El pasado 24 de octubre el papa Francisco sacaba su cuarta encíclica bajo el título Dilexit nos, ‘nos amó’.
Se trata de una encíclica diferente a las otras. No es como las anteriores y, tal vez por eso, su lectura resulte más compleja o extraña. El subtítulo desconcierta, «Sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo». Sorprende que este papa nos hable del divino corazón de Jesucristo. Creo que no tendrá el éxito o seguimiento de encíclicas anteriores. Pero no por eso deja de ser un texto importante, que conviene leer y analizar, probablemente con cierta ayuda para entenderlo e interpretarlo bien.
Después de leer el texto y pensar un poco sobre lo que hay en ella, me lanzo a compartir unas reflexiones. Se trata de una encíclica que no va a resultar fácil de digerir. Por un lado, unos dirán que falta algo más en esos puntos que hablan de la adoración al corazón de Jesucristo, mientras otros no entenderán que se invite a dicha adoración. ¿No era este el papa de los signos con los pobres? ¿A qué viene ahora este texto?
Cuando salió, en seguida se dijo que era el texto que ayudaría a entender todo lo que el Papa había proclamado y escrito hasta ahora. Así lo expresa también en el punto número 217, cuando nos dice que lo escrito aquí permite descubrir cómo Laudato si’ y Fratelli tutti no son ajenas al encuentro con el amor de Jesucristo.
Antes de entrar a comentar la Encíclica, quisiera indicar varios aspectos que conviene tener en cuenta al situarnos ante Dilexit nos. Probablemente sea la encíclica más personal del Papa. Está llena de citas de autores de los que el Papa bebe espiritualmente. Nunca antes había hablado tanto de san Ignacio y sus Ejercicios. En ella hay algo de testamento, un explicar el porqué de mucho de lo que ha hecho hasta ahora y unas indicaciones para el cristianismo que viene. Creo que estas claves son importantes para entenderla.
El texto tiene una escritura curiosa. Se dirige al lector de manera directa en segunda persona, tanto al inicio como al final del texto. En medio pasa a la primera persona, primera persona que invita a la reflexión y la meditación; en esta primera persona no solo se encuentra la figura del Papa, sino también la de quien la lee, invitado a meditar y orar con el texto. Y también hay una buena parte del texto en la que hace una catequesis alrededor del corazón de Jesucristo.
La Encíclica se puede leer obviando dicha catequesis, como también se puede usar esta para trabajar en grupos y comunidades a manera de preparación para un retiro personal.
Si queremos entender el porqué de este texto y por qué ahora, tal vez lo encontremos en el punto número 87. Allí nos sitúa ante algunas de las preocupaciones del Papa en el momento actual: el avance de un mundo libre de Dios, religiosidades sin referencia a una relación personal con Dios, desencarnar el mensaje del cristianismo… En este momento de incertidumbre y de resituarnos ante lo que será el cristianismo del futuro, encontramos en la Encíclica ciertos apuntes que pueden ayudarnos. Veamos de qué nos habla el texto.
Comienza recordando la importancia del corazón. Desde aquí, resitúa qué es el ser humano —evitando reduccionismos— y ubica un centro desde el que poder responder a preguntas vitales y a la existencia misma. Si años atrás recuperó la misericordia, superando dificultades de comprensión del término y recogiendo lo mejor de este y su sentido pleno, ahora parece querer hacer lo mismo con el corazón. El mundo líquido actual necesita apuntar allí donde cada persona hace su síntesis, y este espacio no es otro que el corazón.
Un corazón que construye, que une, que permite superar la fragmentación y el individualismo de nuestro mundo. Solo desde aquí el mundo encontrará respuestas a sus necesidades más acuciantes; desde un corazón que nos invita a una espiritualidad, que tiene consecuencias sociales, que recupera la dignidad. Es por ello que dirige su mirada al corazón de Jesús.
El siguiente apartado lleva por título «Gestos y palabras de amor», y aquí apunta al origen de nuestra fe: a Cristo y al Dios que este presenta. Un Cristo que se acerca, que nos acompaña, nos anima, nos mira, nos habla.
El siguiente apartado nos habla del corazón ‘que tanto amó’. Sitúa la devoción al corazón de Cristo, como una imagen o símbolo que nos puede hacer bien y que merece la pena recuperar. Desde el principio reniega de adoraciones desencarnadas, ya que adorar el corazón es adorar a Cristo y su vida. Se trata de un símbolo para regresar al amor humano y divino de Jesucristo, y con ello recuperar y experimentar la esencia del cristianismo. Un cristianismo trinitario, en el cual la misericordia tiene un papel primordial.
El cuarto apartado habla de un «Amor que da de beber». El título ya indica la necesidad de no olvidar esa dimensión relacional con el Padre que nos ayuda a cuidar y sostener nuestra fe. A buscar a ese Dios que sale a nuestro encuentro. Y aquí encontramos una preciosa catequesis sobre el sentido de la adoración al corazón de Jesús a lo largo de la historia; en ella nos recuerda cómo ese misterio de amor no es un hecho del pasado, sino que sigue presente en nuestros días y hemos de buscar la manera de actualizarlo y meditarlo. En el fondo, nos habla del Evangelio, de un evangelio que no es solo para reflexionar o recordar, sino para vivirlo (cf. n.º 156).
Termina con una sección titulada «Amor por amor». En este apartado, Francisco recupera palabras olvidadas o apartadas de cuya realidad no podemos huir por el significado cristiano que aportan —como puede ser el de «pecado» o el de «reparación»—. Asimismo, invita a volver constantemente a la Palabra, a no reírnos del amor que hay en las expresiones de fervor creyente del santo pueblo de Dios, a recordar tanto la dimensión espiritual profunda que debe tener el cristiano como la dimensión de salida al otro para vivir en relación con todos los seres humanos —especialmente con los más desfavorecidos (cita expresa de Mt 25)—, a ser misionero desde el amor sin hacer proselitismo, a recuperar la vocación desde el servicio, etc.
Considero que es un texto para leer despacio, poco a poco, y más de una vez. Para compartirlo en comunidad y rezarlo. Tiene mucha enjundia y nos invita a soñar con el futuro. El corazón de Jesús es una imagen para volver a lo primordial del Evangelio y por ende del cristianismo. Un cristianismo que necesita ser místico a la par que profético, un cristianismo que nace del corazón y cuya fuerza reside en el amor, un amor compartido que se despliega desde la vivencia interior del Dios de Jesús de Nazaret hacia toda la humanidad. Solo así podremos construir un mundo nuevo.
Habría mucho que hablar y decir, siguiendo el camino del texto, sobre el recorrido que hace por la historia de la Iglesia y diferentes santos que nos señalan caminos a seguir. Especialmente sugerentes las referencias a san Ignacio, san Charles de Foucauld y santa Teresita del Niño Jesús.
Con vuestro permiso, acabo como acaba el texto. Con una oración que alienta para orar y para vivir:
«Pido al Señor Jesucristo que de su Corazón santo broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Eso será hasta que celebremos felizmente unidos el banquete del Reino celestial. Allí estará Cristo resucitado, armonizando todas nuestras diferencias con la luz que brota incesantemente de su Corazón abierto. Bendito sea».
[Imagen de Thomas en Pixabay]
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