Reflexión del Evangelio – Domingo 19 de Septiembre

Evangelio según San Mc 9, 30-37.

En el evangelio de Marcos del día de hoy somos testigos de una escena frecuente entre Jesús y sus discípulos. Están de camino, compartiendo y el Maestro aprovecha de esta cercanía para anunciar una vez más su próxima muerte y su resurrección, pero ellos no lo comprenden.

Siguen absortos en sus conversaciones sobre temas secundarios, muy ajenos al contenido del discurso de Jesús.

Es como nos pasa habitualmente a nosotros, que estamos concentrados en las preocupaciones diarias, sin prestar atención a lo importante, a lo trascendente, a aquello que debería ser la razón y el centro de nuestras vidas.

Los discípulos, en vez de mostrarse empáticos y solidarios con el anuncio que Jesús les acaba de hacer, se distraen en discutir cuál de ellos es el más importante…

Pero Jesús, en pocas palabras, resume en qué radica el valor de las personas, tal como lo predica Él mismo, con su propio ejemplo: solamente el servicio, el darse a los demás, el poner a los débiles y a los desprotegidos en el centro de nuestro interés y como fin de toda nuestra actividad, es lo que hace valiosas a las personas a los ojos del Padre.

Y para ser más explícito y abrirles bien las entendederas, atrae hacia Él a un niño, que concentra quizás todo lo que en aquella época era despreciado y no tenido en cuenta y lo convierte en la clara imagen de hacia quiénes debemos dirigir y enfocar nuestras acciones. Nada es más importante a la mirada de Dios que aquellos vulnerables, frágiles, marginados y es hacia ellos hacia quienes debemos ponernos en actitud de servicio si queremos llevar a la práctica la Buena Noticia del Evangelio y ser así verdaderos discípulos del Maestro, que se hizo nuestro servidor y nos invita a imitarlo.

Dejémonos interpelar por este Jesús humilde y sencillo que dio su vida misma para salvarnos.

Que nuestra vida esté orientada a congregar a todos, sin diferencias. Que nadie se sienta excluido. Que nuestra mirada hacia el prójimo sea como la del Padre celestial, que protege y ama a cada uno de sus hijos y que reconozcamos en cada uno de nuestros hermanos el reflejo del Creador.

Que seamos constructores de fraternidad, saliendo al encuentro del otro y reconociendo en cada hermano al mismo Jesús que se nos regala.

Que dejemos de pensar sólo en nosotros mismos y de considerarnos el centro.

Que seamos misericordiosos, como el mismo Jesús, tendiendo la mano solícita y desinteresada al que camina a nuestro lado.

Ese es el verdadero camino del servicio y de la solidaridad.

Así seremos instrumentos del amor de Dios entre los hombres y estaremos colaborando con Él en la construcción del Reino.

Que así sea.

Matilde Canabal (Maranathá)

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