Josep M. Lozano «El discernimiento es la respiración de la vida cristiana»

¿Por qué discernir? ¿Dónde se aplica el discernimiento? Yo creo que discernir es la respiración de la vida cristiana. En la Concordancia Ignaciana la palabra «discernimiento» no aparece, solo se menciona —y poco— «discernir». Siempre es un verbo activo, vinculado a expresiones como vigilancia, atención o ver lo que conviene. Y en los Ejercicios Ignacio no habla de discernimiento, sino de «sentir y conocer las varias mociones que en el ánima se causan» (EE 313). Por tanto, ni es una herramienta ni nada que se aplique porque no es un instrumento externo que está a nuestra disposición para que nosotros decidamos cuándo lo usamos y para qué, sino que remite al proceso cotidiano de crecer en estos «sentir y conocer» lo que nos mueve en los diversos momentos y etapas de la vida.

¿El discernimiento es una cuestión individual o puede ser parte de un proceso comunitario?

En la medida en que es la respiración de la vida cristiana tiene una dimensión personal y una dimensión comunitaria, que se complementan, pero que no hay que confundir. En lo personal es vivir cada vez más íntimamente la oración de 1Sa 3,10: «habla, Señor, que tu siervo escucha». Dios habita en todo y habita en nosotros, y discernir nace de esta petición reiterada (habla, Señor) y de esta actitud profundizada íntimamente (tu siervo escucha). Fuera de esta actitud de fondo podemos hacer muchas cosas —quizás muy buenas— y tomar decisiones, pero el discernir quedará bajo una espesa niebla. Y en lo comunitario, discernir nace de la convicción expresada en Ap 2,7: «el que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias». Un escuchar, por cierto, en el que a menudo las iglesias parecen confiar poco: en ellas se habla mucho y se escucha poco. Quizás porque tendemos a creer que el Espíritu habla más en el silencio de los retiros y en la naturaleza que en la voz de los miembros de nuestras comunidades. Y quizás porque en el fondo creemos que las llamadas del Espíritu son primariamente personales, y secundaria o derivadamente comunitarias. Sin embargo, si no existe un mínimo itinerario personal, fácilmente se puede confundir el discernir comunitario con una nueva forma de conducir reuniones o con un método para tomar decisiones.

¿Cuál es la relación que usted establece entre discernimiento y fe? ¿Se trata de una relación de complementariedad, en la que se considera el discernimiento una buena herramienta de apoyo, o cree más bien que el discernimiento debería ser indisociable de la fe, como un elemento esencial?

Ya he dicho que no me parece ni una herramienta ni un complemento. De hecho, me siento más cómodo con la oración de Moisés (Ex 33,13): «te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca». Solo conocemos a Dios cuando seguimos los caminos que él nos muestra. Por eso creer es discernir, porque no creemos fuera (o previamente, o por separado) del camino que estamos llamados a hacer: discernir es la respiración de la fe. En los EE, Ignacio nos propone: «comenzaremos, juntamente contemplando su vida [de Jesús], a investigar y a demandar en qué vida o estado de nosotros se quiere servir su divina majestad» (EE 135). Está claro que este es un momento clave de los Ejercicios. Pero ese «comenzar», al fin y al cabo, es el empezar al que estamos invitados en el inicio de cada día.

En la actualidad forma parte de un programa en Roma llamado Discerning Leadership. ¿En qué consiste el programa y la labor que realiza? ¿De dónde surgió su implicación?

El programa nace de la convicción del Papa Francisco de que el camino hacia una Iglesia más sinodal requiere también (y, quizás, sobre todo) un nuevo estilo en la forma en que se ejercen las responsabilidades de gobierno, cómo se ejerce la autoridad, cómo se articula la participación de los cristianos en la vida eclesial, cómo se toman las decisiones y por parte de quién… En este sentido, el programa (que se ofrece en inglés, italiano y castellano) se dirige a responsables de dicasterios, a equipos de gobierno y superiores de congregaciones religiosas y a directivos de entidades e instituciones católicas. El programa pretende, ante todo, ayudar y acompañar. Ayudar y acompañar a estas personas en el ejercicio de sus responsabilidades, en el desarrollo de sus capacidades personales de gobierno, en una mejor comprensión de la razón de ser y de los retos institucionales y de gobernanza de sus organizaciones. Retos que son colosales por los cambios de todo tipo que están viviendo todas ellas y en los que discernir, como decía S. Pablo, lo que más conviene no siempre es fácil. Y en este ayudar tiene un papel central facilitar la conversación y la reflexión entre personas que provienen de contextos culturales y eclesiales muy diversos. Yo colaboro como —digamos— profesor, por convicción y porque ESADE participa desde sus orígenes como una de las instituciones invitadas a impulsar este proyecto.

En el proceso de participación en el programa, ¿hay alguna escena o anécdota que le haya tocado particularmente?

Anécdotas, muchas. Pero prefiero resaltar unos vectores de fondo. En primer lugar, la inmensa, profundísima, auténtica calidad humana y cristiana de las personas que participan en el programa. Vuelvo siempre muy impactado, porque tratar con estas personas te pone cristianamente en tu sitio. Pilar (mi mujer) me ha dicho más de una vez: me gusta que vayas a Roma porque vuelves más humilde. En segundo lugar, la magnitud y la urgencia de los retos de gobierno y de gestión que tienen estas instituciones. Y, a menudo, los déficits de gestión que arrastran. A veces tengo la sensación de que el exceso de teología no ayuda a afrontar sus necesidades organizativas y de gestión (y, al mismo tiempo, constato el riesgo que a veces existe, por un exceso de buena fe, de caer en manos de supuestos consultores en gestión que no entienden las realidades eclesiales). En tercer lugar, la necesidad de revisar a fondo, en un contexto de sinodalidad, la articulación de polaridades tales como autoridad-obediencia, jerarquía-participación, escuchar-decidir, etc. Y, en este contexto, la presión y —a menudo— la soledad con la que viven estos responsables sus retos: no es lo mismo una soledad solitaria que una soledad acompañada, y el servicio de acompañamiento que el programa ofrece de forma sostenida en el tiempo me parece un componente nuclear del ayudar. Finalmente (lo dejo para el final no porque sea lo último, sino para que quede más fijado) el programa ha generado en mí la convicción profunda de que el futuro de la Iglesia —ahora permitidme decirlo así— son las mujeres. He tenido el regalo de poder conocer a mujeres (y, especialmente, a religiosas) que, sin tener posiciones públicas o pertenecer a instituciones glamurosas (aquellas que siempre salen en las crónicas y quedan bien), entregan su vida de manera silenciosa, poco espectacular, en absoluto mediática, y profundamente arraigadas en una experiencia religiosa de una densidad luminosa que me ayudan a creer y, sobre todo, me hacen más humilde. Eso espero.

¿Por qué cree que puede ser importante para los cristianos del presente (y del futuro) entrar en grupos de discernimiento?

Es que si han entrado en una comunidad cristiana se supone que han entrado en grupos de discernimiento, en un grado u otro. Discernir no es solo escucharnos, es escuchar juntos. Está claro que muchas veces debemos aprender a escucharnos para poder escuchar juntos. Y que a menudo es necesario realizar un cierto recorrido para desaprender tanto nuestras capacidades para el debate y la discusión como para desaprender nuestro pensar y vivir en clave de nosotros-ellos, para así poder incorporar una mayor disposición al diálogo. Solo desde aquí podremos abrirnos a la conversación espiritual como elemento vertebrador de la comunidad. Tengamos presente que caminar juntos concentra en una única expresión «acompañar» y «sinodalidad». Y que la conversación espiritual es la intersección entre dialogar y discernir en común. Los cristianos del presente (y del futuro) deberían hacer suya, como oración comunitaria, lo que les dijo S. Pablo a los filipenses (Fil 1,9): «lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento y clarividencia, para que sepáis discernir lo que más conviene».

¿Qué cree que puede aportar una herramienta como el discernimiento en la sociedad contemporánea?

Que haya comunidades y, sobre todo, que la Iglesia vaya creciendo en la práctica del discernir, y que todas caminen discerniendo, puede ser en nuestro contexto una invitación y, a la vez, un signo. Una invitación y un signo de que es posible un escuchar y escucharnos descentrado; que es posible hacerlo desde la sensibilidad por el propósito y la misión y no desde la defensa de los propios intereses; que podemos escoger el camino a seguir sin pagar el precio de que haya vencedores y vencidos, aunque no pensemos todos lo mismo ni estemos siempre de acuerdo; que podemos abordar las cuestiones primordiales que nos afectan a todos con libertad y sin miedo. Sobre todo, sin miedo; y sin miedo de unos a otros. Pero, por supuesto, esto no depende de la valía de una supuesta herramienta, sino de la existencia de una Iglesia que transparente el discernir. Por eso quizá deberíamos reconocer que todavía estamos en la fase previa de preguntar qué puede aportar el discernir a la transformación de la Iglesia. Y como la Iglesia, que yo sepa, no está fuera de la sociedad contemporánea…

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