A 5 años del Papa Bergoglio
El 13 de marzo se cumplirán cinco años de aquella tarde romana en la que la ‘fumata blanca’ convocara a una muchedumbre de fieles en la plaza de San Pedro, para anunciar al nuevo Papa.
El cardenal Bergoglio, 266º sucesor de Pedro, vendría con más de una sorpresa bajo el brazo. Por primera vez se elegía a un latinoamericano (‘del fin del mundo’) y a un Papa jesuita, en casi 500 años de la Orden, y que elige el nombre del santo de Asís para su pontificado. Las novedades no quedaron allí: su primera aparición, sin ornamentos particulares sobre la sotana blanca; su presentación como obispo de Roma y la petición de ser él bendecido por la oración de la Plaza llenó de asombro y ganó la simpatía de los medios, al tiempo que investigaban sobre su persona y procedencia.
Desde el inicio llamó mucho la atención, ya que abogaba por un cambio en la Iglesia, incidiendo en la necesidad del abandono de una Iglesia autorreferencial y centrada en sí misma, y la apuesta por una Iglesia que se expusiera al exterior y se dirigiera a las periferias existenciales en busca de una evangelización más profunda.
Una postura y una doctrina que se comprende desde las fuentes teológicas y pastorales de las que procede Bergoglio.
En su vida como jesuita experimentó los cambios del Concilio, las influencias que Pedro Arrupe marcara para los jesuitas en un claro giro hacia lo social y la apuesta por una Compañía de Jesús inculturada en el mundo que, además de difundir la fe, promoviera la justicia social.
La clave fundamental de su teología viene dada por la denominada ‘teología del pueblo’, definiendo su perspectiva pastoral como apóstol, formador y superior de los jesuitas en Argentina y, más tarde, como pastor de la iglesia en Buenos Aires.
Bajo la influencia de Lucio Gera, la Teología del Pueblo agregó, a las claves económicas y políticas de la Teología de la Liberación, la importancia de la cultura y la religiosidad popular a la hora de reflexionar sobre la situación injusticia en Latinoamérica. Además recuperó la noción de ‘pueblo’ como sujeto colectivo capaz de generar un proyecto colectivo sobre la base de valores propios.
Francisco entiende la Iglesia desde esta perspectiva, buscando un especial impulso misionero, haciendo que sea capaz de salir de sus recintos y sus situaciones de confort, en búsqueda del pueblo allí donde los hombres sufren la injusticia del sistema socio-cultural actual.
Por eso cree necesario una Iglesia en salida, que sea capaz de acercarse a las dinámicas sociales, y a los problemas que estas tratan de resolver, para aportar a través de la fe un impulso a la promoción y al desarrollo humano de todos los hombres y los pueblos.
Este programa se encarna claramente no sólo en los gestos y viajes de Francisco, sino también en sus documentos. Evangelii Gaudium, el documento donde se explica el programa de la reforma de Francisco, es claro en la búsqueda de una Iglesia menos autorreferencial, con mayor capacidad de crear alianzas con los colectivos humanos, con mayor capacidad de debate interno y con mayor decisión de intervenir en el panorama político, desde su particular punto de vista, pero siendo capaz de alzar la voz en aquellas cuestiones geopolíticas en las que los hombres pisoteen la dignidad de sus hermanos y sean incapaces de tender puentes entre ellos.
Desde aquí es que se entienden mejor los distintos gestos y acciones de Francisco durante estos años. Desde su primer viaje como Papa a Lampedusa, para conocer de primera mano la realidad del drama de la inmigración; a su primera semana santa como Papa, en la que lavó los pies a varios reclusos; su viaje a Cuba y los Estados Unidos con el fin de abrir puentes entre ambos países; su acercamiento a las iglesias orientales.
Estos intentos marcan la perspectiva de una Iglesia que se abra al mundo, que dialogue con los problemas acuciantes de la humanidad y que se entienda a sí misma como servidora del Reino en el mundo.