Día del ayuno voluntario. Cena del Hambre en la Comunidad de Matrimonios Loyola.
La reunión mensual de la Comunidad de matrimonios del Centro Loyola en Murcia, España, ha coincidido esta vez con el Día del Ayuno voluntario y primer viernes de Cuaresma. Por ello, hemos querido dar un significado especial a esta noche, celebrando la ya tradicional «Cena del hambre».
La reunión comienza entorno al oratorio, en silencio, tomando conciencia de estar en presencia del Señor, poniendo en sus manos todo lo vivido durante este mes. Una breve oración nos abre el corazón y nos dispone a compartir el tema en los pequeños grupos. Recibimos el alimento espiritual, acompañados por nuestros consiliarios: P.Jose Luis Cano SJ, P. Justo Prieto SJ y P. Rafael Torcal SJ. Este mes hemos orado y trabajado el capítulo 10 de «Las Bienaventuranzas, camino de salvación» de A. Grünn.
Texto meditado antes de la cena:
“Dios nos ha regalado un mundo hermoso, para que podamos vivir todos felices. Porque los bienes son de Dios, no del primero que los coge y se adueña de ellos.
Sin embargo, hay mucha gente que sufre, que no tiene lo que a otros les sobra y tiran. Uno de los mayores pecados de la humanidad es la insolidaridad.
En esta celebración vamos a tomar conciencia de nuestra obligación, vamos a colaborar para acabar con este grave problema.
Vamos a sentirnos responsables de las enormes diferencias que existen entre los hijos de un mismo Padre -Dios.
¿Qué pensarán estas personas que pasan hambre comparando su vida con la nuestra? ¿Qué pensará Dios ante esta injusticia? Vamos a aprovechar el comiezo de esta celebración para pedir perdón a Dios.
Tenemos miedo de saber lo que pasa alrededor. No queremos conocer los problemas de la gente, porque así no tenemos necesidad de salir de nuestras comodidades para cambiar el mundo.
Señor, ten piedad…
Tenemos miedo de servir, de ayudar. Creemos que cada uno se basta a sí mismo y que si un día haces algo por los demás, ya nunca te van a dejar tranquilo. Por eso, preferimos venir a Misa, ocupar nuestro asiento y pensar que ya hemos cumplido…
Cristo, ten piedad…
No abrimos la boca para defender a nadie. Tampoco para condenar. Tenemos miedo a denunciar, miedo a ser testigos de Jesús y dejamos que las cosas sigan como están…
Señor, ten piedad…
Señor, que has querido que todos los hombres
seamos y vivamos como hermanos;
ayúdanos a comprender que,
mientras nosotros vivimos una vida feliz,
existen millones de seres humanos,
hijos tuyos y hermanos nuestros,
muertos de hambre y de abandono,
víctimas de la injusticia y de la explotación.
Haznos sentir la angustia
de la miseria universal
y líbranos de nuestro egoísmo y tacañería.
Te lo pedimos, por Jesucristo, Nuestro Señor.
Amén.
El profeta Isaías nos dice que la religión no está tanto en las prácticas religiosas, cuanto en las obras de justicia con los necesitados.
Is 58, 7-10
Esto dice el Señor:
Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres a tu propia carne.
Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana, te abrirá camino la justicia, detrás irá la Gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor y te responderá. Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la difamación, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.
Palabra de Dios.
«Las cifras son y resultan frías; pero tratemos de ver lo que hay detrás de estas cifras. Es impresionante. Es escandaloso y vergonzoso. Porque la verdad es que son personas como nosotros, con la misma dignidad y con los mismos méritos.
Cuarenta millones de niños mueren de hambre al año en el tercer mundo; para hacernos una idea más cercana: es como desaparecer en un año todos los habitantes del territorio nacional.
Más de mil millones de personas pasan hambre, es decir, una de cada cinco personas está mal alimentada.
Más de mil millones de personas deben vivir con menos de quince euros al mes. Es lo que nos gastamos en un menú de diario en cualquier bar.
Con lo que se gasta en un día de guerra se podría alimentar y vestir al tercer mundo, durante más de veinte años.
Si reducimos toda la población del mundo a un pueblo de mil habitantes, para no perdernos en millones… en este pueblo de mil habitantes se darían los siguientes problemas:
-750 personas del pueblo pasarían verdadera hambre.
-700 personas del pueblo morirían antes de cumplir los cincuenta años.
-600 personas del pueblo vivirían en chabolas, sin luz, sin agua, sin servicios de ninguna clase.
-250 personas del pueblo no sabrían leer ni escribir, serán totalmente analfabetos.
-80 personas del pueblo morirían antes de cumplir los cinco años de edad.
-60 personas del pueblo serían dueñas de todo: viviendas, terrenos, alimentos, empresas y comercios; manejarían todo el dinero de todos. 940 personas dependerían de esas personas ricas y poderosas.
Pues hermanos y hermanas, nosotros los que estamos aquí, somos unas de esas 60 personas ricas del pueblo, que tenemos mucho más de lo necesario para vivir, mientras los demás se están muriendo de hambre.»
Hermano, yo tengo hambre…
abre los ojos, contempla mi figura, mi semblante.
Con tus oídos escucha mi palabra suplicante:
Hermano, yo tengo hambre…
Se que buscas soluciones,
que estudias y que convocas mesas redondas con hombres de muy buena voluntad;
pero tal vez tú no sabes que me faltan mesa y pan
y voy a morir de hambre, mientras vosotros habláis…
No me digas que hay un Dios,
que a estos problemas humanos les puede dar solución:
Ese Dios nos hizo hermanos y nos dio como tarea
el cultivo de la tierra, el dominar lo creado,
la explotación de la mina, la riqueza del océano…
para que todos tuvieran una vida noble y digna;
para que alegres pudieran cantar un himno a la vida.
Somos los hombres los dueños de los mares y la tierra,
pero hay un torcido empeño en acaparar riquezas,
dejando a la mayoría en dolorosa miseria…
¡Dame mi pan! No te tardes que se me apaga la vida.
Si Dios llamase a tu puerta
seguro que le abrirías gozoso, con gran presteza
y mil cumplidos le harías;
pero mi voz no te inquieta; no quieres ver ni escuchar
y dices: «tanta miseria no puedo yo remediar».
No puedes tú resolver el gran problema del hambre.
Tú solo, no;
han de ser muchas manos, centenares de miles,
todas unidas en un gesto fraternal, intrépidas, decididas.
Más, para unir vuestras manos, tienen que estar vacías:
«Soltad las armas, hermanos» ¡No más guerras, haya paz!
Unid vuestras manos y colaborad juntos.
Libres de egoísmos, ¡dad!, ¡compartid!
Unid las manos, las mentes;
cread un nuevo orden.
¡Mirad, que le mundo es redondo y cuántas vueltas puede dar!
¡Si tú fueras el hambriento y sintieras soledad…!
Trabajad: estáis a tiempo. Colaborad.
¡Sonó la hora de un nuevo orden internacional…! “
Después de esta primera parte, pasamos todos juntos a compartir el alimento corporal. Este mes, sustituimos los alimentos que cada uno traemos de nuestras casas, por pan y aceite.
Tras este momento de oración, pasamos a cenar solidariamente el pan de la hermandad y a compartir nuestra ayuda como ofrenda a la obra social del Centro Loyola.
Jesuitas Murcia
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