Francisco: “Abrir la mente y el corazón al Espíritu Santo”
Palabras del Santo Padre, antes de rezar el ángelus, el pasado domingo 15, en que celebrábamos la fiesta de Pentecostés.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Celebramos la gran fiesta de Pentecostés, que lleva al término del Tiempo Pascual, cincuenta días después de la Resurrección de Cristo. La liturgia nos invita a abrir nuestra mente y nuestro corazón al don del Espíritu Santo, que Jesús prometió varias veces a sus discípulos, el primero y principal don que Él nos ha dado con su Resurrección. Este don, Jesús mismo los ha implorado al Padre, como testifica el Evangelio de hoy, que está ambientado en la Última Cena. Jesús dice a sus discípulos: “Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes” (Jn 14,15-16).
Estas palabras nos recuerdan sobre todo que el amor por una persona y también por el Señor, se demuestra no con las palabras, sino con los hechos; y también “cumplir los mandamientos” debe ser entendido en sentido existencial, de manera que toda la vida sea involucrada. En efecto, ser cristianos no significa principalmente pertenecer a una cierta cultura o adherir a una cierta doctrina, sino sobre todo, vincular la propia vida, en cada uno de sus aspectos, a la persona de Jesús y a través de Él, al Padre. Por este objetivo Jesús promete la efusión del Espíritu Santo a sus discípulos. Precisamente, gracias al Espíritu Santo, Amor que une el Padre y el Hijo y de ellos deriva, todos podemos vivir la misma vida de Jesús. El Espíritu, de hecho, nos enseña cada cosa, es decir, la única cosa indispensable: amar como ama Dios.
En el prometer al Espíritu Santo, Jesús lo define “otro Paráclito” (v. 16), que significa Consolador, Abogado, Intercesor, es decir, Aquél que nos asiste, nos defiende, está a nuestro lado en el camino de la vida y en la lucha por el bien y contra el mal. Jesús dice “otro Paráclito” porque el primero es Él, Él mismo, que se hizo carne justamente para asumir sobre sí mismo nuestra condición humana y liberarla de la esclavitud del pecado.
Además, el Espíritu Santo ejerce una función de enseñanza y de memoria. Enseñanza y memoria. Nos lo dijo Jesús: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho” (v. 26). El Espíritu Santo no trae una enseñanza diversa, sino que hace viva y hace operante la enseñanza de Jesús, para que el tiempo que pasa no la cancele y no la desvanezca. El Espíritu Santo injerta esta enseñanza dentro de nuestro corazón, nos ayuda a interiorizarla, haciendo que se transforme en parte de nosotros, carne de nuestra carne. Al mismo tiempo, prepara nuestro corazón para que sea capaz realmente de recibir las palabras y los ejemplos del Señor. Todas las veces que la palabra de Jesús es recibida con alegría en nuestro corazón, esto es obra del Espíritu Santo.
Recemos ahora juntos el Regina Coeli –por última vez este año- invocando la materna intercesión de la Virgen María. Ella nos de la gracia de ser fuertemente animados por el Espíritu Santo, para testimoniar a Cristo con franqueza evangélica y abrirnos siempre más a la plenitud de su amor.
Fuente: News.VA