Del Papa Francisco a los Antiguos Alumnos Jesuitas
El pasado mes de setiembre, el Papa Francisco se dirigió a los miembros de la Confederación Europea y de la Unión Mundial de Antiguos Alumnos y Alumnas de la Compañía de Jesús, como parte del evento: “Migración Global y Crisis de los Refugiados: Tiempo de Contemplar y Actuar”, en el que destacó la relación entre la educación jesuita y el servicio a los refugiados.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Me complace recibirles hoy como parte de su Conferencia sobre Migración y Crisis de los Refugiados. Esta es la mayor crisis humanitaria tras la Segunda Guerra Mundial. Como egresados y egresadas de escuelas jesuitas, ustedes han venido a Roma como «como hombres y mujeres para los otros» con el fin de explorar en esta ocasión las raíces de las migraciones forzosas, para contemplar su responsabilidad en la respuesta a la situación actual y regresar a sus hogares como promotores del cambio.
Trágicamente, en la actualidad, más de 65 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares en todo el mundo. Este número sin precedentes va más allá de toda imaginación. ¡La población desplazada hoy en día en el mundo ya es mayor que toda la población de Italia! Si vamos más allá de la mera estadística, sin embargo, descubriremos que los refugiados son mujeres y hombres, chicas y chicos que no son distintos a los miembros de nuestras familias y a nuestros amigos. Cada uno de ellos tiene un nombre, un rostro y una historia, como también el inalienable derecho de vivir en paz y de aspirar a un futuro mejor para sus propios hijos e hijas.
Ustedes han dedicado su Asociación Mundial a la memoria y ejemplo del Padre Pedro Arrupe, quien también fue fundador del Servicio Jesuita a Refugiados, la organización que ha estado acompañándoles durante esta pasada semana en Roma. Hace más de treinta y cinco años, el Padre Arrupe se sintió interpelado a actuar ante el clamor de los “boat people” survietnamitas que estaban a merced de los ataques de los piratas y de las tormentas en el Mar del Sur de China, mientras trataban desesperadamente de huir de la violencia en su patria. Lamentablemente, el mundo de hoy sigue envuelto en incontables conflictos. La terrible guerra de Siria, así como los conflictos civiles en Sudán del Sur y en otras partes del mundo, pueden parecer irresolubles. Esta es la razón por la que su reunión «para contemplar y actuar» sobre la cuestión de los refugiados es tan importante.
Hoy más que nunca, con la guerra causando estragos por toda la creación de Dios, con cifras récord de refugiados que mueren al tratar de cruzar el Mediterráneo – que se ha convertido en un cementerio – y con los refugiados que languidecen durante años y años en campamentos, la Iglesia necesita recuperar la valentía y el ejemplo del Padre Pedro Arrupe.
Mediante su educación jesuita, ustedes han sido invitados a convertirse en «compañeros de Jesús» y, con San Ignacio de Loyola como guía, ustedes han sido enviados al mundo para ser mujeres y hombres para y junto a los otros. En este momento y lugar de la historia, hay una gran necesidad de hombres y mujeres que escuchen el clamor de los pobres y respondan con misericordia y generosidad.
En la clausura de la Jornada Mundial de la Juventud, en Cracovia, hace unas pocas semanas, dije a los jóvenes allí congregados que fueran valientes. Como egresados de escuelas jesuitas, ustedes también deben saber cómo ser valientes al responder a las necesidades de los refugiados en el mundo de hoy. Les será de ayuda recordar sus raíces ignacianas cuando se enfrenten a los problemas que tienen los refugiados. Deben ofrecer al Señor «toda su libertad, su memoria, su comprensión y su entera voluntad» mientras van entendiendo las causas de la migración forzosa y sirven a los refugiados en sus países.
A lo largo de este Año de la Misericordia, la Puerta Sagrada de la Basílica de San Pedro ha permanecido abierta como un recordatorio de que la Misericordia de Dios es para todos aquellos que se encuentran en necesidad, ahora y siempre. Millones de fieles han hecho la peregrinación aquí a la Puerta Sagrada y a iglesias en todo el mundo, recordando que la misericordia de Dios es para siempre y para todos. También con su ayuda, la Iglesia podrá responder más plenamente a la tragedia humana de los refugiados mediante actos de misericordia que promuevan su integración en el contexto europeo y más allá. Y es por eso que les animo a acoger a los refugiados en sus hogares y en sus comunidades, para que su primera imagen de Europa no sea la traumática experiencia de dormir en la fría calle, sino una cálida bienvenida humana. Recuerden que la auténtica hospitalidad es un valor profundo evangélico que alimenta el amor y que es nuestra mayor seguridad ante los odiosos actos de terrorismo.
Les apremio a aprovechar las alegrías y los éxitos, que su educación jesuita les ha dado, apoyando la educación de los refugiados en el mundo. Es una realidad preocupante que menos del cincuenta por ciento de la infancia refugiada tenga acceso a la educación primaria; una cifra que, por desgracia, cae al veintidós por ciento para los adolescentes matriculados en la secundaria, y a menos de un uno por ciento para los que tienen acceso a la educación universitaria. Juntos con el Servicio Jesuita a Refugiados pongan su misericordia en marcha y ayuden a transformar esta realidad educativa. Haciéndolo, construirán una Europa más fuerte y un futuro más brillante para los refugiados. Les agradezco su implicación en las dificultades que conlleva la acogida a los refugiados.
A ustedes se les abrieron muchas puertas gracias a su educación jesuita, mientras que los refugiados encuentran muchas puertas cerradas. Ustedes han aprendido mucho de los refugiados que han conocido. Cuando dejen Roma y regresen a sus hogares, les pido encarecidamente que ayuden a transformar sus comunidades en espacios de bienvenida donde todos los hijos de Dios tengan la oportunidad no solo de sobrevivir, sino de crecer, florecer y dar frutos.
Y a medida que perseveren en su obra de dar acogida y educación a los refugiados, piensen en la Sagrada Familia – María, José y el Niño Jesús – en su largo viaje a Egipto como refugiados, huyendo de la violencia y encontrando refugio entre extraños. Recuerden también las palabras de Jesús: «Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron» (Mt 25:35). Llévense hoy estas palabras y estos gestos con ustedes. Que les sirvan de aliento y consuelo. Por mi parte, asegurándoles mis oraciones, les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.¡Gracias!
Fuentes: pedagogiaignaciana.com