escultura ignacio escribiendo cartas

IGNACIO GESTOR, A TRAVÉS DE SUS CARTAS. El arte ignaciano de gestionar negocios

Entre las casi siete mil cartas que san Ignacio de Loyola escribió, directamente o por comisión, hay 237 cartas de dirección y amistad, 152 escritos sobre aceptación o rechazo de ministerios, 142 cartas de finanzas, 100 cartas teóricas (de ellas, 27 abordan problemas pedagógicos y universitarios, 13 cuestiones relativas a la autoridad civil y 11 asuntos de contratos y financiamiento). En cuanto a los destinatarios, más de 1.500 cartas están dirigidas a no jesuitas, incluyendo 301 a nobles, 142 a oficiales civiles o militares, 140 a altos funcionarios o sus familias y 51 a financieros o mercaderes.

No se trata en estas páginas de adentrarse en todo este ingente material sino, de manera mucho más humilde, de poner el foco en una parte del epistolario ignaciano que suele pasar más desapercibido. La tesis del artículo es bastante sencilla: a través de las cartas de Ignacio podemos aprender algo acerca del arte ignaciano de gestionar negocios (o, en cierto sentido, su arte de ayudar en lo material) y podemos acceder a la figura de Ignacio como gestor y líder en medio de asuntos concretos y ordinarios. Un Ignacio que muestra capacidad para afrontar grandes retos y para hacerlo de modo convincente. En lo más práctico, el texto busca ampliar la mirada y facilitar el acceso a cartas, temas y destinatarios que no siempre aparecen en los escritos más «espirituales». Dividimos el artículo en ocho apartados, presentando en cada uno de ellos una polaridad entre aspectos que conviene integrar convenientemente para buscar y hallar a Dios en todas las cosas, también en la gestión de los diversos negocios de la esfera secular.

1. Gracia y naturaleza

En el año 1555, Ignacio tuvo que afrontar una seria crisis económica en el Colegio Romano: su rápido crecimiento, la falta de una fundación estable y la elevada inflación habían generado una deuda de siete mil escudos. En ese contexto, Ignacio convoca una consulta especial, ad hoc para la ocasión, y después escribe a Francisco de Borja, para llegar a través de él al emperador, y al padre Juan Pelletier, con el objeto de acceder por su medio a Hércules de Este, duque de Ferrara y Módena. En la carta a Borja, escrita el 17 de septiembre de 1555, encontramos «la expresión más auténticamente ignaciana de la llamada prima agendorum regula» que formula la adecuada cooperación humano-divina.

Dice así: «Mirando a Dios nuestro Señor en todas las cosas, como le place que yo haga, y teniendo por error confiar y esperar en medios algunos o industrias en sí solas; y también no teniendo por vía segura confiar el todo en Dios nuestro Señor, sin quererme ayudar de lo que me ha dado, por parecerme en el Señor nuestro que debo usar de todas dos partes, deseando en todas cosas su mayor alabanza y gloria, y ninguna otra cosa, ordené que los principales de la casa se juntasen en uno para que más en el Señor se viese lo que se debería hacer cerca el Colegio y escolares de él, según que veréis lo que allá escriben».

Encontramos en este párrafo un criterio ignaciano —nítido y complejo a la vez— para articular la acción combinada de naturaleza humana y gracia divina. Para Ignacio, es un error confiar en los medios humanos por sí solos, pero también es inadecuado dejar todo a Dios sin ayudarnos de lo que Él mismo nos ha dado. Más bien, debemos «usar de todas dos partes» buscando siempre, y en todo, la mayor gloria divina. Y es que Dios «quiere ser glorificado con lo que Él da como Criador, que es lo natural, y con lo que da como Autor de la gracia, que es lo sobrenatural» (Constituciones 814). Esta convicción la veremos aplicada en la práctica, en numerosos casos y situaciones diversas.

[…]

1. Gracia y naturaleza… 2. Lo temporal y lo divino… 3. Lo grande y lo pequeño… 4. Lo técnico y las relaciones humanas… 5. Lo espiritual y las finanzas… 6. La providencia y los medios materiales… 7. El qué y los cómo… 8. Aceptar y rechazar…

[…]

Conclusión

Sabemos, por la Autobiografía, que Íñigo «era muy buen escribano» y que, por otro lado, el duque de Nájera le «deseaba dar una buena tenencia, si la quisiese aceptar, por el crédito que había ganado en lo pasado». Sirvan estas breves alusiones como recordatorio del bagaje personal y cultural que tenía Ignacio, formado en la sede del Contador Mayor de Castilla, en Arévalo, donde empieza la gestión sistemática de la Hacienda Pública. También sabemos que, estando el peregrino Íñigo de Loyola en Tierra Santa, cedió «un cuchillo de las escribanías que llevaba» (A 47) para poder entrar en el Monte de los Olivos. ¿Significa esto que abandonó su vida pasada, con sus escribanías y sus créditos, para adentrarse en la vida del Espíritu? No parece que sea del todo así.

En la «eximia ilustración» del Cardoner, en Manresa, se le abrieron los ojos del entendimiento «tanto de cosas espirituales como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían nuevas todas las cosas» (A 30). La mística ignaciana abarca todas las cosas, incluyendo las letras.

Este artículo ha mostrado, a través de sus cartas, cómo Ignacio empleó las letras escritas para «buscar en todas cosas a Dios nuestro Señor, apartando, cuanto es posible, de sí el amor de todas las criaturas, por ponerle en el Criador de ellas, a Él en todas amando y a todas en Él, conforme a su santísima y divina voluntad» (C 288). También en la gestión y dirección de negocios variados, entre escribanías, créditos y tenencias.

Daniel Izuzquiza

Copyright © La Civiltà Cattolica 2024

Enlace al artículo completo t.ly/s431v

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *