Talentos con María Inmaculada…
Conforme vamos desarrollando nuestras vidas, nuestros dones y talentos van viendo la luz. Vamos reconociendo con mayor nitidez los talentos que Dios nos dio a medida que se despliegan a través de la personalidad, las capacidades y habilidades propias.
Además de la propia percepción, por supuesto, contamos con la ayuda de los demás que nos permiten descubrir nuestros talentos. Por medio del reconocimiento nos hacemos más capaces de ver lo que en nosotros habita –así como también sus correcciones no dejan que nos creamos superiores.
Haciéndonos cargo de estos dones, reconociendo su valor, nos hacemos también capaces de reconocer que estos regalos recibidos no son para nosotros sino para ofrecer a los demás. ¿Cómo contribuyen a hacer del mundo una realidad más fraterna? El primer paso es reconocer que estos regalos recibidos no son para nosotros sino para compartirlos.
El talento de decir “Sí”
De María Virgen poco sabemos por los textos sagrados. Ni su nacimiento ni su muerte están consignados, escasos pasajes la incluyen como protagonista y nada podemos decir de sus familiares o entorno infantil.
Sin embargo, toda la tradición eclesial fue supliendo esta carencia a través del reconocimiento piadoso de sus virtudes y talentos.
Virgen y Madre; asunta a los cielos; figura de la Iglesia; sede de la Sabiduría; reina sin pecado concebida… es el reflejo y reconocimiento de la comunidad creyente a quien hizo carne la Palabra en su propio cuerpo llenándose de Dios. Este ‘sí’ a Dios, pleno de gracia, es don y regalo.
Don en la invitación a recibir la Palabra y la invitación de construir el Reino. Regalo que, ofrecido, se entrega y comparte para alcanzar su sentido más pleno. Don gratuito, regalo agradecido que enterrado en nosotros tiene destino de fruto.
En el Evangelio encontramos otros dos ejemplos de esconder en la tierra: en la parábola de los Talentos, quien recibió un talento lo ocultó para desprenderse de él, para evitar asumir el peso de su valía. No germinó, mucho menos dio fruto alguno. Pero también leemos sobre un hombre que, hallando un tesoro enterrado, lo ocultó para vender sus bienes, adquirir el campo y así, adueñarse del tesoro.
Nuestros dones, por más ocultos o pequeños que parezcan, son un tesoro. No te quepa la menor duda. Y, como María, estamos llamados a hacernos cargo de ese don, llenos de alegría, para que germine en frutos de vida y verdad, de justicia, de amor y de paz.
¿Te preguntaste alguna vez cuál es tu principal talento? ¿Qué dones componen el tesoro escondido en ti? Para aceptarlo, sin reservas. Para agradecerlo, sin pudores. Para decir ‘SÍ’ al don de Dios. Son esos que te llenan de alegría como al hombre de la segunda parábola. Son los que te motivan a darlo todo, a ofrecerlo todo con tal de poder darlos a luz y hacerlos alumbrar. Como María Inmaculada Virgen Madre… que sólo dijo ‘Sí’. Nada menos.