Personas migrantes, hospitalidad y dignidad
Un escrito de Daniel Rodríguez, colaborador en el Servicio Jesuita a Migrantes, sobre la experiencia del apostolado que acompaña a personas migrantes en Uruguay.
Nadie puede decir que los procesos migratorios y las personas migrantes son una novedad para Uruguay. Todo lo contrario. Los uruguayos y la migración son viejos conocidos. Hemos construido a lo largo del tiempo una especie de leyenda colectiva, a veces injusta o incompleta, sobre cómo nos hemos construido como sociedad a partir del legado de nuestros antepasados venidos de España o de Italia. Muchas veces esta historia también permea nuestra propia historia familiar. Sin embargo, el Uruguay de inmigrantes, de personas que llegaron acá escapando de la guerra, la persecución política o las dificultades económicas, nos puede parecer un retrato remoto, de otro tiempo. O, en el mejor de los casos, aun percibiendo las huellas de los nuevos migrantes en nuestra vida cotidiana, pasa sin afectarnos demasiado ni interpelarnos en concreto. Como si por una razón u otra pasara debajo del radar. A pesar de ello, en 2019 nuestro país recibió más de 12 mil solicitudes de asilo y 16 mil solicitudes de residencia. Cinco años antes, las residencias iniciadas no llegaban a las 10 mil y las solicitudes de asilo eran prácticamente inexistentes.
No puedo hablar por todos, pero en cierto sentido esto sí pasaba debajo de mi radar cuando a mediados de 2020 me contaron por primera vez del Servicio Jesuita a Migrantes. A pesar de ser una institución con nombre propio entre las obras de la Compañía, era una propuesta que estaba dando sus primeros pasos en nuestro país (¿otra vez, debajo del radar?). Con mi pareja veníamos hacía mucho tiempo buscando un apostolado conjunto. No lo dudamos mucho y nos unimos en setiembre pasado.
El SJM tiene una historia de más de 40 años y actúa en más de 60 países si contamos donde trabaja como Servicio Jesuita a Refugiados. Si me pidieran que cuente de qué va el SJM, diría que va de dignidad y hospitalidad. Nuestro objetivo como servicio es acompañar a las personas migrantes, con el objetivo de promover y proteger su dignidad y sus derechos. Muchos migrantes se acercan a nosotros recién llegados al país, en situación de especial vulnerabilidad, por lo que se vuelve una prioridad brindar una primera acogida que sirva de sostén para sus necesidades más básicas. Esto no sólo incluye aspectos materiales como alimentación y abrigo, sino también orientación sobre trámites legales necesarios para vivir y trabajar en Uruguay, así como información sobre sus derechos como migrantes y residentes. Siendo el trabajo la mayor preocupación (junto a la búsqueda de condiciones de vivienda estables), realizamos periódicamente talleres de orientación laboral, de apoyo a la búsqueda de empleo y de emprendedurismo. Además, contamos con un espacio de apoyo psicosocial y de acompañamiento espiritual.
El 2020 vio cómo las fronteras en casi todo el mundo se cerraron a cal y canto, pero eso no detuvo del todo el flujo de migrantes. Es más, para muchos de ellos sólo les hizo el camino más cuesta arriba. Todas las semanas recibimos historias que hablan de un camino largo y sacrificado, de muchos meses de andar con las pocas cosas y los pocos recursos con que se puede cargar en una travesía semejante. Llegan historias de abusos, de xenofobia y de rechazo, pero también de esperanza de poder tener un futuro mejor en un país que los recibe de forma más abierta. Son historias llenas de resiliencia y de dignidad. La incertidumbre y las dificultades de ser migrante en Uruguay en pandemia son enormes. En ocasiones, en las historias se cuelan las frustraciones, la soledad, la sensación de no dar más, de extrañar y querer volver. A veces incluso es mucho el tiempo que los migrantes llegan sin ser vistos como iguales, mucho tiempo sin siquiera recibir un abrazo fuerte. Por esta razón es una preocupación de todas las horas entre nosotros los voluntarios el poder brindar un servicio tan materialmente eficiente como sea posible, pero nunca perder la empatía ni transformarnos en una oficina de asistencia fría y efectista. Porque esto, en el fondo, va de dignidad y hospitalidad.
Es igualmente innegable que las personas migrantes, cuando se insertan en las sociedades que los reciben, las enriquecen culturalmente, las dinamizan social y económicamente, las interpelan y desafían a ser más abiertas y diversas. Hay belleza en esa diversidad y está llena de Dios. Quizás la capacidad de encontrar y gustar a Dios en esa diversidad sea lo que me haya atraído tan fuertemente al trabajo con personas migrantes. Los desafíos son muchos y a veces son escasos los recursos, materiales e institucionales. Es un servicio en formación en Uruguay, con todo por hacer para que estas historias no queden más debajo del radar.
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