál es la actitud de Dios para “los que son como ellos”: los más débiles y frágiles de la sociedad son los que reciben la Buena Noticia del Reino. ¿Qué hacer? Tomar la actitud de Dios: acoger a los pequeños y ser como ellos de corazón. Cuidándolos, respetándolos, siéndoles sinceros para que cuando crezcan no se venguen de una familia humana que los maltrata.

Creo que hoy Jesús nos pide unas actitudes hondas: amor, honestidad y cuidado mutuo. No podremos acceder a ellas por nuestra propia voluntad. Es un regalo que se recibe en el diálogo con Jesús desde la realidad que a cada uno le toca. ¿Dejaremos pasar esta oportunidad de disponernos a escuchar lo que tiene para decirnos en nuestra propia conciencia y en la de la comunidad?

 

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