La Universidad Católica de Córdoba fue sede del Modelo COP 2023

El Modelo COP es la representación simulada del órgano de Naciones Unidas denominado Conferencia de las Partes, este año la Universidad Católica de Córdoba fue sede del evento que convocó a más de 300 jóvenes de toda la provincia. La temática de debate de esta séptima edición fue el cambio climático.

Esta iniciativa de la Agencia Córdoba Joven se viene desarrollando, desde 2016, junto con la Organización Argentina de Jóvenes para las Naciones Unidas (OAJNU) y  la Universidad Católica de Córdoba (UCC).

En el Modelo COP, estudiantes de 4to, 5to y 6to año de colegios secundarios asumen el rol de diplomáticos, por lo que deben defender las posiciones e intereses del país que se les asigna. Luego de investigar e interiorizarse sobre las posturas y características de la delegación que representan, los estudiantes debaten, argumentan y llegan a acuerdos, simulando las sesiones del órgano COP (Conferencia de las Partes) de Naciones Unidas.

Agustín Gaido, asistente de grado y proyección social en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, destacó la importancia de recibir el Modelo COP para la Católica, teniendo en cuenta que ya se vienen haciendo esfuerzos en términos de acciones verdes y ecológicas para fomentar un futuro más sostenible y sustentable. En este sentido, mencionó que la universidad está trabajando con una perspectiva ecológica, es decir, la forma en la que desde cada carrera se puede aportar a ese futuro sostenible. Además, mencionó algunas acciones concretas de Proyección y Responsabilidad Social Universitaria, como el Jardín Botánico, el Arboletum, el Bosque Nativo del Campus, entre otras.

Fuente: ucc.edu.ar

Reflexión: ¿Cuántas palabras se necesitan?

Por Isaac Daniel Velásquez, sj

Una de las frases más recurrentes de nuestra Espiritualidad Ignaciana es aquella de «el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras» [EE 230]. Solemos poner tanto énfasis en la literalidad de la misma que tal proceder nos puede conducir a olvidar el valor de la Palabra. En una sociedad donde sobreabundan las palabras, cabe acotar que las mismas no son seguridad de respuestas ni de profundidad, vale preguntarnos ¿cuántas palabras se necesitan para acertar, para ser precisos, y fieles a nuestros momentos de vida sin incurrir en charlatanería?

La batalla diaria de ahondar en lo profundo de nuestra vida, y en la del otro, supone la búsqueda de palabras que sirvan de claridad, concisión y contundencia. Una pesquisa que se ancla en el deseo de encontrar lógica a nuestras vivencias, aunque no siempre se pueda, y al deseo de emplear un verbo que derrote aquellos lugares comunes en los que deambulan muchos discursos.

Por tal motivo, hoy más que nunca es necesario recuperar el valor de la palabra. Saber el significado de aquellas que empleamos en la cotidianidad, saber su procedencia. Muchas se convierten en firmas personales: las decimos, las gastamos, tiramos al aire, se despilfarran y las olvidamos tanto que a veces olvidamos hacia donde van. Pero también es cierto, que en los días donde las palabras escasean y se explicitan en chocantes monosílabos se hace necesaria la presencia de personas que dejando detrás juicios excesivos y dramáticos brindan una palabra de aliento, de fe, de esperanza y de una energía tal que enciende el alma haciendo de una palabra una oración.

Posiblemente, esa palabra es la que hoy estén necesitando muchos. Un desafío para integrar aquella máxima ignaciana: obras y palabras.

Fuente: pastoralsj.org

«Como cabello trenzado». Identidad y memoria indígena

«Miles de mujeres indígenas de América hemos aprendido a entrelazar nuestros cabellos para ordenar y rumiar las ideas que pasan por la cabeza y el corazón y del corazón a la cabeza. Son las extensiones del pensamiento que, a pesar del duro trabajo diario, se mantienen unidas en una trenza, atada con los colores del arcoíris.» 

Soy Jeannette, hija de Florinda y Nazario, dos jóvenes mapuches, migrantes del campo, que un día decidieron formar familia en las periferias de Santiago, la capital de Chile. Aquí aprendimos a expresar nuestra fe en Dios en una comunidad católica con catequistas férreamente alineadas con la Teología de la Liberación. Mujeres que nos mostraban un rostro de Jesús diferente al de la homilía del párroco de turno. Un Dios solidario y sediento de justicia en tiempos de la dictadura militar. Un Dios Libertador, compañero del Pueblo.

Desde pequeña he sentido la profunda necesidad de conocer el mundo mapuche hasta querer emprender en mi adultez, el viaje en búsqueda de la identidad indígena que me fuera arrebatada aún antes de nacer, cuando los profesores de mis padres los castigaron por hablar el mapudungun, la lengua del pueblo mapuche. Identidad fracturada por la discriminación laboral que experimentaron mis abuelos por ser indígenas que trabajaron como esclavos de los chilenos. Identidad expropiada y marginada a la exclusión social cuando mis abuelas fueron humilladas y obligadas a vender sus joyas para tener un trozo de pan para sus familias. Identidad que tuvieron que callar y ocultar para defender la vida y el futuro. Transmitir la cosmovisión heredada de sus antepasados significaba, castigo, degradación, muerte. Soy consciente de que soy descendiente de los y las sobrevivientes de los horrores del genocidio colonial.

Traigo a la memoria a mis ancestras y ancestros, porque de ellas y ellos vengo, de ellas y ellos nacen mis búsquedas, luchas y resistencias. Soy parte de sus cabellos. Esta memoria con memoria a tierra, a aromas, texturas, sonidos, colores que llegan a mi mente y a mi corazón aun cuando no los conozco. Una especie de visión, de intuición arraigada en las profundidades del misterio de la vida y de la fe.

Memoria… ¡Bendita Memoria que se abre paso a la luz a pesar de todo signo de muerte! Memoria que resiste y que atraviesa mis dos trenzas como dos fuentes que descubren mi historia, mi identidad y mi espiritualidad: mapuche y católica. Juntas, pero no revueltas.

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