Semana Brocheriana: “Dios nos vuelve a dar la gracia de celebrar la semana con la gente del lugar, con los peregrinos y turistas”

El obispo de Cruz del Eje, monseñor Hugo Ricardo Araya, presidió el lunes 18 de enero la misa inaugural de la Semana Brocheriana 2021. La homilía estuvo a cargo del padre Ángel Rossi SJ, quien durante toda la semana predicó en las misas de las 11hs y de las 21hs.

Antes de finalizar la celebración inaugural, el obispo Araya recordó que la primera Semana Brocheriana fue celebrada en 1952, a los 75 años de la inauguración de la casa de ejercicios. “Dios nos vuelve a dar la gracia de celebrar la semana con la gente del lugar, con los peregrinos y turistas”.

“Brochero, que dio catequesis, ejercicios espirituales, celebró sacramentos, fue con el tiempo construyendo capillas, la casa de retiros, el colegio, acueductos…. Fue también promotor del turismo”.

“Conocía a gente pudiente de Córdoba capital, y hacía propaganda del agua de Mina Clavero, enviaba damajuanas con agua, quesos y dulces. Les favorecía en el viaje, era hospitalario. Alguna vez recibió a una sobrina de Juárez Celman que necesitaba del aire de las sierras”.

Además, “integraba a los turistas a la comunidad y también ellos colaboraban en los trabajos, y le preocupaba la justicia y el trabajo de sus paisanos. Daba recomendaciones para hacer posible la solidaridad con los pobres que tenían gallinas para ofrecer”.

Al santo, destacó el obispo, “le preocupaba que algunos tuvieran tanto y otros tan poco”. “Hospitalario, buscaba que la gente descanse, aproveche el rio, el paisaje, y ayude a los serranos a vivir de su trabajo”, recordó.

Las misas se celebran en el salón parroquial “Mi Purísima”, debido al protocolo de distanciamiento por la pandemia de Covid-19, en tanto que en el santuario del Cura Brochero se atienden confesiones, se imparten bendiciones y se realiza la atención a peregrinos.

El 26 de enero, aniversario de la pascua del Santo Cura Brochero, habrá siete misas a lo largo del día, la última presidida por monseñor Araya.

Fuente: aica.org

Ignacio y la pobreza II: «Nuestra pobreza implica un servicio real y el contacto con los pobres a todos los niveles»

Segundo artículo de la serie «Ignacio y la pobreza», escrito por James Hanvey SJ, luego del encuentro del Consejo Ampliado del Padre General, convocado para ahondar y reflexionar en torno al tema de la pobreza en sus distintas dimensiones.

¿La pobreza de los jesuitas tiene valor hoy en día? – Por James Hanvey, SJ

Desafiar al materialismo y a la reducción de la persona humana

Una de las formas más profundas y sutiles de pobreza en nuestra cultura es la reducción de la persona humana a un número puramente material. Una vez que tomamos ese camino, la persona rápidamente pasa a no tener más valor que el que se reconoce en términos de utilidad y generación de riqueza. Las personas se vuelven desechables y, por supuesto, impotentes. Por lo tanto, una de las acciones transformadoras más radicales es la atención a las dimensiones espirituales, intelectuales, psicológicas y materiales de una vida cualquiera que sea su estatuto o condición. Fácilmente podemos quedar ciegos al hecho de que los pobres y marginados también tienen necesidades espirituales. Cuando olvidamos esto podemos participar sin querer en los sutiles reduccionismos de la sociedad. Nuestra pobreza es un testimonio de la profundidad de la persona humana y de nuestro deseo de servir a la persona en su totalidad.

Amartya Sen tiene una visión luminosa cuando presenta a la pobreza no sólo como un estado económico, sino como la privación a las personas de la realización de sus capacidades, capacidades políticas, personales y sociales. La privación de la educación, especialmente la educación holística de la persona en su totalidad, es una de las mayores lacras de la pobreza. No sólo empobrece la humanidad de una persona, sino que la disminuye en términos de su irradiación social. De esta manera, toda la comunidad sufre. Por ello, me pregunto si esto no estaba implícito en la decisión de la Compañía de hacer de la misión de la educación su opción prioritaria universal.

No hay límites para el amor de Dios

Nuestra pobreza también muestra que no hay límites o barreras para el amor de Dios. Es un amor que no necesita pasaportes, visados o permisos especiales. La única prioridad es nuestro sufrimiento y necesidad. San Pablo nos recuerda que Cristo se hizo pobre para que nosotros nos pudiéramos hacer ricos. Esta es la lógica y el dinamismo de la pobreza jesuita, de hecho de toda pobreza religiosa: la voluntad de usar todos nuestros recursos humanos y espirituales para hacer ricos a los demás, especialmente a aquellos que la sociedad no sólo identifica como pobres sino que a través de opciones políticas y económicas los mantiene pobres. Así, esta pobreza que viene como el sello del seguimiento de Cristo nos pone al servicio de toda la humanidad, especialmente de ‘los pobres’ en cualquier forma en que la pobreza se manifieste.

El contacto con aquellos que son materialmente pobres

Nuestro servicio y nuestra pobreza implica un servicio real y el contacto con los pobres a todos los niveles. Es demasiado cómodo permitir que “los pobres” se conviertan en un concepto abstracto o una estadística. Aunque ellos sean necesarios para ayudarnos a comprender la cuestión a nivel de estrategias y sus resultados, nunca debemos perder de vista la cara, la persona con nombre y apellido. El compromiso personal y el contacto, por muy pequeño que sea, ayuda a guardar los pies en tierra. Cuando Cristo pronunciaba el Sermón de la Montaña, y los llamaba “benditos”, ellos estaban allí enfrente de él. Él los estaba mirando. De parecida manera, creo que nuestro voto de pobreza puede darnos un “corazón que tiene ojos” para ver lo que, con demasiada frecuencia, nuestras sociedades quieren ocultar o hacer invisible.

Desafiar la ideología de mercado

Nuestro voto de pobreza también puede ayudarnos a desenmascarar todas las ilusiones del mercado y las fantasías persuasivas de que la riqueza material o tal o tal producto pueden traernos felicidad y estatus, también conocido como poder. Buscando, primero, la gracia de la pobreza espiritual, uno se libera de la tiranía del éxito y del reconocimiento; de ser tenido por respetable. Lo único que realmente importa es Cristo y aprender a perder el miedo a ser considerado un tonto; hacerse un paria con los parias.

La práctica de la pobreza material es la libertad de distribuir y compartir. No tenemos que aferrarnos a las cosas por nuestra seguridad, pero podemos hacernos puentes por donde ellas pasen en beneficio de los demás. Y como, por providencia de Dios, la Compañía puede moverse a través de todos los niveles de la sociedad, podemos facilitar la distribución de los bienes de la creación: materiales, culturales, intelectuales y espirituales.

Hacer comunidad

Nuestra pobreza también construye una comunidad, ya que no sólo tenemos cosas en común, sino que también nos necesitamos unos a otros, especialmente los dones y habilidades que otros nos traen en nuestra pobreza. Puedes ver esto todo el tiempo en las comunidades religiosas y laicas donde se da esta generosidad de corazón. Es el fruto de una pobreza vivida y todos nos enriquecemos en amabilidad y en espíritu.

En tal “economía de la pobreza” también experimentamos lo que yo llamaría la “ley de la desproporción”. Es, de hecho, una ley de la gracia: experimentamos que las necesidades y demandas siempre superarán nuestros deseos y recursos. En otras palabras, viviendo de la “ley de la desproporcionalidad” – nunca llegar a hacer todo lo que querríamos hacer – experimentaremos el dolor y la frustración que la elección de la pobreza con Cristo también puede traer. Pero esto también es importante porque nos priva de atribuirnos la gloria, de pensar en nosotros mismos como la respuesta. Nos niega el poder de ser el “dador”, en control, y nos deja sólo como dependientes de Dios – siempre seremos los mendigos de Cristo.

Por supuesto, otra dimensión de la pobreza voluntaria se ha puesto más de relieve con la crisis ecológica. Imaginen una nueva economía y una nueva ecología si tuviéramos la libertad de romper con la interminable manipulación del deseo, esa frenética carrera del consumismo, y nos contentáramos con lo suficiente y lo sostenible. Esto no sólo transformaría nuestras relaciones económicas y ecológicas, sino que también reajustaría y reequilibraría nuestras relaciones sociales.

Pobreza y solidaridad

Además de reconocer nuestra dependencia de Dios, la pobreza elegida por el bien de Cristo y a su servicio también reconoce nuestra interdependencia. Esto también debe formar parte de nuestro modelo de encarnación. Gran parte de nuestras vidas se construyen sobre el deseo de adquirir y acumular para ser “libres” o “autónomos”. La independencia se convierte en un signo de fuerza y la dependencia en un signo de debilidad. Pero el don de la pobreza por el bien de Cristo contrarresta esto, y expone su idolatría e ilusión ocultas. Soy finito, soy creado y por mucho que lo intente no puedo escapar a esta realidad de base. Mi libertad reside en aceptar; aceptar mi ‘creaturidad’: el regalo de la vida que he recibido y reconocer la amorosa soberanía de Dios que también me ofrece el regalo de toda la creación. Me mantiene en la base de la gratitud porque me impide olvidar que no tengo nada que no haya recibido de la generosidad de Dios y de los demás. Con esta ‘solidaridad’ de todas las cosas creadas, también viene la responsabilidad de usar bien y no abusar, de apreciar y nutrir, de no lucrarse ni destrozar; de reconocer que mi necesidad no es una debilidad sino mi lugar en una comunidad de vida con la que tengo responsabilidades. Esto significa, también, compartir el sufrimiento así como la esperanza que conlleva dicha solidaridad.

Por supuesto, la última pobreza y solidaridad está en la muerte. Nos despoja de todo lo que tenemos excepto el bien que hemos hecho y el amor que hemos dado y recibido. Sólo en esta pobreza última puedo apreciar cuánto ha dependido toda mi vida de otros que compartieron sus riquezas conmigo.

Una obra en acción

Sería ingenuo pensar que estos frutos de la pobreza evangélica están fácilmente disponibles y que vivimos de su gracia sin esfuerzo. Es una lucha, porque sabemos lo fácil que es quedar atrapado en los engaños y los placeres del consumo. Las instituciones y las comunidades religiosas no son inmunes a esto también. Siempre existe la legítima necesidad de ser prudentes, de crear seguridades materiales y sociales. El voto en sí mismo puede incluso convertirse en una forma de ejercer el control de los demás. Puede haber jerarquías e injusticias subrepticias en comunidades condicionadas por los que tienen acceso a los recursos y los que no lo tienen. Debemos tener cuidado que las patologías no redimidas de nuestra naturaleza no se disfracen de virtud, especialmente cuando la pobreza se convierte en excusa para la tacañería, en una herramienta de control, en una reivindicación de superioridad moral o en una disculpa por la mala administración de los bienes que se nos confían. Así pues, el voto de pobreza requiere mucho compromiso y trabajo constantes; trabajo que es tanto interior como en nuestras prácticas individuales y comunitarias. Creo que ayuda si recordamos que todos los recursos que tenemos pertenecen a los pobres de Cristo y nos son confiados para su beneficio. Nuestro voto de pobreza nos hace libres sólo para ser más generosos al darnos los unos a los otros, especialmente a aquellos que están necesitados de tantas maneras.

Fuente: jesuits.global/es

Ignacio y la pobreza I: «Elegimos la pobreza porque queremos imitar a Cristo»

La semana pasada, el Consejo Ampliado del Padre General se ocupó del tema de la pobreza religiosa. A partir de lo trabajado, la Curia General en Roma publicó en su sitio oficial tres artículos sobre el tema “Ignacio y la pobreza”, escritos por el P. James Hanvey, Secretario del Servicio de la Fe, en la Curia Generalicia.

¿Por qué la pobreza? – Por James Hanvey, SJ

San Ignacio y los primeros compañeros concedieron un alto valor a la pobreza. Veo tres razones para ello: la imitación personal de Cristo, la libertad apostólica para la misión y como parte de una renovación evangélica de la Iglesia.

Imitación de Cristo

Elegimos la pobreza porque queremos imitar a Cristo, confiar en la providencia de Dios y liberarnos para servir al Evangelio. Con Ignacio, la vocación a la pobreza comienza con su conversión y continúa siendo una dinámica a lo largo de su vida. Por eso a menudo se refería a sí mismo como “el peregrino”, alguien que depende completamente de la generosidad de Dios y de los demás. Podemos apreciar el mismo modelo en todos los primeros compañeros después de su propia conversión a través de los Ejercicios. La médula de esta pobreza por el bien del Reino es la dependencia de Dios y la confianza que Dios proveerá en nuestras necesidades. De hecho, central al carisma de todos aquellos que reforman o fundan una orden religiosa o comunidad cristiana, es esa intuición central sobre la pobreza. Se resume en las palabras del teólogo protestante, Karl Barth: “…no conocemos realmente a Jesús (el Jesús del Nuevo Testamento) si no lo reconocemos en este pobre hombre, en este (permítanme la palabra controvertida) partidario de los pobres y, en fin de cuentas, en este revolucionario”. (Karl Barth)

Libertad para la Misión

Ignacio y sus compañeros tomaron el Evangelio y, especialmente, el consejo de Cristo de ir sin bolsa y sin par de zapatos de repuesto de una manera directa y casi literal. En su corazón está la exigencia del Reino y una profunda fe que Dios proveerá. A menudo eso será a través de la generosidad de aquellos que responden a la presencia del Reino y quieren apoyarlo: los bienhechores que son en sí mismos un sacramento de la atención providencial de Dios.

En los Ejercicios, Ignacio distingue dos aspectos de la pobreza: una pobreza espiritual y una pobreza material. Opino que es fácil olvidar la primera, cuando es de hecho el fundamento que hace fructífera la segunda. Esa pobreza ‘espiritual’ es una creciente humildad ante Dios y los demás. Pasa de un mundo ‘centrado en mí’ a un mundo centrado en Dios; un mundo en el que el servicio a los demás es prioritario. En ese sentido, la ‘pobreza espiritual’ es la capacidad de amar con una libertad radical y subversiva. La humildad no se ve atrapada en la tela de araña de falsos valores que sólo conocen el poder, la posición social y el prestigio. Es una liberación de la avaricia y la envidia de nuestro mundo. Si somos libremente pobres por Cristo, ¿cómo puede nuestra sociedad pretender un dominio sobre nosotros en términos de valor espiritual o social y riqueza material? La seguridad de la pobreza es diametralmente distinta a todo lo que el sistema social y económico puede ofrecernos.

La pobreza como renovación y reforma

Así, si la pobreza es a la vez imitación de Cristo y libertad al servicio del Reino, también es un testimonio que puede inspirar renovación y reforma. Es difícil para nosotros hoy en día comprender cuán poderosa era la Iglesia, económica y socialmente, en los tiempos de San Ignacio. De hecho, hubo muchos llamamientos a una reforma que provenían tanto de la Iglesia como de los reformadores protestantes. La Compañía primitiva ciertamente se vio a sí misma como parte del movimiento de renovación interna, así como también parte de la defensa de la Iglesia frente a una oposición política y teológica. El compromiso a favor de la pobreza considerada ‘la muralla inquebrantable’ es ciertamente parte de ello. Los primeros jesuitas querían permanecer tan libres como fuera posible de la acumulación de riqueza y propiedad, de ahí las prohibiciones contra ello en las Constituciones de la Compañía. De esa manera, buscaban no sólo preservar la libertad de la Compañía para su misión apostólica sino también querían asegurar su integridad evangélica y reformadora. Esto puede también ser un regalo para la Iglesia de hoy.

Entrelazados

Reflexiones

Uno de los principios de la Mecánica Cuántica es el entrelazamiento. Este viene a decir que «los objetos cuánticos pueden afectarse mutuamente de manera instantánea a través de distancias enormes». Esto significa que, si yo altero alguna característica de un electrón aquí, automáticamente otro electrón situado a una distancia considerable se verá afectado por esta alteración, alterándose (valga la redundancia) a sí mismo. Algo así como eso que llamamos «efecto mariposa».

Nos puede parecer más ciencia-ficción que otra cosa, pero ciertamente es así y está demostrado científicamente. De todas maneras, no creo que resulte difícil de creer, pues a otros niveles no científicos eso ocurre. ¿O acaso no has notado que, si tú cambias tu percepción de las cosas a una postura más amable, todo a tu alrededor se torna más bonito, más esperanzador? ¿No notas que, cuando piensas en positivo, lo positivo te rodea? Y también, al contrario: si uno va con el nubarrón del mal rollo encima (como en los dibujos animados), realmente todo lo que percibe, vive y procesa en su interior va en consonancia con el dolor o el enfado que lleva a cuestas.

Para mí esto del entrelazamiento tiene mucho que ver con el poder de la oración. Rezar no es solo hablar con Quien sabemos que está ahí, esperándonos y escuchándonos (¡y eso ya es mucho!). Rezar también es un acto de parar y hacer silencio, ahondar en uno mismo y en el misterio de la vida, sabiéndonos acompañado y guiados por Aquel que nos ha tendido la mano para ello. Rezar es una manera de extender nuestras raíces a todo aquello que acontece a nuestro alrededor, sentir el mundo, hacernos conscientes de ello y confrontarlo con nosotros mismos. Cuando uno reza, siente una expansión de la mente y el corazón, abriéndose a un misterio que está presente pero que requiere de nuestra disposición, silencio y apertura para percibirlo. Es entonces cuando ocurre la conexión: nos sentimos parte activa y viva de un todo mucho más grande que nosotros, del que tenemos la responsabilidad de cuidar.

Creo firmemente que quien reza, no reza solo para sí. Algo ocurre en sí mismo que trasciende, que altera para bien el entorno de una manera sutil pero efectiva, en el silencio de la rutina y el ronroneo de las horas al pasar. No se trata de algo espectacular, tipo apertura del Mar Rojo (como muchos esperamos que ocurra cuando rezamos o, mejor dicho, cuando pedimos en la oración). Es algo más progresivo, más sereno, más suave, porque ocurre gracias a la confianza en Dios, que sabe qué hacer con lo que le hablamos y pensamos junto a Él, sin dejar de contar con nuestra colaboración y nuestra humanidad.

Recuerdo unas palabras de Fernando Savater acerca del placer de la lectura que terminaban diciendo: «Salir de la angustia leyendo, volver a ella por la misma puerta. En cosas así consiste la perdición de la lectura. Quien la probó, lo sabe». Aplíquese esto también a la oración.

Almudena Colorado

Fuente: pastoralsj.org

¿Qué pueden enseñarnos los Santos Jesuitas de hoy?

“Los santos están vivos” es una nueva serie de la Curia General de los jesuitas en Roma, que en su primer capítulo presenta a Pedro Claver SJ. 

Los santos han estado presentes en todos los tiempos. Se trata de personas que sirven como ejemplos que pueden ayudar a toda la comunidad cristiana.

“La gente hoy en día necesita ejemplos – necesitamos estímulo en nuestras vidas”, según el P. Pascual Cebollada, Postulador General de la Compañía de Jesús. “La vida nos presenta muchos retos. Por eso nos ayuda echar la vista atrás a los santos que nos han animado; por ejemplo, San Francisco Javier, un misionero del siglo XVI que inspiró a tantos jóvenes a unirse a la Compañía de Jesús, o San Luis Gonzaga, el joven jesuita que murió apestado mientras se acercaba desinteresadamente a las víctimas contagiadas. Estas son personas que pueden ayudarnos como modelos de generosidad, personas que han vivido bien, mujeres y hombres de fe, esperanza y amor.”

El realizador y presentador de la serie es Luca Pirola, de la Oficina de Comunicaciones de la Curia Jesuita, afirma: “Este ha sido un proyecto increíble en el que trabajar. Empezó por casualidad, porque me fascinó una de las salas de la Curia, que tiene imágenes de muchos santos jesuitas. Sé que en mi propia vida me he beneficiado de tener personas que fueron ejemplos de cómo vivir bien. Todos estamos de viaje y cada uno de nosotros necesita ayuda en el camino.”

  • La serie se fija en los santos y traza paralelos con la vida moderna. Presentará a:

– San Pedro Claver, que trabajó en Cartagena, Colombia, con esclavos negros, y puede decir mucho sobre el hecho de que “las vidas negras importan”.
El Venerable Rutilio Grande, que trabajó por los derechos humanos en El Salvador, puede decir mucho sobre la búsqueda de la democracia hoy en día.
San Luis Gonzaga, que ayudó a las víctimas de la peste en Roma, tiene algo que decirnos en una época de Covid19 y de pandemia.
– San Francisco Javier, misionero en la Asia, puede ayudarnos a entender este mundo cada vez más globalizado.
– San Alberto Hurtado, que apoyó con energía a la gente pobre de Chile, puede ayudarnos a entender cómo afrontar esta crisis económica y social.

La Curia General de los jesuitas proyecta publicar uno de estos cada dos semanas durante el próximo período de tiempo.

 

Fuente: jesuits.global/es

Nuestra justicia limitada

Reflexiones

Hace unos domingos, al escuchar el Evangelio de los «jornaleros de la hora undécima» (Mt, 20), volví a disfrutar de las cientos de lecturas que uno puede hacer sobre ella. Dado lo impreciso de cada personaje, sabemos apenas nada de ellos, cada uno de nosotros podemos imaginar su contexto y darle una explicación a la benevolencia del dueño de la vid, buscando algo que nos justifique en nuestros comportamiento de «justicia limitada». Aunque al final debemos reconocer que la justicia y la bondad de Dios no son las nuestras.
En un siglo XXI, donde muchos cristianos elevan la queja cotidiana de la secularización de la sociedad occidental, sobre todo la europea, lecturas como estas demuestran que si bien el cristianismo no es «religión oficial», ni falta que hace, muchos de los valores que el Evangelio ha inculcado por siglos en nuestra sociedad siguen vigentes en muchas de las políticas públicas. ¿No es ese concepto de equidad de nuestro estado del bienestar sino una aproximación al Dios de una bondad y justicia contraculturales descrito en Mateo 20?

Esta semana una vecina, al saber que en un piso de acogida a personas en situación de vulnerabilidad social tenían una trabajadora contratada para preparar la comida y limpiar la vivienda, me decía: «¡Y encima les dan todo hecho!». Me recordó a ese repetido cuento que circula en redes sociales de que «los inmigrantes» (sustituido a veces por «los gitanos») se quedan con todas las subvenciones y consumen los recursos del estado del bienestar que otros (casualmente los de los nuestros) generan con sus impuestos. Más allá de la falsedad de tal afirmación (hay estudios económicos que lo desmienten), lo que esta actitud xenófoba denota es que el mensaje del Dios de bondad y justicia descrito en Mateo 20 no ha calado en muchos de los que nos consideramos cristianos.

Las personas desfavorecidas, las que están en riego social o sufren exclusión, las que han cruzado las fronteras de su país en busca de un hogar o simplemente de vida, incluso quienes han perdido un empleo asalariado, o un trabajo como autónomo, son sin duda esas personas de la hora sexta o undécima, que puede que no estuvieran a la mañana temprano disponibles (quién sabe las causas, ajenas o propias a su voluntad) pero que buscan en la calle un mano que les ayude a vivir más dignamente.

Si queremos que nuestra sociedad sea más evangélica, gobierne quien gobierne, deberíamos valorar en su justa medida aquellas decisiones políticas que nos recuerden que la justicia y la bondad no deben basarse en criterios cuantitativos, sino dar a cada uno lo imprescindible para vivir, haya aportado a la sociedad desde el amanecer, al medio día o al caer la tarde. Nunca sabremos por qué el amo los contrató antes o después, pero lo evangélico siempre será darles los suficiente para salir adelante. La propia Agenda 2030 de las Naciones Unidas se impregna de esos valores cuando parte de la premisa de «No dejar a nadie atrás», sean quienes sean y vengan de donde vengan.

Frente a nuestra justicia limitada por ese «no se lo merece» o «es lo que le corresponde» cabe la de un Dios de bondad que se revela y dice: «Toma lo tuyo y vete, yo quiero pagar a este lo mismo que a ti». Por eso me atrevería a responder a mi vecina: «¡Qué bueno que se lo den todo hecho, yo de momento no lo necesito!». Que la generosidad no provoque más envidias.

Ignacio Sánchez Monroy

Fuente: pastoralsj.org

Jornada Mundial del Enfermo: «Dar al que sufre el bálsamo de la cercanía»

En el marco de la 29° Jornada Mundial del Enfermo que se celebrará el próximo 11 de febrero, el Papa Francisco ha publicado un mensaje en el que recuerda la importancia de apoyar a quienes sufren una enfermedad «con el bálsamo de la cercanía», respetando su dignidad como Hijos de Dios y evitando caer en el «mal de la hipocresía».

En su escrito, afirma que esta Jornada «es un momento propicio para brindar una atención especial a las personas enfermas y a quienes cuidan de ellas, ya sea en los lugares destinados a su asistencia como en el seno de las familias y las comunidades» y dedica un pensamiento especial a «quienes sufren en todo el mundo los efectos de la pandemia del coronavirus», particularmente «a los más pobres y marginados».

Nadie es inmune al mal de la hipocresía

«La crítica que Jesús dirige a quienes «dicen, pero no hacen» es beneficiosa, siempre y para todos, porque nadie es inmune al mal de la hipocresía», explica Francisco subrayando que se trata de un mal muy grave que nos impide vivir la fraternidad universal a la que estamos llamados como Hijos de Dios.

En este sentido, el Pontífice puntualiza que ante la condición de necesidad de un hermano o una hermana, Jesús nos muestra un modelo de comportamiento totalmente opuesto a la hipocresía: «Propone detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio».

Por otra parte, el Papa hace hincapié en que la experiencia de la enfermedad «hace que sintamos nuestra propia vulnerabilidad» y, al mismo tiempo, la necesidad innata del otro: «Nuestra condición de criaturas se vuelve aún más nítida y experimentamos de modo evidente nuestra dependencia de Dios».

La enfermedad siempre tiene un rostro

Asimismo, en su mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2021 marcada por la pandemia, el Santo Padre recuerda que la enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de uno: «Tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también de quienes se sienten ignorados, excluidos, víctimas de injusticias sociales que niegan sus derechos fundamentales (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 22)».

Francisco expresa que, por un lado, la pandemia actual ha sacado a la luz numerosas insuficiencias de los sistemas sanitarios y carencias en la atención de las personas enfermas: «Los ancianos, los más débiles y vulnerables no siempre tienen garantizado el acceso a los tratamientos, y no siempre es de manera equitativa».

La pandemia desata crisis y también generosidad

Y por otro, esta crisis sanitaria «ha puesto también de relieve la entrega y la generosidad de agentes sanitarios, voluntarios, trabajadores y trabajadoras, sacerdotes, religiosos y religiosas que, con profesionalidad, abnegación, sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado, cuidado, consolado y servido a tantos enfermos y a sus familiares»: «Una multitud silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar esos rostros, haciéndose cargo de las heridas de los pacientes, que sentían prójimos por el hecho de pertenecer a la misma familia humana», escribe el Papa.

El bálsamo de la cercanía

Y en este punto, el Pontífice destaca que la cercanía humana, «es un bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad».

En este contexto, Francisco recuerda la importancia de la solidaridad fraterna, que se expresa de modo concreto en el servicio y que puede asumir formas muy diferentes, todas orientadas a sostener al prójimo: «Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo».

En este compromiso -continúa el Papa- cada uno es capaz de «dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles y buscar la promoción del hermano».

La importancia de la buena terapia y la relación de confianza

Otro de los aspectos que profundiza el Santo Padre en su mensaje es la importancia de que haya una buena terapia para el paciente enfermo. El Papa afirma que es decisivo el aspecto relacional, «mediante el que se puede adoptar un enfoque holístico hacia la persona enferma».

Francisco finaliza su mensaje enfatizando que el mandamiento del amor, que Jesús dejó a sus discípulos, también encuentra una realización concreta en la relación con los enfermos: «Una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros frágiles y que más sufren, y sabe hacerlo con eficiencia animada por el amor fraterno. Caminemos hacia esta meta, procurando que nadie se quede solo, que nadie se sienta excluido ni abandonado», exhorta Francisco y concluye encomendando a «María, Madre de misericordia y Salud de los enfermos», a todas las «personas enfermas, los agentes sanitarios y quienes se prodigan al lado de los que sufren».

Podes leer el mensaje completo haciendo click aquí

Fuente: vaticannews.va

Monocultivo espiritual

Reflexiones

Aunque el monocultivo, la concentración de tierras y la agricultura industrial han hecho posible que millones de personas coman cada día, presentan también graves inconvenientes señalados por los propios expertos en agronomía. Por un lado, el monocultivo reduce la diversidad biológica y conduce inevitablemente a un empobrecimiento del suelo que debe ser compensando con abonos. El ejemplo contemporáneo más dramático de esta problemática es la sustitución de bosques primarios tropicales –los más ricos en especies del planeta– por plantaciones de palma de aceite, campos de soja o pastos para la ganadería extensiva.

Se podría hablar también de un empobrecimiento estético, al transformarse el paisaje en un inmenso y monótono «mundo unidimensional». La diversidad de matices, sonidos, olores y colores desaparece engullida por la homogeneidad de la única especie cultivada. Al contemplar estas enormes extensiones «antropizadas», homogeneizadas, intensificadas y empobrecidas biológicamente, podemos preguntarnos: ¿no refleja este modo de producir alimentos algo sobre el funcionamiento de nuestra sociedad?, ¿no se simplifica también nuestro paisaje interior cuando reducimos en exceso la diversidad de nuestras fuentes y cultivos interiores?, ¿y no nos empobrecemos acaso cuando optamos por un único punto de vista político, cultural o espiritual?

En la Biblia se intuyen ya los riesgos del monocultivo y la concentración parcelaria que lleva asociada esta práctica agrícola: «¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio, y vivir ellos solos en medio del país!», advierte el profeta Isaías. Frente a esta tendencia, los profetas proponen el reparto, la rotación de cultivos y el barbecho como alternativas. Proponen una visión alternativa, más rica, más diversa, más justa, alejada de los grandes latifundios. El Sabbath y el Jubileo representan la liberación de la cultura del trabajo esclavo de Egipto. La intensificación que caracteriza el monocultivo y la concentración de tierras busca racionalizar la productividad, reducir los costes y maximizar el beneficio. Pero choca con la visión bíblica del trabajo artesano y el reparto equitativo de la tierra.

En la espiritualidad hay un riesgo parecido de homogeneización y empobrecimiento de la experiencia religiosa, el monocultivo espiritual. Echar raíces en una sola tradición casi siempre empobrece el suelo de la experiencia, simplifica el paisaje interior y reduce la diversidad de encuentros con el Misterio. En el peor de los casos, nos puede llevar a la miopía, la cerrazón y el extremismo religioso.

De ahí que una cierta rotación espiritual –la exploración de diversas tradiciones y prácticas de oración y meditación– resulte tan enriquecedora. Igual que, al cruzar distintas variedades de una especie, la biología habla del «vigor híbrido»”, también en la experiencia espiritual cristiana la fecundación entre diversas escuelas o tradiciones –carmelita, franciscana, teresiana, ignaciana, etc.– conduce habitualmente a un fortalecimiento de la fe y la devoción.

De igual modo, un cierto barbecho espiritual puede resultar beneficioso. Si dejamos durante un tiempo una devoción particular con el fin de cultivar otros modos de orar, no solo nos abriremos a la riqueza de la encarnación de la Palabra; también, al regresar a nuestra tradición espiritual original, descubrimos matices nuevos.

Deberíamos escuchar tanto a los antiguos profetas de Israel como a los modernos agrónomos para no caer en la tentación del monocultivo.

Jaime Tatay, sj

Fe y Alegría: una visita al futuro

 Una publicación de Jorge Cela SJ para el anuario «Jesuitas – La Compañía de Jesús en el mundo – 2020».

Fe y Alegría es parte del sueño de «nueva sociedad», «nuevos cielos y nueva tierra», que motiva el apostolado social y educativo de la Compañía de Jesús. Por eso el P. Arturo Sosa, SJ, les decía a los delegados congregados en el Congreso de Madrid 2018: «Con ustedes la Compañía quiere visitar el futuro».

Cuando entré a trabajar en Fe y Alegría en 2003 aprendí que nuestro objetivo no era que nuestros estudiantes tuvieran los mejores resultados académicos, sino que la educación del país mejorara. Porque para su fundador, el P. José María Vélaz, SJ, la justicia social comienza por la justicia educativa. En nuestra sociedad del conocimiento, una persona sin educación es candidato seguro a la pobreza, la discriminación y la manipulación. Por eso, decía el fundador, «no podemos dar una pobre educación a los pobres». El padre Arrupe, como superior general de la Compañía de Jesús y antiguo compañero de noviciado, escribía al P. Vélaz: «Le invito a seguir con ese espíritu de innovación cualitativa al servicio del crecimiento de los pobres como sujetos de su propio destino, hijos de Dios, constructores de una sociedad justa y fraterna».

Al comenzar Fe y Alegría en Caracas en 1955, la cuarta parte de la población venezolana era analfabeta. Hoy en América Latina solo Haití tiene analfabetismo por encima del 10 %. El continente ha ganado la batalla de la cobertura escolar, pero no la de la calidad educativa. Desde su origen Fe y Alegría se empeña no solo en llegar con la educación «donde no llega el asfalto», sino en garantizar que los pobres reciben una educación de calidad que les permita saltar la brecha de la injusticia social.

 Sabemos que los pobres son muchos. En 1960 en América Latina más de la mitad de la población era pobre (51 %). En 2016 lo era todavía casi la tercera parte: 30,7 %. Solo una respuesta masiva puede enfrentar el reto de la educación de los pobres. Es necesario ganar como aliados al Estado, a la sociedad civil, y a toda la población. Por eso Fe y Alegría nace como un movimiento social que convoca a toda la población, incluidos los mismos pobres, para vencer la pobreza con educación.

Y va logrando comprometer a los Estados con esta forma de educación pública no estatal; a más de 100 congregaciones religiosas que colaboran en el proyecto; al empresariado, y a los mismos sectores populares, que asumen su responsabilidad ciudadana con la educación. Se rompe así la falsa dicotomía entre educación pública estatal y educación privada lucrativa.

Pero ¿es verdad que se logra calidad educativa en contextos de pobreza aguda? Hoy se afirma que la dificultad mayor para el aprendizaje es la pobreza. Las escuelas de Fe y Alegría están todas en contextos de pobreza, e incluso pobreza extrema. Los estudiantes de Fe y Alegría tienen este elemento en su contra y, a pesar de ello, logran mejores rendimientos.

Una prueba es el nivel de repitencia y deserción escolar. Fe y Alegría logra niveles de deserción por debajo del 5 %. En contraste, cinco países de América Latina tienen los niveles de deserción por encima del 25 %. Igual sucede con la repitencia, que está por debajo del 5 %. Solo 4 países de la región tienen una tasa tan baja.

Entre los aportes a la educación latinoamericana de Fe y Alegría podemos hablar del concepto mismo de calidad educativa y los programas que la promueven; la práctica de la edu­­cación inclusiva; los aportes a la educa­­ción intercultural, sobre todo en contextos indígenas; los sistemas de formación de maestros; los modelos de educación para el trabajo, incluida la capacitación de jóvenes con capacidades especiales; las redes de escuelas rurales; las formas de participación de la comunidad en la escuela y de esta en la comunidad; la incorporación de las nuevas tecnologías en el proceso educativo. En España está la formación de la conciencia de responsabilidad en la cooperación internacional y en Italia la capacitación de migrantes.

Con la presencia de Fe y Alegría en África, se incorpora una nueva forma de relación con la comunidad, típica de las culturas africanas. Surge el reto de crear nuevos sistemas de calidad adaptados a los diversos contextos de «fronteras» geográficas y sociológicas.

Cada oficina nacional de Fe y Alegría tiene un equipo dedicado a incidir en las políticas educativas para que se haga realidad el derecho de los pobres a una educación de calidad. Como dice el P. Arturo Sosa, SJ, «No se comprendería el trabajo de Fe y Alegría si no incide de manera gradual y medible tanto en la transformación de la educación pública como en las definiciones y puesta en práctica de políticas públicas que hagan realidad el derecho a la educación de calidad, en cualquier lugar del mundo. Es una lucha local y simultáneamente global».

Fuente: jesuits.global

Adoración Eucarística

Reflexiones

Tuve la gran suerte de que mis padres decidieran escolarizarme en un colegio en el que las religiosas que lo llevaban me proporcionaron un buen puñado de regalos por los que siempre estaré agradecida. De entre ellos, destaco el enorme privilegio que supuso para mí encontrarme con la Adoración Eucarística y una forma de vida muy concreta que surge cuando uno la convierte en el centro de su existencia.

Hoy en día cuesta imaginar que alguien adore a nadie que no sea él mismo. La sociedad del siglo XXI se encanta y se basta a sí misma. No necesita a Dios. Creen en un ser superior solo los cobardes que no se atreven a cuestionar la tradición; los ingenuos que se tragan respuestas comodín para los grandes interrogantes de la existencia humana; o los tontos que no se plantean nada. Pero las personas con espíritu crítico que pretenden tomarse la vida con un poco de seriedad es impensable que crean Dios. Mucho menos, que lo adoren. Y muchísimo menos aún, que lo adoren en un trozo de pan. Resulta casi indignante que con lo lejos que ha llegado el ser humano, con la de avances científicos y premios nobel que ha conseguido, hinque su rodilla ante un mísero trozo de pan.

Jesús podría haber decidido quedarse entre nosotros de muchas maneras. Pero decidió hacerlo en un simple trozo de pan. Redondo, pequeño, frágil. Un trozo de pan que no se reserva sino que se expone indefenso, tal cual es. Que no se esconde porque ha decidido instalarse en la intemperie. Que es universal y accesible a todos porque quién no tiene un poco de agua y un poco de harina. Que permanece, que calla, que no se mueve, que no ofrece ningún espectáculo…

La Adoración Eucarística no resulta atractiva la primera vez que uno se enfrenta a ella. Acostumbrados a oraciones guiadas, participativas y compartidas, el silencio de la Adoración puede resultar desde inquietante hasta aburrido. Tampoco creo que fuera especialmente atractivo llegar al mundo un 25 de diciembre en un pesebre; ni abandonarlo colgado en una cruz entre dos ladrones 33 años después. Pero es que una vida vivida desde Dios no promete un camino de rosas. Promete un camino real, recorrido en plenitud, atravesado hasta el final. Con sus luces y sombras. Pero con sentido. Un sentido que se lo otorga el hecho de ser un camino que Dios ha soñado antes para cada uno de nosotros porque nos ama incondicionalmente.

No se descubre la hondura y belleza de la Adoración de la noche a la mañana. Pero sí llega un momento en que uno percibe una cierta sintonía entre ese Dios expuesto en un trozo de pan y la persona que se sienta a adorarle.

De la Adoración atrae la armonía perfecta en la que conviven la complejidad y la simplicidad. Impone pensar que quien tenemos delante es todo un Dios capaz de crear el mundo en el que vivimos. Es complejo entender que esté ahí, en un espacio tan pequeñito, esperándonos. Pero al mismo tiempo resulta tremendamente desarmador y simple porque no nos exige nada y nos lo da todo.

Bueno, sí. Sí que nos pide algo. Cuando somos capaces de ponernos con honestidad delante de Dios, nos damos cuenta de que Él sólo desea que seamos. Que seamos en autenticidad. Ser en autenticidad asusta porque implica vivir una vida sin un patrón al que aferrarse. Supone asumir un papel tirando a pasivo en el que más que hacer, se nos invita a dejamos hacer. Significa dejar el timón de la propia vida en manos de otro. Eso no nos gusta a nadie. Todos queremos adorarnos y bastarnos a nosotros mismos.

La buena noticia es que el timón no lo dejamos en manos de cualquiera. Lo dejamos en manos de Aquél que es el Amor. Y si logramos apartar por un momento todos nuestros deseos superficiales y efímeros, si nos quedamos ante la desnudez de lo esencial que tanto nos sugiere la Adoración Eucarística, ¿no es amar y sentirnos amados lo que, en lo más profundo de nuestro corazón, todos anhelamos?.

Isabel Ferrando

Fuente: pastoralsj.org