¿Calla Dios ante el Sufrimiento Humano?
La acción y presencia de Dios frente al sufrimiento humano es una cuestión que genera profundos interrogantes, sobre todo en un mundo en el que somos testigos de tantas injusticias. Este es el tema alrededor del cual gira la novela «Silencio» de Shûsaku Endô, que fue llevada al cine por el prestigioso director Martin Scorsese.
Silencio de Dios. Es lo que sentimos que ocurre, muchas veces, ante el sufrimiento humano. Poco importa que sean los bombardeos en Alepo (Siria), los terremotos en Haití o los atentados terroristas en Berlín… Poco importa que sean los sufrimientos más íntimos, personales y acallados. La pregunta es semejante: ¿calla Dios ante el sufrimiento de las personas?
Este es también el tema central de la novela “Silencio”, del japonés Shûsaku Endô, originalmente publicada en 1966, traducida al castellano en 1972 y ahora llevada al cine por Martin Scorsese. La narración se sitúa en el Japón del siglo XVII, en un contexto de durísimas persecuciones contra la Iglesia católica. Sus pequeñas comunidades cristianas son empujadas a la clandestinidad, sufren espeluznantes torturas y asisten, perplejas, a la apostasía de algunos de sus miembros, incluidos algunos misioneros jesuitas. Este post busca, sencillamente, rastrear los momentos principales en los que la novela de Endo aborda explícitamente esta cuestión del silencio de Dios ante el dolor humano.
- Kichijirô, uno de los cristianos japoneses, grita entre sollozos: “¿Por qué ‘Deus’ me habrá mandado semejantes sufrimientos? Si nosotros no estamos haciendo nada malo…” Y el jesuita Sebastiâo Rodrigo reflexiona: “Kichijirô alude algo más espantoso: el silencio de Dios. Esta tierra negra de Japón estalla de gemidos cristianos y corre la sangre roja de los misioneros y se van derrumbando las torres de las iglesias, Dios tiene delante las víctimas de este horrible sacrificio inmoladas a él, y aún continúa en silencio”.
- Sigue el P. Rodrigo: “El martirio de estos cristianos japoneses que acabo de describir, nada tuvo de esplendoroso, fue así de mezquino y cruel… ¡Dios mío!, la lluvia cayendo interminablemente en el mar sin un solo respiro, y el mar que los mata y se obstina después en un silencio trágico” (p. 72). “Detrás de la calma siniestra de este mar, ese silencio de Dios… esa sensación de que Dios sigue cruzado de brazos ante los gemidos de los hombres, de que sigue en silencio…” (p. 73).
- “Revivió de repente en mi interior aquel bramido del mar, aquel sordo batir de tambor con que llegaban las olas en las tinieblas… El mismo rumor toda la noche. Y Dios, Dios también se quedaba en silencio como el mar. También se obstinaba en su silencio” (p. 82).
- Ya detenido por los soldados japoneses y encerrado en una cabaña, el P. Rodrigo “recitaba plegarias una tras otra, trataba de distraerse; pero la oración no le calmaba el alma: ‘Señor, ¿por qué estás en silencio? ¿Por qué estás siempre en silencio?’ Así se quedó murmurando…” (p. 111).
- En la prisión de Nagasaki, al P. Rodrigo “le dieron un empujón por la espalda y se encontró dentro de una celda en total oscuridad” (p. 190). Allí llegamos al momento quizá culminante de la novela. Sebastiâo Rodrigo sigue viendo, en esas tinieblas, el rostro de Jesús: “Es verdad que guardaba silencio, pero se quedaba mirando con una mirada transida de ternura. Parecía querer decir: ‘Cuando tú sufres, yo sufro a tu lado. Estaré a tu lado hasta el final…’” (p. 191).
- Finalmente, recapitula así el momento dramático de pisar el fumie. Habla Jesucristo: “Tienes los pies doloridos, ¿verdad? Tienes los pies doloridos como tantos otros que me han estado pisando hasta el día de hoy… A mí me basta que los pies te duelan. Yo participo de su dolor, vivo su sufrimiento. Para esto estoy en el mundo…”. A lo que responde el P. Rodrigo: “Señor, me dolía que estuvieras siempre en silencio”. Y la contestación de Jesús: “No estaba en silencio. Estaba sufriendo contigo” (p. 222).
Para terminar, podemos recordar una frase del teólogo jesuita francés Henri de Lubac: “Todo sufrimiento es único y todo sufrimiento es común. Tengo que repetirme lo segundo cuando yo sufro; debo recordar lo primero cuando sufren otros”.
Fuente: Entre Paréntesis
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