La Vulnerabilidad del Dios que Escondidamente se Revela

El potencial liberador de nuestra fe, que nos permite asumir nuestras fragilidades, pero que nos mueve a creer que ellas no tienen la última palabra.

Por Juan Pablo Espinosa Arce

La realidad y el acontecimiento de la revelación-autocomunicación de Dios en la historia es el punto fundante de la experiencia cristiana. De hecho, no existe cristianismo – o judaísmo como antecedente histórico – si no es desde el Dios que escondidamente se revela. Y se revela a una humanidad capaz de acoger dicha revelación. Por lo tanto, la humanidad como oyente de la palabra (Karl Rahner) es la condición de posibilidad para que esa revelación se despliegue creativa e históricamente.

El Dios revelado está inclinado, dispuesto, dirigido hacia el mundo y hacia el ser humano. El “estar de Dios”, o su “esencia”, es estar continuamente en salida. Podríamos incluso definir al centro de nuestra fe como Aquél que sólo sabe darse gratuitamente a los otros.

Y un aspecto interesante de ese darse es que se acentúa como vulnerabilidad. Karl Rahner ya había evidenciado dicha “vulneración” cuando reconoce que “este hacia dónde es la disposición infinita, muda sobre nosotros. Se nos da en la manera de denegación, de silencio, de lejanía, del constante mantenerse bajo una modalidad no explícita, de forma que todo hablar de él – para que sea perceptible – exige que se escuche su silencio” (Karl Rahner, Curso Fundamental sobre la fe, 87).

Aquí aparece un “punto de inflexión” dentro de la misma realidad de la revelación de Dios: hemos de aceptar que su manifestación acontece también en el silencio. No es solo la belleza de la sonoridad la que actualiza el ser de Dios en la historia, sino que también la vulneración y la negatividad en donde reconocemos que Dios actúa. Quizás podríamos aventurar que la negatividad y la vulnerabilidad son lugar teológico.

Dios habla en medio de la tempestad, de la tormenta, de la muerte y del dolor, porque Dios en Jesús asumió la vulnerabilidad. Entonces, y tomando las categorías filosóficas de Byung-Chul Han, la belleza auténtica no es sólo lo “pulido” o lo perfecto. La estética de lo pulido es la seña de nuestro tiempo. Todo tiene que suceder de buena manera, idealmente mostrando la invulnerabilidad del suceso. Nuestra posmodernidad tiene temor de la enfermedad, del silencio, de la lejanía, de lo mudo, de la muerte. La vulnerabilidad no es amiga de nuestra época. Entonces, ¿cómo convive el Dios que se revela escondiéndose o el Dios vulnerable con una época de la estética de lo pulido? ¿Tiene lugar el Dios del silencio en medio de nuestra época del ruido? ¿Qué le dice el Dios verdadero al mundo de lo post verdadero?

El Dios que escondiéndose se revela es el que marca una distancia entre Él y el mundo. Dios actúa asintóticamente[1] con el ser capaz de acogerlo o rechazarlo. Esa es la paradoja salvadora del cristianismo, a saber, que Dios se acerca al hombre pero que su cercanía es a la vez lejanía. Dios no se confunde con los otros objetos del mundo porque no es un objeto entre otros. Dios en su movimiento de cercanía y lejanía, de revelación y ocultamiento, es capaz de provocar en el ser humano la atracción – o el enamoramiento utilizando la terminología de los profetas – de querer buscarlo y reconocerlo como el fundamento de su-nuestra existencia.

Siguiendo la terminología de Byung-Chul Han, lo pulido no genera conmoción ni reacción. Lo pulido elimina la distancia contemplativa. A Dios se le conoce contemplándole en su vulnerabilidad, en su Encarnación, en su muerte y resurrección. A Dios se le abraza en su cansancio, en su dolor y alegría. Y es ahí donde comienza a aparecer la razón última de nuestro cristianismo: nuestra vulnerabilidad es la vulnerabilidad de Dios en Jesús. Y, por tanto, su vulnerabilidad es salvadora. Por ello la vulnerabilidad es mística.

Escuchemos a Byung-Chul Han cuando recuerda el arte de Jeff Koons: “el mundo de lo pulido es un mundo de hedonismo, un mundo de pura positividad en el que no hay ningún dolor, ninguna herida. Pero ella no da a luz a ningún redentor, a ningún homo doloris cubierto de heridas y con una corona de espinas” (B.Chul Han, La salvación de lo bello, 16). Sólo el “varón de dolores” (Isaías 53) puede generar en nosotros una conmoción. Sólo la vulnerabilidad de Dios nos puede permitir acceder a la salvación de lo bello.

Y desde esta realidad teológicamente densa, aparece la estética de la vulneración. La herida es la que provoca la experimentación de la conversión. El dolor del otro es el principio desde el cual nosotros también experimentamos nuestra vulnerabilidad y vulneración. De alguna manera el dolor social, ecológico y también eclesial exige que los creyentes en el Dios que revelado va escondiéndose – o contrayéndose en términos del misticismo judío – vayamos asumiendo esa vulneración. En la experiencia de la ruptura podemos reconocernos como verdaderos seres humanos. En la vulnerabilidad de Dios experimentamos nuestro ser hijos.

¿Cómo trabajar entonces con la vulnerabilidad? ¿Cómo amar y abrazar al Dios que revelándose se esconde? ¿Qué nos dice Dios a nuestra realidad vulnerada y vulnerable? Pienso en las acertadas palabras de Henri Nouwen: “mi propia experiencia respecto a la angustia ha sido que enfrentarse a ella y vivir con ella es la manera de curarla. No puedo hacerlo solo. Necesito a alguien que me ayude a mantenerme de pie con ella, que me asegure que hay paz más allá de la angustia, vida más allá de la muerte y amor más allá del miedo” (Nouwen, Tú eres mi amado. La vida espiritual en un mundo secular, 62).

Aquí aparece el desafío no menor de comprender cómo nuestra fe tiene un potencial liberador, fe que no se puede comprender como fideísmo, sino que como fe pensada sensatamente, como fe celebrada comunitariamente y puesta al servicio de la humanización. Si la fe es la respuesta al Dios revelado y escondido, esa misma fe tiene que asumirse como vulnerable, como potencialmente dañada, puesta en crisis y en duda. No es malo experimentar la crisis en la fe. Hay que aprender a trabajar y a amar la ruptura – en palabras de Nouwen – como espacio de purificación y como lugar donde, paradójicamente, actúa el Dios de los vulnerables que habla y se revela como silencio sonoro y lejanía cercana.

Fuente: Entre Paréntesis

 

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