La voz de la Juventud por el cuidado del Medio Ambiente
Teniendo la voz como principal instrumento de protesta, la juventud acude a tomar el espacio público para manifestar su inconformidad, su frustración y también sus esperanzas para que quienes tienen en sus manos la toma de decisiones, lo hagan pensando en los que vienen por delante.
Por Flor María Ramírez
A mediados de marzo pudimos ver cómo niños y jóvenes estudiantes se movilizaron por el cambio climático, en ciudades emblemáticas para exigir a sus gobiernos medidas urgentes, a través del movimiento ‘Fridays for Future’. Denominada una cita social “sin banderas”, se ha puesto énfasis en la inactividad de los gobiernos para avanzar sobre acuerdos comunes que permitan reducir las consecuencias de este fenómeno. El papa Francisco ha reconocido este entusiasmo en el lanzamiento del reciente proyecto Scholas, afirmando que “hemos visto cómo en estos días, jóvenes de diversas ciudades del mundo han tomado la calle para defender el ambiente. Para defender la tierra. Los jóvenes tienen una potencia inimaginable, son creativos; lo que pasa es que la mayoría de las veces no tienen líderes que los conduzcan porque los buscan afuera y no se dan cuenta que los tienen adentro”.
La voz como principal instrumento de protesta
Teniendo la voz como principal instrumento de protesta, la juventud acude a tomar el espacio público para manifestar su inconformidad, su frustración y también sus esperanzas para que quienes tienen en sus manos la toma de decisiones, lo hagan pensando en los que vienen por delante. Estamos ante la reacción de una generación que tal vez creíamos apática o poco interesada en asuntos medioambientales que son de larga data. Recordemos que la preocupación global por la degradación medioambiental de nuestras ciudades y países se remonta a los años 70’s y desata un activismo internacional en el que emergen organizaciones ecologistas que, lograron mantener e incluir en la agenda internacional alcanzando culmen con la inclusión de la sustentabilidad en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), entendida ésta como “la capacidad de satisfacer necesidades de la generación humana actual sin que esto suponga la anulación de las generaciones futuras”.
Las nuevas formas de manifestación a favor de un cuidado al medio ambiente han tenido una funcionalidad indiscutible en la delimitación de la esfera pública, y la construcción paulatina de una cultura cívica que se auxilia de las herramientas digitales, misma que en épocas pasadas tuvo que forjarse a base de marchas y protestas, en una localidad que a duras penas alcanzaban resonancia nacional. Las protestas más globales, visibles y virales, se han ido dando en la medida en que hemos ido también teniendo información de las devastadoras afectaciones que en varias regiones del planeta han ido teniendo las actividades industriales y la irresponsabilidad tanto colectiva como individual.
Nuestra capacidad de acción, compromiso u omisión
En 2009 el Premio Nobel de Economía fue concedido a Elinor Ostrom por su teoría sobre el gobierno de los bienes comunes. Ostrom, usa la “tragedia de los bienes comunes” para explicar la degradación de los recursos naturales que son usados colectivamente, pero sobre los que es difícil acordar un sistema de reglas para gobernar. Este sería el caso del Acuerdo de París que tras años de negociaciones ha sido aprobado como parte del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático realizado en 2015. Lo que vemos hoy en día, resulta un motor clave por reconocer las responsabilidades a todos los niveles, particularmente, la responsabilidad que está en manos de los Estados. Las nuevas generaciones reclaman una acción inmediata y solidaria que va más allá del sistema de gobernanza global de esos bienes comunes.
El papa Francisco en la encíclica ‘Laudato si” de 2015 ha señalado que “necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no solo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva”. La conversación ya está iniciada en muchos lados, también la Iglesia es un buen lugar para continuarla. Lo primero quizá será analizar con honestidad nuestra capacidad de acción, compromiso u omisión en el tema.
Fuente: Vida Nueva Digital
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