«Vayan sin miedo para servir»

Por Pedro Dacunda

La semana pasada estuvimos con un grupo de 8 misioneros de Santa Fe en la diócesis de Mercedes, la cual se encuentra en el vecino país uruguayo. Allí se llevó a cabo, la Misión Joven San Francisco Javier.

El objetivo principal de esta misión, en la cual participan jóvenes tanto de Uruguay y Chile como de las diferentes provincias de Argentina, es acercar la palabra de Dios y el evangelio a los pueblos que, por diferentes motivos, no tienen la oportunidad de conocerlo.

En mi caso personal, me toco misionar en Florencio Sánchez. Y fue la comunidad del lugar la que desde el primer día nos albergó de la mejor manera. Siempre pendiente de nuestras necesidades y colaborando afectivamente con gestos simples y cariñosos: un saludo, un abrazo, o una charla. Lo cual nos hizo sentir que éramos parte del pueblo, es decir, nos hicieron sentir como si estuviésemos en casa.

Durante la semana, los días se dividían en dos. Por la mañana, se salía a misionar las casas en los diferentes barrios de la zona. Para quien hace (como yo) una actividad así por primera vez puede sentir timidez o la vergüenza a la hora de presentarse ante personas desconocidas. Pero todo esto quedaba de lado ante la excelente atención y predisposición que tenían los vecinos. Que se mostraban abiertos y confiados en nosotros para regalarnos parte de su tiempo en conversar, contarnos de sus preocupaciones, e incluso invitarnos a pasar a sus hogares, y compartir una oración con nosotros. Aun siendo gente humilde, nunca dejaron de ofrecernos comida o bebidas. Y estas son cosas que sorprenden porque, aun sin tener mucho, nos daban todo para que nosotros nos sintiéramos lo más a gusto posible.

Por la tarde, compartíamos los “talleres”. Para lo cual, se dividía al grupo en tres, y se trabaja de manera diferenciada con los niños, los jóvenes y los adultos. Yo trabaje con los niños, y lo que hacíamos era tomar una parte del evangelio y realizar juegos para luego reflexionar sobre esto. Siempre bien acompañados de risas por parte de la gran cantidad de personas que se acercaban todos los días. Cuando regresábamos al lugar donde dormíamos nunca faltaba la felicidad generada por poder ver la Capilla llena de gente contenta y feliz compartiendo su fe con nosotros.

Una vez terminada la semana, debo decir que quedan en mi memoria todos aquellos que con sus palabras me dejaron una enseñanza o un sentimiento en mi corazón. Porque si bien, supuestamente, somos nosotros quienes vamos a misionar, muchas veces, son las propias personas del pueblo quienes nos misionan a nosotros, y esto es uno de los regalos más grandes que Dios nos puede dar.

Estoy muy agradecido a la RJI de Santa Fe por haberme dado la oportunidad de participar, especialmente a Marcos Mendez, que fue quien me invito desde un principio. Y a los organizadores uruguayos que trabajan todo el año para que esto se haga posible. Ahora, que cada uno de nosotros estamos en nuestros hogares nos toca aplicar todo lo aprendido para poder ser constantes misioneros de la palabra de Dios en nuestra vida cotidiana.

 

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