«¡Ámense!: El mandamiento ‘insistente’ de Jesús»

Juan José Bernal Guillén SJ, estudiante jesuita de la Provincia del Paraguay, quien actualmente se encuentra cursando sus estudios en la ciudad de Córdoba, nos comparte su testimonio en clave de memoria agradecida por lo vivido interiormente en la misión del verano 2021.

Durante los Ejercicios Espirituales (EE. EE.) de este verano, una pregunta resuena con fuerza en mi corazón: ¿Por qué Jesús, estando próximo a su muerte, pide a sus discípulos con insistencia que se amen unos a otros?  ¿Cuál es el misterio de este mandamiento nuevo? Silenciosamente, esta invitación enciende en mí un deseo que me habla de compasión. Compasión al estilo de Jesús. Compasión en la cruz, como signo contradictorio de muerte y de vida. Cruz que me llama a la esperanza de la resurrección. Resurrección que me impulsa a consolar a otros desde el amor recibido.

Con estas mociones interiores, inicio -días después- la semana de servicio en el Pequeño Cottolengo de Gral. Lagos (Rosario, Santa Fe). En esta misión, soy testigo de la encarnación de aquel misterio del amor. Misterio reiterado por el Señor a los suyos poco antes de su pasión. La consigna del viaje interior es consolar a los ‘cristos’ sufrientes y hallados en profunda soledad. Es así que la misión en Lagos me coloca, cara a cara, ante la impotencia y el dolor humanos. Me enseña a saber estar ante ellos. Me regala la gracia de la creatividad y del compartir con los residentes del lugar.

En el Cottolengo, mis días transcurren en medio de una silenciosa quietud. Las miradas, los gestos y las mímicas son el centro de la comunicación y del ‘diálogo’. No faltan las sonrisas y los dibujos coloridos que alegran el corazón y transmiten cercanía.  No obstante, es en esa quietud en donde la impotencia y la esperanza se disputan por conquistar mi corazón. Cuando el desánimo parece ganar la batalla, la vida misma de los residentes se impone como signo de esperanza y como certeza de un Jesús resucitado.

 

La experiencia también me habla de profunda compañía. ¡No estoy solo en la misión! Hay otras personas que caminan conmigo. En este sentido, la Compañía me regala un compañero: Vidal SJ. No hay mucho tiempo para detenernos a hablar. ¡El trabajo es arduo! Sin embargo, la presencia silenciosa de ambos nos invita a hacer lectura de las mociones del corazón, reflejadas en las miradas -en las nuestras y en las de nuestros amigos y amigas-.

Vidal y yo nos ocupamos de acompañar, a diario, el trabajo de los orientadores del lugar. Visitamos los hogares. Ayudamos con el paseo de los residentes por los jardines. Jugamos con ellos. Pasamos largos ratos bajo los árboles, contemplando la quietud de sus cuerpos y oyendo el grito de sus corazones. Ignacio, en sus EE. EE., nos dice que “no el mucho saber harta y satisface al ánima, más el sentir y gustar de las cosas internamente”.[1] Nuestros nuevos amigos nos enseñan, con su modo de ser, sentir y actuar, el sentido de aquella moción ignaciana. Tal vez no expresen mucho con las palabras, pero sí con sus inocentes y profundas miradas, de corazón a corazón.

 

El día a día tiene lo suyo. Y como tal, el cansancio no se deja estar. Sin embargo, es momento propicio para acoger aquella invitación del Señor reiterada en los Ejercicios: volver a poner la mirada en él. La oración se torna un escenario clave para pasar por el corazón de Dios todo lo que transita interiormente. Volver a él se traduce en descubrirlo en aquellos hermanos míos que me hablan de vida. Significa salir de mí e ir junto a ellos. Asimismo, el verbo ‘volver’ es conexo con el verbo ‘confiar’. ¿Confiar? ¡Sí! Confiar en que Jesús resucitó en la vida de los residentes. Pero, el volver y el confiar no son disposiciones unilaterales. Son gracias que Dios me va concediendo en comunión con otros. En este sentido, la gratitud por los compañeros de misión, tiene cabida especial en mi corazón: orientadores, auxiliares, enfermeros, voluntarios, religiosos orionitas…

Hoy, después de un mes de haber vivido esta experiencia, la pregunta inicial sigue latiendo en mi interior: ¿Por qué insistes con el pedido de amarnos unos a otros? No sé si tenga respuesta para tal cuestionamiento. De lo que tengo certeza, es que esta experiencia del amor de Jesús por la humanidad me mueve al cambio. Cambio en mi modo de pararme ante el dolor humano. Cambio de la palabra por la mirada. Cambio de mis pretensiones personales por aquellas que siento que vienen de Dios y que me hablan de entrega. Cambio que pone de manifiesto lo más genuino de mi ser: el deseo de amar y servir.

[1] Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, Santander, Ed. Sal Terrae, 1991, p. 1, [2]

 

Juan José Bernal Guillén SJ

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