Sábado Santo: detenerse en el Silencio de Nuestras vidas

A lo largo de esta semana santa compartiremos distintos materiales escritos por jesuitas de Argentina y Uruguay, con la invitación a no dejar pasar esta semana santa sin haber rezado, reflexionado y acompañado el camino de Jesús desde su entrada gloriosa en Jerusalén hasta su Resurrección en el Domingo de Gloria.

Por Franco Raspa SJ

Jesús ha muerto. Atrás quedaron sus enseñanzas y sus discípulos. Su madre, aún con los ojos puestos en su hijo escucha la confesión de fe del soldado romano, mientras ve como la multitud desconcertada se aleja en silencio. El Hijo de Dios es trasladado hacia la tumba, y allí, yace como el más muerto de los muertos. Aquel, que estaba destinado a vivir, descansa envuelto en lienzos perfumados.

En el día de ayer, el evangelio de Juan finalizaba simplemente diciendo “tomaron el cuerpo de Jesús…” y lo depositaron en un “…sepulcro que estaba cerca”. Hoy, Mateo comienza su relato diciendo “Pasado el sábado…”. Pareciera ser que los evangelistas guardan silencio con respecto a este tiempo. Pero ¿qué sucedió? ¿No lo sabían los evangelistas? ¿No les contó Jesucristo a sus amigos lo que acontecería en este período de ausencia? O será que los amigos de Jesús prefirieron reservarse lo sucedido.

En este tiempo de silencio, similar al descenso de vida acontecido en el seno de su madre, las escrituras nos relatan que Jesús desciende aún más todavía. Ahora, al centro de la tierra, al sheol, al lugar de los muertos. De allí, según la creencia judía, no se regresa. Es el fango, la soledad más solitaria. Las tinieblas, en donde no habita Dios. Los muertos, son los refaim, los impotentes que residen en la tierra del olvido. Allí, como Jonás en el vientre del pez, desciende Jesucristo haciéndose solidario con la soledad de los callan.

El abismo que toca Jesucristo en este sábado Santo, se repite cada vez que el Señor baja al hondón de los corazones desesperados. Marcando un límite a la condenación en sí ilimitada. Él, anunciando la vida y rompiendo las ligaduras que nos atan a lo abisal, es quien planta un mojón del cual comienza el camino de retorno. De este modo, Jesús se transforma en el Señor, también del infierno. Porque en último término, lo importante no es tanto el descenso a los muertos, sino más bien el retorno de allí.

No pretendamos adelantar la pascua al sábado santo, no intentemos ponernos delante del Espíritu de Dios. Detengámonos en el silencio de nuestras vidas, y tomemos parte espiritualmente en este descenso. Acompañemos al Señor que desciende en soledad extrema. Participemos de esa soledad. Vayamos nosotros también con Él, abrazando aquellos lugares sin respuestas de nuestros corazones, estando muertos con Dios muerto.

Permitamos que el Señor en este sábado santo, ilumine la soledad más desolada de nuestras vidas. Pero no lo hagamos como si fuéramos simple espectadores de algo que no me atañe. Toma tu vasija en tus manos, y ofrécesela al Señor. Acompaña el obrar de Jesús, confiando que Él pondrá palabras donde hoy, hay temor y temblor.

Sé participe tú también del silencio y oscuridad de este día santo, para que cuando llegue la noche gloriosa, reconozcas tú también a Aquel, que te ha desatado de las ataduras de la muerte.

 

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