Abrazos de Vida
Prestar atención a los gestos que hablan el lenguaje de Dios
Por Natxo Morso
Hay gestos cotidianos que nos ayudan a descubrir en profundidad quienes somos realmente. Un abrazo, un beso, una mano en el hombro, una mirada serena… Son gestos que nos recuerdan que somos seres básicamente amados. De acuerdo que hay momentos donde esto no es tan evidente pero, con todo, hoy más que nunca es urgente entrenar esa sensibilidad que nos permita rastrear esos gestos que en tantas ocasiones se nos escapan, como el agua entre los dedos.
Sin duda este es el lenguaje de Dios, no el de las palabras, sino el de los gestos, que dan contenido a tantas palabras ya desgastadas. Gestos que condensan esa realidad básica y primera, la de ser amados, a la que todo ser humano aspira en su interior, y a la vez, a la que tantos se ven privados de ella.
Hoy, como ayer, seguimos llamados a reproducir esos mil gestos de amor, que ayuden a nuestros semejantes a experimentar el abrazo de Dios. Esos gestos que nos alienten en nuestros cansancios y que nos alivien las heridas de cada día. Es la mejor forma de expresar, sin decir palabra alguna: «Tú también eres amado en el Señor Jesús» y así, despertar a una nueva conciencia de sí mismo, más digno, más libre, más querido, más humano, en definitiva, sentirse hermano/a.
Quizá todavía hoy existan muchos rincones de nuestro planeta donde todavía no hayan descubierto esta verdad profunda. Pero, a decir verdad, somos muchos más los brazos capaces de hacer llegar esos gestos a tantos que aún esperan ese abrazo. Dios, como tú y como yo, se apaña mejor con los gestos. Son precisamente estos, los que permiten a nuestros semejantes, los pequeños y olvidados, descubrirse hoy hermanos.
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