Francisco nos invita a ser testigos del amor de Cristo
Este III Domingo de Pascua, en la Regina Coeli, el papa recordó la importancia que tiene ser verdaderos testigos del amor de Jesús, para la Iglesia y el mundo.
Remarcando el testimonio que da Pedro acerca de la Resurrección del Señor y las Palabras mismas de Cristo que ponen al descubierto la condición de los apóstoles, cuando dice, “Ustedes son testigos de todo esto.” (Lc 24,48), el obispo de Roma, nos recuerda cómo la alegría de la Resurrección fue el motor para que los amigos del Señor salieran a predicar para que la verdad de su mensaje llegara a todos mediante su testimonio.
Y no solo eso. Francisco, hablo de la gran tarea que los cristianos tenemos encomendada a partir de ese momento de alegría, en que cada uno se convierte y ya no puede ignorar tal gozo. Entonces el testigo relata, no en manera fría y distante sino como uno que se ha dejado poner en cuestión y desde aquel día ha cambiado vida. El testigo es uno que ha cambiado vida.
Testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz, esta es la invitación, y quizá la obligación que todos los bautizados tenemos en este tiempo pascual, que vale la pena cada día renovarla como un compromiso, como un pasito mas. Él puede ser testimoniado por quienes han hecho una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su constante conversión en la Penitencia, recuerda Francisco, al mismo tiempo que no le da lugar a pensar en una vida de poca entrega o a medias, pensando más bien en un cristiano donde su testimonio es mucho más creíble cuanto más transparenta un modo de vivir evangélico, alegre, valeroso, humilde, pacífico, misericordioso. Bien lo decía Francisco de Asís “predica el evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras”.
Al finalizar sus breves palabras, el Papa, le rogó a nuestra Madre María que nos concediera este don de su hijo, de poder serle testigos, mas allá de las fragilidades, de la gran alegría y misericordia que el Señor tiene en cada uno, gozo que no es estático sino que invita a salir al encuentro del otro.