La Llegada de un Dios Salvaje

Jaime Tatay Sj

En 1995 los técnicos del Parque Nacional de Yellowstone decidieron reintroducir el lobo después de que, siete décadas antes, se capturase con trampa el último ejemplar. Esa decisión –muy polémica en su momento− transformó el paisaje de Yellowstone en poco tiempo de una forma tan radical que hasta los propios gestores del parque no podían dar crédito a lo que estaban viendo.

Los biólogos e ingenieros que han estudiado el proceso con detenimiento comienzan ahora a entender los complejos mecanismos que desencadenó la llegada de un depredador tan eficiente como el lobo en un ecosistema que, hasta el momento, había estado dominando por grandes herbívoros como el alce, el búfalo o el ciervo.

El primer efecto de la reintroducción, bien conocido por los poco a poco, en otro más sinuoso hasta el punto de crearse meandros y pequeños islotes, que a su vez permitieron la entrada de nuevas especies. Dicho de forma telegráfica, la introducción de una pequeña manada de lobos acabó transformando radicalmente el paisaje de Yellowstone, modificando incluso el curso de los ríos.

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Relatos de conversión

En estos días de adviento, en los que los cristianos nos preparamos para la Navidad –el relato de la llegada del Hijo de Dios–, puede resultar muy ilustrativa la historia de Yellowstone. Porque ambas historias, por muy alejadas y distintas que parezcan, narran un proceso similar: la transformación de un ecosistema entero, uno natural –el de Yellowstone– y otro religioso – el del judaísmo del siglo I– en algo distinto.

Estudios de dinámica de poblaciones, fue el rápido incremento de los depredadores y la también drástica reducción de los grandes herbívoros hasta que, finalmente, ambas poblaciones alcanzaron un punto de equilibrio.

El segundo efecto observado –y también esperado– fue la progresiva recuperación de la cubierta vegetal y la llegada de nuevas especies que, debido a la excesiva presión de los herbívoros, habían desaparecido completamente.

Entre ellas destacan las plantas de ribera, que volvieron a crecer junto a ríos y arroyos reduciendo la velocidad del agua, reteniendo ramas y favoreciendo la sedimentación. Como resultado de este proceso –nada esperado– el trazado lineal de los ríos de Yellowstone fue transformándose.

El nacimiento de Cristo fue un acontecimiento que transformó el paisaje religioso de modo irreversible. Nuestra fe afirma que, con Jesús, Dios entra en la historia humana de una forma nueva, inesperada y radical; entra y trastoca todo el orden previo: el modo de imaginar a Dios (como Trinidad), el modo de comprendernos (como hijos de un único Padre), el modo de relacionarnos entre nosotros (como hermanos de una única familia) y el modo de entender el mundo (como «casa común» habitada por el Espíritu). Con Jesús, ya nada puede ser igual que antes.

Wolf, Yellowstone National Park

Los relatos de conversión de todos los tiempos narran bien los efectos que provoca la llegada de Cristo a la vida de una persona. Desde Las Confesiones de San Agustín hasta La montaña de los siete pisos de Thomas Merton, pasando por La Autobiografía de Ignacio de Loyola, las conversiones religiosas dan testimonio de la novedad permanente de la fe cristiana y de su capacidad para irrumpir y revolucionar el orden establecido, tanto a nivel personal como social. Cuando el Dios-amor de Jesús se introduce en la vida de una persona y se le deja suelto, sin tratar de controlarlo o manipularlo, todo cambia, todo queda recolocado, hasta el curso de la propia vida.

Porque cuando alguien deja entrar a Dios en su conciencia, en su pensamiento y en su imaginación, se desencadenan −como en los ecosistemas− transformaciones vitales en el interior de esa persona. Y esas transformaciones se traducen después en actitudes y decisiones muy concretas: en el modo de entender el mundo, de plantearse la vida y de ordenar las prioridades.

El Padre Arrupe, antiguo general de los jesuitas, describió magistralmente lo que sucede al abrir la puerta al Dios-amor en nuestras vidas en un poema-oración que merece la pena ser reproducido:

“Nada es más práctico que encontrar a Dios; que amarlo de un modo absoluto y hasta el final.

Aquello de lo que estés enamorado y arrebate tu imaginación, lo afectará todo.

Determinará lo que te haga levantar por la mañana y lo que hagas con tus atardeceres; cómo pases los fines de semana, lo que leas y a quién conozcas; lo que te rompa el corazón y lo que te llene de asombro con alegría y agradecimiento.

Enamórate, permanece enamorado, y eso lo decidirá todo.”

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Si la introducción de una nueva especie «lo afecta todo», desencadena transformaciones insospechadas en la pirámide trófica y acaba cambiando por entero un ecosistema, la introducción de la pregunta por Dios, el Dios-amor de la Navidad, ¿no «lo afectará todo» también, no transformará el itinerario vital de una persona en direcciones insospechadas?

La historia nos dice que, en la vida de muchas personas a lo largo de muchos siglos, así ha sido. La entrada desconcertante, impredecible y transformadora de Dios en la historia es el gran relato de la Navidad; el Dios a quien abrimos la puerta en estos días, el Dios del amor, el Dios de Jesús, es también –y conviene no olvidarlo– el Dios salvaje que irrumpe en nuestra intimidad para instalarse y trastocar para siempre nuestro paisaje interior. Esa irrupción es la que celebramos en estas fechas.

Conviene pues, durante los días de Adviento y Navidad, alejarnos por un momento de las imágenes navideñas edulcoradas y ñoñas a las que tan acostumbrados estamos.

Rescatemos la radicalidad del misterio de la encarnación. Abramos la puerta, un año más, al Dios salvaje y creador, al Dios capaz de transformar y recrear nuestra vida.

Hagamos memoria de su irrupción en la historia y en la creación.

En Navidad, dejemos a Dios ser Dios.

 

¿No puedes esperar?

Por Javi Montes SJ

Quiero resultados y ¡los quiero ya! Normal, si hoy todo vuela. Tuiteas algo y lo leen cientos de personas en segundos. Metes la comida en el microondas y en minutos está lista. No se tardan más que unas horas en estar en la otra punta de planeta. Y en cuestión de días me mudo a otra cuidad y, voilà, vida nueva.

Y ahora llega otra vez el adviento y nos invita a esperar, a pararnos, a prepararnos. Pues yo lo siento pero no puedo esperar, tengo muchas cosas que hacer. Dime de qué se trata rápido, y cuánto tiempo me va a llevar, o mejor mándame un email y ya te contesto. Y se nos pasan los días, las semanas volando… Pero es verdad que a tanta velocidad noto que algo no va bien, con tantas cosas en mi agenda noto que la vida se me escapa de la manos, como el agua entre los dedos.

Me encantaba sacar la cabeza del coche por la carretera cuando era pequeño; sentía la fuerza del viento en mi cara, era emocionante, pero no podía oír nada. A veces creo que tengo la cabeza siempre fuera de la ventanilla, y con tantas cosas en la agenda, y siempre con el viento en la cara no tengo tiempo para oír esa voz tierna y callada que invita a darme, a darme por completo.

Porque hay cosas que llevan su tiempo. Un proyecto de familia se cuaja a fuego lento, muy lento. Hay que pasar mucho tiempo juntos para amarnos incondicionalmente, con todas esas manías que tenemos cada uno. Hay que compartir muchos silencios para leernos las miradas. Hay que “perder” muchas horas de sueño para acoger con ternura esa vida nueva que se nos regala. Hay que bajar las revoluciones para descubrir que esta historia no es nuestra, sino que es el Señor el que está en el corazón de la familia haciendo latir el amor.

También la vocación jesuita necesita mucho adviento, mucha espera y paciencia. Porque hay muchas cosas que no se entienden a la primera. Hay que estar mucho tiempo esperando para que llegue esa persona que está buscando encontrarse con Jesús y poder llevarla a Él. Son muchos momentos de silencio orante los que necesitamos para estar siempre señalando al Señor, y no a nosotros mismos. Pero qué espera tan fecunda esa que nos lleva a hacer presente a Jesús en medio de la comunidad; y a descubrir que, a pesar de que somos pecadores, el Señor nos sigue llamando a ser compañeros suyos.

Ser Jesuita

 

El Grupo de Comunicación Loyola en el año de la Misericordia

El Grupo de Comunicación Loyola participa con publicaciones que reflexionan sobre la misericordia, eje del pontificado del papa Francisco. La serie temática está integrada por seis títulos y a lo largo del año jubilar se sumarán nuevas propuestas.

Ante el inicio del Año Santo de la Misericordia, anunciado por el papa Francisco para el próximo 8 de diciembre, el Grupo de Comunicación Loyola –Sal Terrae y Mensajero- participa de esta celebración extraordinaria a través de numerosas publicaciones inspiradas en el sentido y la raíz de la misericordia. Diversos autores reflexionan en su naturaleza primera, en los signos que la representan y sus manifestaciones concretas y humanas, iluminándola para convertirla en “fuente de alegría, de serenidad y de paz”. Y así, fiel a su compromiso de servicio eclesial, el GCL se sustenta en ella, como “viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”, con la intención de aportar aquellas claves teológicas y antropológicas que ayuden a hacer visible el objetivo propuesto por el pontífice para este año jubilar: “Que se haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes”.

En respuesta al llamamiento expresado por Juan Pablo II y por el papa Francisco, de anuncio y testimonio de la misericordia en el mundo contemporáneo, los dos sellos, Sal Terrae y Mensajero, publican diversos títulos en torno a ella. A lo largo del año jubilar, ambas editoriales sumarán nuevas propuestas que ahonden en un concepto de enorme calado.

El primer libro que abrió esta serie temática fue «La misericordia: clave del evangelio y de la vida cristiana», de Walter Kasper para Sal Terrae. Vio la luz justo cuando Jorge Bergoglio fue proclamado papa en 2013. A él se lo regaló el propio autor durante el cónclave y su lectura inspiró su primer ángelus ya como papa Francisco. Este mes de noviembre de 2015, ve de nuevo la luz «La misericordia» con el prólogo escrito por el autor para esta edición en castellano. En él relata fielmente el calado de la primera: «Durante el cónclave, el cardenal Jorge Bergoglio tenía su habitación, en la Casa de Santa Marta, justo enfrente de la mía. Esto me permitió aprovechar un encuentro casual para entregarle uno de dichos ejemplares. Cuando leyó el título, se emocionó visiblemente y dijo con toda espontaneidad: Misericordia, questo è il nome del nostro Dio, «Misericordia, este es el nombre de nuestro Dios»».

Sal Terrae sumó en mayo de 2015 una nueva propuesta en torno a esta temática desde una nueva perspectiva: «La familia a la luz de la misericordia» (Ed. Gabino Uribarri). En él, los profesores de la Universidad Pontificia Comillas -José Manuel Caamaño, Bert Daelemans SJ, Pablo Guerrero SJ , Diego Molina SJ, Carmen Peña, Javier de la Torre y Fernando Vidal- tratan de articular, en línea con el Sínodo, “una nueva mirada” a la doctrina familiar y matrimonial con palabras que guardan equilibrio entre corazón y reflexión. Aportaciones que configuran una propuesta con un fondo teológico, doctrinal, pastoral y canónico. “Una mirada que no prescinde de la doctrina eclesial sobre el matrimonio y la familia, pero que incorpora de modo decidido la misericordia como factor primordial”.

El pasado mes de octubre, Rino Fisichella, al que el propio papa Francisco encomienda la preparación de esta celebración como presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, desglosa el sentido de este año jubilar en su nuevo libro: «Los signos del jubileo: La peregrinación, la ciudad de Pedro y Pablo, la Puerta Santa, la profesión de fe, la caridad, la indulgencia». Desde el redescubrimiento de la solidaridad, el amor y el perdón, invita a los creyentes que empapen su vida cotidiana de cada uno de ellos como camino a la reconciliación.

A punto de estrenarse el Año de la Misericordia tres títulos reflejan con hondura su sentido: El desafío de la misericordia, de Walter Kasper; una nueva edición de Entrañas de Misericordia (2009) de Anselm Grün, bajo el título Las obras de misericordia: caminos para transformar el mundo y por último, Madre de misericordia de Marie-Paul Farran.

En el primero, de Sal Terrae, «El desafío de la misericordia», de Walter Kasper, el teólogo alemán desglosa las respuestas de los pontífices desde Juan XXIII hasta la actualidad en relación a la pregunta ¿quién es mi prójimo? todo un desafío para la misericordia de cada uno. La respuesta no puede ser teórica, sino que ha de ser práctica para “introducir al menos un débil destello de la misericordia divina en la oscuridad del mundo“.

En el segundo, «Las obras de misericordia: caminos para transformar el mundo» (Sal Terrae) el monje benedictino celebra el año jubilar que se aproxima y redescubre el valor de las obras de misericordia: “El papa Francisco capta perfectamente el núcleo del Evangelio cuando coloca la misericordia en el centro de su predicación. Ojalá que las palabras del papa y las palabras de Jesús en el Evangelio nos introduzcan de nuevo en el misterio de la misericordia, a fin de que también hoy el mundo en que vivimos sea transformado por ella, a fin de que nuestra misericordia restañe las heridas de los hombres y nuestro mundo devenga más humano, más cálido, más misericordioso”.

Y el tercero de ellos, «Madre de la misericordia», editado bajo el sello de Mensajero, la pintura de la hermana Marie-Paul Farran, de estilo bizantino con antiguos modelos y colores, es acompañada de oraciones marianas y comentarios de insignes filósofos. Iconos y oraciones guardan equilibrio para la plegaria diaria.

Jesuitas España

 

Misión y Desarrollo impulsa proyectos sociales y pastorales en Bolivia y Paraguay

Misión y Desarrollo, delegación en la PAT Cataluña del Secretariado de Misiones de la Compañía de Jesús, ha presentado su memoria 2015.

Proyectos de becas escolares, atención a barrios suburbanos, acompañamiento de familias migrantes, alfabetización y formación de jóvenes y adultos, o impulso de la economía social y solidaria. Son algunos de los programas que se desarrollan en Bolivia y Paraguay, gracias al apoyo de donantes y colaboradores de Misión y Desarrollo, un servicio que impulsa la acción social y pastoral de los misioneros jesuitas en el mundo. «Los proyectos», explica el jesuita Josep Ricart, «van en línea de atención pastoral y humana a los sectores sociales más desfavorecidos y refuerzan el compromiso de la opción por los pobres. Todos ellos responden al deseo de ayudar a vivir en plenitud la dignidad humana de cada persona, sobre todo de los que están en riesgo».

En Bolivia, entre otros, cabe destacar las becas escolares para los alumnos de la escuela Juan XXIII de Colacapiura, en Cochabamba, donde muchas familias no pueden hacer frente a los gastos. Y en la Parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en los barrios marginales de Oruro, se apoya la construcción de una sala multiservicios para la atención pastoral, especialmente para los recién llegados de otras partes del país.

En Paraguay, continúa la colaboración con la Universidad Popular de Canindeyú, que prepara los futuros miembros y líderes de organizaciones populares, rurales y vecinales en el área de la economía solidaria, convencidos de que todos estos temas serán el motor de un desarrollo integral de sus comunidades. Por otra parte, se impulsa un programa de formación para jóvenes y adultos a través de la radio. Se trata de una iniciativa de la red educativa Fe y Alegría, que quiere reducir el analfabetismo y la deserción escolar de jóvenes y adultos de las comunidades más vulnerables de las áreas rurales y urbanas del departamento de San Pedro, en el centro de Paraguay.

En su carta dirigida a los colaboradores, tanto el Provincial de los Jesuitas en Bolivia, Osvaldo Chirveches, como el Provincial de los Jesuitas de Paraguay, Alberto Luna, destacan el impacto de la reciente visita del Papa Francisco a ambos países. El P. Chirveches recuerda que «nos ha llevado la certeza de que Dios está de verdad de parte de quienes salen de sí mismos y se preocupan por el bien de las personas y la creación». Y desde Paraguay, el P. Alberto Luna celebra que el entusiasmo generado por la visita se ha traducido «en diversas acciones impulsadas por los jóvenes de nuestros colegios para luchar por una educación para el país».

Misión y Desarrollo es un servicio de la Compañía de Jesús en Cataluña que desde 1956 apoya iniciativas de los jesuitas en su labor pastoral y social. Actualmente forma parte del Secretariado de Misiones de la Compañía de Jesús en España. Con estas ayudas contribuye a hacer realidad el espíritu universal que ha caracterizado el carisma de San Ignacio y que cada jesuita vive en sentirse «enviado en misión». El apoyo de muchas personas colaboradoras es fundamental para poder realizar esta tarea solidaria.

InfoSJ

Y ahora, ¿qué?

José María Rodríguez Olaizola SJ

Muchos vivimos, desde que nacimos, en un mundo amable, pacífico y seguro. Nos cuesta hacernos idea de la guerra que soportaron nuestros mayores. O del horror que vivió Europa durante buena parte del siglo XX, y de la dureza de la Guerra Fría. Hemos disfrutado de una era de paz –en nuestros países– sin precedente a lo largo de la historia. Y quizás por eso, con una mezcla de ingenuidad y esperanza, confiábamos en que eso era el destino del mundo entero. Pero también en esa mirada optimista había un poco de ignorancia. Porque demasiados lugares –lejanos, y por ello mismo, parece que más irreales– sufrían regímenes opresivos, carencias, estructuras políticas y económicas perversas, guerra, violencia… Análisis pueden hacerse muchos, sobre la relación entre todos los sucesos que ocurren hoy en día, y buscar causas, hablar de injerencias, de explotación, de dependencia económica, de fanatismos… Pero, evidentemente, no es algo simple ni se puede convertir en un diagnóstico ideológico.

Lo que parece cada vez más evidente es que no se puede –y probablemente no se debe– mantener un «mundo de yupi» dentro de otro mundo infernal, crear un «búnker geográfico», creer en la invulnerabilidad de un refugio a prueba de intemperies, cuando la tormenta asola a tantos.

Las declaraciones tajantes no pueden enmascarar una realidad, que es la creciente fuerza del terrorismo internacional, y su determinación para actuar en este mundo seguro que creyó ser Occidente.

Sin querer caer en catastrofismos, en reduccionismos, ni en la misma lógica mediática que es el pan nuestro de cada día, parece cada vez más claro que este tipo de violencia, y esta nueva forma de guerra, va a más. Quizás es tiempo de asumir que el mundo es mucho más duro de lo que hemos querido creer, y es tiempo de ser conscientes de que esa dureza nos va a tocar. Quizás hoy aún de manera esporádica, pero cada año que pasa más presente. Y, ante eso, preguntarnos –y ciertamente aquí no tengo respuesta, y sí mucho en lo que pensar– y ahora, ¿qué?

 

La Misericordia; misión de la Iglesia

José Luis Gordillo, SJ *

El primer domingo de adviento el Papa Francisco dio inicio al Jubileo de la Misericordia. La sede para este magno evento fue la Catedral de Bangui en la República Centroafricana. De este modo la Iglesia ha invitado a toda la humanidad a orar, pensar y actuar con criterio misericordioso. Bangui, dijo el Papa, “es el centro de la fe de toda la Iglesia”.

Abrir un jubileo para toda la Iglesia en uno de los países más pobres y necesitados del mundo representa la clara postura que hace esta respecto de su misión. El Papa Francisco ha sido enfático en esta tarea desde el inicio. Al centro de la práctica de la Iglesia está el mismo modo de actuar de Cristo, y por lo tanto están los pobres. «Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres», dijo el Papa en su primera participación pública como Pontífice, en marzo del 2013, casi anunciando las características de aquello a lo que nos invitaría más adelante.

El jubileo de la Misericordia es una fiesta, pero también es una invitación a la trascendencia en actos. Se trata, dijo el Papa en la homilía del 29 de noviembre, de “compartir la vida del pueblo de Dios, dando razón de la esperanza que hay en nosotros y siendo testigos de la infinita misericordia de Dios que, «es bueno y enseña el camino a los pecadores» (Sal 24,8). Ahora tenemos claro quiénes son los preferidos (Los pobres) y cuál es la actitud (la misericordia) que debemos mostrar.

Ya el Concilio Vaticano II define como tarea propia de la Iglesia ser sal y luz para todos, para eso fue instituida como cuerpo de Jesucristo, que además es cabeza y puerta de ésta. Sin duda esta misión la debe llevar a discernir y definir su modo de estar presente en el mundo, anunciando con el testimonio la Buena Noticia que es el Reino de Dios en medio de nosotros. Es indudable que para nosotros hoy la misericordia es la Sal y la luz del mundo.

Sin embargo es claro que el contexto en el que celebraremos el Año de la Misericordia es especial; el temor que nos produce a todos la realidad de la Guerra es una pregunta hecha en medio de la esperanza al que nos invita el adviento y el Jubileo.

Si bien el mundo es espacio privilegiado de revelación y de salvación de Dios, es evidente que el momento presente es un tiempo complejo para afirmar esto. Sin embargo no deja de ser un tiempo especial para que la Iglesia cumpla la labor que tiene; anunciar el Reino, actuar con misericordia, dar testimonio de la salvación.

Como diría Juan XXIII, a quien el Papa Francisco cita en la bula Misericordiae Vultus: “En nuestro tiempo la esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la Misericordia y no empuñar las armas de la severidad”. La Iglesia, como se puede ver, ha optado por hacer de la misericordia una bandera y un criterio de acción en medio de un contexto de temor. La misericordia, entonces, es criterio de acción y criterio de discernimiento. Después de todo, hoy la Iglesia puede anunciar que no habrá paz si no hay misericordia.

Hacer de la esperanza una acción supone leer los acontecimientos cotidianos desde la pregunta acerca de la presencia de Dios en medio de nuestra vida y nuestras decisiones, pero podríamos ir más allá. Podríamos preguntarnos, por ejemplo: ¿pueden mis actos cotidianos partir de la misericordia?

Al inicio de la constitución Gaudium et Spes se dice que nada hay “verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de Cristo”. Entonces, el reto de la misericordia como acto cotidiano es parte de aquella misión que tenemos como Iglesia que es de Cristo: anunciar, discernir y celebrar mensajes de esperanza y actos misericordiosos. Este es el fundamento de nuestro año santo.

 

* Asistente Nacional CVX

 

Fiesta del Santo Nombre de Jesús

Cristo se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte en la Cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre, que está sobre todo nombre; para que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble, en los cielos, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que Jesucristo es el señor, para Gloria de Dios Padre. (Filipenses, 2, 8-11)

La Iglesia celebra el Santo Nombre de Jesús durante el período navideño. Desde los primeros siglos del cristianismo, los cristianos empezaron a invocar este bendito nombre. Sin embargo, como fiesta litúrgica se celebró por primera vez en 1530, cuando el papa, Clemente VII concedió a la Orden Franciscana el privilegio de poder celebrarlo como oficio propio.

Con posterioridad, en el año 1721, el Papa Inocencio VI la estableció como fiesta para toda la Iglesia latina en el segundo domingo después de Epifanía. San Pío X la trasladó al primer domingo de enero, con excepción de que coincidiera con la Epifanía. En ese caso, se celebraría el día 2 de ese mes.

El nombre de Jesús es un nombre impuesto por el mismo Dios: “He aquí que concebirás y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús”(Lucas 1, 31).

José, como legítimo padre, cumple las palabras del ángel, y en el acto de la circuncisión, le impone el nombre de Jesús “porque Él va a salvar a su pueblo de sus pecados”. Jesús es el mismísimo Yahvé que se encarna en la Virgen María, que se hace hombre como nosotros, y que nos pone en comunicación directa con la divinidad haciéndonos hijos por adopción. Su nombre lo define perfectamente a él y a su misión salvadora.

El Monograma del nombre de Jesús:

Como en la Edad Media el nombre de Jesús se escribía IHESUS el monograma tiene las dos primeras letras y la última de ese nombre: IHS. Muchas veces lo hemos visto representado pero la primera vez que aparece en historia es en una moneda del siglo VIII.

San Ignacio de Loyola convirtió este monograma en escudo y símbolo de la Compañía de Jesús. Por eso, la fiesta del Santo Nombre de Jesús coincide con la fiesta titular de la congregación.

 

¿Cuándo viene la paz que trae Jesús?

Por Emmanuel Sicre SJ

“Bienaventurados los que trabajan por la paz,

porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9)

Es sabido que la palabra paz, así como amor, felicidad, libertad, entre otras, resultan de una riqueza enorme en nuestra lengua. Pero pasa en más de una ocasión que las usamos tanto y de manera tan diversa que nos cuesta precisar su significado. A decir verdad, también se han vaciado un poco de sentido. Sin embargo, lo más seguro es que la mayoría de nosotros quiera desde lo más profundo de su ser paz, amor, felicidad. Y más en estos tiempos donde la paz se ve amenazada por una guerra mundial a pedacitos, como suele decir el Papa.

Sucede también que cuando miramos a nuestro alrededor, la realidad quizá no está en guerra como la que viven innumerables refugiados en el mundo entero, pero sí sufre ciertos dolores de parto que nos hacen pensar: ¿dónde estará Dios en todo esto? ¿Por qué no se mete para hacernos la vida más pacífica?

¿Quién no se habrá sentido decepcionado, o angustiado porque el mundo no se parece ni un poquito a lo que le gustaría? ¿Quién no ha pedido insistentemente paz para su familia, para sus seres queridos, para su vida? Necesitamos paz, mucha paz. Pero ¿qué tipo de paz?

Una paz sin rostro

Para llegar a responder cuándo se da la paz que trae Jesús hay que despejar la cancha. Es decir, tratar de distinguir a qué le llamamos a menudo paz.

Digamos, en principio, que hay una paz que buscamos cuando estamos estresados o cansados del trabajo, o de alguna persona, y queremos que se acabe de una vez por todas. Sentimiento muy común en esta época del año. En algunos casos llegamos a decir: “déjenme en paz”. Aquí estamos asociando la paz con la tranquilidad de estar solos y sin preocupaciones por un momento.

Pero también sucede que cuando visitamos un lugar silencioso como el cementerio algunos comentan: “¡qué paz!”. De hecho, varios de estos sitios suelen usar la palabra paz en sus nombres. Aquí asociamos la paz con silencio de muerte: “que en paz descanse”, se suele escribir. Se trata de una paz duradera pero no gozable, porque a esas alturas se acabaron las posibilidades de preocuparse en esta vida.

Quien tenga alguna que otra oportunidad o hace un viaje para conectarse con la naturaleza, o va a uno de estos spa que tanto abundan últimamente, y se relaja un poco haciéndose unos mimos a sí mismo. Aquí se relaciona la paz con un producto de consumo, con algo que podemos adquirir ni bien podamos. Es decir, depende de nosotros pero dura poco y siempre necesitamos más.

Por último, está la situación de los que piensan que paz es ausencia de violencia y terminan evadiéndose de los conflictos que toda realidad lleva adentro ejerciendo otro tipo de violencia sobre sí mismos y los demás con un permanente: “todo bien”, “tranquilo, no pasa nada”.

Podríamos seguir describiendo algunas situaciones más, pero lo importante es que nos preguntemos: ¿será este el tipo de paz que nos deseamos en Navidad? ¿Será este el tipo de paz que esperamos que Jesús traiga con su vida, su muerte y resurrección? ¿No habrá algo más hondo detrás del “noche de paz, noche de amor”?

Una paz con rostro: el de Cristo

El mensaje de Jesucristo está íntimamente ligado a la paz y a nuestro deseo de ella. Es parte central de su enseñanza y del modo que tiene para comunicarnos el amor del Padre. En efecto, podríamos preguntarnos: ¿qué quiere Dios de la vida del hombre? Y entonces tendremos que llevar la mirada al rostro de su Hijo. Si contemplamos la vida de Cristo nos encontraremos con el gran misterio de un hombre-Dios que ha venido a nuestra historia para revelarnos un proyecto de amor, de justicia y de paz para todos los hombres de la Tierra sin excepción.

Este proyecto es el que se encarna en la persona de Jesús de Nazaret. Es lo que él llama en los Evangelios el Reino de Dios. Por eso, cuando tiempo después de la Pascua, Lucas cuenta la historia del Nacimiento del Mesías a su comunidad, los ángeles cantan: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14) y los pastores “se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto” (Lc 2,20); María canta el atrevido Magníficat que dice:“derribó del trono a los poderosos, y elevó a los humildes, a los hambrientos colmó de bienes y a los ricos los despidió con las manos vacías” (Lc 1,52ss). A decir verdad, todos cantan y alaban de felicidad: Isabel (Lc 1,42: “y exclamó a los gritos: “bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…”), Zacarías (Lc 1, 68: “y tú, Niño… guiarás nuestros pasos por el camino de la paz”), Simeón (Lc 2, 29: “…porque mis ojos han visto la salvación”), porque ha llegado lo que tanto esperaban: la paz.

La paz de Cristo está probada al fuego de la cruz y confirmada por la fuerza de su resurrección. Por eso es una paz eterna, profunda, robusta, amplia como la nos urge pedir cada vez que hacemos un minuto de silencio y cerramos los ojos.

Este vivo recuerdo de la visita de Dios en la persona de Jesús a su pueblo es lo que celebran los personajes del Nacimiento y por lo que cada año brindamos, nos abrazamos y festejamos. Pero la paz que Jesús ha traído no es una paz de supermercado. La paz de Cristo está probada al fuego de la cruz y confirmada por la fuerza de su resurrección. Por eso es una paz eterna, profunda, robusta, amplia como la nos urge pedir cada vez que hacemos un minuto de silencio y cerramos los ojos.

Dios envió a su Hijo para revelarnos lo que quiere de nosotros: la fraternidad universal de todos sus hijos invitados a la mesa del Reino de Amor, Justicia y Paz. Pero no podremos gozar plenamente de esa fraternidad, si no dejamos que la paz de Cristo visite cada una de nuestras relaciones cotidianas. Y para que Cristo se haga presente tenemos que dejarlo salir de nuestro corazón para que pueda hacer lo que él sabe: curar a los heridos, sanar a los enfermos, compadecerse de los caídos, liberar a los esclavos, enaltecer a los humildes, devolver la vista a los ciegos, espantar los demonios de los poseídos, dar de comer a los hambrientos, vestir al desnudo, dar de beber al sediento, acoger al extranjero, visitar al preso y sembrarnos la vida de lo mejor que podemos hacer: amar. (Y vaya si conocemos heridos, enfermos, caídos, esclavos, humildes, ciegos, poseídos, hambrientos, desnudos, sedientos, extranjeros y presos en nuestra vida).

La celebración de la Navidad no puede menos que entusiasmarnos porque Cristo viene para decirnos que es posible aquello que nuestro corazón grita en cada momento de cruz de nuestra vida. Que es posible la paz porque él la conquistó para todos los que creen el él. ¿Y los que no creen en Jesús? Igualmente han recibido el deseo profundo de vivir en paz, ¡y cuántos hay que luchan por la paz en el mundo!

Finalmente: ¿Cuándo viene la paz que trae Jesús?

La paz de Jesús está viniendo siempre a nuestra vida y golpea para poder entrar en nuestro interior y en el de toda la sociedad. De hecho antes de la Navidad somos nosotros los que caminamos para ver al que está viniendo (como los pastores “vamos a Belén a ver lo que ha sucedido” Lc 2,15). Hasta que, en el momento oportuno la Madre “dio a luz a su hijo” (Lc 2,7), y el pesebre nos encuentra a todos los hombres del mundo reunidos (incluso los magos de oriente, Mt 2,1) en torno a la Paz encarnada: el Niño Jesús.

Por eso, la paz de Jesús viene:

Cuando los padres y los hijos son capaces de perdonarse y amarse mutuamente,

Cuando en el mundo miles de hombres se arrepienten de sus injusticias,

Cuando en las familias dejamos los rencores con los que el mal espíritu nos amordaza la memoria y abandonamos el orgullo de creernos importantes,

Cuando asumimos nuestra pequeñez y nos dejamos querer y cuidar,

Cuando salimos de nosotros mismos hacia el más débil entregándonos,

Cuando somos capaces de hacerle espacio a la ternura y dejamos de lado la superioridad,

Cuando trabajamos luchando día a día por ser fecundos con nuestros dones,

Cuando festejamos y cantamos la vida que se nos regala,

Cuando nos abajamos como hizo Dios para poder salvarnos de nuestro autoengaño,

Cuando discernimos el espíritu y no nos quedamos esclavos de las normas que nos oprimen,

Cuando estudiamos con pasión lo que nos gusta,

Cuando en medio de la comunidad dejamos que el Señor resucitado nos diga: “La paz con ustedes” (Lc 24, 36),

Cuando sufrimos con paciencia a los que más nos cuestan,

Cuando compartimos el dolor de quien padece y estamos a la mano,

Cuando nos tomamos unos minutos de silencio para darnos cuenta cómo Dios nos cuida,

Cuando nos hacemos disponibles para hacer como Cristo hizo: amó los suyos hasta el extremo. (Jn 13, 1)

Cuando nos animamos a que en nuestras entrañas se engendre la paz encarnada en el rostro de Jesucristo.

¿Dejaremos pasar este don tan gratuito?

Si quieres leer más de Emmanuel Sicre, date una vuelta por su blog «Pequeñeces»

 

Los que más se quieran afectar… (EE. 97)

Ramón Fresneda SJ

Cuenta Timothy Radcliffe (Maestro de la Orden de Predicadores de 1992 a 2001) que un día un amigo suyo le preguntó por qué razón tenía uno que ser cristiano. Después de pensárselo bien, Timothy le respondió: “Porque corresponde a la verdad”.

Esta afirmación me llevó a dos consideraciones: la primera fue que la VERDAD global estaría incompleta sin la aportación de la verdad cristiana. Y la segunda: esta verdad cristiana impregna y a su vez se contagia de las otras verdades.

Con la ayuda de estos dos focos siento que se iluminan los caminos por los que transita mi vocación a la Compañía: los orígenes, el momento presente y lo que el Señor quiera concederme para el futuro.

Cuando al cabo de los años miro a mi familia, percibo que la honradez y la coherencia son dos virtudes que marcaron la manera de afrontar mi vida. En los años de colegio, la alegría y la dedicación de los jesuitas que me acompañaron, me enseñaron y me convencieron de que la vida feliz tiene que ver con el compromiso y la entrega. La oración, la práctica sacramental, la Congregación Mariana, los Ejercicios Espirituales… me abrieron un camino nuevo que me conducía a un destino incierto pero atractivo, impulsado por el cumplimiento de la voluntad de Dios.

Y una vez en la Compañía, y tras casi ya medio siglo de perseverancia por la gracia de Dios, me convenzo de que ser cristiano y servir a la Iglesia en la Compañía de Jesús, corresponde a la verdad: que es como decir que me identifico con lo que el Señor quiere de mí y yo quiero del Señor.

Se nos invita al seguimiento de Jesús pobre y humilde. No podemos perder de vista que la llamada es personal pero para llevar a cabo una misión con otros compañeros que han sentido idéntica vocación. Y que lo central es ese Jesús que se nos revela preferentemente entre los pobres y humillados.

Si me preguntaran cuál es el “secreto” de la vocación, respondería que no existe tal secreto. Diría que lo importante es colocarse en el lugar idóneo donde surgen las preguntas y llevar un estilo de vida que favorezca las respuestas.

Ser Jesuita

 

Archivo de Ignacio Ellacuría, patrimonio de América Latina

La Biblioteca “P. Florentino Idoate, S.J.”, el Centro Monseñor Romero, a través de la Biblioteca de Teología “Juan Ramón Moreno” y el Departamento de Filosofía iniciaron un proyecto en 2013 para conservar el legado y pensamiento de Ignacio Ellacuría.

Este esfuerzo permitió la creación del Archivo Ignacio Ellacuría, que reúne, entre otros, documentos personales, manuscritos, apuntes de clase, artículos, recortes, correspondencia y cintas de audio del sacerdote, heredados por la Compañía de Jesús después del asesinato.

Este año, el Comité Regional para América Latina y el Caribe del Programa Memoria del Mundo de la Unesco, en su decimosexta reunión anual, que se llevó a cabo del 21 al 23 de octubre, en Quito, Ecuador, declaró al Archivo como patrimonio de América Latina, bajo el título de “Fondo Documental de Ignacio Ellacuría: Realidad Histórica y Liberación”. La declaratoria se dio a conocer públicamente durante la eucaristía de la comunidad universitaria en memoria de los mártires de la UCA, realizada el 16 de noviembre en el Auditorio “Ignacio Ellacuría”. En la misa, el representante de El Salvador en el Comité, Carlos Henríquez Consalvi, entregó a la UCA el título que oficializa el nombramiento de patrimonio.

De acuerdo a Jacqueline Morales, directora de la Biblioteca, con la declaratoria regional se da un paso importante para la incorporación del Archivo al Registro de la Memoria del Mundo. Este reconocimiento destacaría la influencia e importancia que tiene el pensamiento del rector mártir a nivel nacional, regional y mundial, y garantizaría el resguardo de su legado como herencia de la memoria colectiva mundial.

En 2014, en el marco del XXV aniversario de los mártires de la UCA y el centenario de la Compañía de Jesús en el país, el acervo se incorporó al Registro Nacional de la Memoria del Mundo-Unesco, convirtiéndose así en patrimonio documental de El Salvador.

Con la nueva declaratoria, el fondo documental de Ellacuría se suma a 123 acervos considerados patrimonio de América Latina; acervos que, como explica el Comité en un comunicado, constituyen “un importante abanico” sobre la historia, la educación, los derechos humanos, la psiquiatría, la música, la arquitectura y la comunicación de la región. El Archivo Ignacio Ellacuría está digitalizado y se puede consultar; los documentos físicos se encuentran en la Biblioteca de Teología “Juan Ramón Moreno”.

Extraído de Jesuitas Centroamérica