Domingo tercero: Reflexión dominical en clave ecológica – Ciclo C

En el marco de la reflexión dominical en clave ecológica para este domingo tercero del Tiempo Durante el año, las lecturas bíblicas nos invitan a redescubrir nuestra misión como custodios de la Creación, inspirados por la Palabra de Dios.


Desde la unidad y la diversidad del Cuerpo de Cristo, la sabiduría de la Ley, la proclamación liberadora de Jesús y la escucha atenta de las Escrituras, somos llamados a vivir una conversión ecológica que transforme nuestro modo de relacionarnos con el entorno y con los demás.

Escuchar, Celebrar y Compartir

La lectura de Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10 invita a una interpretación ecológica basada en tres elementos clave para cuidar la creación: la escucha atenta de la Palabra de Dios, la celebración comunitaria y el compartir solidario. La atención del pueblo a la lectura de la Ley, que revela la voluntad de Dios, nos llama a redescubrir en la Palabra el mandato de cuidar y custodiar la creación como un don divino.

La celebración en comunidad, expresada en la adoración y el reconocimiento de la grandeza de Dios, nos recuerda que la creación es obra suya, destinada al bien común, y la invitación a compartir con quienes no tienen, subraya un estilo de vida solidario y sostenible, que evita el desperdicio y fomenta la equidad en el uso de los recursos.

Tus Palabras, Señor, son Espíritu y Vida

El Salmo 18 nos inspira a cuidar la casa común desde la sabiduría que emana de la Palabra de Dios. La ley del Señor, perfecta y reconfortante, nos recuerda que la Creación está ordenada por un diseño divino que debemos respetar y proteger.

Los preceptos rectos y mandamientos claros nos animan a vivir con rectitud y transparencia, promoviendo acciones que alegren el corazón y que sean luminosas para los demás, como cuidar el agua, los bosques y toda forma de vida.

La pureza y eternidad de la palabra de Dios nos interpelan a asumir la responsabilidad de preservar la creación como un legado para las futuras generaciones.

Cuidar la Creación desde el Cuerpo de Cristo

La lectura de 1 Corintios 12, 12-30 ofrece una profunda enseñanza invitándonos a cuidar la Creación desde la unidad y la diversidad. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, cada uno con su función específica, la Creación también está formada por una diversidad de ecosistemas, especies y elementos, todos necesarios y complementarios.

Reconocer que todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu nos lleva a valorar la interconexión entre los seres humanos y el entorno natural.

La solidaridad que pide san Pablo, de sufrir y alegrarse juntos, nos llama a ser sensibles al sufrimiento de la tierra y a unirnos en acciones que restauren su integridad al mismo tiempo nos invita a respetar y cuidar los “miembros más débiles” a proteger las especies y ecosistemas más vulnerables, recordando que el cuidado de la casa común es una expresión de nuestra identidad como Cuerpo de Cristo.

Mano Rama Pixabay

Inspirados por el Espíritu del Señor

El Evangelio según Lucas 1, 1-4; 4, 14-21 destaca la misión de Jesús como un llamado a cuidar la Creación desde una perspectiva integral. Jesús, lleno del Espíritu, proclama una Buena Noticia que abarca la liberación, la justicia y la sanación, aspectos que también deben extenderse a la casa común.

La unción del Espíritu nos recuerda que la Creación es consagrada por Dios, y como discípulos, somos enviados a sanar las heridas de un mundo afectado por el deterioro ambiental. La liberación de los oprimidos y la restauración de la vista a los ciegos nos invita a reconocer y transformar las estructuras que dañan la tierra y excluyen a los más vulnerables.

A modo de cierre: Testigos de Esperanza

Estas reflexiones dominicales en clave ecológica nos inspiran a asumir con decisión nuestra vocación de custodios de la Creación. A través de las Escrituras, comprendemos que la unidad, la justicia, la sanación y la esperanza son caminos esenciales para proteger y restaurar nuestra casa común.

Al reconocer la Creación como un don sagrado, somos llamados a vivir en armonía con ella, promoviendo acciones concretas que reflejen el amor de Dios por todo lo que ha hecho.

Como nos recuerda el Papa Francisco en Laudato Si’: “La humanidad tiene aún la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (LS, 13). Con fe y compromiso, respondamos a este llamado como testigos de esperanza y transformación en el mundo.


Por E. Marcial Riveros Tito. Teólogo y Contador Público

@vidanuevadigital

EDUARD PROFITTLICH, SJ: UNA VIDA DE SERVICIO, VALOR Y MARTIRIO

El 18 de diciembre de 2024, el Papa Francisco ha autorizado al Dicasterio para las Causas de los Santos la promulgación del decreto sobre el martirio del arzobispo jesuita Eduard Profittlich, Administrador Apostólico de Estonia.

Tras la ocupación de Estonia por la Unión Soviética, Eduard decidió permanecer en el país a pesar de las crecientes amenazas soviéticas y de que existía la posibilidad de regresar a Alemania. Fue detenido, juzgado y condenado a muerte, y murió en prisión el 22 de febrero de 1942 antes de ser ejecutado.

Su beatificación tendrá lugar en Tallin (Estonia) en los próximos meses.

Breve biografía

El Siervo de Dios Eduard Profittlich, SJ, nace el 11 de septiembre de 1890 en Birresdorf, Renania, Alemania, en la diócesis de Tréveris. Sus padres, Markus Profittlich (1846-1920) y Dorothea Catharina Profittlich (1850-1913), eran agricultores en un pequeño pueblo de unos cientos de habitantes. Bautizado el día de su nacimiento, recibe la Primera Comunión en 1903 y es confirmado en 1904 en la iglesia de San Esteban de Leimersdorf. Eduard asiste a la escuela primaria local en Leimersdorf antes de continuar su educación en Ahrweiler y Linz am Rhein, graduándose en 1912. Ese mismo año ingresa en el seminario de Tréveris, pero lo abandona, tras dos semestres, en 1913, para ingresar en el noviciado de la Compañía en los Países Bajos, siguiendo los pasos de su hermano mayor Pedro, misionero jesuita fallecido en Brasil.

Eduard estudia filosofía y teología en el Collegium Maximum S. Ignatii Valkenburgense que tenía la Compañía en Valkenburg. Durante la Primera Guerra Mundial, sus estudios se ven interrumpidos mientras presta servicio sanitario en un hospital militar de Verviers (Bélgica). Tras la guerra, reanuda sus estudios y es ordenado sacerdote en 1922. Prosigue sus estudios teológicos avanzados en Cracovia (Polonia), antes de completar su Tercera Probación en Czechowice-Dziedzice.

Entre 1925 y 1928, Eduard trabaja en Oppeln, Alemania (ahora Opole, Polonia), y más tarde es nombrado capellán de la iglesia de San Ansgar en Hamburgo, que atendía a inmigrantes polacos. En 1930 pronuncia sus Últimos Votos y es enviado a Estonia. En 1931 es nombrado Administrador Apostólico de Estonia y, en 1936, Arzobispo Titular de Hadrianópolis.

Cuando la Unión Soviética ocupa Estonia en 1940, la libertad religiosa se ve gravemente restringida y se intensifica la persecución del clero. Aunque Eduard podría haber abandonado el país, opta por quedarse, dando prioridad a su misión y a los fieles que estaban a su cargo.

La noche anterior al 27 de junio de 1941, es arrestado. Tienen lugar, a continuación, un viaje de 2.000 kilómetros hasta la prisión de Kirov y una serie de interrogatorios nocturnos. Eduard es condenado a muerte el 21 de noviembre de 1941, tras ser juzgado por un tribunal que partía de unos cargos inventados de hacer propaganda contrarrevolucionaria y agitación antisoviética, y de no informar de “actividades contrarrevolucionarias”. Se rechaza su apelación. Obligado a soportar las difíciles condiciones de la cárcel durante casi nueve meses, el Siervo de Dios muere en la prisión de Kirov el 22 de febrero de 1942, antes de la ejecución de su sentencia.

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El Jubileo de la Esperanza, buena noticia para todos

El pasado 9 de mayo de este 2024, con la publicación de la Bula Spes non confundit (“La esperanza no defrauda” Rom 5,5), el Papa Francisco anunció y convocó oficialmente a la Iglesia Católica, a la celebración del JUBILEO DE LA ESPERANZA.

Se trata de la vivencia de un año especial o “año santo”, como también se le llama, como un espacio-tiempo especial para renovar la relación con Dios, renovando nuestras relaciones interpersonales y toda nuestra vida en sociedad, a la luz de los criterios del evangelio de Jesucristo.

Por disposición de la Bula Pontificia, fechas especiales a tener en cuenta en la celebración de este Jubileo son las siguientes: el 24 de diciembre de este año será la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro y en los días sucesivos la apertura de las Puertas de otros Templos importantes para el mundo católico en la ciudad de Roma. El 29 de diciembre, de este mismo año, en todas las iglesias catedrales de todas las diócesis del mundo, los obispos del lugar presidirán la celebración eucarística como apertura solemne del Año Jubilar, que culminará con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica papal de San Pedro en el Vaticano el 6 de enero de 2026, con la celebración litúrgica de la Epifanía del Señor.

El origen de los jubileos o “años santos” que – ordinaria o extraordinariamente – son convocados y celebrados en la Iglesia Católica, son una mixtura de los años sabáticos y de los años jubilares que se celebraban en el Israel del Antiguo Testamento; y se remonta a costumbres jurídico-religiosas,  según las cuales, así como el sábado era el día de reposo, cada siete años, en un año llamado “sabático”, todo el país entraba en un tiempo de descanso dedicado al Señor, De tal manera que todo lo que – libremente – creciera en el campo podría ser recogido – también libremente – por los pobres, como una muestra de que la tierra es santa y propiedad de Dios. Así mismo, cada siete años, los esclavos quedaban en libertad y las deudas quedaban anuladas (Cfr. Lv 25.1-7; Ex 23,10-11; Ex 21,2-6; Dt 15,1-6).

El año del jubileo, por su parte, consistía en una orden legal según la cual, cada cincuenta años, además de las mismas concesiones del año sabático, la propiedad de tierras y bienes debía ser restituida a los propietarios originales (Cfr. Lev 25,8-17; Lev 23,55; Is 61,1-2).

Debido a estas costumbres ancestrales y a la dificultad de ser cumplidas rectamente por los hombres, los cristianos en el Nuevo Testamento pintan el tiempo vivido y compartido con Jesús, como “un año o tiempo de gracia”. Año de gracia anunciado en el Antiguo Testamento, cumplido a medias o definitivamente incumplido por el pueblo de la antigua alianza, pero que regresaría a cabalidad con el Mesías. Año de gracia y de salvación, tiempo de justicia y de paz, tiempo de misericordia y de “vida abundante” (Jn 10,10)

La Buena Noticia, que es Jesús de Nazaret para quienes se encuentran con Él, es interpretada, especialmente por el evangelista Lucas, como Buena Noticia (evangelio) para los pobres, libertad para los presos y oprimidos, vista para los ciegos, y año favorable para todos, de parte de Dios. (Lc 4,16-21)

La celebración oficial de jubileos en la Iglesia data del año 1300, convocado, el primero, por el papa Bonifacio VIII ordenando que se celebraran cada 100 años. Posteriormente, en 1490 Paulo II redujo el tiempo a cada 25 años, con el ánimo de que cada generación pudiese participar en, al menos, un Jubileo.

Con el tiempo, los jubileos en la Iglesia, que inicialmente en el Antiguo Testamento – fueron tiempo de gracia y de perdón frente a realidades materiales y tangibles como la tierra, los cultivos, las cosechas, las deudas, la esclavitud – fueron adquiriendo un énfasis “espiritual”, consistente en la obtención de indulgencias – que en una época se compraban – mediante el arrepentimiento, la oración, la confesión, la comunión y la visita a santuarios, previamente destinados como lugares de peregrinación, para el perdón de los pecados.

El tema de la esperanza es el tema elegido por el papa Francisco como eje para la oración, reflexión y práctica en la vida de los discípulos de Jesucristo en este próximo año jubilar. Tema muy pertinente, si tenemos en cuenta que todo ser humano vive gracias a la esperanza que, como motor de la existencia, nos mueve y empuja en la búsqueda de días mejores y que hoy – en medio de las desesperanzas, fracasos y angustias del mundo actual, urgen signos, hombres, mujeres, comunidades e instituciones que sean testigos de esperanza.

En las esperas cotidianas de tiempos mejores, esperas que a veces fracasan y a veces se cumplen, los cristianos esperamos, como en un permanente adviento, la Esperanza que a todo da plenitud, que no defrauda y que es Cristo mismo.

Entonces todo hombre y todo cristiano puede ser definido esencial y fundamentalmente como un ser en, de y para la esperanza, hasta lograr gritar como Pablo “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gál 2,20), para lograr la construcción de un cielo nuevo en una tierra nueva, es decir, el reinado de Dios, que es reinado de la justicia, la paz, la verdad y la fraternidad, mediante el mandamiento nuevo del amor.

Todo lo cual se convierte en un desafío permanente para el discípulo. Desafío que nos empuja a vivir y a construir, en las esperas cotidianas, un mundo con esperanza.

El sentido y significado de los jubileos ha impregnado también la tarea de los gobiernos del mundo. En ocasiones especiales, los gobernantes de las naciones promulgan decretos de indultos o amnistías que benefician a pobres, a prisioneros, etc.

Entonces, que el Jubileo del año 2025, convocado por el Papa Francisco, nos anime a todos – en la Iglesia Católica y en los gobiernos del mundo – a construir acciones, signos y realidades (concretas y tangibles) para la esperanza de todos.

Que construyamos la convivencia y el mundo siempre, como un permanente jubileo, un permanente espacio-tiempo de buenas noticias de salvación, de sanación, de liberación y esperanza para todos. Tiempo de pan para el hambriento, de vestido para el desnudo, de oportunidades sociales para los “descartados” de la tierra, de techo para los sin-hogar y para los migrantes, de salud para el enfermo y de justicia para los inocentes y empobrecidos, etc.

Como termina el Papa Francisco su Bula convocatoria del Jubileo: “Dejémonos atraer desde ahora por la esperanza y permitamos que a través de nosotros sea contagiosa para cuantos la desean”, pues nadie puede vivir sin razones para esperar tiempos mejores, nadie vive sin motivos para esperar la esperanza.

*Mario J. Paredes es miembro del Consejo Directivo de la Academia de Líderes Católicos en Nueva York.

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