Defender a los pobres y amar a los enemigos
Dos personajes desconocidos que hacen de estos valores un modo de vida. Te invitamos a enterarte de quiénes son.
Por Daniel Izuquiza SJ
Me apuesto un euro a que el 90% de quienes lean este post no conocen a sus dos protagonistas. Y me apuesto otro euro a que, al menos el 80% de quienes lo lean, acabarán encantados de haberlos conocido. ¿Aceptan el reto y la apuesta? Vamos allá. Hoy voy a hablar de Ivo de Kermatin y de Dirk Willems. Creo que he ganado un euro. Veamos si gano también el segundo.
Ivo de Kermatin
Resulta que Ivo de Kermatin murió un 19 de mayo de 1303, en un pueblo de Bretaña. De hecho, su nombre a veces se dice en francés, Yves Hélory de Kermartin, y otras veces en bretón, Erwan Helouri a Gervarzhin. La lápida de su tumba, sin embargo, tiene esta inscripción escrita en latín: Sanctus Ivo erat brito / advocatus et non latro / res miranda populo. Lo que, en castellano, viene a ser: “San Ivo era bretón/ abogado y no ladrón/ maravilla para el pueblo”.
Efectivamente, Ivo es conocido como abogado de los pobres. Pero no se contentó con darles un servicio mediocre, sino que les ofrecía la mayor calidad y rigor en su defensa. No en vano había estudiado en las mejores universidades del momento (la Sorbona y Orléans). Era abogado y sacerdote. Ejerció como juez y como abogado defensor.
Tenemos el testimonio de un amigo suyo, Juan de Kerhoz: “El maestro Ivo fue piadoso y compasivo, porque informaba gratuitamente por los pobres, los menores, las viudas, los huérfanos y todas las demás personas miserables; él sostenía sus causas, se ofrecía a defenderlos, incluso sin habérsele solicitado: también se le llamaba el abogado de los pobres y de los miserables. Les defendía gratuitamente, así es cierto, porque numerosos desgraciados me lo han contado, felicitándose calurosamente de la ayuda que les había prestado Maestro Ivo”.
Es conocido también por el “decálogo de San Ivo” que viene a ser uno de los primeros códigos éticos de la profesión de la abogacía. En la actualidad, existe la Fundación Ivo, con base en el Bronx, Nueva York, que proporciona atención jurídica gratuita en contextos de exclusión social, hace seguimiento a las condiciones de encarcelamiento en Nigeria y otros países subsaharianos, proporciona cuidado a los hijos de personas en prisión y desarrolla un programa de empoderamiento económico en ambientes empobrecidos.
Dirk Willems
El caso de Dirk Willems nos hace dar un saltito de tres días hacia atrás, porque murió un 16 de mayo, y un salto hacia adelante, porque fue en el año 1569. Dirk era un creyente anabautista, una corriente cristiana de reforma radical y hondas convicciones pacifistas. En el contexto de las persecuciones religiosas del siglo XVI, fue detenido. Logró escapar de la cárcel y, mientras huía perseguido por un guardia, éste cayó en un lago helado, al quebrarse la frágil capa de hielo que le sostenía. Dirk, en lugar de seguir corriendo y salvar su vida, se detuvo, volvió tras sus pasos y ayudó al perseguidor, salvándole la vida de morir congelado. Dirk fue detenido de nuevo, puesto en prisión y, finalmente, ejecutado en la hoguera.
Una primera mirada dice que Dirk Willems perdió su vida cuando la podía haber salvado. Pero al decidir salvar al perseguidor, en realidad salvó también su conciencia… y también su vida. Ya lo dijo el Señor Jesús: “Quien se empeñe en salvar su vida, la perderá; quien la pierda por mí y por la Buena Noticia, la salvará. ¿Qué le vale al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?” (Marcos 8, 35). Dirk podía haberse quedado en el hielo helado y frágil; pero optó por el fuego ardiente y sólido del Evangelio… aunque eso le supusiera, paradójicamente, el fuego de la hoguera.
Creo que estos dos santos, Ivo de Kermatin y Dirk Willems, encarnan muy bien lo nuclear del Evangelio: amar a los pobres y amar a los enemigos. Posiblemente esté ahí lo distintivo del amor cristiano. Una opción radical por las personas y grupos empobrecidos. Un respeto exquisito por toda persona humana, superando las etiquetas que convierten al otro en “enemigo”. Uno fue un sacerdote y abogado católico bretón del siglo XIII; el otro, un joven de unos 20 años de edad, menonita-anabautista en los Países Bajos del siglo XVI. Los dos empeñaron toda su cabeza y todo su corazón, toda su racionalidad y toda su afectividad, para amar de manera radical y auténtica al otro en necesidad. Por eso son reconocidos como santos, canonizado Ivo de Kermantin y considerado mártir Dirk Willems. Ambos, además, superan los límites confesionales y son reivindicados como santos locales (en Bretaña y en Holanda). Y, por lo mismo, universales.
Fuente: Entre Paréntesis
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