Misión jesuita en Quilmes
Un grupo de estudiantes jesuitas misionaron durante las vacaciones de julio en la comunidad San Francisco Solano, en Buenos Aires. La presencia de los jesuitas llegó a esa localidad a comienzos del año 2020, cuando asumieron una nueva misión dentro de la diócesis de Quilmes: acompañar a las comunidades de las Parroquias Nuestra Señora de las Lágrimas y Nuestra Señora de Luján. En esta oportunidad, Martín Algorta sj y Juan Pablo Suarez sj, quienes llegaron a Solano desde Córdoba para compartir diez días de misión, nos acercan su testimonio sobre la experiencia de encuentro con tantos rostros que los recibieron con generosidad y amabilidad.
Martín Algorta sj
La primera impresión al volver a Solano después de haber realizado el año pasado la misión desde la comunidad María Peregrina de la parroquia Ntra. Señora de las Lágrimas, como experiencia de adviento del noviciado, fue encontrarme con la alegría de mucha gente que durante ese mes se había entusiasmado y ahora desplegaban esos deseos y esa alegría novedosa en algún espacio de servicio, en el cual comparten su alegría de vivir siguiendo al Señor, y contagian ese entusiasmo a otros. Fueron muchos, algunos ejemplos son Patricia, Roberto, Claudia, Alberto y Beatriz, quienes ahora están acompañando como madrazas y padrazos del primer umbral del Hogar de Cristo (“El Principio”) que se encuentra en el predio de la capilla.
Esta vez nos recibieron desde la comunidad San Jorge, y con Juan Pablo nos tocó trabajar sobre todo con los distintos grupos de jóvenes que participan en las diversas comunidades de las parroquias. El sábado a la noche hicimos un fogón en donde participaron alrededor de 30 jóvenes de distintos grupos: de la confirmación de tres comunidades distintas (María Esperanza de los Humildes, Caacupé y San Jorge), del grupo de la parroquia de Luján, participaron también dos jóvenes del Hogar de Cristo y muchos otros. En esta actividad y en otras que les propusimos, fue mucho el entusiasmo y las ganas expresadas por los jóvenes de conocer a otros con los que puedan compartir su fe, sus ganas de vivir, sus búsquedas, sus miedos y de seguir conociendo a Jesús y sus caminos de amistad.
Por último, me gusta destacar la posibilidad de compartir la misión también con estudiantes que tienen más años en la Compañía y con los jesuitas que están en la comunidad y a cargo de las obras apostólicas. Conocerlos en el servicio a los demás es conocer a los compañeros queriendo desplegar lo mejor que tienen. Verlos y escucharlos a ellos transmitir su experiencia de Dios, sus alegrías y esperanzas me trae mucho consuelo y ánimo para el camino.
Juan Pablo Suarez sj
En mi caso, hasta ahora no había tenido la oportunidad de conocer la nueva comunidad en la diócesis de Quilmes. Desde que Rafa nos escribió a toda la provincia allá por septiembre de 2019 con el llamado a discernir ofrecerse para la nueva misión y la posterior generosidad de los compañeros que transmitieron su disponibilidad, no pude quedar menos que entusiasmado por poder conocer el horizonte apostólico que se abría. Después de estos escasos 10 días que pudimos misionar en las distintas comunidades de las dos parroquias, los distintos umbrales del Hogar de Cristo y en la misma comunidad jesuita (uno es consciente que, como jesuitas jóvenes, con la sola presencia a veces también agitamos los espíritus de nuestros compañeros más experimentados), pude vivenciar una compañía con potencia apostólica, con creatividad y alegría por anunciar el evangelio entre los más pobres.
Fueron muy pequeñas las actividades que pudimos realizar: diversas charlas de espiritualidad ignaciana para distintos públicos, reavivar el espíritu misionero y la alegría de la fe con los jóvenes y variadas visitas a las casas del barrio. Sin embargo, y a pesar de la sencillez de la siembra, pude reconocer cómo es Dios quién trabaja en el corazón de su pueblo a través de pequeños gestos, y se nos regaló ser testigos de lo fructífera y motivadora que resultó la misión para muchos jóvenes y adultos. Ya más en lo personal, el poder dejar -por un rato- los libros de lado y poner la misión de la compañía -la misión de Cristo- en el centro, patear el barrio y sentir las tensiones de la vida apostólica, me resulto provocador para seguir reflexionando sobre nuestra vocación y labor, y sobre todo absolutamente renovador espiritualmente hablando.
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