MISERANDO ATQUE VII
Hemos compartido diferentes textos para reflexionar sobre la misericordia desde distintas espiritualidades y perspectivas. Ya cerca del día de San Ignacio les traemos esta propuesta, para conocer más de la misericordia en la Tradición Ignaciana.
Por Luis Mª García Domínguez, SJ. Director del Instituto Universitario de Espiritualidad de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid
La misericordia en la tradición Ignaciana
¿Cómo aparece la misericordia en el carisma original ignaciano? Es decir, en la tradición espiritual que encuentra su expresión en la misma experiencia de Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros, en los documentos fundacionales y en la comprensión que tuvieron los primeros compañeros de dicho carisma. Se trata, ante todo, de una misericordia divina experimentada como reconciliación personal y, después, reconocida como atributo divino que el creyente puede participar como virtud, desplegándose en obras de misericordia, espirituales y corporales.
Sin duda, la misericordia forma parte del núcleo carismático de la Compañía de Jesús porque es una experiencia central de Ignacio y de los primeros compañeros que se refleja en los textos fundacionales y se despliega en la praxis constante de los primeros jesuitas. Podemos verlo en seis afirmaciones concatenadas:
La misericordia es un atributo divino, un rasgo central del ser de Dios Padre hacia sus criaturas, manifestado de modo culminante en la entrega de su propio Hijo. Es curioso y significativo que, en los escritos ignacianos, la misericordia divina se cita el doble de veces que la humana, tanto en la Concordancia como en el Epistolario (69-68% de apariciones frente al 31-32%).
Los creyentes experimentan esa misericordia divina de muchas maneras pero, especialmente, en forma de perdón recibido, como Ignacio y los primeros compañeros experimentan en los Ejercicios espirituales (Ej 61, 71). Esa precedencia de la misericordia divina será una referencia constante en toda la formación y la vida apostólica del jesuita, que se hace hombre misericordioso.
Ignacio y los primeros jesuitas entendieron su vocación como «servir al solo Señor y a la Iglesia su esposa» mediante la consagración de sus vida en un cuerpo apostólico dedicado «a la defensa y propagación de la fe y al provecho de la almas» mediante el ejercicio de ministerios muy variados, pero entendidos en clave de la práctica de «obras de caridad» espirituales y corporales.
Las obras de misericordia «corporales» están desde el principio en la experiencia de Ignacio y de los primeros jesuitas. Cuando los primeros compañeros reciben la ordenación sacerdotal los ministerios de la palabra son vividos muy conjuntamente con las obras corporales de misericordia, de modo que en los hospitales tanto confiesan y dan la comunión como lavan y cuidan a los enfermos. Pero viven su dedicación a los ministerios espirituales de la palabra como ejercicio de una profunda misericordia, de modo que en ocasiones no podrá el jesuita dedicarse más que a obras de misericordia «espirituales» (ver Constituciones de la Compañía de Jesús, número 650).
Los ministerios espirituales producen sus efectos. Los ministerios sacramentales suscitan gestos de misericordia; por ejemplo, la confesión que reconcilia profundamente al individuo le mueve a perdonar a los enemigos de un modo también público, a «hacer paces». Por otra parte, los fieles que se acercan a los jesuitas se sienten también movidos a poner en práctica la misericordia. De este modo Ignacio y los primeros jesuitas predican la misericordia de Dios, pero también invitan a los fieles a entregarse o a colaborar con ellos en estas obras de caridad. Pues las dimensiones vertical y horizontal de la vida cristiana forma parte de la catequesis ignaciana desde muy pronto. Ya en los tiempos de Alcalá de Henares se formula como «visitar a pobres» y «acompañar el Santísimo Sacramento» (Autobiografía, número 61).
La misión actual de la Compañía ha sido definida como «servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta» (Congregación General 32, decreto 4, número 2), entendiendo en esta «promoción de la justicia» una relectura histórica de aquellas «obras de caridad» y de misericordia que señalaba la Fórmula del Instituto. La «recepción» de la Fórmula por parte de las últimas Congregaciones Generales ha acercado al presente, con «fidelidad creativa», la primera formulación del carisma ignaciano mediante nuevas formulaciones que, a su vez, pueden ser iluminadas por el antiguo texto ignaciano cuando no solo lo leemos en los documentos, sino que lo descubrimos en la práctica ordinaria de los primeros jesuitas.
Así pues, es claro que la misericordia es parte integrante y nuclear del carisma ignaciano. Se trata de un ideal que Ignacio y los primeros compañeros experimentaron practicaron inicialmente de un modo casi espontáneo, aunque luego de modo más explícito. Pero esa misericordia, como parte del carisma, es siempre un ideal en el horizonte vital de quienes son llamados a la vida religiosa al modo ignaciano. Ni los primeros compañeros fueron movidos siempre y solo por esa misericordia ni, menos todavía, los jesuitas que después les siguieron a lo largo de la historia la vivieron y practicaron de la misma manera.
Por eso la Iglesia, que anima a todos los cristianos «a contemplar el misterio de la misericordia» (Misericordiae vultus, n. 2), nos estimula a los que queremos vivir el carisma ignaciano a re-descubrir este verdadero misterio de la misericordia recibida, para que sea motor de la misericordia practicada en nuestra vida.
Este texto está tomado de las conclusiones del artículo «La misericordia en el carisma de la Compañía de Jesús», publicado en la revista Manresa, vol 88, n. 346 (2016), págs. 5-18. Agradecemos al autor del texto y al director de la revista las facilidades dadas para reproducirlo aquí.
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