La vida no es un camino recto

Reflexiones

Estoy segura de que alguna vez has escuchado la expresión del «sueño de Dios para cada uno». Honestamente, a mí siempre me ha costado un poco desgranar qué puede significar en mi vida, es decir, descubrir cuál es.

En el Evangelio se habla de personas que lo dejaron todo para seguir a Jesús. Y yo te pregunto: ¿Cuál es ese sueño por el que dejarías todo lo demás, todos los sucedáneos? ¿Cómo conocerlo? ¿Cuánto tiempo dedicas a descubrirlo? ¿El rato de la mañana, de la tarde, de la noche? ¿El rato que te sobra al final del día? Como ves, es una pregunta que entraña más preguntas.

A medida que he ido creciendo me he ido dando cuenta de que la respuesta siempre ha estado en mis anhelos y deseos más profundos. Y es que, la vida tiene diversas dimensiones que no son compartimentos estancos. A todas ellas las une una misma pregunta, que mueve a cada uno hacia delante. Esa pregunta cambia de persona a persona y reside en el fondo de nuestro ser. Algunos la conocen desde que son pequeños y otros tardan una vida entera en conocerla. Es una pregunta que es, al mismo tiempo, una invitación, un misterio que encierra más misterio y un salto al vacío. Ser valientes para descubrir cuál es esa pregunta y, a la vez, ir respondiéndola a lo largo de la vida es lo más temible y, a la vez, lo mejor que hay.

La mía empezó siendo «¿y tú, Señor, qué sueñas para mí?». Hoy ha cambiado, o más bien, he ido avanzando hacia la respuesta y han ido apareciendo otras que me rondan a día de hoy. Lo que no ha cambiado (ni deseo que cambie) es que es el Señor quien define mis deseos, mis dudas, mis miedos, mis búsquedas y todos mis cómos. Esa fue la respuesta a esa primera pregunta.

Un buen maestro no es el que te da todas las respuestas, sino el que te enseña a descubrirlas. Si no fuera así, nos perderíamos todo el camino: la incertidumbre y las dudas por supuesto, pero también, la esperanza, la confianza en que nos encontraremos y toda la alegría que conlleva saber que estás avanzando, igual no por un camino recto, pero sí por el tuyo. Cada giro, cada recoveco, me ha ido acercando más a Él.

Y yo, de nuevo, te pregunto: ¿De qué serviría que el camino fuera recto? ¿Qué aprenderíamos si no arriesgáramos, si no nos equivocáramos, si no empezásemos de nuevo?

Tengo claro que cometeré errores, me iré por el camino que no es y sólo me daré cuenta cuando no vea a Dios al final, aunque recorrerlo me haya llevado años. Si no le veo, no le siento, ahí no es. Al final, sólo espero haberle visto en cada giro del camino.

No se trata de hacer este camino a tontas y a locas. Se trata de ir diciendo síes pequeñitos en cada paso, sabiendo que, lo que creíamos que era una línea recta, era un renglón torcido que nos acabará llevando a lo que realmente deseábamos.

Ana Rueda Legorburo

Fuente: pastoralsj.org

Víctor Codina SJ: “Soñemos juntos”, un faro de luz en medio de la actual tormenta

«Soñemos juntos. El camino a un futuro mejor», es un gran libro, que nos desvela claves del pensamiento y del proyecto de reforma eclesial de Francisco y de sus temas centrales: ir a la periferia, discernir, dialogar, desborde, sinodalidad, pueblo, Espíritu. Es una auténtica bendición urbi et orbi, para la Iglesia y el mundo. Es un faro de luz en medio de la actual tormenta.

El Dr. Austen Ivereigh, escritor y periodista británico, autor de dos biografías del papa Francisco (El gran reformador, 2015 y Wounded Shepherd, 2019) aprovechó el confinamiento papal para una serie de entrevistas y conversaciones que ahora se publican como libro de Francisco: SOÑEMOS JUNTOS. EL CAMINO A UN FUTURO MEJORConversaciones con Austen IvereighBarcelona, diciembre 2020.

Prólogo

Francisco ve este momento como la hora de la verdad, un momento en que se sacuden nuestras categorías y estilos de vida, una crisis ante la cual la pregunta es si saldremos mejores, donde hay peligro de replegarnos para mantener nuestro statu quo. Pero, como dice Hölderlin, “Donde hay peligro, crece también lo que nos salva”, es el momento para soñar en grande, para comprometernos en lo pequeño, para crear algo nuevo, aceptar el desborde de la misericordia de Dios que se derrama rompiendo fronteras tradicionales. Atrevámonos a soñar juntos.

El libro se articula bajo tres momentos: ver, elegir, actuar.

Tiempo para ver

En el Ver, Francisco acude a la periferia, convencido de que el mundo se ve más claro desde la periferia, desde los lugares de pecado y exclusión, desde el sufrimiento, la enfermedad y la soledad, y todo ello no en abstracto sino en concreto, pasando del adjetivo al sustantivo: desde los pobres rohinyás en Bangladesh, desde los uigures y los yazidíes, desde los refugiados de Lesbos, desde los niños sin educación de África, desde los que mueren de hambre en Yemen, desde los descartados, desde los médicos y sanitarios, sacerdotes y religiosas que murieron por ayudar a los enfermos del coronavirus.

La crisis ha puesto al descubierto la cultura del descarte, quienes no tenían vivienda ni agua para pasar el distanciamiento social obligatorio, los que viven hacinados en las ciudades, en centros de retención de migrantes, en campos de refugiados, donde la gente puede pasar años, sin higiene, alimentación y vida digna.

Hemos de buscar maneras para que estos descartados se conviertan en actores de un futuro nuevo. Pero este cambio tiene grandes obstáculos: el virus de la indiferencia que es peor que la pandemia, que nos hace mirar hacia otro lado, como la expresión italiana “che me ne frega”, la expresión argentina ¿y a mi qué?, es decir, ¿qué me importa?

Dios no es indiferente, esta indiferencia bloquea al Espíritu que nos impulsa a un desborde para discernir lo que Dios quiere de nosotros, para descartar la cultura del abuso, sea sexual, económico, racial o clerical y fomentar una cultura del cuidado.

Hay que trabajar por un mundo sano. Francisco comenta cómo fue creciendo su conciencia ecológica: en su trabajo en el comité de redacción de la conferencia de Aparecida, 2007, se sentía molesto por la insistencia de los brasileños en el tema de la Amazonía; más tarde le ayudó el influjo del patriarca Bartolomé de Constantinopla en el tema ecológico; luego convocó a científicos y teólogos sobre ecología lo que culminó en su encíclica Laudato sí y finalmente convocó el Sínodo de la Amazonía en 2019.

Al grito de los pobres se une al grito de la tierra, hemos de superar el paradigma tecnocrático que nos hace abusar de la naturaleza en beneficio propio, como si fuésemos sus dueños, con un individualismo que provoca la desertificación de la tierra y el cambio climático, olvidando que la creación y la tierra es un don de Dios para todos, que hemos de cuidarla y protegerla: necesitamos una conversión hacia una ecología integral que es cuidar de la creación y de todos nosotros como criaturas de un Dios que nos ama.

La situación Covid de la pandemia y la cuarentena, en medio de su dificultad y dolor, nos puede ayudar a una reflexión sobre nuestra vida, sobre nuestro pasado y futuro, nuestros ídolos y nuestros momentos de crisis. Hay que pararse, parate, revisar nuestra vida, vivir la pandemia en un clima de paciencia y humor.

  • Francisco narra tres situaciones Covid de su propia vida:

-la Covid de su enfermedad del pulmón a los 21 años, cuando siendo seminarista de Buenos Aires, el 13 de agosto de 1957 le llevaron al hospital y le quitaron el lóbulo superior derecho de uno de sus pulmones; él creía que iba a morir, las enfermeras le cuidaron y salvaron; fue un tiempo de reflexión y allí maduró su decisión de entrar en la Compañía de Jesús.

– la Covid del destierro, en 1986, cuando fue a Alemania para una tesis doctoral sobre Guardini, que no acabó: se sentía como un sapo en un pozo. Iba de paseo cerca del aeropuerto de Frankfurt a ver volar aviones…

– la Covid de una transformación radical fue cuando de 1990 a 1992, después de haber sido Maestro de novicios, Provincial y Rector de los jesuitas, fue destinado a Córdoba. Se había instalado en ese modo de vivir, “me pasaron la boleta y tenían razón”. Fue un tiempo de purificación, oración y leyó la Historia de los Papas de Ludwig Pastor, que ahora le ha ayudado mucho.

En conclusión, para realizar esta conversión que nos brinda la Covid, para superar nuestra globalización de la indiferencia, la hiperinflación del individuo y aprender a contar con los demás, es necesario tomar decisiones, elegir.

Tiempo para elegir

El segundo paso, luego de haber visto la realidad, es discernir y elegir, pero para ello necesitamos, además de capacidad y reflexión, el tener un sólido conjunto de criterios que nos guíen para así poder leer los signos de los tiempos. Y en tiempos de prueba, como dicen los gauchos y los cowboys “no cambies el caballo en medio del río”, es decir hemos de ser fieles en lo que importa aun en tiempos de crisis: recuperar el valor de la vida, la naturaleza, la dignidad de la persona, el trabajo y los vínculos.

Hay que recuperar las bienaventuranzas que la Iglesia ha concretado y formulado en una serie de principios básicos: la opción por los pobres, el bien común, el destino universal de todos los bienes, la solidaridad y la subsidiaridad.

Estos principios los hemos de aplicar a la realidad en un ambiente de reflexión y oración, estar atentos al Espíritu y practicar el discernimiento de espíritus.

El Covid-19 ha acelerado un cambio de época que ya estaba en proceso, no podemos volver atrás, todo intento de restauración lleva a un callejón sin salida. Hemos de buscar la verdad, aun sabiendo que todo pensamiento es incompleto y está abierto a un desarrollo ulterior (Guardini). Hay que excluir tanto los moralismos que tienen recetas para todo, como el relativismo que duda de todo. Verdades que al principio nos parecen contradictorias, poco a poco se van abriendo a una verdad mayor (Newman). No poseemos la verdad, es la verdad la que nos posee y nos atrae desde la belleza y la bondad.

El discernimiento es tan antiguo como la Iglesia, el Espíritu es el que nos guía a la verdad (Juan 16,13) y nos muestra cosas nuevas a través de los signos de los tiempos: hemos de preguntarnos por lo que nos humaniza y nos deshumaniza.

Signo de los tiempos es evitar el aislamiento y exclusión de los ancianos, fomentar el encuentro entre ancianos y jóvenes, para soñar juntos (Joel 2,28); signo de los tiempos es proteger y regenerar la tierra, no considerar como objetivo el crecimiento económico a cualquier precio; signo de los tiempos es sentirnos parte de la creación, no sentirnos sus dueños, buscar una economía que atienda las necesidades de todos y respete la tierra; signo de los tiempos es el protagonismo de las mujeres, siempre fieles y abiertas a una nueva posibilidad, muy sensibles al medio ambiente y al cuidado de las personas y de la economía; otro signo de los tiempos es elegir la fraternidad por encima  del individualismo, la unión de ánimos, como aparece en Fratelli tutti.

En este proceso de discernimiento, Dios no se impone, sino que nos propone, nos anima por dentro, nos consuela, nos da esperanzas, no despierta ilusiones deslumbrantes ni falsos mesianismos, no nos quita el miedo del futuro ni la tristeza del pasado, no nos aísla del cuerpo eclesial, ni nos hace creer ser los únicos poseedores de la verdad, ni conduce al autoritarismo y rigidez que terminan en escándalos. La Iglesia débil y pecadora, es instrumento de la misericordia porque ella misma necesita misericordia, no la condenemos, cuidémosla como a nuestra madre.

Aquí Francisco aborda un tema importante que es cómo actuar en contexto de polarización, social, política o eclesial, una situación que conduce a la parálisis, a la ausencia de diálogo, a la división y al desacuerdo.

Siguiendo a Guardini entiende que contradicciones aparentes pueden resolverse a través del discernimiento. Muchas veces vemos como contradicciones lo que en realidad son solo contraposiciones que, aunque sean contrarias, interactúan en una tensión creativa superior. Ante las contradicciones hay que elegir entre lo correcto y lo incorrecto, en cambio ante las contraposiciones hay que buscar en diálogo una verdad superior que englobe lo positivo de ambas partes.

Francisco lo llama desborde y lo reconoce como don de Dios y acción del Espíritu, como aparece en las Escrituras: es el amor de Dios que se desborda para perdonarnos, es el padre que abraza al hijo pródigo, es la pesca sobreabundante después de una noche infructuosa, es Jesús lavando los pies a sus discípulos antes de morir.

Este desborde sucede sobre todo en las encrucijadas de la vida, en momentos de humildad, de fragilidad y apertura, cuando el océano del amor de Dios desborda las puertas de nuestra autosuficiencia y permite una nueva imaginación posible.

La preocupación de Francisco como Papa ha sido promover este desborde dentro de la Iglesia, renovando la antigua práctica de la sinodalidad, como un servicio a la humanidad trabada a menudo en desacuerdos paralizantes.

Sinodalidad, viene de “sínodo” que significa caminar juntos, es reconocer y valorar las diferencias en un plano superior donde cada parte pueda mantener lo mejor de sí misma, crear una sinfonía que articule las particularidades de cada uno. La Iglesia desde el comienzo se abrió a la sinodalidad, se abrió a cristianos no judíos sin imponerles las prácticas judías (Hechos 15,28), se enriqueció con las culturas de los pueblos donde se arraigó.

Este enfoque sinodal es muy necesario para nuestro mundo de hoy, poder caminar juntos sin aniquilar a nadie, construir un pueblo no con armas sino con la tensión de caminar juntos, reconciliar las diferencias.

La experiencia de la Iglesia en los tres últimos sínodos (de los jóvenes, de la familia y de la Amazonía) ha mostrado la importancia de la sinodalidad para superar conflictos. Para ello hay que escuchar al pueblo, que tiene la unción del Espíritu Santo y no puede equivocarse cuando cree, hay que aceptar que lo que afecta a todos ha de ser tratado por todos, no confundir la verdadera tradición eclesial con otras normas y prácticas eclesiales. Hay que escuchar al Espíritu, es necesaria una conversión de todos, sin imponer nuestras ideas a los demás, desenmascarar las agendas y las ideologías encubiertas, no caer en batallas políticas como en un parlamento, donde un grupo vence a otro.

Los MCS se han centrado en los dos últimos sínodos en puntos conflictivos secundarios, pero de gran impacto mediático (la comunión de los divorciados vueltos a casar, la ordenación de hombres casados), sin percibir la problemática general, sin captar los signos de los tiempos. Es necesario aprender de la antiquísima experiencia sinodal de la Iglesia:

– tener una escucha respetuosa mutua

-a veces la novedad será resolver las cuestiones polémicas por desborde, cambiando nuestra mirada y rigidez y buscar en lugares nuevos.

El tiempo pertenece al Señor, confiamos en él para descubrirlo mediante el discernimiento y así realizar el sueño de Dios para nosotros.

Tiempo para actuar

Este tiempo de acción nos permite recuperar el sentido de pertenencia a un pueblo. Francisco define el pueblo como una categoría mítica que implica una memoria histórica de costumbres, ritos y otros vínculos que trascienden lo transaccional o racional, en una búsqueda de dignidad y libertad, una historia de solidaridad y lucha. Pueblo no es lo mismo que un país, una nación o un estado; el pueblo es fruto de una síntesis, de un encuentro, un todo superior a las partes que se forjó en la lucha y la adversidad compartidas. El pueblo tiene alma, conciencia, personalidad, sentido de solidaridad, justicia y trabajo.

Hablar de pueblo es un antídoto a la tentación constante de crear élites, sean intelectuales, morales, religiosas, políticas, económicas o culturales. Pueblo es unidad en la diversidad, que no se siente determinada por la exclusión o diferenciación, sino por la síntesis de virtualidades, por el desborde.

Pero el pueblo puede disolverse en una mera masa o dividirse en bandos. Los tiempos de tribulación pueden ayudarnos a comenzar un nuevo tiempo de libertad.

La actual pandemia, aunque nos desinstala, permite recuperar nuestra memoria y nuestra esperanza. Que en los próximos años no nos digan que frente a la crisis de la Covid 19 no pudimos recuperar la memoria y recordar nuestras raíces. Si ante el reto de esta pandemia actuamos como un solo pueblo, la vida y la sociedad cambiarán en mejor.

La dignidad de un pueblo nace de la cercanía de Dios, de su amor que le da un horizonte de esperanza. Arquetipo de este pueblo es el pueblo de Israel; la Iglesia se define en el Vaticano II como pueblo de Dios, ungido por el Espíritu y encarnado en todos los pueblos y culturas de la tierra, un pueblo con muchos rostros. Ser cristiano es saberse parte del pueblo de Dios, una comunidad dentro de la comunidad más amplia de la humanidad. El punto central del cristianismo es el anuncio del kerigma, o buena noticia que Dios me amó y se entregó a la muerte por mí; todos debemos reconocernos como hermanos y miembros de la gran familia humana. La Iglesia camina como parte del pueblo, sirviéndolo.

Para salir mejores de esta crisis hemos de recuperar el saber que tenemos un destino común como pueblo, que nadie puede salvarse solo, existe entre nosotros el lazo de la solidaridad, que la mesa sea un lugar para todos, abrazar la realidad unidos por la reciprocidad, sobre cuya base podemos construir un futuro mejor, más humano.

Lamentablemente la visión predominante en la política occidental promueve y ensalza al individuo atomizado, la economía se centra en el lucro, debilita las instituciones capaces de proteger al pueblo. En cambio, las convicciones religiosas son fuente de bien, valoran las personas; los desacuerdos de naturaleza filosófica o teológica entre grupos seculares y gente de fe no son obstáculos para unirse y trabajar por metas compartidas, la dignidad humana, el empleo y la regeneración ecológica.

El Papa retoma temas de Fratelli tutti sobre la fraternidad humana, la idolatría del dinero y del mercado, la rehabilitación de la política, la necesidad de reformas estructurales, la inspiración en la parábola del buen samaritano para no pasar de largo ante los tirados al borde del camino. En el mundo post-Covid, solo una política enraizada en el pueblo, abierta a la organización del propio pueblo, podrá cambiar nuestro futuro. El corazón del cristianismo es el amor de Dios por todos los pueblos y nuestro amor al prójimo, especialmente por los necesitados.

Francisco insiste en ir a las periferias, allí donde nació la Iglesia, donde se encuentran tantos crucificados. De nuevo retoma las tres T, “tierra, techo y trabajo”. Garantizar que la dignidad humana sea valorada por mediaciones muy concretas, no es sólo un sueño, sino un camino para un futuro mejor.

Epílogo

Francisco propone dos actitudes de cara al futuro, descentrarse y trascender, abrir puertas y ventanas e ir más allá, no quedar atrincherados en nuestras formas de pensar y actuar, ser peregrinos, no volver a la “normalidad” de antes, ir al encuentro de los demás, mirar los rostros, los ojos, las manos y las necesidades de los que nos rodean y así descubrir nuestros rostros y manos llenas de posibilidades. Y actuar.

Víctor Codina sj

Fuente: vaticannews.va

Cristóbal Fones SJ y la música como lenguaje universal

La agencia internacional de noticias Rome Reports, publicó una entrevista realizada a Cristóbal Fones, jesuita chileno y músico. A continuación compartimos la nota:

“Lo que principalmente enriquece mi música son los rostros humanos y las historias que tocan mi corazón”, explica el padre Cristóbal Fones SJ.

La música es un lenguaje universal, capaz de comunicar las mismas emociones e ideas a personas de diferentes orígenes.

Para el sacerdote jesuita Cristóbal Fones, el canto ha sido una forma de transmitir la variedad cultural de su país natal y de todo el mundo.

“He podido ser testigo de muchas comunidades en distintos países y en varios rincones de Chile, comunidades rurales, comunidades urbanas, comunidades de jóvenes, de adultos mayores, de niños. En fin toda la diversidad que enriquece y refleja nuestra iglesia. Es decir, he visto toda la diversidad que enriquece y se refleja en nuestra Iglesia».

Con más de 700 conciertos de oración, 11 álbumes y un período de formación musical en el Berklee College of Music, el padre Cristóbal es un visionario en el mundo de la música. Sin embargo, su objetivo y motivación están lejos de obtener reconocimiento y fama.

«Lo que principalmente enriquece mi música son los rostros humanos y las historias que tocan mi corazón. Despiertan en mí el deseo de una respuesta más comprometida, más humana, más solidaria, más justa».

Explica que la música complementa su vocación primaria como sacerdote jesuita, y que la fe guía los temas que su música aborda.

“Quizá un momento muy importante en mi vida como ser humano y como sacerdote, fue el tiempo en que viví en una comunidad indígena en el sur de Chile, desde donde también surgió el deseo de componer una misa en lengua indígena pero sobre todo el deseo de conectar en lo profundo con nuestra esperanza y esta conciencia de un Dios que habita en el mundo completo”.

Además de esta misa indígena chilena, la primera de su tipo, entre sus obras está un álbum instrumental sobre el cuidado del medio ambiente, y un álbum de canciones compuestas por una comunidad de monjas carmelitas, basadas en los escritos de Santa Teresa de los Andes. Ahora espera completar un álbum de temas de jesuitas de todo el mundo, que espera esté listo a principios de 2021.

Con la universalidad de la Iglesia como inspiración, el padre Cristóbal continúa construyendo armonías capaces de llegar a personas en todas partes del mundo.

Podes ver el vídeo de la nota haciendo click aquí

Fuente: romereports.com

Desolaciones y tristezas

Reflexiones

En nuestra vida se suceden contentos y tristezas, gozos y añoranzas. Nos gusta sentirnos alegres, pero a veces nos invade la desgana, la apatía o la amargura.

¿Es esto la desolación espiritual? ¿Es lo mismo desolación que tristeza?

Existe una tristeza natural. La produce la pérdida de una relación, un fracaso inesperado, la frustración de una expectativa o algún daño recibido. La tristeza apaga el afecto, debilita el ánimo y ralentiza el ordinario discurrir del pensamiento. Nos deja planos y grises. Y a veces con un poso de amargura que se expresa en ironía o mal humor. Además, no raramente hacemos daño a los que más queremos. Ni nos aguantamos ni nos aguantan.

Pero estas tristezas naturales no son desolación espiritual.

La desolación espiritual siempre tiene una referencia a Dios y a sus cosas. Se siente como oscuridad ante la verdad divina, insensibilidad ante la Palabra, pereza para el bien, lejanía del Señor. Puede tener una fuerza inesperada, y tambalea las buenas intenciones que teníamos sólo un día antes. Si se prolonga un tiempo resulta una prueba espiritual particularmente dura; por ejemplo Ignacio de Loyola tuvo tentaciones de quitarse la vida, atormentado por sus escrúpulos.

Entonces, ¿todo es tristeza natural o desolación espiritual? No.

Pues también existen muchas tristezas ambivalentes y mezcladas. Por ejemplo, cuando un matrimonio tiene dificultades, aunque un día se quisieron de verdad. O cuando un creyente comprometido con los pobres no es aceptado por esos mismos pobres. O cuando un catequista no es escuchado. O cuando una joven consagrada por amor a Dios siente, al cabo de un tiempo, la frustración de su ilusión primera.

Estas situaciones son ambivalentes: pues no sólo parece que Dios está lejos, sino que nuestro ego se siente frustrado (aunque sea de modo latente). Y nuestro ego frustrado explica muchas desolaciones que llamamos espirituales.

Luis María García Domínguez SJ

Fuente: espiritualidadignaciana.org

Cardenal Czerny: «Sólo la cultura que acoge tiene un futuro»

«La nueva Encíclica del Papa Francisco, Fratelli tutti, se dirige directamente a las alegrías y esperanzas, las penas y las angustias de los migrantes, los refugiados y todas las personas desplazadas y marginadas. El corazón de la Encíclica es un llamado a una mayor hermandad y amistad social entre todos los pueblos y naciones». Esto es lo que escribe el cardenal Michael Czerny, subsecretario de la Sección de Migrantes del Dicasterio para el Servicio de Desarrollo Humano Integral, en el recién creado blog de la Comisión Católica Internacional de Migración (ICMC).

La reflexión del cardenal, titulada «Fratelli tutti  y la llaga de los desplazados», retoma los pasajes clave del documento, pidiendo «una fraternidad abierta, que permita reconocer, apreciar y amar a cada persona más allá de la proximidad física, más allá del lugar del mundo en el que nació o en el que vive».

Derecho a una vida digna

Según el cardenal Czerny, «toda persona tiene derecho a una vida digna y a un desarrollo integral en su país de origen».

«Esto pone en tela de juicio la responsabilidad de todo el mundo, ya que hay que ayudar a los estados más pobres a desarrollarse. La inversión que necesitan»,  y continúa, «no es sólo en el desarrollo económico sostenible, sino también y esencialmente en la lucha contra la pobreza, el hambre, las enfermedades, la degradación del medio ambiente y el cambio climático».

Acoger, proteger, promover e integrar

El Subsecretario de la Sección de Migrantes del Dicasterio para el Servicio de Desarrollo Humano Integral indica entonces la «respuesta moral» adecuada a todos los que se ven obligados a huir: «se puede resumir en cuatro verbos activos: acoger, proteger, promover e integrar». Pero hay numerosos obstáculos que surgen en el camino de los migrantes y refugiados. Obstáculos nacidos de «una mentalidad xenófoba que no es compatible con el cristianismo».

Muchas formas de abrir puertas

Siguiendo las directrices de la encíclica, el cardenal Michael Czerny señala varias formas de abrir las puertas a aquellos que han huido de las crisis humanitarias y se han convertido en nuestros nuevos vecinos. Esto incluye aumentar y simplificar la concesión de visados, adoptar programas de patrocinio privado y comunitario, abrir corredores humanitarios para los refugiados más vulnerables y ofrecer una vivienda adecuada y decente. También es crucial «garantizar la seguridad personal, el acceso a los servicios esenciales y la justicia, a la vez que se les ofrece libertad de movimiento, la oportunidad de trabajar; proteger a los menores y asegurar su acceso regular a la educación».

Esfuerzo común

Fratelli tutti -destaca el cardenal- afirma claramente que los estados individuales, actuando por su cuenta, no pueden adoptar soluciones adecuadas. «Se necesita un esfuerzo concertado a nivel mundial, como el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular, celebrado en 2018, porque las respuestas sólo pueden ser el resultado de un trabajo conjunto, que dé lugar a una legislación (gobernanza) mundial para la migración».

El regalo del encuentro entre culturas

Asimismo, señala en su reflexión que es el propio Papa Francisco quien define como «un regalo» el encuentro entre diferentes culturas, como el que surge de la migración.

«Un encuentro que puede llevar a un enriquecimiento mutuo, y como ejemplos concretos, el Papa menciona el enriquecimiento cultural provocado por la migración de latinos a los Estados Unidos y por la migración italiana a su país de origen, la Argentina».

Generosidad y gratuidad

«Pero tal reciprocidad de beneficios», resume Czerny, «no representa la totalidad de la realidad, y mucho menos la fundamental. Debemos esforzarnos por abrirnos a los demás con un espíritu de gratuidad y generosidad, que el Papa Francisco define como la capacidad de hacer algunas cosas por el mero hecho de ser buenas en sí mismas, sin esperar ningún resultado de ellas, sin esperar nada inmediatamente a cambio».

Una cultura que tiene un futuro

«Sólo una cultura que acoge a los demás libremente tiene un futuro», concluye el cardenal Czerny. «Este es nuestro futuro y debe ser compartido con los necesitados, incluyendo los migrantes y refugiados. Escuchemos el llamado del Papa Francisco por un mundo más justo, humano y fraterno, fundado en el amor y el enriquecimiento mutuo, en lugar de la sospecha y la fría indiferencia».

*Podes leer el texto completo haciendo click aquí.

Fuente: www.vaticannews.va

El P. General convocó la 71º Congregación de Procuradores

En una carta dirigida a todos los Superiores Mayores el 15 de enero de 2021, el P. Arturo Sosa anunció la celebración de esta importante reunión estatutaria de la Compañía universal. Se celebrará el 16 d Mayo de 2022 en Loyola y estará precedida por una semana de Ejercicios Espirituales que, según el deseo del Superior General, permitirá “atender más profundamente al Espíritu Santo, que está activo en nuestra Compañía.” Un anuncio con 16 meses de antelación, ¿no es demasiado pronto?

No, no lo es. Una Congregación de Procuradores reúne a los delegados de cada una de las unidades administrativas de la Compañía, Provincias y Regiones (a las que esta vez el P. General añade las dos “misiones” de Myanmar y Camboya). Los Procuradores deben ser elegidos en una Congregación Provincial (o Regional) y tienen el deber de visitar a los jesuitas y las obras de la Compañía para preparar un panorama de la situación de la Compañía en sus Provincias (Regiones) y responder a las preguntas que el General les proponga para ser discutidas durante la asamblea. Por lo tanto, una reunión de este tipo requiere una larga preparación.

Historia y propósito

Un poco de historia para situar esta instancia. La Congregación de Procuradores no estaba prevista en las Constituciones. Pero fue la 2ª Congregación General, en 1565, la que la creó. Sin entrar en detalles, podemos decir que desde los comienzos de la Compañía se sintió la necesidad de reuniones más frecuentes, a nivel universal, que las de las Congregaciones Generales que debían tener lugar especialmente cuando un General moría. Por lo tanto, se pensó que se podría celebrar una reunión de los “Procuradores” cada tres años. Más tarde se decidió que tendría lugar cada cuatro años y que se alternaría con otro organismo creado mucho más recientemente, la Congregación de Provinciales.

El primer papel de la Congregación de Procuradores es decidir si se debe convocar una Congregación General, después de haber informado al Padre General del “estado de la Compañía”. A partir de la 31ª CG (1965-66) se añadió otro propósito: tratar asuntos importantes a nivel de la Compañía universal. Esto amplió enormemente su papel. Una de las ventajas de esta reunión es que permite una representación de lo que se considera “la base” de la Compañía, ya que los Procuradores – que tienen que prepararse visitando su Provincia o Región – no son Provinciales ni Superiores Mayores. Ellos tienen la oportunidad de expresar sus opiniones al Padre General en varias ocasiones.

Anecdóticamente, observamos que varias de las Congregaciones de Procuradores han tenido que ser canceladas a lo largo de los siglos, una vez por la enfermedad del General, cuatro veces por epidemias, siete veces por guerras o tensiones sociales europeas. ¡La pandemia del COVID-19 no es la primera prueba que la Compañía ha experimentado a nivel universal!

¿Y en 2022, entonces?

En su carta de convocatoria, el Padre Sosa sitúa la próxima Congregación de Procuradores en el marco del Año Ignaciano con el lema: Ver nuevas todas las cosas en Cristo. Más precisamente, escribe: “la Congregación puede ser un momento en el que examinemos juntos las luces y las sombras de la Compañía, los desafíos particulares a los que nos enfrentamos y la acción del Espíritu Santo, que nos llama a una generosidad cada vez mayor al servicio de la Iglesia y de nuestro mundo. No cabe duda de que uno de los mayores retos a los que se enfrenta nuestro mundo es el Covid 19, cuyas consecuencias seguirán acompañándonos en el futuro previsible.”

En cuanto a las cuestiones que el Superior general pide tratar en las Congregaciones provinciales, y sobre las que los Procuradores deberán informar, indica, en primer lugar, el seguimiento que debe darse al amplio proyecto de las Preferencias Apostólicas Universales, prestando especial atención, según los deseos del Papa Francisco, a la primera, la de “mostrar el camino hacia Dios con la ayuda de los Ejercicios Espirituales y el discernimiento”. En segundo lugar, la pastoral juvenil ignaciana y el vínculo con la promoción de las vocaciones a la Compañía.

¡Muy bien, la mesa está puesta! Las Congregaciones Provinciales deben reunirse en el plazo de un año para elegir a su Procurador. Deben preparar su informe sobre el estado de la Compañía en su propio territorio y preparar las respuestas a las preguntas del Padre General antes de llegar a Loyola a principios de mayo de 2022. Se prevé la presencia de 87 participantes, entre ellos el Padre General y algunos de sus asistentes.

*Las fotos son de la última Congregación de Procuradores, en 2012, en Nairobi (Kenya).

Fuente: jesuits.global/es

Rutilio Grande, testigo de la fe expresada en el compromiso por la justicia

Rutilio Grande es el nombre de un jesuita muy conocido en América Latina, pero quizás no tan conocido en el resto del mundo. Sin embargo, es un testigo – un mártir – de la fe expresada en el compromiso por la justicia. El Padre Rutilio, un jesuita de El Salvador, había desarrollado una gran amistad con Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el Arzobispo de San Salvador que también fue asesinado por su compromiso con los pobres y la paz. De hecho, fue en buena parte gracias a esta amistad que Monseñor Romero pudo ver mejor las dimensiones sociales esenciales de la fe en un contexto de abuso de poder y violencia.

Durante su pasantía en el Servicio de Comunicaciones de la Curia General, el joven periodista Luca Pirola quedó impresionado por una sala de reuniones que puede llamarse “la Sala de los Santos de la Compañía”. Las paredes están cubiertas con retratos de personajes famosos de la historia de la Compañía, desde San Ignacio y San Francisco Javier hasta los santos jesuitas del siglo pasado.

El retrato del P. Rutilio Grande no está todavía allí, pero Luca Pirola, después de haber tenido la oportunidad de conocer su historia, se reunió con el Asistente del Padre General para América Latina Septentrional, el P. Jesús Zaglul, comúnmente conocido como el Padre Chumi. Quería hablar con él sobre este jesuita que fue asesinado en 1977 y cuyo proceso de beatificación está en marcha, con la aprobación del Papa Francisco.

En el siguiente video podes ver la entrevista:

 

Fuente: jesuits.global

Ser haciendo, hacer siendo

Reflexiones

Mi formación como jesuita ha sido particularmente larga y, durante estos años ha habido gente que me ha preguntado «¿cuántos años te quedan para ser jesuita?» o «¿hace falta estudiar tanto para hacer lo que hacen los curas?» Como si la vocación jesuítica solo fuera válida a partir del momento en el que nos ordenamos sacerdotes o empezamos a «hacer» cosas, cuando en realidad, uno se sabe y se siente jesuita desde su ingreso en la Compañía. Por otro lado, a lo largo de estos años tampoco han faltado los que me han preguntado por el porqué de mi vocación a la vida religiosa, cuando podría hacer prácticamente lo mismo siendo laico.

Todo esto nos lleva al eterno debate sobre el hacer y el ser. Es decir, a intentar delimitar si aquello que define a un religioso (u otra opción de vida) por aquello hace, y por tanto se ve, o por aquello que es, y por tanto no se ve y necesita de la palabra y de los signos para ser expresado. Personalmente, creo que centrarse únicamente en cualquiera de estos dos puntos es una trampa, puesto que, en mi opinión, es muy difícil hacer sin ser o ser sin hacer. En español tenemos un refrán que dice «el movimiento se demuestra andando». Y así, no hay más que pensar que, cuando los profesores explican a sus alumnos que el movimiento, normalmente se mueven por el aula.

Creo que con la vida religiosa pasa algo parecido, es decir, necesita del ser y del hacer para ser comprendida. Pero no es que las obras nos definan más que las palabras o viceversa, sino que los religiosos somos haciendo y hacemos siendo. Así, si estamos con los más pobres, es fruto de lo que somos. Si celebramos la eucaristía, es porque nuestro ser se entiende desde ella. Si trabajamos en una institución que no pertenece a la Iglesia, nuestra vida la lleva a ella. Y, al contrario, aquello que decimos o escribimos para explicar nuestra opción de vida, nuestra manera de vestir o de entendernos y ubicarnos en la sociedad, debería intentar expresar aquello que somos y hacemos.

En el fondo, no se trata de acentuar el «ser» o el «hacer», sino de hacer siendo o ser haciendo. Es decir, de hacer las cosas que hacemos porque somos religiosos y de entendernos a nosotros mismos, y dar a entender a los demás nuestra vocación desde aquello que hacemos. Si todo ello nos lleva a nosotros y a los demás al Dios de Jesús, será señal de que vamos por buen camino en lo que a la vocación se refiere.

Dani Cuesta, sj

Rafael Velasco SJ: «Populismo jesuita», un anacronismo

Un artículo del P. Rafael Velasco SJ, Superior Provincial de los Jesuitas en Argentina y Uruguay, para el Diario La Nación.

Un anacronismo es utilizar una categoría del presente para juzgar situaciones históricas del pasado. Se puede hacer, de hecho hay quienes lo hacen continuamente, pero no es riguroso intelectualmente, dado que se está valorando un período histórico que tenía sus propias categorías, su propio contexto y criterios valorativos con una categoría que es fruto de una evolución del pensamiento en otro contexto totalmente diferente. Este uso de los anacronismos puede llevar a malentendidos o a juicios inexactos, o claramente tendenciosos.

Estas valoraciones anacrónicas se dan, por ejemplo, en el abordaje que hacen determinados autores de las misiones jesuitas del Paraguay. Muchas teorías hay acerca de por qué los guaraníes lograron congeniar con los jesuitas. Algunas intentan comprender el espíritu de esa época y otras incurren en anacronismos. Una de estas teorías es que el modelo de pueblos propuesto por los jesuitas les resultaba conveniente porque los protegían contra la esclavitud. Se habla también de que el mito guaraní de «la tierra sin mal» coincidía con la promesa del cielo cristiana y una vida comunitaria más solidaria (que iba de acuerdo con el modo de vida guaraní). Nótese que las misiones no protegían de la «modernidad», sino de la esclavitud lisa y llana. Estas se organizaban en pueblos con el fin de tener una mejor posibilidad de evangelizar (objetivo principal de la labor de los jesuitas) y con la finalidad no menor de proteger a los aborígenes de la esclavitud, que estaba abiertamente permitida entre los portugueses, y de la «encomienda», que era la esclavitud encubierta de los españoles.

Es anacrónico, en cambio, aplicar términos como «populismo jesuita» a una época (siglos XVII y XVIII) en que la categoría populismo no existía. En las categorías de la época, lo que los jesuitas buscaban era anunciar el evangelio, y hacer crecer la Iglesia. Eso para algunos hoy puede ser discutible, desde otros criterios históricos y sociológicos, pero no parece honesto valorar el pasado desde nuestro particular modo de pensar. No había intención «populista», entre otras cosas porque el término populismo surge a fines del siglo XIX, en un contexto muy diferente. Aplicarlo retroactivamente y descontextualizadamente no parece apropiado, a menos que lo que se pretenda sea el viejo truco de abusar del pasado para pegarle a alguien en el presente (por ejemplo, a un papa jesuita).

Afirmar, además, que la Iglesia Católica, y los jesuitas en particular, identifica reino de Dios con un régimen político determinado (pasado o presente) es faltar a la verdad. El anuncio del reino de Dios, que no es patrimonio ni invento de los jesuitas, sino que surge del Evangelio y tiene raíces en corrientes del judaísmo, refiere a una realidad escatológica, meta histórica, que va gestándose, sí, en la historia, y que tiene que ver más con un estilo de vida en el que se comparte el pan, el perdón es moneda corriente, en el que los últimos son los primeros porque son los más necesitados. pero no se identifica con un partido o movimiento político determinado.

Decir, además, que de ese «populismo jesuita» vienen movimientos autoproclamados revolucionarios de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI y que los jesuitas son los ideólogos de esos movimientos es una afirmación bastante superficial y carente de fundamentos sólidos. Por muchas razones, entre ellas porque las corrientes teológicas más afines a los movimientos «revolucionarios» no han sido lideradas por los jesuitas como cuerpo orgánico, aunque hayan participado jesuitas. Los principales referentes han sido otros: por ejemplo, el fraile dominico Gustavo Gutiérrez (autor del libro Teología de la liberación, que da nombre al movimiento), Leonardo y Clodovis Boff, Frei Beto, Hugo Assmann. ninguno de ellos jesuita.

Pero vamos a ejemplos actuales: el rector de la universidad jesuita Simeón Cañas, de Managua, está siendo perseguido por el régimen de Daniel Ortega y su señora. La universidad está siendo estrangulada económica y socialmente por su crítica al régimen; en Venezuela, la posición crítica jesuita del régimen de Maduro es clara, y fue memorable la posición crítica del padre jesuita Luis Ugalde, rector de la Universidad Católica Andrés Bello, contra el presidente Chávez. Lo mismo ha sucedido y sucede con la posición crítica de la Compañía de Jesús respecto de determinados gobiernos latinoamericanos reputados como neoliberales.

En fin, el uso de los términos no es inocente, y lo más apropiado es tratar de comprender cada tiempo en su contexto. De ese modo se evitaría caer en «relatos» que son, como se sabe, una caricatura de la historia. Para evitar lo que en nuestro lunfardo se llama sanatear (término que proviene de sanata), habría que leer más de teología y tener cierto rigor que resista a la tentación facilista de usar la historia para castigar a los enemigos ideológicos.

Fuente: www.lanacion.com.ar

Ignacio y la pobreza III: «La auténtica pobreza necesita incesante discernimiento»

Tercer y último artículo del Secretario del Servicio de la Fe, James Hanvey SJ, sobre la pobreza religiosa, tema que el Consejo Ampliado del Padre General puso como prioridad durante el encuentro que tuvo lugar la semana pasada.

La auténtica pobreza necesita incesante discernimiento – Por James Hanvey, SJ

No hay duda que Ignacio y sus primeros compañeros, incluso antes de que decidieran fundar una orden religiosa, se habían comprometido a una pobreza evangélica personal al servicio de Cristo. Cuando se consagraron a Él y prometieron en Montmartre seguirlo en la misión, ya habían renunciado a todo excepto a las necesidades básicas de su viaje. Nunca perdieron el mencionado compromiso ni la convicción que la pobreza evangélica era condición necesaria para predicar el evangelio. Fue el sello distintivo de un testimonio auténtico y condición para la libertad en la misión.

Es interesante ver cómo se interpreta y aplica dicha condición de la misión cuando se encuentra con las exigencias de la fundación de nuevas obras apostólicas y colegios. No sólo necesitaban mendigar, lo que parecían aceptar con gusto, sino que tenían que pensar en la necesidad de sostener estos esfuerzos. Cómo expresar y vivir la pobreza como una gracia apostólica pasa a ser una realidad discernida. No tenían intención de comprometerse, pero se dieron cuenta que la pobreza tenía que ser vista en la perspectiva de la misión y sus exigencias. Aquí también está el riesgo. Siempre hay razones excelentes y válidas para buscar la seguridad material, no tanto para uno mismo como para nuestros ministerios. Por eso la pobreza debe ser vivida con un discernimiento vigilante. Para ser garantizada, debe convertirse en una disposición interior; un sesgo o “hábito” – “un modo de proceder”- que siempre será reconocido en sus efectos aunque los tiempos, el trabajo y las circunstancias puedan ser diferentes.

Del “Diario Espiritual” de Ignacio podemos vislumbrar cuán profunda es esta pregunta. Está en el corazón mismo de la nueva orden emergente: cómo proteger el voto de pobreza como fuente de vida y misión evangélica – tanto personal como comunitaria – y, sin embargo, preservarlo como una realidad discernida en tanto que servicio a la misión. Lo que Ignacio y la Compañía naciente hacen es establecer un único Norte, o punto cardinal fijo de práctica concreta y algunos principios centrales de discernimiento que deben ser siempre operativos para resistir a las componendas.

Tres principios clave

Las Constituciones (§553-54) establecen un primer principio: nadie alterará lo que pertenece a la pobreza en las Constituciones, excepto para hacerla más estricta. En cierto sentido, esto es una consecuencia del Principio y Fundamento de los Ejercicios porque es el signo distintivo de nuestra completa dependencia de Dios y nuestra necesidad de mirar a Dios en todo lo que somos y recibimos. Establece que la pobreza no es realmente negociable. Se da entonces una práctica concreta: no permitir a los jesuitas apostólicos o a las comunidades apostólicas ningún ingreso de activos fijos. Esto se aclara más tarde en la Congregación General 31 y se expresa en las normas jesuitas. (CN137)

El segundo principio se establece en las Constituciones §555-56 y dice que aunque las obras de la Compañía, o aquellas de las que tienen cuidado o responsabilidad, pueden tener algún capital fijo, la Compañía no debe tener ningún control sobre dicho capital. En otras palabras, la Compañía, no debe poseer ni el capital ni los intereses. De nuevo, esto expresa lo que yo considero los dos elementos centrales de nuestra pobreza evangélica, tanto espiritual como práctica. Primero, se trata de asegurar que la Compañía nunca esté dispensada de confiar en Dios, “que él hará que se provea todo lo que pueda ser conveniente para su mayor alabanza y gloria”. Segundo, que la Compañía permanezca libre de toda obligación financiera en lo que toca a la misión. El principio es claro: los bienhechores y las donaciones deben apoyar la misión, pero no condicionarla.

El tercer principio, que se encuentra en el §557, dice que los “profesos” y todos los que tienen votos perpetuos (§560) deben vivir de limosnas. No deben beneficiarse de ningún capital fijo de la casa o de las obras de las que forman parte.

Podemos ver que estos tres principios son fundamentales pero llanos. Son para evitar la acumulación de riqueza y las obligaciones que la acompañan, y para preservar la libertad e integridad de la Compañía con respecto a su misión.

Interpretación

A lo largo de los siglos estos tres “principios” y su traducción en la práctica concreta necesitaban ser aplicados e interpretados de acuerdo con las diferentes culturas y situaciones cambiantes: ¡en el siglo XVI no había ninguna comodidad como las transacciones bancarias en línea, las inversiones o las tarjetas de crédito! Pero creo que son notablemente claros; conservan la orientación fundamental de nuestro voto como una libertad interior y material para la misión. Este punto está bien ilustrado en las instrucciones a los jesuitas que reciben misiones especiales del Papa, “Además, el que ha sido designado por Su Santidad para ir a alguna región debe ofrecer su persona generosamente, sin pedir provisiones para el viaje o causar una petición para que se haga algo temporal”. (Cons. §609;610).

Estos “principios” nos ayudan a ver cómo, en lo que concierne al voto de pobreza de la Compañía – sobre todo cuando se entiende en términos de los otros dos – no se trata en primer lugar de un ascetismo impuesto, aunque esto forma parte sin duda de él, sino que está ordenado a la libertad de estar con Cristo resucitado en su misión – Cristo que lo recibe todo del Padre. Esta pobreza nos hace completamente dependientes de Dios; espiritualmente y materialmente, nos fundamenta en nuestro ser seres creados. Nos devuelve a la gran comunión de todas las cosas creadas, y reordena nuestra relación de interdependencia con ellas. En esta medida, ofrece una gracia redentora o restauradora y puede permitirnos convertirnos en ministros de esa gracia para otros, de hecho, toda la creación. De ahí que la pobreza de la Compañía deba estar marcada por una total generosidad y gratitud. Es realmente la libertad de ser enviado sin condiciones, puramente al servicio de Jesucristo, para abrazar el mundo con su amor costoso pero sin medida.

Fuente: jesuits.global/es