Ignacio y la pobreza III: «La auténtica pobreza necesita incesante discernimiento»
Tercer y último artículo del Secretario del Servicio de la Fe, James Hanvey SJ, sobre la pobreza religiosa, tema que el Consejo Ampliado del Padre General puso como prioridad durante el encuentro que tuvo lugar la semana pasada.
La auténtica pobreza necesita incesante discernimiento – Por James Hanvey, SJ
No hay duda que Ignacio y sus primeros compañeros, incluso antes de que decidieran fundar una orden religiosa, se habían comprometido a una pobreza evangélica personal al servicio de Cristo. Cuando se consagraron a Él y prometieron en Montmartre seguirlo en la misión, ya habían renunciado a todo excepto a las necesidades básicas de su viaje. Nunca perdieron el mencionado compromiso ni la convicción que la pobreza evangélica era condición necesaria para predicar el evangelio. Fue el sello distintivo de un testimonio auténtico y condición para la libertad en la misión.
Es interesante ver cómo se interpreta y aplica dicha condición de la misión cuando se encuentra con las exigencias de la fundación de nuevas obras apostólicas y colegios. No sólo necesitaban mendigar, lo que parecían aceptar con gusto, sino que tenían que pensar en la necesidad de sostener estos esfuerzos. Cómo expresar y vivir la pobreza como una gracia apostólica pasa a ser una realidad discernida. No tenían intención de comprometerse, pero se dieron cuenta que la pobreza tenía que ser vista en la perspectiva de la misión y sus exigencias. Aquí también está el riesgo. Siempre hay razones excelentes y válidas para buscar la seguridad material, no tanto para uno mismo como para nuestros ministerios. Por eso la pobreza debe ser vivida con un discernimiento vigilante. Para ser garantizada, debe convertirse en una disposición interior; un sesgo o “hábito” – “un modo de proceder”- que siempre será reconocido en sus efectos aunque los tiempos, el trabajo y las circunstancias puedan ser diferentes.
Del “Diario Espiritual” de Ignacio podemos vislumbrar cuán profunda es esta pregunta. Está en el corazón mismo de la nueva orden emergente: cómo proteger el voto de pobreza como fuente de vida y misión evangélica – tanto personal como comunitaria – y, sin embargo, preservarlo como una realidad discernida en tanto que servicio a la misión. Lo que Ignacio y la Compañía naciente hacen es establecer un único Norte, o punto cardinal fijo de práctica concreta y algunos principios centrales de discernimiento que deben ser siempre operativos para resistir a las componendas.
Tres principios clave
Las Constituciones (§553-54) establecen un primer principio: nadie alterará lo que pertenece a la pobreza en las Constituciones, excepto para hacerla más estricta. En cierto sentido, esto es una consecuencia del Principio y Fundamento de los Ejercicios porque es el signo distintivo de nuestra completa dependencia de Dios y nuestra necesidad de mirar a Dios en todo lo que somos y recibimos. Establece que la pobreza no es realmente negociable. Se da entonces una práctica concreta: no permitir a los jesuitas apostólicos o a las comunidades apostólicas ningún ingreso de activos fijos. Esto se aclara más tarde en la Congregación General 31 y se expresa en las normas jesuitas. (CN137)
El segundo principio se establece en las Constituciones §555-56 y dice que aunque las obras de la Compañía, o aquellas de las que tienen cuidado o responsabilidad, pueden tener algún capital fijo, la Compañía no debe tener ningún control sobre dicho capital. En otras palabras, la Compañía, no debe poseer ni el capital ni los intereses. De nuevo, esto expresa lo que yo considero los dos elementos centrales de nuestra pobreza evangélica, tanto espiritual como práctica. Primero, se trata de asegurar que la Compañía nunca esté dispensada de confiar en Dios, “que él hará que se provea todo lo que pueda ser conveniente para su mayor alabanza y gloria”. Segundo, que la Compañía permanezca libre de toda obligación financiera en lo que toca a la misión. El principio es claro: los bienhechores y las donaciones deben apoyar la misión, pero no condicionarla.
El tercer principio, que se encuentra en el §557, dice que los “profesos” y todos los que tienen votos perpetuos (§560) deben vivir de limosnas. No deben beneficiarse de ningún capital fijo de la casa o de las obras de las que forman parte.
Podemos ver que estos tres principios son fundamentales pero llanos. Son para evitar la acumulación de riqueza y las obligaciones que la acompañan, y para preservar la libertad e integridad de la Compañía con respecto a su misión.
Interpretación
A lo largo de los siglos estos tres “principios” y su traducción en la práctica concreta necesitaban ser aplicados e interpretados de acuerdo con las diferentes culturas y situaciones cambiantes: ¡en el siglo XVI no había ninguna comodidad como las transacciones bancarias en línea, las inversiones o las tarjetas de crédito! Pero creo que son notablemente claros; conservan la orientación fundamental de nuestro voto como una libertad interior y material para la misión. Este punto está bien ilustrado en las instrucciones a los jesuitas que reciben misiones especiales del Papa, “Además, el que ha sido designado por Su Santidad para ir a alguna región debe ofrecer su persona generosamente, sin pedir provisiones para el viaje o causar una petición para que se haga algo temporal”. (Cons. §609;610).
Estos “principios” nos ayudan a ver cómo, en lo que concierne al voto de pobreza de la Compañía – sobre todo cuando se entiende en términos de los otros dos – no se trata en primer lugar de un ascetismo impuesto, aunque esto forma parte sin duda de él, sino que está ordenado a la libertad de estar con Cristo resucitado en su misión – Cristo que lo recibe todo del Padre. Esta pobreza nos hace completamente dependientes de Dios; espiritualmente y materialmente, nos fundamenta en nuestro ser seres creados. Nos devuelve a la gran comunión de todas las cosas creadas, y reordena nuestra relación de interdependencia con ellas. En esta medida, ofrece una gracia redentora o restauradora y puede permitirnos convertirnos en ministros de esa gracia para otros, de hecho, toda la creación. De ahí que la pobreza de la Compañía deba estar marcada por una total generosidad y gratitud. Es realmente la libertad de ser enviado sin condiciones, puramente al servicio de Jesucristo, para abrazar el mundo con su amor costoso pero sin medida.
Fuente: jesuits.global/es
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