Silencio: presencia y escucha en clave de amor
Compartimos en esta nota extractos de un artículo escrito por Teresa Rofes Llorens, hermana carmelita descalza, y publicado en blog.cristianismeijusticia.net. El texto presenta un abordaje del silencio como experiencia, sus definiciones y posibilidades.
El silencio, en la tradición cristiana, es pues sinónimo de atención al Otro, a su Presencia, a su Palabra. Recordamos el Prólogo de Juan, “Al principio existía quien es la Palabra” (Jn 1,1), que fundamenta la conocida sentencia de Juan de la Cruz: “Una Palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio debe ser oída del alma” (Dichos de luz y amor, 99). Si la Palabra fuera viento huracanado, terremoto estrepitoso o fuego destructor (cf. 1R 19,11-12) no sería necesario el silencio para reconocer el paso, captar la presencia, escuchar nítida la palabra de Yahvé. Pero el Divino Presente se manifiesta y se comunica en el susurro de un suave viento (1R 19,12), es decir, en el silencio del corazón, en el sosiego interior: en “sosiego y paz” que dice Juan de la Cruz (Puntos de amor, 3). El silencio permite contemplar a aquel que se cierne sobre las aguas primigenias del caos: el Espíritu de Dios (Gn 1,2).
(…)
El silencio es la puerta para salir del “propio amor, querer e interés” según Ignacio de Loyola (EE 189): Xavier Melloni afirma que el silencio es la ausencia de Ego.[1] Llegar a escuchar el YO SOY interior muestra quien soy en realidad, en profundidad.
El silencio siempre está presente en la vida: no es una creación humana. Es aquella matriz que menciona a san Pablo: “[en Dios] vivimos, nos movemos y somos” (Hch 17,28). Pero requiere cierta valentía para adentrarse, porque es pesado en muchos momentos, ya que no estamos acostumbrados a vivir conscientemente (hay que decir también que existen silencios destructivos, violentos y deshumanizadores).
(…)
El silencio es el humus del Universo: vas a la playa y hay silencio, vas a la montaña y hay silencio, en la ciudad también hay silencio. No es un silencio aséptico de laboratorio: es un silencio de normalidad, vida, espacio y tiempo. Están los sonidos característicos de la naturaleza, que no lo rompen, le acompañan. Se expresan. Estos sonidos no son ruido, son los sonidos sin ego: no te reclaman.[3]
(…)
El silencio forma parte de la dimensión trascendente de la vida. Esta dimensión espiritual está vehiculada, en nosotros, por la experiencia psicológica, que es una experiencia humana relacional. Por eso podemos hablar del silencio como encuentro. Cuando no se permite ni valida ni valora realizar procesos en silencio (como elaborar duelos), prisioneros en un presente locamente efímero y volátil, se aniquila el poder elaborar el proceso emocional que suscita la misma vida, y esto lleva a las personas a permanecer estérilmente en un punto cero continuo: en las actitudes evitativas que dificultan transitar el camino del dolor (el sentido que se puede percibir no en el dolor, sino al ir elaborándolo). No hay tiempo para digerir la ingente avalancha de información, de elaborar pensamiento propio, de reflexionar. Todo es acuciante y ruidoso, y nuestra naturaleza no es así. Antropológicamente, no somos así.
Leé el artículo completo aquí blog.cristianismeijusticia.net
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!