Reflexión del Evangelio, Domingo III de Adviento

Evangelio – Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo Juan el Bautista, que estaba en la cárcel, tuvo noticias de lo que Cristo estaba haciendo. Entonces envió algunos de sus seguidores a que le preguntaran si él era de veras el que había de venir, o si debían esperar a otro. Jesús les contestó: «Vayan y díganle a Juan lo que están viendo y oyendo. Cuéntenle que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de su enfermedad, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la buena noticia. ¡Y dichoso aquel que no encuentre en mí motivo de tropiezo!»

 Cuando ellos se fueron, Jesús comenzó a hablar a la gente acerca de Juan, diciendo: «¿Qué salieron ustedes a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Y si no, ¿qué salieron a ver? ¿Un hombre vestido lujosamente? Ustedes saben que los que se visten lujosamente están en las casas de los reyes. En fin, ¿a qué salieron? ¿A ver a un profeta? Sí, de veras, y a uno que es mucho más que profeta. Juan es aquel de quien dice la Escritura: `Yo envío mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino´. Les aseguro que, entre todos los hombres, ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.” 

Reflexión del Evangelio – Por Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.

Este Tercer Domingo de Adviento es conocido tradicionalmente en la liturgia católica como el Domingo “Gaudete”, término latino que quiere decir “Alégrense”, porque la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías (35, 1-6a.10), constituye precisamente un anuncio gozoso de lo que iba a acontecer varios siglos después con la venida del Mesías, a quien la fe cristiana reconocería en la persona de Jesús. Y el pasaje del Evangelio escogido para este mismo domingo nos presenta justamente el motivo de esta invitación a la alegría.

1. Por la fe reconocemos gozosamente en Jesucristo la acción liberadora de Dios

El pasaje del Evangelio de hoy nos presenta a Juan Bautista en la cárcel, encerrado por el rey Herodes para silenciar las denuncias que hacía contra su comportamiento inmoral y corrupto. Juan iba a terminar decapitado por orden de Herodes, y así como lo proclamó Jesús, nosotros lo reconocemos hoy como el más grande profeta anterior a Él. Sin embargo, el mismo Jesús dice además que el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él, lo cual parece significar que los seguidores de Jesús, habiendo recibido un mayor conocimiento de su persona y sus enseñanzas, podemos participar del reino de Dios mejor de lo que le fue dado a Juan Bautista. Es como un reto que les propone Jesús a sus oyentes: si Juan Bautista fue quien fue antes de poder ver y oír a Jesús predicando y sanando las dolencias humanas, nosotros, que hemos recibido un mayor conocimiento de Él, podríamos superarlo si nos lo propusiéramos de verdad.

Ante la pregunta de Juan Bautista a Jesús a través de sus discípulos –¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?, imaginemos a Jesús respondiendo sonriente. Su respuesta evoca lo que había predicho Isaías como un acontecimiento que traería el gozo de la salvación obrada por Dios en persona: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio.

Es una invitación a la esperanza gozosa y paciente de quien reconoce en Jesucristo la presencia y la acción salvadora de Dios. Para todo el que cree de verdad, lo que parece imposible se hace realidad, y este es el sentido de los milagros de Jesús, precisamente a favor de las personas más necesitadas. El Evangelio o Buena Noticia, cuya realización sólo acontece para quien se reconoce necesitado de salvación, es lo que nos debe llenar de alegría espiritual y, por lo mismo, de una actitud plena de esperanza en Dios que está siempre dispuesto a liberarnos de todo lo que nos impide realizarnos como personas, aún en medio de los problemas de nuestra vida cotidiana.

2. Nuestra fe en un Dios que viene a salvarnos es fuente de alegría

Ocho veces expresa directamente la alegría el pasaje de Isaías en la primera lectura. La misma idea aparece también en la exhortación a no tener miedo, y en las imágenes del ciego al que se le despegan los ojos, del sordo al que se le abren los oídos, del cojo que comienza a saltar y del mudo que empieza no sólo a hablar, sino también a cantar. Dios, que viene en persona a redimir y a salvar, hace posible un porvenir nuevo de felicidad para todo el que cree en Él: pena y aflicción se alejarán. Por eso el espíritu propio del Adviento y de la Navidad es un espíritu de alegría, y ésta debe ser precisamente la actitud característica de todo creyente en Jesucristo: una actitud gozosa, tal como la ha descrito el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (El Gozo del Evangelio), publicada en el año 2013, primero de su pontificado.

Ahora bien, esta alegría es muy distinta del barullo de las fiestas repletas de licor y envueltas en el ruido ensordecedor de una sociedad vacía e incapaz del silencio interior para reconocer los valores espirituales. No es esa alegría aparente la que constituye el verdadero espíritu del Adviento y la Navidad, sino el gozo espiritual que resulta de la paz interior de quien se abre a la reconciliación con Dios y con el prójimo, disponiéndose a recibir y a dar perdón, deponiendo rencores y resentimientos.

3. La fe auténtica se muestra en la firmeza de la paciencia

 Tres veces nos invita el apóstol Santiago a tener paciencia, en el texto de la segunda lectura (Santiago 5, 7-10). Esta insistencia adquiere especial valor en la actualidad. En el mundo en que vivimos existe la tentación de la impaciencia porque impera la mentalidad del éxito sin esfuerzo. La magia de la automatización electrónica y de la satisfacción inmediata de los deseos con sólo pulsar un botón o hacer “click”, nos puede llevar a una incapacidad para la espera, a desesperamos con facilidad. Frente a esta mentalidad, la palabra del Señor a través de Santiago nos presenta una imagen poética aleccionadora: el labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Esta invitación a mantenernos firmes en la esperanza implica también tenernos paciencia, soportándonos mutuamente: no se quejen, hermanos, unos de otros.

 Pidámosle pues al Señor, primero que nos ilumine para reconocerlo vivo y actuante entre nosotros; en segundo lugar, que en este tiempo del Adviento y en la Navidad llene nuestros corazones con la sana alegría proveniente de una fe inquebrantable en Él, y en tercer lugar que nos conceda la paciencia necesaria para no desanimarnos en el camino de nuestra vida a pesar de las dificultades que se nos presenten.

Fuente: Jesuitas Colombia

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