Artículo de Emmanuel Sicre SJ, para la revista «Aurora: voces jesuitas sobre la pandemia», en su edición número 6.
El texto
Podríamos comenzar la reflexión haciéndonos esta pregunta como punto de partida: ¿Qué hacer con lo que no podemos elegir? Ciertamente, no pudimos prever ni anticiparnos demasiado a la complejidad que se nos impuso, casi de un día para el otro. Este tiempo de pandemia nos redujo, de una manera drástica, el margen de alternativas para responder al reto de educar.
Por eso: ¿qué hace un corazón ignaciano con lo que no puede elegir? Tres respuestas. La primera respuesta es “lo posible”, lo que está nuestro alcance, lo que nuestras fuerzas, inteligencias y disposiciones puedan, porque lo imposible deberemos dejárselo a Dios. La segunda es “afrontarlo” con realismo y valentía, como intuyo que se ha hecho hasta ahora en la mayoría de los centros educativos. Y la tercera, “discernir”. A esta última respuesta, me gustaría ofrecerle tres elementos para el discernimiento de este tiempo: una “clave”, una “certeza” y una “actitud”.
Una clave: Agradecer
Me pregunto por dónde empezar este discernimiento teniendo en cuenta que llevamos ya un buen rato desde que comenzaron las medidas de bioseguridad. El primer paso creo que es agradecer todo lo que se ha podido hacer. Y agradecer es más que felicitarnos, más que haber aprobado o sacar una buena calificación en la resolución de conflictos. Agradecer nos ubica en un plano distinto: el del reconocimiento del bien recibido y que nunca podría haberse conseguido individualmente. Entonces, primero, agradecer lo que vivimos, aunque suene paradójico. ç
Seguramente, no ha sido sencillo para nadie en la comunidad educativa, por ejemplo y en el mejor de los casos, transferirse a la modalidad virtual. Tampoco, el tener que descubrirse haciendo tantas cosas nuevas, resolviendo situaciones que nos superan, acompañando procesos a distancia y sin la preparación adecuada. No ha sido fácil permanecer en casa, soportar las tensiones de las convivencias y el exceso de asuntos pendientes, aceptar las renuncias que conlleva la pandemia, postergar el placer de encontrarnos con los afectos, tener que dejar para otro momento tantas ilusiones, deseos, planes. En muchos casos, las dificultades económicas han despertado escenarios realmente duros en las familias. Y la escuela, como ha podido, siguió funcionando. Entonces, lo primero, es agradecer los muchísimos esfuerzos que supone esta “nueva normalidad” a cada una de las personas (estudiantes, docentes, familias, autoridades, personal en general de las instituciones), a las estructuras, a los medios y a los recursos. En fin, agradecer donde estamos aún en pie.
¿Por qué agradecer en medio de la dificultad? Bueno, porque el agradecimiento descansa, anima, abre los ojos, expande, dilata el corazón y le muestra una perspectiva renovada de la realidad de siempre. Necesitamos agradecer lo que vamos descubriendo en este tiempo como valioso y, por tanto, como sagrado.
Los testimonios de muchas personas de las comunidades educativas rescatan, en primer lugar, los vínculos, las amistades, los afectos. Quizá nunca hayamos tenido tanta conciencia de lo importante que son en nuestras vidas como ahora que no podemos vernos, que no podemos tomar contacto ni saludarnos en los pasillos cada día, ni encontrarnos en los espacios comunes de la sala de docentes o el salón de clase, ni compartir el abrazo que tanta falta nos hace. El confinamiento nos demuestra que estamos constituidos de vínculos que nos sostienen en comunión más allá de todo.
En efecto, las renuncias abren espacio a la pregunta por el sentido de muchas cosas que dábamos por normales, comunes, dadas. Sería un muy buen ejercicio preguntarnos ¿por qué aquello que extrañamos y deseamos que vuelva a nuestras vidas es tan significativo? Y dejar que el corazón hable, se exprese y manifieste la hondura que lleva al misterio de las cosas sagradas que nos sostienen.
Una certeza: Dios está trabajando en este tiempo
El ejercicio de agradecer ojalá nos ayude a caer en la cuenta de que el Dios de Jesús está trabajando por cada quien donde sea que se encuentre hoy.
Dios está trabajando artesanalmente en lo oculto de nuestras historias personales, en lo secreto de nuestras conciencias, en las renuncias cotidianas; también en una nueva sensibilidad frente a la vida, la salud, el cuidado, la Creación. Del mismo modo, se nota la asistencia del Buen Espíritu en nuestras creatividades desplegadas a través de muchísimas formas de respuesta a las exigencias de las eventuales y desafiantes rutinas que nos impuso la pandemia.
Además, podemos percibir su labor en las nuevas formas de presencias mediatizadas por las pantallas, pero intencionadas realmente con el corazón, la mente y el espíritu de quienes están de un lado y del otro. Estamos aprendiendo, por contraste, qué significa la presencia física del otro/a, sus gestos, su aroma, su color, su voz, su aura que señala su estar con vida frente a mí.
Finalmente, esta certeza del trabajo de Dios guarda una esperanza. En efecto, podemos reconocer que el trabajo de Dios en cada una de nuestras vidas, en la de las instituciones y en la de la historia humana nos está preparando para lo que viene. ¿Quién sabe si lo que se está gestando en las entrañas de este tiempo no nos sirva para lo que nos toque vivir en un futuro? No tenemos mucha idea de qué se trata, ni nos es posible profetizar demasiado sobre lo que pasará. Incluso, podríamos pensar que volveremos a lo mismo de siempre, pero algo se está transformado en nuestras relaciones humanas con el mundo y debemos prestar atención a cómo Dios se cuela en los entresijos de la realidad.
Lo cierto es que el porvenir no pareciera ser muy fácil, sin embargo, debemos confiar, siguiendo la lógica providente de Dios, en que lo que estamos viviendo hoy nos prepara para el mañana. Dios siempre está trabajando por el bien de sus hijos e hijas aún en la cruz. Desde ahí deberemos darnos a la tarea de luchar contra las tentaciones propias de toda resistencia, sabiendo que no estamos solos/as y que toda prueba conlleva una misión.
Una actitud: Sumarnos a lo que Jesús haría en este tiempo
El tercer elemento del discernimiento quizá pueda nacer, naturalmente, después de ejercitarnos en la gratitud y la confianza: la actitud de sumarnos a lo que Jesús haría en este tiempo.
Una de las primeras cosas que podríamos contemplarle hacer es acercarse buscando sostenernos. Jesús se solidariza con nuestros cansancios, con nuestras angustias, con el dolor, la impotencia, las sensaciones de hastío. En fin, cumple su promesa y está con nosotros. Y una de las características propias del modo de Jesús es que lo hace de manera personal.
Paradójicamente, esta pandemia nos ha permitido entrar en una relación más personalizada en muchos casos. Ahora nuestras casas y recursos personales se convirtieron en espacios e instrumentos pedagógicos con los que antes no contábamos porque estábamos en la escuela. Aquí hay una nueva presencia, una nueva cercanía al contexto del otro –sea estudiante o docente- que me revela cómo relacionarme de una manera más pertinente y humana.
Esta misteriosa cercanía a la que nos invita el “quédate en casa” puede ser evangélica si logramos profundizar el interés por el otro, la otra. Quizá sea un tiempo donde podamos ayudarnos mutuamente a sostenernos, a aproximarnos y ser un canal de alivio, aún en la distancia física. Porque quizá esto nos ayude a comprender que la distancia no es sólo una cuestión de extensión en el espacio –lejanía, sino de una intensión en el tiempo: la “projimidad”, el hacerme samaritano/a.
En este sentido, podríamos acrecentar el sentimiento de comunidad, tan hondo, que vivieron los primeros creyentes en Jesús. Las comunidades cristianas nacientes experimentaron relaciones de cercanía en medio de pruebas muy difíciles, de persecuciones agobiantes, de asedios en muchos niveles (político, religioso, etc.), pero se mantenían unidas en la oración, en la solidaridad, en el compartir gracias al cultivo sostenido de la paciencia. ¿Podrá ser un testimonio para nosotros hoy?
La actitud de cercanía personalizada de Jesús nos lleva también a ponernos, como pastoralistas, en el lugar del otro y asumir la pregunta de Jesús al ciego Bartimeo: ¿qué quieres que haga por ti?” (Mc 10, 51) Quizá sea oportuno preguntarles a los/las estudiantes: ¿cómo podría ayudarte a cuidar tu fe? ¿qué puedo hacer personal e institucionalmente para que estemos atentos a cuidar la dimensión espiritual? Creo que podríamos llevarnos una sorpresa muy linda al escuchar sus respuestas. Incluso encontraríamos pistas para saber qué hacer, cuando vemos cómo nuestras planificaciones volaron por el aire.
Esto puede ayudarnos a “medir” la clave pastoral de nuestros colegios, que no es sólo el contenido religioso, sino que es la misión evangelizadora que atraviesa todos los niveles y estructuras de la institución. En esta prueba que vivimos vamos a necesitar que todo el colegio sea un mensaje evangélico, no sólo con la solidaridad ad extra, que siempre ha sido una característica constitutiva de nuestro modo de proceder, sino ad intra también, en el modo de acompañar a las familias y docentes más afectados de la comunidad.
En este sentido, la mirada atenta de la Pastoral puede librarnos de la tentación de sobrecargar espacios ya demasiado saturados, buscando todo lo contrario: ser alivio, consuelo, canal de ayuda, tal como lo hace Dios en este tiempo, y encontrar las píldoras necesarias para fortalecer Su presencia constante en los pequeños gestos de proximidad significativa que Él mismo nos inspire.
Por Emmanuel Sicre SJ
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