Un Día Más
Caminar hacia casa, de noche. Paseando tranquilo por las calles que recorres en tu día a día y que parece que la madrugada ha vaciado para ti. Quizás tarareando alguna canción conocida o un clásico de los que no pasan de moda. Recordando el buen rato pasado con amigos, sin excesos ni frivolidades. Agradecido por una vida que funciona, que tiene mucho de muchos, que vive con seriedad la rutina, con muchos retos y con más sueños para los años que quedan por venir. Una noche memorable, como tantas otras, de pasarlo bien con los tuyos, que habla mucho de Dios y de grandes historias. Llegar a casa con una sonrisa en la boca y orgulloso por una juventud bien vivido.
Mientras sientes que el mundo duerme y tú estás más vivo que nunca, surgen miles de preguntas y muy diferentes que apuntan hacia una incertidumbre que quiebra la voz y el pensamiento. Y sabes que no estás borracho. Es una incertidumbre que tiene que ver con lo más profundo de ti mismo, con tu horizonte más vivo. Algo que trasciende esa nube de rostros y voces que tanto te gustan y donde te sientes tan cómodo. Te escuece la conciencia y surge un interrogante que te lleva a dudar si todo eso que vives te llena, si no hay algo más allá de tus sueños o si Dios no tiene otra vida preparada para ti. A preguntarte de dónde vienen las ganas de actuar y de cambiar la realidad, hacia dónde quieres encaminar tu vida: con quién, con quienes, para qué… Si esto que vives con plenitud ahora, ¿mañana qué?
Y una noche más al llegar a casa se mantiene la misma cuestión: ¿vives la vida que realmente quieres vivir? Quedan dos opciones. Una, esperar que el tiempo acabe con lo que parece una resaca de preguntas. Dos, enfrentarte a tu realidad, mirar más allá de esos buenos momentos y poner los medios para responder las preguntas que te haces siempre al volver a casa.
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