Francisco visita a los presos de una cárcel de Filadelfia

El Papa Francisco pronunció un sentido discurso ante los presos del Instituto Correccional Curran-Fromhold de Filadelfia, en Estados Unidos. A continuación el texto completo de sus palabras:

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:

Voy a hablar en español porque no sé hablar inglés, pero él me va a traducir, él habla muy bien inglés y me va a traducir.

Gracias por recibirme y darme la oportunidad de estar aquí con ustedes compartiendo este momento de sus vidas. Un momento difícil, cargado de tensiones. Un momento que sé es doloroso no solo para ustedes, sino para sus familias y para toda la sociedad. Ya que una sociedad, una familia que no sabe sufrir los dolores de sus hijos, que no los toma con seriedad, que los naturaliza y los asume como normales y esperables, es una sociedad que está «condenada» a quedar presa de sí misma, presa de todo lo que la hace sufrir. Yo vine aquí como pastor pero sobre todo como hermano a compartir su situación y hacerla también mía; he venido a que podamos rezar juntos y presentarle a nuestro Dios lo que nos duele, y también lo que nos anima y recibir de Él la fuerza de la Resurrección. 

Recuerdo el Evangelio donde Jesús lava los pies a sus discípulos en la Última Cena. Una actitud que le costó mucho entender a los discípulos, inclusive Pedro reacciona y le dice: «Jamás permitiré que me laves los pies» (Jn 13,8).

En ese tiempo era habitual que, cuando uno llegaba a una casa, se le lavara los pies. Toda persona era siempre recibida así. Porque no existían caminos asfaltados, eran caminos de polvo, con pedregullo que iba colándose en las sandalias. Todos transitaban los senderos que dejaban el polvo impregnado, lastimaban con alguna piedra o producían alguna herida. Ahí lo vemos a Jesús lavando los pies, nuestros pies, los de sus discípulos de ayer y de hoy.

Todos sabemos que vivir es caminar, vivir es andar por distintos caminos, distintos senderos que dejan su marca en nuestra vida.

Y por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere sanar nuestras heridas, curar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos que cada uno tuvo que transitar. Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no nos interroga qué estuvimos haciendo. Por el contrario, nos dice: «Si no te lavo los pies, no podrás ser de los míos» (Jn 13,9). Si no te lavo los pies, no podré darte la vida que el Padre siempre soñó, la vida para la cual te creó.

Él viene a nuestro encuentro para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en la fe y la confianza. Quiere que volvamos a los caminos, a la vida, sintiendo que tenemos una misión; que este tiempo de reclusión nunca ha sido y nunca será sinónimo de expulsión.

Vivir supone «ensuciarse los pies» por los caminos polvorientos de la vida y de la historia.

Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados. Todos, yo el primero. Todos somos buscados por este Maestro que nos quiere ayudar a reemprender el camino. A todos nos busca el Señor para darnos su mano. Es penoso constatar sistemas penitenciarios que no buscan curar las llagas, sanar las heridas, generar nuevas oportunidades.

Es doloroso constatar cuando se cree que solo algunos tienen necesidad de ser lavados, purificados no asumiendo que su cansancio y su dolor, sus heridas, son también el cansancio, el dolor, las heridas, de toda una sociedad. El Señor nos lo muestra claro por medio de un gesto: lavar los pies para volver a la mesa. Una mesa en la que Él quiere que nadie quede fuera. Una mesa que ha sido tendida para todos y a la que todos somos invitados.

Este momento de la vida de ustedes solo puede tener una finalidad: tender la mano para volver al camino, tender la mano que ayude a la reinserción social. Una reinserción de la que todos formamos parte, a las que todos estamos invitados a estimular, acompañar y generar. Una reinserción buscada y deseada por todos: reclusos, familias, funcionarios, políticas sociales y educativas. Una reinserción que beneficia y levanta la moral de toda la comunidad y la sociedad. Y quiero animarlos a tener esta actitud entre ustedes con todas las personas que de alguna manera forman parte de este instituto. Sean forjadores de camino, sean forjadores de nuevos senderos. Todos tenemos algo de lo que ser limpiados y purificados. Todos. Que esta conciencia nos despierte a la solidaridad entre todos, a apoyarnos y a buscar lo mejor para los demás.

Miremos a Jesús que nos lava los pies. Él es el «camino, la verdad y la vida» que viene a sacarnos de la mentira de creer que nadie puede cambiar, la mentira de creer que nadie puede cambiar. Jesús que nos ayuda a caminar por senderos de vida y plenitud. Que la fuerza de su amor y de su Resurrección sea siempre camino de vida nueva.

Y así como estamos cada uno en su sitio sentados, pedimos al Señor que nos bendiga. Que el Señor los bendiga y los proteja. Haga brillar su rostro sobre ustedes y les muestre sus gracias. Les descubra su rostro y les conceda la paz. Gracias.

Fuente: ACI Prensa

Discurso del Papa Francisco en la ONU

El papa Francisco abrió la 70 Asamblea General de las Naciones Unidas, la cual fijará las metas de 2030 para el desarrollo sostenible. Fue parte del viaje apostólico que inició en Cuba el 19 de este mes de septiembre y que concluirá el domingo 28 en Filadelfia, con la Jornada Mundial de la Familia.

Señor Presidente, Señoras y Señores:

Una vez más, siguiendo una tradición de la que me siento honrado, el Secretario General de las Naciones Unidas ha invitado al Papa a dirigirse a esta honorable Asamblea de las Naciones. En nombre propio y en el de toda la comunidad católica, Señor Ban Ki-moon, quiero expresarle el más sincero y cordial agradecimiento. Agradezco también sus amables palabras. Saludo asimismo a los Jefes de Estado y de Gobierno aquí presentes, a los Embajadores, diplomáticos y funcionarios políticos y técnicos que les acompañan, al personal de las Naciones Unidas empeñado en esta 70a Sesión de la Asamblea General, al personal de todos los programas y agencias de la familia de la ONU, y a todos los que de un modo u otro participan de esta reunión. Por medio de ustedes saludo también a los ciudadanos de todas las naciones representadas en este encuentro. Gracias por los esfuerzos de todos y de cada uno en bien de la humanidad.

Esta es la quinta vez que un Papa visita las Naciones Unidas. Lo hicieron mis predecesores Pablo VI en 1965, Juan Pablo II en 1979 y 1995 y, mi más reciente predecesor, hoy el Papa emérito Benedicto XVI, en 2008. Todos ellos no ahorraron expresiones de reconocimiento para la Organización, considerándola la respuesta jurídica y política adecuada al momento histórico, caracterizado por la superación tecnológica de las distancias y fronteras y, aparentemente, de cualquier límite natural a la afirmación del poder. Una respuesta imprescindible ya que el poder tecnológico, en manos de ideologías nacionalistas o falsamente universalistas, es capaz de producir tremendas atrocidades. No puedo menos que asociarme al aprecio de mis predecesores, reafirmando la importancia que la Iglesia Católica concede a esta institución y las esperanzas que pone en sus actividades.

La historia de la comunidad organizada de los Estados, representada por las Naciones Unidas, que festeja en estos días su 70 aniversario, es una historia de importantes éxitos comunes, en un período de inusitada aceleración de los acontecimientos. Sin pretensión de exhaustividad, se puede mencionar la codificación y el desarrollo del derecho internacional, la construcción de la normativa internacional de derechos humanos, el perfeccionamiento del derecho humanitario, la solución de muchos conflictos y operaciones de paz y reconciliación, y tantos otros logros en todos los campos de la proyección internacional del quehacer humano. Todas estas realizaciones son luces que contrastan la oscuridad del desorden causado por las ambiciones descontroladas y por los egoísmos colectivos. Es cierto que aún son muchos los graves problemas no resueltos, pero es evidente que, si hubiera faltado toda esa actividad internacional, la humanidad podría no haber sobrevivido al uso descontrolado de sus propias potencialidades. Cada uno de estos progresos políticos, jurídicos y técnicos son un camino de concreción del ideal de la fraternidad humana y un medio para su mayor realización.

Rindo por eso homenaje a todos los hombres y mujeres que han servido leal y sacrificadamente a toda la humanidad en estos 70 años. En particular, quiero recordar hoy a los que han dado su vida por la paz y la reconciliación de los pueblos, desde Dag Hammarskjöld hasta los muchísimos funcionarios de todos los niveles, fallecidos en las misiones humanitarias, de paz y de reconciliación.

La experiencia de estos 70 años, más allá de todo lo conseguido, muestra que la reforma y la adaptación a los tiempos es siempre necesaria, progresando hacia el objetivo último de conceder a todos los países, sin excepción, una participación y una incidencia real y equitativa en las decisiones. Tal necesidad de una mayor equidad, vale especialmente para los cuerpos con efectiva capacidad ejecutiva, como es el caso del Consejo de Seguridad, los organismos financieros y los grupos o mecanismos especialmente creados para afrontar las crisis económicas. Esto ayudará a limitar todo tipo de abuso o usura sobre todo con los países en vías de desarrollo. Los organismos financieros internacionales han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de éstos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia.

La labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artículos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanía del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implícita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones sociales. La distribución fáctica del poder (político, económico, de defensa, tecnológico, etc.) entre una pluralidad de sujetos y la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses, concreta la limitación del poder. El panorama mundial hoy nos presenta, sin embargo, muchos falsos derechos, y –a la vez– grandes sectores indefensos, víctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos. Dos sectores íntimamente unidos entre sí, que las relaciones políticas y económicas preponderantes han convertido en partes frágiles de la realidad. Por eso hay que afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión.

Ante todo, hay que afirmar que existe un verdadero «derecho del ambiente» por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre, aun cuando está dotado de «capacidades inéditas» que «muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico» (Laudato si’, 81), es al mismo tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, químicos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad. Segundo, porque cada una de las creaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sí misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás creaturas. Los cristianos, junto con las otras religiones monoteístas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental (cf. ibíd., 81).

El abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoísta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades, ya sea por tener capacidades diferentes (discapacitados) o porque están privados de los conocimientos e instrumentos técnicos adecuados o poseen insuficiente capacidad de decisión política. La exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentado a los derechos humanos y al ambiente. Los más pobres son los que más sufren estos atentados por un triple grave motivo: son descartados por la sociedad, son al mismo tiempo obligados a vivir del descarte y deben sufrir injustamente las consecuencias del abuso del ambiente. Estos fenómenos conforman la hoy tan difundida e inconscientemente consolidada «cultura del descarte».

Lo dramático de toda esta situación de exclusión e inequidad, con sus claras consecuencias, me lleva junto a todo el pueblo cristiano y a tantos otros a tomar conciencia también de mi grave responsabilidad al respecto, por lo cual alzo mi voz, junto a la de todos aquellos que anhelan soluciones urgentes y efectivas. La adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la Cumbre mundial que iniciará hoy mismo, es una importante señal de esperanza. Confío también que la Conferencia de París sobre cambio climático logre acuerdos fundamentales y eficaces.

No bastan, sin embargo, los compromisos asumidos solemnemente, aun cuando constituyen un paso necesario para las soluciones. La definición clásica de justicia a que aludí anteriormente contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua: Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi. El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado. Es tal la magnitud de estas situaciones y el grado de vidas inocentes que va cobrando, que hemos de evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos.

La multiplicidad y complejidad de los problemas exige contar con instrumentos técnicos de medida. Esto, empero, comporta un doble peligro: limitarse al ejercicio burocrático de redactar largas enumeraciones de buenos propósitos –metas, objetivos e indicadores estadísticos–, o creer que una única solución teórica y apriorística dará respuesta a todos los desafíos. No hay que perder de vista, en ningún momento, que la acción política y económica, solo es eficaz cuando se la entiende como una actividad prudencial, guiada por un concepto perenne de justicia y que no pierde de vista en ningún momento que, antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho.

Para que estos hombres y mujeres concretos puedan escapar de la pobreza extrema, hay que permitirles ser dignos actores de su propio destino. El desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos. Deben ser edificados y desplegados por cada uno, por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la socialidad humana –amigos, comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones–. Esto supone y exige el derecho a la educación –también para las niñas, excluidas en algunas partes–, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos. La educación, así concebida, es la base para la realización de la Agenda 2030 y para recuperar el ambiente.

Al mismo tiempo, los gobernantes han de hacer todo lo posible a fin de que todos puedan tener la mínima base material y espiritual para ejercer su dignidad y para formar y mantener una familia, que es la célula primaria de cualquier desarrollo social. Ese mínimo absoluto tiene en lo material tres nombres: techo, trabajo y tierra; y un nombre en lo espiritual: libertad del espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los otros derechos cívicos.

Por todo esto, la medida y el indicador más simple y adecuado del cumplimiento de la nueva Agenda para el desarrollo será el acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general libertad del espíritu y educación. Al mismo tiempo, estos pilares del desarrollo humano integral tienen un fundamento común, que es el derecho a la vida y, más en general, lo que podríamos llamar el derecho a la existencia de la misma naturaleza humana.

La crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre: «El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza» (Benedicto XVI, Discurso al Parlamento Federal de Alemania, 22 septiembre 2011; citado en Laudato si’, 6). La creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias […] El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que solo nos vemos a nosotros mismos» (Id., Discurso al Clero de la Diócesis de Bolzano-Bressanone, 6 agosto 2008; citado ibíd.). Por eso, la defensa del ambiente y la lucha contra la exclusión exigen el reconocimiento de una ley moral inscrita en la propia naturaleza humana, que comprende la distinción natural entre hombre y mujer (cf. Laudato si’, 155), y el absoluto respeto de la vida en todas sus etapas y dimensiones (cf. ibíd., 123; 136).

Sin el reconocimiento de unos límites éticos naturales insalvables y sin la actuación inmediata de aquellos pilares del desarrollo humano integral, el ideal de «salvar las futuras generaciones del flagelo de la guerra» (Carta de las Naciones Unidas, Preámbulo) y de «promover el progreso social y un más elevado nivel de vida en una más amplia libertad» (ibíd.) corre el riesgo de convertirse en un espejismo inalcanzable o, peor aún, en palabras vacías que sirven de excusa para cualquier abuso y corrupción, o para promover una colonización ideológica a través de la imposición de modelos y estilos de vida anómalos, extraños a la identidad de los pueblos y, en último término, irresponsables.

La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y entre los pueblos.

Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurídica fundamental. La experiencia de los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y en particular la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en cambio, se confunde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cultural e incluso el ambiente biológico.

El Preámbulo y el primer artículo de la Carta de las Naciones Unidas indican los cimientos de la construcción jurídica internacional: la paz, la solución pacífica de las controversias y el desarrollo de relaciones de amistad entre las naciones. Contrasta fuertemente con estas afirmaciones, y las niega en la práctica, la tendencia siempre presente a la proliferación de las armas, especialmente las de destrucción masiva como pueden ser las nucleares. Una ética y un derecho basados en la amenaza de destrucción mutua –y posiblemente de toda la humanidad– son contradictorios y constituyen un fraude a toda la construcción de las Naciones Unidas, que pasarían a ser «Naciones unidas por el miedo y la desconfianza». Hay que empeñarse por un mundo sin armas nucleares, aplicando plenamente el Tratado de no proliferación, en la letra y en el espíritu, hacia una total prohibición de estos instrumentos.

El reciente acuerdo sobre la cuestión nuclear en una región sensible de Asia y Oriente Medio es una prueba de las posibilidades de la buena voluntad política y del derecho, ejercitados con sinceridad, paciencia y constancia. Hago votos para que este acuerdo sea duradero y eficaz y dé los frutos deseados con la colaboración de todas las partes implicadas.

En ese sentido, no faltan duras pruebas de las consecuencias negativas de las intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional. Por eso, aun deseando no tener la necesidad de hacerlo, no puedo dejar de reiterar mis repetidos llamamientos en relación con la dolorosa situación de todo el Oriente Medio, del norte de África y de otros países africanos, donde los cristianos, junto con otros grupos culturales o étnicos e incluso junto con aquella parte de los miembros de la religión mayoritaria que no quiere dejarse envolver por el odio y la locura, han sido obligados a ser testigos de la destrucción de sus lugares de culto, de su patrimonio cultural y religioso, de sus casas y haberes y han sido puestos en la disyuntiva de huir o de pagar su adhesión al bien y a la paz con la propia vida o con la esclavitud.

Estas realidades deben constituir un serio llamado a un examen de conciencia de los que están a cargo de la conducción de los asuntos internacionales. No solo en los casos de persecución religiosa o cultural, sino en cada situación de conflicto, como en Ucrania, en Siria, en Irak, en Libia, en Sudán del Sur y en la región de los Grandes Lagos, hay rostros concretos antes que intereses de parte, por legítimos que sean. En las guerras y conflictos hay seres humanos singulares, hermanos y hermanas nuestros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, niños y niñas, que lloran, sufren y mueren. Seres humanos que se convierten en material de descarte cuando solo la actividad consiste en enumerar problemas, estrategias y discusiones.

Como pedía al Secretario General de las Naciones Unidas en mi carta del 9 de agosto de 2014, «la más elemental comprensión de la dignidad humana [obliga] a la comunidad internacional, en particular a través de las normas y los mecanismos del derecho internacional, a hacer todo lo posible para detener y prevenir ulteriores violencias sistemáticas contra las minorías étnicas y religiosas» y para proteger a las poblaciones inocentes.

En esta misma línea quisiera hacer mención a otro tipo de conflictividad no siempre tan explicitada pero que silenciosamente viene cobrando la muerte de millones de personas. Otra clase de guerra viven muchas de nuestras sociedades con el fenómeno del narcotráfico. Una guerra «asumida» y pobremente combatida. El narcotráfico por su propia dinámica va acompañado de la trata de personas, del lavado de activos, del tráfico de armas, de la explotación infantil y de otras formas de corrupción. Corrupción que ha penetrado los distintos niveles de la vida social, política, militar, artística y religiosa, generando, en muchos casos, una estructura paralela que pone en riesgo la credibilidad de nuestras instituciones.

Comencé esta intervención recordando las visitas de mis predecesores. Quisiera ahora que mis palabras fueran especialmente como una continuación de las palabras finales del discurso de Pablo VI, pronunciado hace casi exactamente 50 años, pero de valor perenne: «Ha llegado la hora en que se impone una pausa, un momento de recogimiento, de reflexión, casi de oración: volver a pensar en nuestro común origen, en nuestra historia, en nuestro destino común. Nunca, como hoy, […] ha sido tan necesaria la conciencia moral del hombre, porque el peligro no viene ni del progreso ni de la ciencia, que, bien utilizados, podrán […] resolver muchos de los graves problemas que afligen a la humanidad» (Discurso a los Representantes de los Estados, 4 de octubre de 1965). Entre otras cosas, sin duda, la genialidad humana, bien aplicada, ayudará a resolver los graves desafíos de la degradación ecológica y de la exclusión. Continúo con Pablo VI: «El verdadero peligro está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas» (ibíd.).

La casa común de todos los hombres debe continuar levantándose sobre una recta comprensión de la fraternidad universal y sobre el respeto de la sacralidad de cada vida humana, de cada hombre y cada mujer; de los pobres, de los ancianos, de los niños, de los enfermos, de los no nacidos, de los desocupados, de los abandonados, de los que se juzgan descartables porque no se los considera más que números de una u otra estadística. La casa común de todos los hombres debe también edificarse sobre la comprensión de una cierta sacralidad de la naturaleza creada.

Tal comprensión y respeto exigen un grado superior de sabiduría, que acepte la trascendencia, renuncie a la construcción de una elite omnipotente, y comprenda que el sentido pleno de la vida singular y colectiva se da en el servicio abnegado de los demás y en el uso prudente y respetuoso de la creación para el bien común. Repitiendo las palabras de Pablo VI, «el edificio de la civilización moderna debe levantarse sobre principios espirituales, los únicos capaces no sólo de sostenerlo, sino también de iluminarlo» (ibíd.).

El gaucho Martín Fierro, un clásico de la literatura en mi tierra natal, canta: «Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera».

El mundo contemporáneo, aparentemente conexo, experimenta una creciente y sostenida fragmentación social que pone en riesgo «todo fundamento de la vida social» y por lo tanto «termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios intereses» (Laudato si’, 229).

El tiempo presente nos invita a privilegiar acciones que generen dinamismos nuevos en la sociedad hasta que fructifiquen en importantes y positivos acontecimientos históricos (cf. Evangelii gaudium, 223). No podemos permitirnos postergar «algunas agendas» para el futuro. El futuro nos pide decisiones críticas y globales de cara a los conflictos mundiales que aumentan el número de excluidos y necesitados.

La laudable construcción jurídica internacional de la Organización de las Naciones Unidas y de todas sus realizaciones, perfeccionable como cualquier otra obra humana y, al mismo tiempo, necesaria, puede ser prenda de un futuro seguro y feliz para las generaciones futuras. Lo será si los representantes de los Estados sabrán dejar de lado intereses sectoriales e ideologías, y buscar sinceramente el servicio del bien común. Pido a Dios Todopoderoso que así sea, y les aseguro mi apoyo, mi oración y el apoyo y las oraciones de todos los fieles de la Iglesia Católica, para que esta Institución, todos sus Estados miembros y cada uno de sus funcionarios, rinda siempre un servicio eficaz a la humanidad, un servicio respetuoso de la diversidad y que sepa potenciar, para el bien común, lo mejor de cada pueblo y de cada ciudadano.

La bendición del Altísimo, la paz y la prosperidad para todos ustedes y para todos sus pueblos. Gracias.

Francisco: «En la oración, no hay ricos y pobres, hay hijos y hermanos»

Queridos amigos:

La primera palabra que quiero decirles es gracias. Gracias por recibirme y por el esfuerzo que han hecho para que este encuentro pueda realizarse.

Aquí recuerdo a una persona que quiero, que es y ha sido muy importante a lo largo de mi vida. Ha sido sostén y fuente de inspiración. Es a quien recurro cuando estoy medio “apretado”. Ustedes me recuerdan a san José. Sus rostros me hablan del suyo.

En la vida de José hubo situaciones difíciles de enfrentar. Una de ellas fue cuando María estaba por dar a luz, por tener a Jesús. Dice la Biblia: “Estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos” (Lc 2,6-7). La Biblia es muy clara: “No había alojamiento para ellos“.

Me imagino a José, con su esposa a punto de tener a su hijo, sin un techo, sin casa, sin alojamiento. El Hijo de Dios entró en este mundo como uno que no tiene casa. El Hijo de Dios supo lo que es comenzar la vida sin un techo. Imaginemos las preguntas de José en ese momento: ¿Cómo el Hijo de Dios no tiene un techo para vivir? ¿Por qué estamos sin hogar, por qué estamos sin un techo? Son preguntas que muchos de ustedes pueden hacerse a diario. Al igual que José se cuestionan: ¿Por qué estamos sin un techo, sin un hogar? Son preguntas que nos hará bien hacernos a todos: ¿Por qué estos hermanos nuestros están sin hogar, por qué estos hermanos nuestros no tienen un techo?

Las preguntas de José siguen presentes hoy, acompañando a todos los que a lo largo de la historia han vivido y están sin un hogar. Les diré una cosa: no existe ninguna justificación, ni social ni política ni moral, para aceptar la falta de alojamiento.

José era un hombre que se hizo preguntas pero, sobre todo, era un hombre de fe. Fue la fe la que le permitió a José poder encontrar luz en ese momento que parecía todo a oscuras; fue la fe la que lo sostuvo en las dificultades de su vida. Por la fe, José supo salir adelante cuando todo parecía detenerse.

Ante situaciones injustas, dolorosas, la fe nos aporta esa luz que disipa la oscuridad. Al igual que a José, la fe nos abre a la presencia silenciosa de Dios en toda vida, en toda persona, en toda situación. Él está presente en cada uno de ustedes, en cada uno de nosotros.

No encontramos ningún tipo de justificación social, moral o del tipo que fuese para aceptar la falta de alojamiento. Son situaciones injustas, pero sabemos que Dios está sufriéndolas con nosotros, está viviéndolas a nuestro lado. No nos deja solos.

Sabemos que Jesús no solo ha querido solidarizarse con cada persona, no solo ha querido que nadie sienta o viva la falta de su compañía, de su auxilio, de su amor. Él mismo se ha identificado con todos aquellos que sufren, que lloran, que padecen alguna injusticia. Él nos lo dice claramente: “Tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero y me dieron alojamiento” (Mt 25,35).

Es la fe la que nos hace saber que Dios está con ustedes, Dios está en medio nuestro y su presencia nos moviliza a la caridad. Esa caridad que nace de la llamada de un Dios que sigue golpeando nuestra puerta, la puerta de todos para invitarnos al amor, a la compasión, a la entrega de unos por otros.

Jesús sigue golpeando nuestras puertas, nuestra vida. No lo hace mágicamente, no lo hace con artilugios, con carteles luminosos o fuegos artificiales. Jesús sigue golpeando nuestra puerta en el rostro del hermano, en el rostro del vecino, en el rostro del que está a nuestro lado.

Queridos amigos, uno de los modos más eficaces de ayuda que tenemos lo encontramos en la oración. La oración nos une, nos hermana, nos abre el corazón y nos recuerda una verdad hermosa que a veces olvidamos. En la oración, todos aprendemos a decir Padre, papá, y en ella nos encontramos como hermanos. En la oración, no hay ricos y pobres, hay hijos y hermanos. En la oración no hay personas de primera o de segunda, hay fraternidad.

Es en la oración donde nuestro corazón encuentra la fuerza para no volverse insensible, frío ante las situaciones de injusticia. En la oración, Dios nos sigue llamando y levantando a la caridad.

Qué bien nos hace rezar juntos, qué bien nos hace encontrarnos en ese espacio donde nos miramos como hermanos y nos reconocemos los unos necesitados del apoyo de los otros. Hoy quiero unirme a ustedes, necesito su apoyo, su cercanía. Quiero invitarlos a rezar juntos, los unos por los otros, los unos con los otros. Así podremos continuar con este sostén que nos ayuda a vivir la alegría de saber que Jesús siempre está en medio nuestro. ¿Se animan?

Padre nuestro que estás en el cielo…

Antes de irme, me gustaría darles la bendición de Dios:

Que el Señor los bendiga y los proteja;

que el Señor los mire con agrado y les muestre su bondad;

que el Señor los mire con amor y les conceda su paz (Nm 6, 24-26).

Y no se olviden de rezar por mí.

Francisco habla de su viaje a Cuba

Durante el vuelo de Cuba a Estados Unidos, el Papa Francisco volvió a hablar con los periodistas y a responder a las preguntas que le plantearon acerca entre otras cosas, del bloqueo a Cuba, de sus críticas al capitalismo liberal y del futuro papel de la Iglesia en la isla.

La primera pregunta fue cual era la opinión del Papa del bloqueo a Cuba y si hablaría de este tema ante el Congreso de Estados Unidos.

‘La cuestión del «bloqueo»-respondió Francisco- es parte de la negociación. Es público: ambos presidentes se han referido a esto. Es algo público, que sigue la dirección de las buenas relaciones que se intentan lograr… Mi deseo es que se llegue… a un acuerdo que satisfaga a las partes. Con respecto a la posición de la Santa Sede sobre los bloqueos los papas anteriores han hablado, -no sólo en este caso, sino también en otros casos- acerca de ello. Hay una doctrina social de la Iglesia en este sentido y a ella me remito porque es precisa y correcta. Por lo que se refiere al Congreso de Estados Unidos… estoy pensando en lo que quiero decir al respecto, pero no específicamente sobre esta cuestión, en general sobre el tema de los acuerdos bilaterales y multilaterales, como una señal de progreso en la convivencia. Pero este tema en concreto no se menciona, casi seguro que no».

»Hemos oído que más de 50 disidentes fueron detenidos fuera de la Nunciatura porque querían encontrarlo ¿Le gustaría encontrarse con los disidentes? Y si tal reunión tuviera lugar, ¿qué les diría?», fue la segunda cuestión

»En primer lugar no tengo noticias de que haya sucedido esto: No tengo ninguna noticia. No lo sé directamente -dijo el Papa- Sus dos preguntas son sobre el futuro… Me gustaría que sucediera. Me gusta conocer a toda la gente. En primer lugar porque creo que todas las personas son hijos de Dios. En segundo lugar, el encuentro con una persona es siempre enriquecedor…. Sí, me gustaría encontrarme con ellos. Si desea que le hable todavía de los disidentes, puedo decirle algo muy concreto. En primer lugar, estaba claro que yo no habría dado ninguna audiencia, porque pidieron audiencia no sólo los disidentes, sino también gente de otros sectores, entre ellos varios jefes de Estado. No, yo fui a visitar al país y sólo esto. No había prevista ninguna audiencia: ni con los disidentes ni con otros. Segundo: la Nunciatura llamó por telefóno a algunas personas, que forman parte de este grupo de disidentes … La tarea del Nuncio era comunicarles que, con mucho gusto, a mi llegada a la catedral, en la reunión con los consagrados, habría saludado a los que estaban allí. Un saludo, eso si es verdad … Pero en vista de que nadie se presentó en el saludo, no sé si estaban o no estaban. Yo saludé a todos los que estaban allí. Especialmente a los enfermos, a los que estaban en una silla de ruedas … Pero nadie se identificó como disidente. Desde la Nunciatura se hicieron algunas llamadas para invitarlos a un saludo de paso».

La tercera pregunta fue sobre el sufrimiento de la Iglesia Católica cubana bajo Fidel Castro, y si en su encuentro con el Comandante, el Papa tuvo la impresión de que estaba algo arrepentido.

»El arrepentimiento es una cosa muy íntima, que atañe a la conciencia -dijo el Santo Padre- En el encuentro con Fidel hablé de historias de los jesuitas conocidos, porque yo le regalé un libro del Padre Llorente un jesuita amigo suyo… y otro del Padre Pronzato que seguramente le gustará . Hablamos de estas cosas. Hablamos mucho de la encíclica Laudato Si ‘, porque está muy interesado en la ecología. Fue un encuentro informal, espontáneo. Hablamos de la encíclica porque está muy preocupado por ese tema, pero no del pasado».

Ya que el Pontífice denuncia la iniquidad de los sistemas económicos vigentes, algunos sectores de la sociedad americana se han preguntado si el Papa era católico y en otras partes se habla de Papa comunista. ¿Que piensa Francisco?

»Estoy seguro -contestó el Santo Padre – de que yo no he dicho nada más de lo que está en Doctrina Social de la Iglesia. Ya en otro vuelo una periodista, después de mi discurso a los movimientos populares, me preguntó si la Iglesia me seguía y yo le dije: ‘Yo soy el que sigue a la Iglesia ‘, y no creo que me equivoque, no he dicho nada que no esté en la Doctrina Social de la Iglesia. Las cosas pueden ser explicadas. Tal vez una explicación dio la impresión de ser un poco más «izquierdosa», pero sería un error de explicación. No. Mi doctrina acerca de todo esto sobre el «imperialismo económico, sobre la Laudato Si’, es la de Doctrina Social de la Iglesia. ¡Y si hace falta que rece el Credo estoy dispuesto a hacerlo!

Otro periodista recordó que en su ultimo viaje a América Latina el Papa había criticado con dureza el sistema liberal capitalista mientras en Cuba sus críticas al sistema comunista no fueron tan estrictas, sino mucho más «suaves». ¿Por qué estas diferencias?

»En los discursos que he pronunciado en Cuba -aclaró Francisco- siempre he mencionado la Doctrina Social de la Iglesia. Las cosas que hay que corregir, las he dicho con claridad, no de forma suave. Pero no he dicho más de lo que ya he escrito duramente, tanto en la encíclica como en la Evangelii Gaudium, sobre el capitalismo salvaje o liberal, todo lo que está escrito allí… que ya es bastante. Pero aquí en Cuba el viaje era muy pastoral con la comunidad católica, con los cristianos, también con las personas de buena voluntad; por eso mis intervenciones han sido homilías … Incluso con los jóvenes – que eran jóvenes creyentes y no creyentes, así como creyentes de diferentes religiones – fue un discurso de esperanza,para fomentar el diálogo , para buscar lo que une y no lo que divide. Era un lenguaje más pastoral. En cambio, en la encíclica hay que tratar temas más técnicos».

La penúltima cuestión planteó si la Iglesia católica jugaría algún papel en la apertura a las libertades políticas, dado el rol que ha desempeñado la Santa Sede en el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos

»La Iglesia en Cuba -reveló el Pontífice- había elaborado una lista de prisioneros para indultar. El indulto se concedió a unos 3.500, según me ha dicho el Presidente de la Conferencia Episcopal. Y todavía hay casos que se están estudiando. La Iglesia en Cuba está trabajando de cara a los indultos. Por ejemplo, alguien me dijo: «Sería bueno acabar con la cadena perpetua». Hablando claramente, la cadena perpetua es casi una pena de muerte escondida. Lo dije públicamente en un discurso a los juristas europeos. Estás ahí, muriendo todos los días, sin la esperanza de liberación. Es una hipótesis. Otra hipótesis es conceder indultos generales cada uno o dos años … Pero la Iglesia está trabajando, ha trabajado … No estoy diciendo que estos tres mil fueron liberados gracias a las listas de la Iglesia, no. La Iglesia ha hecho una lista – no sé cuántas personas – ha solicitado formalmente indultos y seguirá haciéndolo».

Por último un informador preguntó si la visita de tres Papas en menos de 20 años a Cuba se podía interpretar como un síntoma de que la isla estuviera aquejada de alguna enfermedad

»No, no. El primero fue Juan Pablo II: la primera visita histórica -respondio- Pero era normal: visitó muchos países, incluidos países agresivos contra de la Iglesia. El segundo fue el Papa Benedicto: era normal...En mi caso fue un poco al azar, porque pensé entrar en Estados Unidos a través de México; Inicialmente, la primera idea fue Ciudad Juárez, la frontera de México … Pero ir a México sin ir a ver a la «Guadalupana» habría sido muy feo. Después, con el anuncio del 17 de diciembre del año pasado, cuando se dio a conocer lo que más o menos era reservado, un proceso de casi un año … me dije: Quiero ir a Estados Unidos pasando por Cuba. Y por eso la elegí. Pero no porque tenga una enfermedad especial que no tengan otros países».

Fuente: News.Va

Francisco: «El emocionante proyecto de hacer doméstico el mundo»

El Papa Francisco, en la catequesis de la audiencia general de hoy, la última antes de su viaje apostólico internacional a Cuba y a EEUU, del 19 al 28 de este mes , reflexionó en torno al matrimonio y la familia teniendo en cuenta que estamos en vísperas del Encuentro Mundial de las Familias que se celebrará en Filadelfia y del Sínodo de los Obispos que tendrá lugar en la Ciudad del Vaticano el próximo mes de octubre.

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!

Esta es nuestra reflexión conclusiva sobre el tema del matrimonio y de la familia. Estamos en vísperas de sucesos bellos y de compromiso, que están directamente vinculados con este gran tema: el Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia y el Sínodo de los Obispos en Roma. Ambos tienen una proyección mundial, que corresponde a la dimensión universal del cristianismo, y la trascendencia universal de esta comunidad humana fundamental e insustituible que es, sin duda, la familia.

La transición actual de la civilización aparece marcada por los efectos a largo plazo de una sociedad administrada por la tecnocracia económica. La subordinación de la ética a la lógica del beneficio cuenta con importantes recursos y de un apoyo mediático enorme. En este escenario, una nueva alianza del hombre y de la mujer se convierte en estratégica para la emancipación de los pueblos de la colonización del dinero. Esta alianza debe volver a orientar la política, la economía y la convivencia civil. Esta decide la habitabilidad de la tierra, la transmisión del sentimiento de la vida, los vínculos de la memoria y de la esperanza.

De esta alianza, la comunidad conyugal-familiar del hombre y de la mujer es la gramática generativa, el “nudo de oro”, podríamos decir. La fe la obtiene de la sabiduría de la creación de Dios: que ha confiado a la familia no el cuidado de una intimidad como fin en sí misma, sino el emocionante proyecto de hacer “doméstico” el mundo.

Precisamente de la Palabra bíblica de la creación hemos tomado nuestra inspiración fundamental, en nuestras breves meditaciones del miércoles sobre la familia. A esta Palabra podemos y debemos nuevamente acudir con amplitud y profundidad. Es un gran trabajo, el que nos espera, pero también muy entusiasmante.

La creación de Dios no es una simple premisa filosófica: es el horizonte universal de la fe. No hay un designio divino diverso de la creación y de su salvación. Por la salvación de la criatura – de toda criatura –Dios se hizo hombre: “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”, como dice el Credo. Y Jesús resucitado es “primogénito de toda criatura” (Col 1,15).

El mundo creado es confiado al hombre y a la mujer: lo que sucede entre ellos da la impronta a todo. Su rechazo de la bendición de Dios conduce fatalmente a un delirio de omnipotencia que lo arruina todo. Es lo que llamamos “pecado original”. Y todos venimos al mundo heredando esta enfermedad.

A pesar de ello, no estamos malditos ni abandonados a nosotros mismos. El antiguo relato del primer amor de Dios por el hombre y la mujer, tenía ya páginas escritas con fuego, al respecto. “Yo pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya” (Gn 3,15a). Son las palabras que Dios dirige a la serpiente engañadora. Mediante estas palabras Dios marca a la mujer con una barrera protectora contra el mal, a la que ella puede recurrir – si quiere – por cada generación. Quiere decir que la mujer lleva una secreta y especial bendición, para la defensa de su criatura del Maligno. Como la Mujer del Apocalipsis, que corre a esconder al hijo del Dragón. Y Dios la protege (cfr Ap 12,6).

Piensen aquí que profundidad. Existen muchos lugares comunes, a veces incluso ofensivos, sobre la mujer tentadora que inspira el mal. Sin embargo hay un espacio para una teología de la mujer que esté a la altura de esta bendición de Dios para ella y para la generación.

La misericordiosa protección de Dios con respecto al hombre y la mujer, en todo caso, no disminuye para ambos. ¡No olvidemos esto! El lenguaje simbólico de la Biblia nos dice que antes de alejarnos del jardín del Edén, Dios hizo al hombre y a la mujer túnicas de piel y los vistió (cfr. GN 3,21).

Este gesto de ternura significa que, incluso en las dolorosas consecuencias de nuestro pecado, Dios no quiere que nos quedemos desnudos y abandonados a nuestro destino de pecadores. Esta ternura divina, esta atención por nosotros, la vemos encarnadas en Jesús de Nazaret, hijo de Dios “nacido de mujer” (Gal 4,4). Y San Pablo dice de nuevo: “mientras éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8).

Cristo nacido de una mujer…nacido de una mujer, es la caricia de Dios sobre nuestras plagas, sobre nuestros errores, sobre nuestros pecados. Pero Dios nos ama como somos y quiere llevarnos adelante con este proyecto. Y la mujer es la más fuerte y lleva adelante este proyecto.

La promesa que Dios hace al hombre y a la mujer, al inicio de la historia incluye a todos los seres humanos, hasta el final de los tiempos. Si tenemos la fe suficiente, las familias de los pueblos de la tierra se reconocerán en esta bendición. De cualquier forma quien se deja conmover por esta visión, pertenezca al pueblo, nación, religión que sea, que se ponga en camino con nosotros. Será nuestro hermano y nuestra hermana.

Sin hacer proselitismo, caminemos juntos sobre esta bendición y este objetivo de Dios de hacernos hermanos en la vida. En un mundo que va adelante y nace precisamente de la familia de la unión del hombre y de la mujer.

¡Dios los bendiga, familias de todas las partes del mundo! ¡Dios los bendiga!

Fuente: Oleada Joven

«El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido»

Mensaje completo del Papa a Mons. Fisichella

Al venerado hermano

Monseñor Rino Fisichella

Presidente del Pontificio Consejo

para la Promoción de la Nueva Evangelización

La cercanía del Jubileo extraordinario de la Misericordia me permite centrar la atención en algunos puntos sobre los que considero importante intervenir para facilitar que la celebración del Año Santo sea un auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios para todos los creyentes. Es mi deseo, en efecto, que el Jubileo sea experiencia viva de la cercanía del Padre, como si se quisiese tocar con la mano su ternura, para que se fortalezca la fe de cada creyente y, así, el testimonio sea cada vez más eficaz.

Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, a todos los fieles que en cada diócesis, o como peregrinos en Roma, vivirán la gracia del Jubileo. Deseo que la indulgencia jubilar llegue a cada uno como genuina experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos con el rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el pecado cometido. Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica conversión. Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de todo el mundo.

Pienso, además, en quienes por diversos motivos se verán imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, en primer lugar los enfermos y las personas ancianas y solas, a menudo en condiciones de no poder salir de casa. Para ellos será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica la vía maestra para dar sentido al dolor y a la soledad. Vivir con fe y gozosa esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la santa misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar. Mi pensamiento se dirige también a los presos, que experimentan la limitación de su libertad. El Jubileo siempre ha sid­­­­o la ocasión de una gran amnistía, destinada a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una pena, sin embargo han tomado conciencia de la injusticia cometida y desean sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta. Que a todos ellos llegue realmente la misericordia del Padre que quiere estar cerca de quien más necesita de su perdón. En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.

He pedido que la Iglesia redescubra en este tiempo jubilar la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y espirituales. La experiencia de la misericordia, en efecto, se hace visible en el testimonio de signos concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente una o más de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar. De aquí el compromiso a vivir de la misericordia para obtener la gracia del perdón completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será, por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad.

La indulgencia jubilar, por último, se puede ganar también para los difuntos. A ellos estamos unidos por el testimonio de fe y caridad que nos dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística, también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.

Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es, ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto con una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que comporta un acto de ese tipo. Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por dónde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia.

Una última consideración se dirige a los fieles que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este Año jubilar de la Misericordia no excluye a nadie. Desde diversos lugares, algunos hermanos obispos me han hablado de su buena fe y práctica sacramental, unida, sin embargo, a la dificultad de vivir una condición pastoralmente difícil. Confío que en el futuro próximo se puedan encontrar soluciones para recuperar la plena comunión con los sacerdotes y los superiores de la Fraternidad. Al mismo tiempo, movido por la exigencia de corresponder al bien de estos fieles, por una disposición mía establezco que quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados.

Confiando en la intercesión de la Madre de la Misericordia, encomiendo a su protección la preparación de este Jubileo extraordinario.

«Las tensiones y conflictos nos hacen crecer’, Francisco a Jóvenes del MEJ

En un ambiente de fiesta, la mañana del viernes 7 de agosto, el Papa Francisco encontró a los jóvenes del Movimiento Eucarístico Juvenil, en el Aula Pablo VI del Vaticano, con ocasión del Centenario de su Fundación. – OSS_ROM

 Tensión, dialogo, conflicto, respeto, encuentro con Jesús, estupor, paz, alegría, Eucaristía como memoria de lo que Jesús hizo por nosotros, palabras claves en el diálogo del Papa con los jóvenes del Movimiento Eucarístico juvenil.

Jóvenes del Movimiento Eucarístico Juvenil de la Compañía de Jesús, reunidos en Roma de diversas partes del mundo, en la celebración del centenario, dialogaron en Audiencia con el Papa, haciéndole preguntas y escuchando sus respuestas.

Las Palabras del Papa

Tensión y conflicto. Francisco inició las respuestas diciendo que le impresionaron algunas palabras de las preguntas: Tensión y conflicto. Solamente en el cementerio y en el Paraíso no hay tensiones y conflictos. Si hay tensiones y conflictos quiere decir que estoy vivo. No tengo que tener miedo de las tensiones y conflictos porque me hacen crecer. Pero ustedes tienen que discernir cuáles son las verdaderas tensiones y conflictos a los que hay que atender. Las tensiones se resuelven con el diálogo. No hay que pegarse demasiado a una tensión porque eso hace mal. Siempre buscando la armonía y la armonía se hace de tensiones y a su vez genera otras tensiones. Esto con respecto a la familia.

¿Qué hacemos frente a conflictos sociales y también culturales? También los conflictos pueden hacer bien porque nos hacen entender que hay cosas diversas. El conflicto para ser bien asumido debe ser orientado hacia la unidad en el respeto a cada identidad. El conflicto se resuelve con respeto a la identidad. Los conflictos que no se resuelven terminan en guerra. Y hay conflictos que son violencia. Se llama: “matar”. Hay lugares donde a los cristianos, no sólo no se les respeta su identidad; sino que se los mata. Si en un país hay tanta diversidad, sólo el respeto resuelve el conflicto.

La paz de Jesús y no la falsa paz del enemigo es el desafío A la pregunta sobre cuál ha sido para él el mayor desafío de su vida como religioso respondió: El mayor desafío ha sido encontrar la paz en el señor. Ha sido el mayor desafío de mi vida religiosa. Hay otro desafío: saber distinguir la paz de Jesús de la paz que no es de Jesús. Discernir la verdadera paz de la falsa paz. La verdadera paz viene siempre de Jesús. La paz superficial que solo me contenta un poco viene del enemigo. Saber conocer y distinguir cuál es la paz de Jesús y cuál la falsa paz del enemigo que me destruye. Te pone en medio de la calle y después te deja solo. Nosotros decimos que “el diablo es un mal pagador”, es un estafador que muestra una paz maquillada. Pero ¿cómo se que la paz es de Jesús? Por la alegría. El diablo solo me puede dar diversión, un poco de circo, te da felicidad un rato, pero nunca te da esta alegría. Mientras que Jesús es un buen pagador, paga muy bien.

Los abuelos son la memoria de la fe La familia es otra palabra importante de la que han hablado. No solamente están las tensiones generacionales entre los papás y entre mis padres y yo, sino que, también en las generaciones están los abuelos. Y los abuelos son los grandes olvidados de este tiempo. Yo me pregunto: ¿Ustedes hablan con sus abuelos? Los abuelos son fuente de sabiduría porque tienen la memoria de la vida, la memoria de la fe, la memoria de las tensiones, la memoria de los conflictos. ¡Son buenos los abuelos!

El signo de la amistad con Jesús. Respondiendo a una pregunta sobre la amistad con Jesús, Francisco expresó: ‘Jesús dice ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo. Jesús me habla con la paz y la alegría que me da en tantas maneras de encontrarlo. Lo encuentro en la oración, la Eucaristía y ayudando a los necesitados. “Encontrar a Jesús”, no se olviden de esta palabra. Pensemos en ese día que Jesús pasaba y que Juan y Andrés escucharon a Juan Bautista que les dijo: “Ese es…” … Que sucedió después: Andrés fue con su hermano lleno de alegría y estupor. El encuentro con Jesús da estupor, paz, alegría.’

Para profundizar en la Eucaristía Le preguntaron qué les diría a los jóvenes con el fin de que descubran la profundidad de la Eucaristía. Respondió: Ayuda pensar en la Última Cena. Esas palabras que Jesús dijo cuando dio el pan y el vino: “hagan esto en memoria mía”. Es ahí que nos salva Jesús. La memoria de un amor tan grande que ha dado su vida por mí. La gracia de la memoria de lo que Jesús hizo por mí. No es un ritual, una ceremonia. Es otra cosa. Es la sangre de Jesús, el misterio de la Eucaristía. Es memoria de que Jesús ha dado su vida por mí. Si tú quieres profundizar, recuerda. San Pablo dice: Acuérdate de Jesucristo resucitado de entre los muertos… La memoria… Cada vez que vayan a rezar delante del sagrario, acuérdense de esto.

Piensen estas palabras tensión, diálogo, conflicto, respeto, Encuentro con Jesús, amistad con Jesús: paz y alegría. Profundizar en la eucaristía recordar lo que hizo Jesús por mí. Estamos en un mundo en guerra, hay muchas cosas feas, pero también hay muchas cosas lindas y buenas. Tenemos tantos motivos para ir adelante, tantos santos escondidos en el Pueblo de Dios. Dios está presente. ¡Animo y adelante!

Fuente: Radio Vaticana

Traducción y sintesis: jesuita Guillermo Ortiz – Radio Vaticana

Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación

Fuente: Radio Vaticana

Texto completo de la Carta del Papa Francisco, fechada el 6 de agosto de 2015, Fiesta de la Transfiguración del Señor:

«Compartiendo con el amado hermano Bartolomé, Patriarca Ecuménico, la preocupación por el futuro de la creación (cf. Carta Enc. Laudato si’, 7-9) y, acogiendo la sugerencia de su representante, el Metropolita Ioannis de Pérgamo, que intervino en la presentación de la Encíclica Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común, deseo comunicarles que he decidido instituir también en la Iglesia Católica la «Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación», que, a partir del año en curso, será celebrada el 1 de septiembre, tal como acontece desde hace tiempo en la Iglesia Ortodoxa.

Como cristianos, queremos ofrecer nuestra contribución para superar la crisis ecológica que está viviendo la humanidad. Para ello debemos ante todo extraer de nuestro rico patrimonio espiritual las motivaciones que alimentan la pasión por el cuidado de la creación, recordando siempre que, para los creyentes en Jesucristo, Verbo de Dios hecho hombre por nosotros, «la espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo, ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea» (ibíd., 216). La crisis ecológica nos llama por tanto a una profunda conversión espiritual: los cristianos están llamados a una «conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea» (ibíd., 217). De hecho, «vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana» (ibíd.).

La Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, que se celebrará anualmente, ofrecerá a cada creyente y a las comunidades una valiosa oportunidad de renovar la adhesión personal a la propia vocación de custodios de la creación, elevando a Dios una acción de gracias por la maravillosa obra que Él ha confiado a nuestro cuidado, invocando su ayuda para la protección de la creación y su misericordia por los pecados cometidos contra el mundo en el que vivimos. La celebración de la Jornada en la misma fecha que la Iglesia Ortodoxa será una buena ocasión para testimoniar nuestra creciente comunión con los hermanos ortodoxos. Vivimos en un tiempo en el que todos los cristianos afrontamos idénticos e importantes desafíos, y a los que debemos dar respuestas comunes, si queremos ser más creíbles y eficaces. Por esto, espero que esta Jornada pueda contar con la participación de otras Iglesias y Comunidades eclesiales y se pueda celebrar en sintonía con las iniciativas que el Consejo Ecuménico de las Iglesias promueve sobre este tema.

Le pido a Usted, cardenal Turkson, Presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, que ponga en conocimiento de las Comisiones de Justicia y Paz de las Conferencias Episcopales, así como de los Organismos nacionales e internacionales que trabajan en el ámbito ecológico, la institución de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, para que, de acuerdo con las exigencias y las situaciones locales, la celebración se organice debidamente con la participación de todo el Pueblo de Dios: sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos. Para este propósito, y en colaboración con las Conferencias Episcopales, ese Dicasterio se esforzará por llevar a cabo iniciativas adecuadas de promoción y animación, para que esta celebración anual sea un momento intenso de oración, reflexión, conversión y asunción de estilos de vida coherentes.

Le pido a Usted, cardenal Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, que se ponga en contacto con el Patriarcado Ecuménico y con las demás realidades ecuménicas, para que dicha Jornada Mundial sea signo de un camino que todos los creyentes en Cristo recorren juntos. Además, ese Dicasterio se ocupará de la coordinación con iniciativas similares organizadas por el Consejo Ecuménico de las Iglesias.

Esperando la más amplia colaboración para el buen comienzo y desarrollo de la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, invoco la intercesión de la Madre de Dios María Santísima y de san Francisco de Asís, cuyo Cántico de las Criaturas mueve a tantos hombres y mujeres de buena voluntad a vivir alabando al Creador y respetando la creación. Como confirmación de estos deseos, le imparto a ustedes, Señores cardenales, y a cuantos colaboran en su ministerio, la Bendición Apostólica.

Vaticano, 6 de agosto de 2015

Fiesta de la Transfiguración del Señor»

Francisco reflexiona sobre la relación entre el trabajo y la familia

Resumen de la catequesis del Papa Francisco para el miércoles 19 de agosto de 2015.

Queridos hermanos y hermanas:

en la catequesis de hoy reflexionamos sobre el trabajo y la familia. Como se puede leer en el libro del Génesis, el trabajo pertenece al proyecto de Dios en la creación. El mismo Jesús era conocido como el “hijo del carpintero” .

De una persona seria, honesta, lo más bello que se puede decir: ‘es un trabajador’. San Pablo, el gran pregonero de Jesucristo, decía a los cristianos: “el que no quiera trabajar, que no coma” (2 Ts 3,10), refiriéndose explícitamente, a la falsa espiritualidad de algunos que, de hecho, vivían sobre las espaldas de sus hermanos sin hacer nada (2 Ts 3,11). La falta de trabajo, daña el espíritu, como la falta de oración daña la actividad práctica, y es por eso que oración y trabajo deben estar juntos, en armonía, tal como enseñaba san Benito.

El trabajo es algo propio de la persona humana, y expresa su dignidad de criatura hecha a imagen de Dios. Por eso, la gestión del trabajo supone una gran responsabilidad social, que no se puede dejar a merced de la lógica del beneficio o de un mercado divinizado, en el que con frecuencia se considera a la familia como un peso o un obstáculo a la productividad.

¡El trabajo es sagrado, el trabajo da dignidad a una familia! Causar una pérdida de puestos de trabajo significa causar un grave daño social.

Un trabajo que se aparta de la alianza de Dios con el hombre, y no respeta sus cualidades espirituales, tiene consecuencias negativas que golpean a los más pobres y a las familias. La misma vida civil y el hábitat natural terminan corrompiéndose.

La moderna organización del trabajo muestra a veces una tendencia peligrosa a considerar a la familia como un peso para la productividad del trabajo. Pero preguntémonos: “¿cuál productividad? ¿Y para quién?” La así llamada “ciudad inteligente”, sin duda “rica en servicios y organización”, es a menudo es hostil para con los niños y los ancianos. “Cuando la organización del trabajo la tiene como rehén, u obstaculiza su camino, podemos estar seguros que la sociedad humana ha comenzado a trabajar contra sí misma”.

En esta coyuntura, las familias cristianas tienen la gran misión de manifestar los aspectos esenciales de la creación de Dios, como son la identidad y el vínculo del hombre y la mujer, la generación de los hijos, el trabajo que cuida la tierra y la hace habitable.

La pérdida de estos aspectos fundamentales es una cosa muy seria y en la casa común ya hay demasiadas grietas, y aunque la tarea no es fácil y pueda parecer que se es como David frente a Goliat, sabemos cómo terminó aquel desafío. Que Dios nos conceda el recibir con alegría y esperanza su llamada en este momento difícil de nuestra historia.

Pidamos a la Virgen María que interceda por todas las familias, y especialmente por las que sufren a causa del desempleo y la crisis, para que se les ayude a cumplir su importante misión en la Iglesia y en el mundo. Muchas gracias y que Dios los bendiga.

Fuente: News.Va

 

«Hay que caminar juntos y cuidarnos entre nosotros» dijo el Papa

Fuente: AICA

En una entrevista a la radio parroquial Virgen del Carmen, de la localidad santiagueña de Campo Gallo (Santiago del Estero), el papa Francisco exhortó a ¨caminar juntos¨ en la sociedad al señalar que ¨siempre es mejor la amistad que la pelea¨ e instó a ¨hacer un esfuerzo muy grande por cuidarnos entre nosotros¨. A los jóvenes les pidió que ¨estén dispuestos a jugarse por cosas grandes en la vida¨ y ¨no esperar a verla pasar¨. También expresó su deseo de la pronta beatificación de Mama Antula.

«Primero debemos caminar juntos, siempre es mejor la amistad que la pelea, la paz que la guerra. Hay una sola manera de ganar una guerra, no hacerla», subrayó.

«Hay que cuidar a la familia, a los chicos, a los abuelos y a la Tierra que Dios nos dio», sostuvo y agregó: «Caminar juntos nos da alegría, felicidad y nos ayuda a ser solidarios».

En diálogo con los sacerdotes Joaquín Giangreco y Juan Ignacio Liébana, el Papa pidió a la juventud «que trabaje fuerte para hacer feliz a otros. Apuesten por cosas grandes. Hay que soñar cosas grandes para hacerlas realidad».

Francisco les sugirió a los jóvenes ser felices y vivir la fiesta pero «no de joda», sino comprometiéndose a construir una sociedad mejor.

«Cuiden el agua y todo lo que Dios no ha dado. Hay que hacer un esfuerzo por cuidar nuestra casa común y a cuidarnos entre nosotros», añadió.

La beatificación de Mama Antula

Al ser consultado por la beatificación María Antonia de Paz y Figueroa, más conocida como Mama Antula, el Papa manifestó: «Tengo un gran deseo de que pronto se pueda hacer la beatificación de ‘Mama Antula’. Recen por eso y pidan esa gracia, porque Mama Antula es un ejemplo de la fortaleza del pueblo santiagueño«.

Francisco habló durante 11 minutos con la emisora parroquial, al cumplirse un año del primer contacto con la emisora.

Muchos de los pobladores se congregaron en los alrededores de la parroquia para esperar la comunicación con el Papa.

Si quieres escuchar la entrevista completa haz click aquí