Reflexión del Evangelio- Fiesta de Corpus Christi
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Reflexión
Así es el Corazón de Jesús: insaciable en su deseo de darse a sí mismo. Imparable en la entrega. Irreprochable en su amor. El amor más puro, que no tiene otra intención que el bien de aquellos a quienes ama.
Durante aquella tarde, el señor estuvo regalando, a quienes se acercaban a él, todo lo que tenía: su Palabra, su paz, su salud, su atención, sus manos. Él y sus discípulos habían estado todo el día al servicio de miles de desconocidos que se acercaban Jesús. Y llegada la noche, se dan cuenta de que la gente, seguramente, debía tener hambre y que ellos no tenían nada para darles.
Precavidos, le dicen entonces a Jesús que los mande de nuevo a sus casas, así pueden ir a comer todos tranquilos. Los discípulos no tienen mala intención, ni actúan con desprecio, ni desidia. Son, como cada uno de nosotros, seres humanos que reconocen sus limitaciones y se dan cuenta de que hay cosas que no están a su alcance.
Frente a esa realidad, Jesús les dice: ‘Bueno, pero ¿qué tienen?’. El resto de la historia ya la conocemos de memoria…
Sin embargo, ese momento es el punto exacto en el que el Maestro les da vuelta la lógica. En primer lugar, porque hubiera sido muy entendible de parte de Jesús, que después de estar atendiendo a esa gente todo el día, al final hubiera dicho: ‘muy bien, ha sido todo, ya es hora de que vayan a su casa’. Pero no. Para él nunca es suficiente lo que ha hecho por nosotros. En su corazón vibra siempre el deseo de ofrecer un poco más a quienes ama.
Y segundo, porque les dice que, lo que los discípulos tienen y lo que son, está bien. No tienen que intentar tener más o ser mejores, para darle de comer a la gente. Pero, sí tienen que animarse a darlo. Sólo entregándolo a los hermanos es como el pan compartido se multiplica. Y así pasa también con nuestra vida. Y con nuestro amor.
Ojalá que el Jesús Eucaristía, con el que nos encontramos en cada mesa del altar compartida, sea para nosotros, no solo recordatorio eterno del Dios que entrega TODO de sí para estar con nosotros; sino también, invitación a darnos a nosotros mismos y permitirle a Dios que bendiga, reparta y multiplique nuestra vida y nuestro amor.
Fuente: Encontrados.
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