Francisco: ‘La Muerte no tiene la última palabra’

Francisco continúa hablándole a las familias en las catequesis de los miércoles. Aquí la del miércoles 17 de Junio.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el recorrido de catequesis sobre la familia, hoy tomamos directamente inspiración del episodio narrado por el evangelista Lucas, que acabamos de escuchar. Es una escena muy conmovedora, que nos muestra la compasión de Jesús por quien sufre – en este caso, una viuda que ha perdido a su único hijo – y nos muestra también la potencia de Jesús sobre la muerte.

La muerte es una experiencia que concierne a todas las familias, sin ninguna excepción. Es parte de la vida; sin embargo, cuando toca a los afectos familiares, la muerte no nos parece jamás natural. Para los padres, sobrevivir a los propios hijos es algo particularmente desgarrador, que contradice la naturaleza elemental de las relaciones que dan sentido a la familia misma. La pérdida de un hijo o de una hija es como si detuviera el tiempo: se abre un abismo que traga el pasado y también el futuro. La muerte, que se lleva el hijo pequeño o joven, es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente entregados a la vida que hemos hecho nacer. Tantas veces vienen a misa en Santa Marta padres con la foto de un hijo, una hija, niño, muchacho, muchacha y me dicen: “se fue”. La mirada es tan dolorida. La muerte toca y cuando es un hijo toca profundamente. Toda la familia queda paralizada, enmudecida. Y algo similar sufre el niño que se queda solo, por la pérdida de un padre, o de ambos. Esa pregunta: “¿dónde está papá?” “¿Dónde está mamá?” – Está en el cielo. “¿Pero por qué no lo veo?” Esta pregunta que cubre una angustia en el corazón del niño o la niña. Se queda solo. El vacío del abandono que se abre dentro de él es aún más angustiante por el hecho que no tiene ni siquiera la experiencia suficiente para “dar un nombre” a aquello que ha sucedido. “¿Cuándo vuelve papá?” “¿Cuándo vuelve mamá?” ¿Qué se responde? Y el niño sufre. Y así es la muerte en familia.

En estos casos la muerte es como un agujero negro que se abre en la vida de las familias y a la cual no sabemos dar explicación. Y a veces, se llega incluso a dar la culpa a Dios. Pero cuánta gente – yo los entiendo – se enoja con Dios, blasfema: “¿Por qué me has quitado el hijo, la hija? ¡Dios no está, no existe! ¿Por qué hizo esto?” Tantas veces hemos escuchado esto. Pero esta rabia es un poco aquello que viene del corazón, del gran dolor. La pérdida de un hijo o de una hija, del papá o de la mamá es un gran dolor. Y esto sucede continuamente en las familias. En estos casos, he dicho, la muerte es casi como un agujero.

Pero la muerte física tiene “cómplices” que son aún peores que ella y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en resumen, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace todavía más dolorosa e injusta. Los afectos familiares aparecen como las víctimas predestinadas e indefensas de estas potencias auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre. Pensemos en la absurda “normalidad” con la cual, en ciertos momentos y en ciertos lugares, los eventos que agregan horror a la muerte son provocados por el odio y por la indiferencia de otros seres humanos. ¡El Señor nos libere de acostumbrarnos a esto!

En el pueblo de Dios, con la gracia de su compasión donada en Jesús, tantas familias demuestran, con los hechos, que la muerte no tiene la última palabra y esto es un verdadero acto de fe. Todas las veces que la familia en el luto – incluso terrible – encuentra la fuerza para custodiar la fe y el amor que nos unen a aquellos que amamos, impide a la muerte, ya ahora, que se tome todo. La oscuridad de la muerte debe ser afrontada con un trabajo de amor más intenso. «¡Dios mío, aclara mis tinieblas!”, es la invocación de la liturgia de la tarde. En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de aquellos que el Padre le ha confiado, nosotros podemos sacar a la muerte su “aguijón”, como decía el apóstol Pablo (1 Cor 15,55); podemos impedirle avenenarnos la vida, de hacer vanos nuestros afectos, de hacernos caer en el vacío más oscuro.

En esta fe, podemos consolarnos unos a otros, sabiendo que el Señor ha vencido la muerte de una vez por todas. Nuestros seres queridos no desaparecieron en la oscuridad de la nada: la esperanza nos asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios. El amor es más fuerte que la muerte. Por esto el camino es hacer crecer el amor, hacerlo más sólido, y el amor nos custodiará hasta el día en el cual cada lágrima será secada, cuando “no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor” (Ap 21,4). Si nos dejamos sostener por esta fe, la experiencia del luto puede generar una más fuerte solidaridad de los vínculos familiares, una nueva apertura al dolor de otras familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen y renacen en la esperanza. Nacer y renacer en la esperanza, esto nos da la fe. Pero yo quisiera subrayar la última frase del Evangelio que hoy hemos escuchado. Después que Jesús trae de nuevo a la vida a este joven, hijo de la mamá que era viuda, dice el Evangelio: “Jesús lo restituyó a su madre”. ¡Y ésta es nuestra esperanza! ¡Todos nuestros seres queridos que se han ido, todos el Señor los restituirá a nosotros y con ellos nos encontraremos juntos y esta esperanza no decepciona! Recordemos bien este gesto de Jesús; “Y Jesús lo restituyó a su madre”. ¡Así hará el Señor con todos nuestros seres queridos de la familia!

Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de las falsas consolaciones del mundo, de modo que la verdad cristiana “no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de varios géneros cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna” (Benedicto XVI, Ángelus del 2 de noviembre 2008).

Hoy es necesario que los Pastores y todos los cristianos expresen de manera más concreta el sentido de la fe en relación a la experiencia familiar del luto. No se debe negar el derecho al llanto – ¡debemos llorar en el luto! También Jesús “rompió a llorar” y estaba “profundamente turbado” por el grave luto de una familia que amaba (Jn 11,33-37). Podemos más bien tomar del testimonio simple y fuerte de tantas familias que ha sabido captar, en el durísimo pasaje de la muerte, también el seguro pasaje del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de resurrección de los muertos. El trabajo del amor de Dios es más fuerte del trabajo de la muerte. ¡Es de aquel amor, es precisamente de aquel amor, que debemos hacernos “cómplices” activos con nuestra fe! Y recordemos aquel gesto de Jesús: “Y Jesús lo restituyó a su madre”, así hará con todos nuestros seres queridos y con nosotros cuando nos encontraremos, cuando la muerte será definitivamente vencida en nosotros. Ella está vencida por la cruz de Jesús. ¡Jesús nos restituirá en familia a todos!

Gracias.

Fuente: News.Va.

Francisco: La Palabra de Dios es Palabra Creadora

En la Mañana de ayer, domingo 14 de Junio el Papa expresó en un discurso previo a la oración del Ángelus cómo la lectura de este fin de semana nos habla de la acción de Dios en nosotros, en el mundo y nos regala motivos para la esperanza. 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy está formado por dos parábolas muy breves: la de la semilla que germina y crece sola, y la de la semilla de mostaza. A través de estas imágenes tomadas del mundo rural, Jesús presenta la eficacia de la Palabra de Dios y las exigencias de su Reino, mostrando las razones de nuestra esperanza y de nuestro compromiso en la historia.

En la primera parábola la atención se pone sobre el hecho de que la semilla, tirada en la tierra, se arraiga y se desarrolla sola, independientemente de que el campesino duerma o vele. Él confía en el poder interno de la misma semilla y en la fertilidad del terreno.

En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta parábola. Como la humilde semilla se desarrolla en la tierra, así la Palabra actúa con el poder de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha encomendado su Palabra a nuestra tierra, es decir a cada uno de nosotros, con nuestra concreta humanidad. Podemos ser confiados, porque la Palabra de Dios es palabra creadora, destinada a convertirse en el “grano abundante en la espiga”.

Esta Palabra, si se la escucha, ciertamente da sus frutos, porque Dios mismo la hace germinar y madurar a través de caminos que no siempre podemos verificar y de un modo que no conocemos. Todo esto nos hace comprender que es siempre Dios, es siempre Dios, quien hace crecer su Reino. Por esto rezamos tanto , ‘¡venga a nosotros tu Reino!’. Es Él quien lo hace crecer. El hombre es su humilde colaborador, que contempla y se regocija por la acción creadora divina y espera sus frutos con paciencia.

La Palabra de Dios hace crecer, da vida, y aquí quisiera recordarles, otra vez, la importancia de tener el Evangelio, la Biblia, a mano. El Evangelio pequeño, en la cartera, en el bolsillo, y de alimentarnos cada día con esta Palabra viva de Dios. Leer cada día un pasaje del Evangelio, un pasaje de la Biblia. Jamás olviden esto, por favor. Porque esta es la fuerza que hace germinar en nosotros la vida del Reino de Dios.

La segunda parábola utiliza la imagen del granito de mostaza. Aun siendo la más pequeña de todas las semillas, está llena de vida y crece hasta llegar a ser “la más grande de todas las plantas de la huerta” (Mc 4, 32). Y así es el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante.

Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Cuando vivimos así, a través nuestro irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar la entera masa del mundo y de la historia.

De estas dos parábolas surge una enseñanza importante: el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la coloca en la de Dios no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque lo hace madurar el amor misericordioso de Dios.

Que la Santísima Virgen, que ha escuchado como “tierra fecunda” la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que jamás nos decepciona.

Francisco: ‘Estar cerca de los enfermos ¡ésta es la tarea!’

Fuente: News.Va

En la audiencia general anterior a la celebración del Sagradísimo Corazón de Jesús y del Sagrado Corazón de María, el Papa Francisco alentó a los miles de peregrinos – que una semana más llegaron a la Plaza de San Pedro, de tantas partes del mundo – a acompañar a los enfermos en sus familias y a rezar por todas las personas que sufren. El Obispo de Roma hizo hincapié en la tarea de la Iglesia – siguiendo a Jesús – de ayudar a los enfermos:

«¡Ésta es la gloria de Dios! ¡Ésta es la tarea de la Iglesia! ¡Ayudar a los enfermos, sin perderse en palabrerías! ¡Ayudar siempre, consolar, aliviar, estar cerca de los enfermos, ésta es la tarea!»

«Queridos hermanos y hermanas, ¡pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos done la gracia de comprender el valor de acompañar a una persona enferma y recordemos que la experiencia de la enfermedad y del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y fuente para adquirir y reforzar la sapiencia del corazón!»

Con su exhortación, el Santo Padre reiteró la importancia de la oración, de la ayuda espiritual y material, en especial a los papás y mamás de los pequeños enfermos:

«Hoy les pido, en particular, que sostengan con la oración y con las obras concretas de ayuda espiritual y material a las familias que deben afrontar la enfermedad de una persona querida, sobre todo a los padres que luchan por la salud de sus niños. Que estén siempre acompañados por nuestra cordial cercanía y benevolencia, como signo de la bendición de Dios ¡Alabado sea Jesucristo!»

El Papa Francisco saludó asimismo a un grupo de la ‘Fazenda de la Esperanca’, proveniente de Brasil, alentándolos a ser por doquier ‘testimonios de esperanza y de caridad’. Y los invitó a que, «si algunas veces, la vida hace que se desencadenen turbulencias espirituales en el alma, ¡vayan a buscar refugio bajo el manto de la Virgen Madre de Dios, sólo allí encontrarán la paz!».

En sus palabras dedicadas a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, destacó la proximidad de la celebración del Corazón Inmaculado de María:

«Que les haga comprender, queridos jóvenes, la importancia del amor puro. Que los sostenga a ustedes, queridos enfermos, en los momentos de gran dificultad. Y que sostenga también a ustedes, queridos recién casados, en su camino conyugal».

«La Eucaristía Actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable»

Homilía del Santo Padre Francisco en la Fiesta de Corpus Christi 2015. 

En la Última Cena, Jesús dona su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio de amor infinito. Con este “viático” lleno de gracia, los discípulos tienen todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia, para hacer extensivo a todos el Reino de Dios. Luz y fuerza será para ellos el don que Jesús hizo de sí mismo, inmolándose voluntariamente sobre la cruz. Y este Pan de vida ¡llegó hasta nosotros! Ante esta realidad el estupor de la Iglesia no cesa jamás. Una maravilla que alimenta siempre la contemplación, la adoración, la memoria. Nos lo demuestra un texto muy bello de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la segunda lectura del Oficio de las Lecturas, que dice así: ‘Reconozcan en este pan, a aquél que fue crucificado; en el cáliz, la sangre brotada de su costado. Tomen y coman el cuerpo de Cristo, beban su sangre: porque ahora son miembros de Cristo. Para no disgregarse, coman este vínculo de comunión; para no despreciarse, beban el precio de su rescate’.

Nos preguntamos: ¿qué significa, hoy, disgregarse y disolverse?

 Nosotros nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos por ocupar los primeros lugares, cuando no encontramos el valor para testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza. La Eucaristía nos permite el no disgregarnos, porque es vínculo de comunión, y cumplimiento de la Alianza, señal viva del amor de Cristo que se ha humillado y anonadado para que permanezcamos unidos. Participando a la Eucaristía y nutriéndonos de ella, estamos incluídos en un camino que no admite divisiones. El Cristo presente en medio a nosotros, en la señal del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere toda laceración, y al mismo tiempo que se convierta en comunión con el pobre, apoyo para el débil, atención fraterna con los que fatigan en el llevar el peso de la vida cotidiana.

 Y ¿qué significa hoy para nosotros “disolverse”, o sea diluir nuestra dignidad cristiana? Significa dejarse corroer por las idolatrías de nuestro tiempo: el aparecer, el consumir, el yo al centro de todo; pero también el ser competitivos, la arrogancia como actitud vencedora, el no tener jamás que admitir el haberse equivocado o el tener necesidades. Todo esto nos disuelve, nos vuelve cristianos mediocres, tibios, insípidos.

 Jesús derramó su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava, para que fuéramos purificados de todos los pecados: para no disolvernos, mirándolo, saciándonos de su fuente, para ser preservados del riesgo de la corrupción. Y entonces experimentaremos la gracia de una transformación: nosotros siempre seguiremos siendo pobres pecadores, pero la Sangre de Cristo nos librará de nuestros pecados y nos restituirá nuestra dignidad. Sin mérito nuestro, con sincera humildad, podremos llevar a los hermanos el amor de nuestro Señor y Salvador. Seremos sus ojos que van en busca de Zaqueo y de la Magdalena; seremos su mano que socorre a los enfermos del cuerpo y del espíritu; seremos su corazón que ama a los necesitados de reconciliación y de comprensión.

De esta manera la Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable con Dios.

Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la alegría no solamente de celebrar este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo por las calles de nuestra ciudad. Que la procesión que realizaremos al final de la Misa, pueda expresar nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios nos hizo recorrer a través del desierto de nuestras miserias, para hacernos salir de la condición servil, nutriéndonos de su Amor mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

Dentro de poco, mientras caminaremos a largo de la calles, sintámonos en comunión con tantos de nuestros hermanos y hermanas que no tienen la libertad para expresar su fe en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos: cantemos con ellos, alabemos con ellos, adoremos con ellos. Y veneremos en nuestro corazón a aquellos hermanos y hermanas a los que fue requerido el sacrificio de la vida por fidelidad a Cristo: que su sangre, unida a aquella del Señor, sea prenda de paz y de reconciliación para el mundo entero.

Radio Vaticana

Mensaje de Francisco en la Fiesta de la Santísima Trinidad

Estas son las palabras del Papa Francisco en el día de la Santísima Trinidad. 

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! Y ¡Buen domingo!

Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que nos recuerda el misterio del único Dios en tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Trinidad es comunión de Personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra: esta comunión es la vida de Dios, el misterio de amor del Dios Vivo. Y Jesús nos ha enseñado este misterio. Él nos ha hablado de Dios como Padre; nos ha hablado del Espíritu; y nos ha hablado de Sí mismo como Hijo de Dios. Y así nos ha revelado este misterio. Y cuando, resucitado, ha enviado a los discípulos a evangelizar a todos los pueblos les dijo que los bautizaran «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

Este mandato, Cristo lo encomienda en todo tiempo a la Iglesia, que ha heredado de los Apóstoles el mandato misionero. Lo dirige también a cada uno de nosotros, que, gracias al Bautismo, formamos parte de su Comunidad.

Por lo tanto, la solemnidad litúrgica de hoy, al tiempo que nos hace contemplar el misterio estupendo – del cual provenimos y hacia el cual vamos – nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y vivir la comunión entre nosotros, sobre el modelo de esa comunión de Dios. No estamos llamados a vivir ‘los unos sin los otros, encima o contra los otros’, sino ‘los unos con los otros, por los otros y en los otros’. Ello significa acoger y testimoniar concordes la belleza del Evangelio; vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas, bajo la guía de los Pastores. En una palabra, se nos encomienda la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más familia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y de evangelizar, no sólo con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios, que habita en nosotros.

La Trinidad, como había empezado a decir, es también el fin último hacia el cual está orientada nuestra peregrinación terrenal. El camino de la vida cristiana es, en efecto, un camino esencialmente ‘trinitario’: el Espíritu Santo nos guía al conocimiento pleno de las enseñanzas de Cristo. Y también nos recuerda lo que Jesús nos ha enseñado. Su Evangelio; y Jesús, a su vez, ha venido al mundo para hacernos conocer al Padre, para guiarnos hacia Él, para reconciliarnos con Él. Todo, en la vida cristiana, gira alrededor del misterio trinitario y se cumple en orden a este misterio infinito. Intentemos pues, mantener siempre elevado el ‘tono’ de nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria nosotros existimos, trabajamos, luchamos, sufrimos. Y a cuál inmenso premio estamos llamados.

Este misterio abraza toda nuestra vida y todo nuestro ser cristiano. Lo recordamos, por ejemplo, cada vez que hacemos la señal de la cruz: en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora los invito a hacer todos juntos – y con voz fuerte – la señal de la cruz ¡todos juntos! En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

En este último día del mes de mayo, el mes mariano, nos encomendamos a la Virgen María. Que Ella – que más que cualquier otra criatura, ha conocido, adorado, amado el misterio de la Santísima Trinidad – nos guíe de la mano; nos ayude a percibir, en los eventos del mundo, los signos de la presencia de Dios, Padre Hijo y Espíritu Santo; nos obtenga amar al Señor Jesús con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Le pedimos también que ayude a la Iglesia a ser, misterio de comunión, a ser siempre una Iglesia comunidad hospitalaria, donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada.

 

Francisco: El mundo necesita hombres y mujeres llenos de Espíritu Santo

En la homilía del día de Pentecostés, el Santo Padre recuerda que el Espíritu ha sido dado en abundancia a la Iglesia para que podamos vivir con fe genuina y caridad operante.

El mundo tiene necesidad de hombres y mujeres no cerrados, sino llenos de Espíritu Santo. El estar cerrados al Espíritu Santo no es solamente falta de libertad, sino también pecado”. Es una reflexión del santo padre Francisco durante la homilía de la misa celebrada este domingo, festividad de Pentecostés. La celebración eucarística en la Basílica Vaticana ha sido concelebrada por cardenales, arzobispos, obispos y sacerdotes. Tal y como ha advertido el Papa durante la homilía, existen muchos modos de cerrarse al Espíritu Santo. Y así ha puesto como ejemplo: “en el egoísmo del propio interés, en el legalismo rígido – como la actitud de los doctores de la ley que Jesús llama hipócritas -, en la falta de memoria de todo aquello que Jesús ha enseñado, en el vivir la vida cristiana no como servicio sino como interés personal”. El mundo tiene necesidad –ha proseguido– del valor, de la esperanza, de la fe y de la perseverancia de los discípulos de Cristo. Igualmente, ha asegurado que “el don del Espíritu Santo ha sido dado en abundancia a la Iglesia y a cada uno de nosotros, para que podamos vivir con fe genuina y caridad operante, para que podamos difundir la semilla de la reconciliación y de la paz”.

El Papa ha subrayado que “reforzados por el Espíritu Santo y por sus múltiples dones”, llegamos a ser capaces de “luchar contra el pecado y la corrupción”, y de “dedicarnos con paciente perseverancia a las obras de la justicia y de la paz”.

En la homilía, el Papa ha recordado que “la efusión que se dio en la tarde de la resurrección se repite en el día de Pentecostés, reforzada por extraordinarias manifestaciones exteriores”. La mañana de Pentecostés –ha indicado– los discípulos reciben una energía tal que los empuja a anunciar en diversos idiomas el evento de la resurrección de Cristo.

Asimismo ha señalado que Jesús promete a sus discípulos que, cuando él haya regresado al Padre, vendrá el Espíritu Santo que los “guiará hasta la verdad plena”. Lo llama precisamente “Espíritu de la verdad” y les explica que su acción será la de introducirles cada vez más en la comprensión de aquello que Él, el Mesías, ha dicho y hecho, de modo particular de su muerte y de su resurrección, ha observado el Santo Padre.

De este modo, el Pontífice ha asegurado que “estos hombres, antes asustados y paralizados, encerrados en el cenáculo para evitar las consecuencias del viernes santo, ya no se avergonzarán de ser discípulos de Cristo, ya no temblarán ante los tribunales humanos”. Gracias al Espíritu Santo comprenden que “la muerte de Jesús no es su derrota, sino la expresión extrema del amor de Dios”.

Por otro lado, Francisco ha añadido que “el Espíritu Santo que Cristo ha mandado del Padre, y el Espíritu Creador que ha dado vida a cada cosa, son uno y el mismo”. Por eso, ha precisado, “el respeto de la creación es una exigencia de nuestra fe”. El jardín en el cual vivimos –ha añadido– no se nos ha confiado para que abusemos de él, sino para que lo cultivemos y lo custodiemos con respeto. Y esto solo es posible “si Adán se deja a su vez renovar por el Espíritu Santo, si se deja reformar por el Padre según el modelo de Cristo, nuevo Adán”.

Haciendo referencia a la carta a los Gálatas de san Pablo, el Pontífice ha subrayado que “el hombre que con fe deja que el Espíritu de Dios irrumpa en él, florecen los dones divinos, resumidos en las nueve virtudes gozosas que Pablo llama fruto del Espíritu”.

Fuente: Zenit.org

 

Francisco: ¿Cómo educar? ¿Qué tradición tenemos para transmitirle a nuestros hijos?

Papa Francisco a las Familias

Queridos hermanos y hermanas:

hoy nos detendremos para reflexionar en una característica esencial de la familia, es decir, su naturaleza vocacional a educar los hijos para que crezcan en la responsabilidad de sí mismos y de los otros. Parecería una constatación obvia, sin embargo, en nuestros tiempos no faltan las dificultades. Es difícil educar para los padres que ven sus hijos solo por la noche, cuando vuelven a casa cansados. Y aún más difícil para los padres separados, a quienes les pesa esta condición.

Pero, sobre todo, ¿Cómo educar? ¿Qué tradición tenemos hoy para transmitir a nuestros hijos? Intelectuales ‘críticos’ de todo tipo han callado a los padres en mil modos, para defender las jóvenes generaciones de daños – varios o presuntos – de la educación familiar. La familia ha sido acusada, entre otros, de autoritarismo, de favoritismo, de conformismo, de represión afectiva que genera conflictos.

De hecho, se ha abierto una grieta entre la familia y la sociedad, minando la confianza recíproca, y de este modo, la alianza educativa de la sociedad con la familia ha entrado en crisis. Los síntomas son muchos. Por ejemplo, en la escuela se han comprometido las relaciones entre los padres y los profesores. A veces hay tensiones y desconfianza recíproca; y las consecuencias naturalmente recaen sobre los hijos.

Por otro lado, se han multiplicado los llamados ‘expertos’, que han ocupado el papel de los padres también en los aspectos más íntimos de la educación. Sobre la vida afectiva, sobre la personalidad y el desarrollo, sobre los derechos y sus deberes, los ‘expertos’ saben todo: objetivos, motivaciones, técnicas.

Y los padres sólo deben escuchar, aprender a adecuarse. A menudo, privados de su papel, se vuelven excesivamente aprensivos y posesivos con respecto a sus hijos, hasta llegar a no corregirlos nunca. Tienden a confiarles siempre más a los ‘expertos’, también para los aspectos más delicados y personales de su vida, colocándolos en un rincón solos; y así los padres corren el riesgo de autoexcluirse de la vida de sus hijos.

Es evidente que este enfoque no es bueno: no es armónico, no es dialógico, y en lugar de favorecer la colaboración entre la familia y los otros agentes educativos, los contrapone.

¿Cómo hemos llegado a este punto? No hay duda que los padres, o mejor, ciertos modelos educativos del pasado tenían algunos límites. Pero es también verdad que hay errores que sólo los padres están autorizados a hacer, porque pueden compensarlos de un modo que es imposible a ningún otro.

Por otra parte, lo sabemos bien, la vida se ha convertido en avara de tiempo para hablar, reflexionar, confrontarse. Muchos padres son ‘secuestrados’ por el trabajo y por otras preocupaciones, avergonzados de las nuevas exigencias de los hijos y de la complejidad de la vida actual y se encuentran como paralizados por el temor a equivocarse. El problema, sin embargo, no es sólo hablar. De hecho, un diálogo superficial no conduce a un verdadero encuentro de la mente y del corazón.

Preguntémonos más bien: ¿Buscamos entender ‘dónde’ los hijos verdaderamente están en su camino? ¿Dónde está realmente su alma? ¿Lo sabemos? Y sobre todo: ¿Lo queremos saber? ¿Estamos convencidos de eso, en realidad, no esperan algo más?

Las comunidades cristianas están llamadas a ofrecer apoyo a la misión educativa de las familias, y lo hacen sobre todo con la luz de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo recuerda la reciprocidad de los deberes entre los padres y los hijos: «Ustedes, hijos, obedezcan a los padres en todo; porque esto agrada al Señor. Ustedes, padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten» (Col, 3, 20-21). En la base de todo está el amor, aquel que Dios nos dona, que «no falta al respeto, no busca su propio interés, no se enoja, no toma en cuenta el mal recibido… todo perdona, todo cree, todo espera, todo soporta» (1 Cor 13, 5-6).

También en las mejores familias es necesario soportarse, y ¡Se necesita tanta paciencia! El mismo Jesús ha pasado a través de la educación familiar, ha crecido en edad, sabiduría y gracia. Y cuando ha dicho que “su madre y sus hermanos” son todos aquellos ‘que escuchan la Palabra de Dios y la meten en práctica’, ha mostrado hasta qué punto la raíz de estos vínculos puede florecer, hasta conducirlos más a allá de sus propios intereses.

También en este caso, la gracia del amor de Cristo lleva a cumplir lo que está inscrito en la naturaleza humana. ¡Cuántos ejemplos estupendos tenemos de padres cristianos llenos de sabiduría humana! Ellos muestran que la buena educación familiar es la columna vertebral del humanismo. Su irradiación social es el recurso que permite compensar las lagunas, las heridas, los vacíos de paternidad y maternidad que tocan los hijos menos afortunados. Esta irradiación puede hacer auténticos milagros. ¡Y en la Iglesia suceden cada día estos milagros!

Que el Señor done a las familias cristianas la fe, la libertad y la valentía necesarias para su misión. Si la educación familiar reencuentra el orgullo de su protagonismo, muchas cosas mejorarán, para los padres inciertos y los hijos decepcionados. Es el momento en que los padres y las madres regresen de su exilio, y re-asuman plenamente su papel educativo.

 

Francisco: La Alegría Cristiana es un Don

Una comunidad sin la alegría que da Jesús puede ser divertida, pero “enferma de mundanidad”, advirtió el Papa Francisco durante la Misa en la Casa Santa Marta, donde explicó que la alegría cristiana es un don y no una diversión pasajera; y llamó a los fieles a pedir “la gracia del coraje” para que el miedo no los paralice y les impida llevar el mensaje del Señor.

“También una comunidad sin alegría es una comunidad enferma”, señaló el Papa. Indicó que tal vez sea una “comunidad divertida”, pero “enferma de mundanidad. Porque no tiene la alegría de Jesucristo”. De modo que “cuando la Iglesia es miedosa y cuando la Iglesia no recibe la alegría del Espíritu Santo, la Iglesia se enferma, las comunidades se enferman, los fieles se enferman”.

Asimismo, advirtió que “un cristiano sin alegría no es cristiano. Un cristiano que continuamente vive en la tristeza, no es cristiano. Y a un cristiano que en el momento de las pruebas, de las enfermedades o de tantas dificultades, pierde la paz, le falta algo”.

El Santo Padre resaltó que “la alegría cristiana no es una simple diversión, no es una alegría pasajera; la alegría cristiana es un don, es un don del Espíritu Santo. Es tener el corazón siempre alegre porque el Señor ha vencido, el Señor reina, el Señor está a la derecha del Padre, el Señor me ha mirado y me ha enviado, y me ha dado su gracia y me ha hecho hijo del Padre… Esa es la alegría cristiana. Un cristiano vive en la alegría”.

El Papa explicó que en las lecturas de la liturgia de este día hay dos palabras fundamentales: “miedo” y “alegría”. Sobre la primera destacó que es “una actitud que hace mal” puesto que “nos debilita”, nos “achica” y también nos “paraliza”. Por eso, alguien que tiene miedo “no hace nada, no sabe qué hacer”. “El miedo te lleva a un egocentrismo egoísta y te paraliza”. Por eso, “un cristiano temeroso es una persona que no ha entendido cuál es el mensaje de Jesús”.

“Por esto Jesús dice a Pablo: ‘No tengas miedo. Sigue hablando’. El miedo no es una actitud cristiana. Es la actitud –podemos decir– de un alma encarcelada, sin libertad, que no tiene la libertad de mirar hacia adelante, de crear algo, de hacer el bien… no, siempre: ‘No, pero está este peligro, está aquel otro, aquel otro…’. Y esto es un vicio. Y el miedo hace mal”.

“No tener miedo es pedir la gracia del coraje, del valor que nos envía el Espíritu Santo”, dijo a los fieles que participaban en la Misa.

En este punto, el Papa aseguró que “hay comunidades temerosas, que van siempre a lo seguro: ‘No, no, no hacemos esto, no, no, esto no se puede, esto no se puede…’. Parece que sobre la puerta de entrada hemos escrito ‘prohibido’: todo está prohibido por el miedo. Y tú entras en esta comunidad y el aire está viciado, porque es una comunidad enferma. El miedo enferma a una comunidad. La falta de coraje enferma a una comunidad”.

Por eso hizo una distinción entre el miedo y el “temor de Dios”, que “es santo, es el temor de la adoración ante el Señor y el temor de Dios es una virtud. Pero el temor de Dios no achica, no debilita, no paraliza: lleva hacia adelante, hacia la misión que el Señor da”.

Sobre la “alegría” también resaltó que “en los momentos más tristes, en los momentos del dolor” la alegría “se convierte en paz”. “En cambio, una diversión en el momento del dolor se vuelve oscuridad, se hace oscura”.

 

‘La Vida de Cristo se convierte también en la Nuestra’

Hermosas palabras del Papa Francisco en el Ángelus del V Domingo de Pascua.

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús durante la Última Cena, en el momento en el que sabe que la muerte está ya cercana. Ha llegado su “hora”. Por última vez Él está con sus discípulos, y entonces quiere imprimir bien en sus mentes una verdad fundamental: también cuando Él no estará más físicamente en medio a ellos, podrán permanecer aún unidos a Él de una manera nueva, y así dar mucho fruto. Todos podemos permanecer unidos a Jesús de manera nueva. Si por el contrario uno perdiese la comunión con Él, se volvería estéril, es más, dañino para la comunidad. Y para expresar esta realidad Jesús usa la imagen de la vid y de los sarmientos: «Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos» (Jn 15, 4-5). Y con esta figura nos enseña a permanecer unidos a Él.

Jesús es la vid, y a través de Él – como la linfa en el árbol – pasa a los sarmientos el amor mismo de Dios, el Espíritu Santo. Precisamente: nosotros somos los sarmientos, y a través de esta parábola Jesús quiere hacernos entender la importancia de permanecer unidos a Él. Los sarmientos no son autosuficientes, sino dependen totalmente de la vid, en donde se encuentra la fuente de su vida. Es así para nosotros cristianos. Injertados en Cristo con el Bautismo, hemos recibido gratuitamente de Él el don de la vida nueva; y gracias a la Iglesia podemos permanecer en comunión vital con Cristo. Es necesario mantenerse fieles al Bautismo, y crecer en la amistad con el Señor mediante la oración, la escucha y la docilidad a su Palabra, leer el Evangelio, la participación a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía y a la Reconciliación.

Si uno está íntimamente unido a Jesús, goza de los dones del Espíritu Santo, que – como nos dice san Pablo – son «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22); y en consecuencia hace tanto bien al prójimo y a la sociedad, como un verdadero cristiano. De estas actitudes, de hecho, se reconoce que uno es un verdadero cristiano, así como por los frutos se reconoce al árbol. Los frutos de esta unión profunda con Jesús son maravillosos: toda nuestra persona es trasformada por la gracia del Espíritu: alma, inteligencia, voluntad, afectos, y también el cuerpo, porque somos unidad de espíritu y cuerpo. Recibimos un nuevo modo de ser, la vida de Cristo se convierte también en la nuestra: podemos pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús. Entonces, con su corazón, como Él lo ha hecho, podemos amar a nuestros hermanos, a partir de los más pobres y sufrientes, y así dar al mundo frutos de bondad, de caridad y de paz.

Cada uno de nosotros es un sarmiento de la única vid; y todos juntos estamos llamados a llevar los frutos de esta pertenencia común a Cristo y a la Iglesia. Confiémonos a la intercesión de la Virgen María, para que podamos ser sarmientos vivos en la Iglesia y testimoniar de manera coherente nuestra fe, coherencia de vida y de pensamiento. De vida y de fe. Conscientes que todos, según nuestras vocaciones particulares, participamos de la única misión salvífica de Jesucristo.

Papa Francisco

Fuente: News.Va

 

Francisco nos invita a ser testigos del amor de Cristo

Este III Domingo de Pascua, en la Regina Coeli, el papa recordó la importancia que tiene ser verdaderos testigos del amor de Jesús, para la Iglesia y el mundo.

Remarcando el testimonio que da Pedro acerca de la Resurrección del Señor y las Palabras mismas de Cristo que ponen al descubierto la condición de los apóstoles, cuando dice, “Ustedes son testigos de todo esto.” (Lc 24,48), el obispo de Roma, nos recuerda cómo la alegría de la Resurrección fue el motor para que los amigos del Señor salieran a predicar para que la verdad de su mensaje llegara a todos mediante su testimonio.

Y no solo eso. Francisco, hablo de la gran tarea que los cristianos tenemos encomendada a partir de ese momento de alegría, en que cada uno se convierte y ya no puede ignorar tal gozo. Entonces el testigo relata, no en manera fría y distante sino como uno que se ha dejado poner en cuestión y desde aquel día ha cambiado vida. El testigo es uno que ha cambiado vida.

Testigos del Señor resucitado, llevando a las personas que encontramos los dones pascuales de la alegría y de la paz, esta es la invitación, y quizá la obligación que todos los bautizados tenemos en este tiempo pascual, que vale la pena cada día renovarla como un compromiso, como un pasito mas. Él puede ser testimoniado por quienes han hecho una experiencia personal de Él, en la oración y en la Iglesia, a través de un camino que tiene su fundamento en el Bautismo, su alimento en la Eucaristía, su sello en la Confirmación, su constante conversión en la Penitencia, recuerda Francisco, al mismo tiempo que no le da lugar a pensar en una vida de poca entrega o a medias, pensando más bien en un cristiano donde su testimonio es mucho más creíble cuanto más transparenta un modo de vivir evangélico, alegre, valeroso, humilde, pacífico, misericordioso. Bien lo decía Francisco de Asís “predica el evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras”.

Al finalizar sus breves palabras, el Papa, le rogó a nuestra Madre María que nos concediera este don de su hijo, de poder serle testigos, mas allá de las fragilidades, de la gran alegría y misericordia que el Señor tiene en cada uno, gozo que no es estático sino que invita a salir al encuentro del otro.