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El fondo humano de la Inteligencia Artificial (Intr.)

Podemos acordar que, entre sus diversas concepciones, la Inteligencia Artificial (IA) es una rama especial de las ciencias de la computación, cuyo enfoque está dirigido al desarrollo de sistemas y algoritmos capaces de realizar tareas que requieren inteligencia humana. En términos generales, esta noción se emplea para englobar a un amplio espectro de modelos informáticos que poseen la habilidad de razonar, aprender y percibir. Son estos mismos modelos los que están detrás de los asistentes de voz, de los algoritmos de reconocimiento facial, de las aplicaciones GPS o de la función de texto predictivo en los smartphones.

Si bien tenemos varios años conviviendo con la IA, no fue sino hasta la llegada de generadores de imágenes como Dall–e2 o Midjourney, o el modelo de lenguaje ChatGPT, cuando sentimos que el futuro nos alcanzaba. Fueron estos desarrollos los que reavivaron la conversación en el último año, debido a que su difusión orilló a muchas instituciones —entre ellas a las Instituciones de Educación Superior— a posicionarse.

En agosto de 2023 la Ibero Ciudad de México celebró el foro Construyendo el Futuro de la Inteligencia Artificial. Entre los invitados al evento estuvo el franciscano Paolo Benanti, asesor en temas de IA del papa Francisco. Durante su ponencia Benanti insistió en la necesidad de modelar «perfiles éticos» para las inteligencias artificiales; es decir, perfiles que «ayuden a los seres humanos a ser mejores seres humanos».

En el contexto de la charla la afirmación de Benanti tuvo la precisión y el coraje de destacar la preeminencia de lo humano sobre lo tecnológico. En su opinión —como en la de tantos otros especialistas—, el uso ideal de la IA debe ser el de una suerte de copiloto capaz de auxiliar a las personas y a las instituciones a tomar mejores decisiones, y no el de un piloto automático en el cual deleguemos nuestras funciones, dejándonos así a merced de los algoritmos.

Pero, ¿qué sucede cuando, poco a poco, depositamos nuestro criterio en este copiloto?, o cuando el «sentido auxiliar» de estas herramientas comienza a volverse ubicuo y dominante. Y, sobre todo, ¿a qué nos referimos al hablar de «mejores seres humanos»? Ya que, aunque la mayoría de nosotros convengamos en que la humanidad reluce en virtudes como la compasión, la solidaridad y la empatía, otros dirán que esta mejora depende de nuestra capacidad de producción y rendimiento.

No cabe duda: la discusión es compleja y requiere la participación de quienes tienen un mayor entendimiento de las tecnologías emergentes; sin embargo, la afirmación de Benanti posee —simultáneamente— el valor de la sencillez y la profundidad. Afirmar que «lo humano debe prevalecer sobre lo tecnológico» es, sobre todo, una declaración de principios: quien lo afirma reconoce un fondo ético que nos pide volver a lo esencial y que, ante el cambio y las novedades, confía en un discernimiento ecuánime y sereno.

Con este fondo humano como antecedente, entendido en función de cualidades que contribuyen a la armonía de los individuos y las comunidades (consciencia, compasión, empatía y fraternidad), deseo compartir una serie de reflexiones acerca de la interseccionalidad de los derechos humanos y la IA, y, por último, hacer un repaso sobre la incorporación de las tecnologías emergentes en la Educación Superior.

Luis Arriaga Valenzuela, S.J.

@Christus

Enlace al artículo completo t.ly/MYUV5

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