Silencio
Por Jesús Andrés Vela SJ
Día tras día, en medio de las horas de trabajo, tomo personalmente un tiempo para el silencio. Todos y todas podemos tomar este rato al comenzar la mañana o al caer de la tarde para encontrarnos en una hondura que no conoce fondo; donde se acallan las angustias de salud, el estrés del trabajo, las urgencias de la razón, la rabia de la política, el dolor abrumador de la injusticia, las demandas del hogar y la terquedad de las pasiones. Allí encuentran serenidad la verdad innegable de nuestra fragilidad y la perplejidad de nuestras noches del alma; y allí es posible sentir el renacer sorpresivo de la esperanza.
En la crisis espiritual de Colombia, que tan crudamente ha puesto en evidencia nuestros límites, este alto en el silencio nos permitirá encontrarnos.
Alfonso Llano Escobar, mi compañero jesuita, llamó a este momento ‘Un alto en el camino’, y a ello invitaba en su columna en este periódico, leída por miles de personas.
La experiencia buscada, reiterada cada día de este alto de silencio, nos permite unirnos en un abrazo sin condiciones con el fondo más radical de todos los demás. Gandhi dedicaba todos los días una hora a esta vivencia de la hondura sin límites, para llenarse de compasión cordial hacia quienes lo perseguían y de sabiduría serena ante quienes lo atacaban.
Para los creyentes, que tenemos la gracia de la fe, la práctica de este silencio nos permite estar a la escucha del misterio de amor que nos constituye, gratuitamente, en la persona que somos en medio de la historia y de la inmensidad del universo. Misterio de amor que nos vincula con todos los seres del mundo y con todas las mujeres y los hombres, en un desafío a nuestra libertad para reconocernos, respetarnos y apoyarnos; para impulsarnos al amor serio de unos a otros sin consideraciones de clase social, nacionalidad o credo religioso.
Confieso que no me es fácil, al referirme a este amor, utilizar la palabra ‘Dios’, porque ha sido muchas veces vaciada de significado y manipulada. Y, sin embargo, los creyentes experimentamos en lo profundo del silencio el acontecimiento del misterio impredecible, densamente presente y absolutamente distinto de nosotros mismos, que nos acepta y nos afirma, nos mueve al bien, a la justicia y a la paz, nos hace plenos y nos desborda; y al que San Agustín llamaba intimior intimo meo, lo más íntimo de mi propia intimidad.
Por eso, ante las dificultades de la vida, ante las preguntas sin respuesta y ante la magnitud de las luchas que enfrentamos, solemos decir entre nosotros que “la salida es hacia adentro”.
Jesús pasaba las noches en este silencio en la montaña, para abandonarse a la intimidad trascendente del misterio en él mismo, y vivir la identificación de su ser con el amor eficaz, libre, audaz, que se manifestaba en todas sus acciones; y llamaba a sus discípulos a dejar que en el silencio aconteciera en ellos este Espíritu que les inspiraría lo que tenían que decir y obrar en medio de las incertidumbres, las contradicciones y las persecuciones.
En las encrucijadas del conflicto armado, que nos han distanciado y oscurecido, esta experiencia del silencio, a la que todos y todas podemos acceder, nos permitiría compartir una misma profundidad común entre víctimas, militares, guerrilleros, paramilitares y políticos, luchadores sociales y académicos, periodistas, afros, campesinos e indígenas, jóvenes o adultos. Allí nos espera la sinceridad radical, donde emergen las claridades innegables y donde es imposible excluir a nadie.
En la crisis espiritual de Colombia, que tan crudamente ha puesto en evidencia nuestros límites, este alto en el silencio nos permitirá encontrarnos, desnudos de ideologías, de poder y de justificaciones, desprovistos de armas y de odios, para experimentar el destino común que compartimos como seres humanos y entender por qué la vida se nos dio aquí y ahora, para una tarea que solo podemos realizar nosotros, distintos, inevitablemente juntos.
Jesuitas Colombia
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