Reza un dicho popular: «La confianza lleva años construirse y puede quebrarse en un segundo». ¿Es verdad? ¿Puede un segundo derrumbar una relación de años?
Una manera de definir la confianza es decir que se trata de una «creencia» que tiene una persona o grupo, de sí mismo o de otros, de que se actuará de manera adecuada en una determinada situación. Hay quienes se refieren a la confianza diciendo que es una sensación de certeza o de seguridad. Otros, que la confianza no es una sensación, sino un acto; un acto de fe o de entrega. Ésta última se basa en que la raíz latina de la palabra «confianza» se deriva de «con» y «fidere», que significa «creer».
Para confiar en alguien o crecer en confianza hacen falta entrega, fe y capacidad de discernimiento. Las sensaciones, para que no nos engañen, necesitan discernirse con apertura de corazón y de mente para darnos cuenta si una relación prospera o no, y evitar vivir un «espejismo». El espejismo como todos sabemos es una ilusión óptica gracias a la refracción de la luz. Seguramente si tuvieras una gran necesidad de beber agua, y vieras a lo lejos un charco, te sentirías propenso a creer que existe un oasis. Pero si al acercarte al lugar verificaras que fue solo una «ilusión» te darías cuenta que ante las sensaciones debemos tomar una actitud más «deliberativa».
Ahora bien, ya sea que asumamos que la confianza es una sensación de certeza o un acto de fe, lo cierto es que para que una relación afectiva prospere y crezca debe existir sintonía con los principios y valores. Y también coherencia entre las sensaciones y las actitudes.
Es decir, confiar es creer y sentir que se actuará en una determinada situación conforme a los principios y valores.
Confianza no es “algo” que se tiene al comienzo de una relación. Lo que comúnmente se tiene es «ilusión». Ilusión, deseos o necesidad de ser amados, aceptados, protegidos, tenidos en cuenta, etc. Como cuando sentimos necesidad de beber agua y de refrescarnos bajo la sombra de un árbol frondoso y vemos a lo lejos un oasis con sus espléndidas palmeras.
La confianza se forja, se construye, se alcanza, se obtiene a medida que se experimenta seguridad permaneciendo en el vínculo con otra persona o grupo. Se crece en confianza cuando la manera de actuar es el reflejo de las propias convicciones. Cuando hay coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
En definitiva, la confianza surge en la medida en que disminuye la ilusión. La ilusión o los sueños son buenos cuando nos marcan el horizonte que nos motivan a dar pasos hacia adelante. No cuando disfrazan la realidad. La realidad afectiva y amorosa de muchas parejas dista mucho de ser un oasis o un paraíso, y mucho menos de ser relaciones fundadas en la confianza mutua. Más bien son soledades inundadas de espejismo que no terminan ofreciendo seguridad, amor ni contención.
Es muy importante que en una relación, ya sea amorosa o de amistad, incluso de trabajo, sepamos discernir entre las relaciones confiables y los vínculos ilusorios. En una relación amorosa, particularmente, se avanza cuando se deja atrás la ilusión para construir la confianza sobre el principio de la realidad.
La ilusión al igual que la utopía «sirve para caminar» como lo ha expresado Eduardo Galeno. Pero no para maquillar la realidad.
Una relación de pareja confiable es una tarea “artesanal”. Significa entrelazar principios y valores aceptados por ambos para tejer una trama relacional lo suficientemente firme como para lograr soportar la particular condición de estar vivos. Sin esto no se podrá hacer frente a los desafíos que significa vivir en un matrimonio. No podemos exigir a los demás que se comporten, piensen y sientan conforme a los propios principios y valores, pero sí estamos obligados a discernir qué tipo de relación es la que se quiere para hacer una vida juntos.
P. Javier Rojas, SJ.