La ternura salvará al mundo – Jornada de las Migraciones
por José Luis Pinilla
El autobús está arrancando. Empiezan a distribuir a los refugiados que llegan a Berlín. La madre, que viene de lejos, al final del día medio duerme mirando a su hija. Está empezando a soñar un futuro mejor para ella.
Un voluntario ve arrancar al autobús. No puede detenerlo. Grita alguna palabra de apoyo. Con eso llama la atención de la pequeña refugiada. La pequeña le mira. Quizás algunas palabras ininteligibles. O quizás es que la pequeña quiere jugar. Y provoca la atención de un transeúnte, voluntario anónimo de una tantas mareas blancas que respondieron desde la sociedad civil a la crisis de los refugiados. Ay ¡qué vergonzosa la gestión, mezquina y ruin, de las administraciones públicas ante la crisis humanitaria de emigrantes y refugiados! ¡Ay!
El hombre apenas tiene un segundo mientras el autobús coge velocidad. Entonces, dibuja con sus manos el corazón de la misericordia y la ternura. Ambos sonríen, se han mirado en la noche. Más noche, si cabe, para los refugiados que añoran la luna de su tierra. Aunque el destino sea incierto (por lo menos para la niña; no tanto para el europeo), en un momento fugaz se han visto sorprendidos por un encuentro. No ha sucedido ni la “indiferencia ni el silencio que son precisamente las puertas que abren el camino a la complicidad ante tanta tragedia “que consideramos muchas veces ajena (como señala el papa Francisco).
Ese es el riesgo. Ver como espectadores a los muertos por ahogamiento en bodegas de barcos, o en camiones frigoríficos, por ejemplo. Ese es el riesgo, repito : ver como muertos a los que viven errantes… O ver como espectadores “las penurias, las violencias y naufragios, de grandes o pequeñas dimensiones porque siempre son tragedias cuando se pierde aunque sea sólo una vida“. Que también lo dice el Papa. Una sola vida perdida: Como la del emigrante errante por los caminos de Europa. Y con esa vida perdida también va parte de la mía. Ese es el riesgo que lleva al olvido.
Lo cierto es que la imagen primera la llevo desde hace días clavada en el corazón. Se escogió entre otras muchas por parte de los delegados de Migraciones de España para expresar de manera sintética la Jornada Mundial de las Migraciones. Expresa la realidad del que huye y la realidad del que acoge. Para mí es la imagen de la ternura que nos falta ante el reto de las migraciones. Porque estamos hartos de tanta violencia ante la emigración. Violencia legal, física, psicológica, mediática, por ejemplo, cuando estigmatiza colectivos por conductas individuales. O echa balones fuera cuando la causa de la injusticia y el dolor está dentro.
Es obvio que el mundo de hoy necesita misericordia, necesita ternura y compasión, o sea “sufrir con”. La misericordia es la capacidad de profunda conmoción interior ante el sufrimiento del otro. “Estamos acostumbrados ya a la rutina de las malas noticias, de las noticias crueles y de las atrocidades más grandes que ofenden el nombre y la vida de Dios» como repite Francisco y que continua diciendo: «El mundo necesita descubrir que Dios es Padre, que existe la misericordia, que la crueldad no es el camino, que la condena no es el camino, porque la Iglesia misma en algunas ocasiones sigue una línea dura, cae en la tentación de seguir una línea dura, en la tentación de destacar sólo las normas morales, y mucha gente queda fuera. Tan fuera como queremos dejar a los refugiados y emigrantes.»
Es necesario activar la ternura. La opción entre una cultura de ternura y una anticultura de la violencia -como la que se ejerce por ejemplo contra los refugiados y migrantes- se ha hecho hoy infinitamente más dramática. No solo por el enorme potencial destructivo de la humanidad (destrucción a veces con armas sibilinas o invisibles), sino porque con una competitividad tan exagerada y conflictiva como la actual puede muy bien considerarse que estamos en una guerra económica o -viendo la situación de descartes migratorios- una “guerra silenciosa y a plazos” donde estos últimos sobran. Y mientras, el Mediterráneo se ha acostumbrado ya a llenarse de lo sobrante.
Es necesario activar la ternura. Lo dijo en el contexto de la Jornada Mundial de la Migracioines, Miguel Gónzalez del SJM, presentando la Campaña de la Hospitalidad. Con palabras que vienen al caso: “Queremos poner en juego la cabeza, las manos y el corazón de las personas”, subrayó, advirtiendo de la “ola de xenofobia y exclusión” que está creciendo en Europa. “Hay que derribar mitos falsos desde la intelectualidad”, pero además “necesitamos activar el corazón, la empatía”, algo que tiene que ver con poner rostros a los migrantes y refugiados, entrar en contacto con ellos, convivir con ellos. Y, cómo no, “cambiar las políticas que limitan los derechos de las personas”.
Quizás sea necesario comprobar -tú y yo- que “es cierto que ignoramos que tengo reservas de ternura. Y no me importa que ésta sea una palabra sin prestigio. Tengo ternura y me siento orgulloso de tenerla” (Benedetti). La frase de F.Dostoievski “la Belleza salvará al mundo” podía parafrearse muy bien con la fórmula “la ternura salvara al mundo”. Una fórmula a la que hacen eco las palabras de Kalil Gibran: “la belleza es la vida cuando la vida revela su perfil bendito”.
Volvamos al encuentro de la fotografía. Del cartel. Los obstáculos de diferencia de edad, de raza o de idioma han sido derribados con dos gestos bien sencillos: la sonrisa de una niña y el corazón que el voluntario se ha sacado de su pecho y lo ha convertido en signo de la acogida y hospitalidad con dignidad. Todos con derechos.
Han aprovechado el instante. Y en éste se hace un pequeño milagro que cambia el mundo.
Y mientras tanto la niña sigue golpeando la ventana para llamar la atención. Ya no es solo para el anónimo transeúnte. Es una llamada para ti y para mí.
Fuente: entreparentesis.org
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