La Esperanza en su Promesa – Domingo de la Ascensión
Te invitamos a deternerte un momento para dejarte encontrar por Dios, que siempre te está buscando, llamando y amando. Aún antes de que vos lo busques, llames o ames.
Evangelio, Domingo 8 de Mayo: Lc 24, 46-53
Jesús dijo a sus discípulos: «El mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse en todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y yo les enviaré lo que mi padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto.» Después, Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo . Los discípulos que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían en el tiempo continuamente alabando a Dios.
Para Reflexionar
Los discípulos habían sido testigos. Ellos habían visto y oído. No sólo eso. Habían comido, conversado, reído, llorado, trabajado, compartido momentos de ocio… En fin, ellos habían vivido con el maestro.
Eran sus amigos. Y a pesar de conocer todas sus limitaciones, errores y fallos, el Señor deposita en ellos su cariño, su bendición y una promesa, de un modo privilegiado.
Jesús, tal como lo habían visto hasta ese momento, se va para siempre. Pero no los deja solos. Les deja la promesa del Espíritu que descenderá sobre ellos. Un espíritu que los impulsará a salir del círculo de confianza para acercarse a hablar con personas de tierras lejanas. Un espíritu que les dirá que esa bendición que han recibido no es para ellos; sino para el mundo. Un espíritu que, desde dentro, los moverá a vivir y a dar testimonio de ese modo que Jesús les ha enseñado con su vida.
Esto los discípulos aún no lo entienden. Pero tienen la promesa del Maestro en quien confían ciegamente. Y esa promesa les va calentando el corazón y les regala el sentido del que se habían sentido despojados con la muerte de Jesús.
Jesús también tiene una promesa para cada uno. También tiene una bendición que, aunque no nos demos cuenta, se derrama sobre nosotros a cada instante. Quizás hoy necesitemos redescubrir y resignificar esta promesa en nuestra vida. Para que todo aquello que parece vacío o incoherente encuentro un sentido; y pueda ordenarse a esperar a que el amor del que vienen y al que van todas las cosas, llegue a habitar nuestro corazón.