‘Dios es joven’, el Nuevo Libro de Francisco

“Dios es joven” se publicará en todo el mundo con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud que, durante la celebración del Domingo de Ramos, se celebra en el Vaticano y en las diócesis de los cinco continentes.

La Editorial Planeta publicará la obra simultáneamente en España (también en catalán), América Latina y Portugal. Como en el libro anterior, el papa ha querido escribir de su puño y letra el título en las cubiertas de las seis lenguas principales.

Una conversación con Thomas Leoncini

Este libro, basado en conversaciones con Thomas Leoncini y firmado por el papa Francisco, se dirige a los jóvenes de todo el mundo, de dentro y de fuera de la Iglesia, en un diálogo valiente, íntimo y memorable.

Un mensaje de liberación que retrata el presente y diseña el futuro, construyendo un puente entre las generaciones destinado a renovar nuestra sociedad completamente.

Conversando con Thomas Leoncini, Francisco analiza con fuerza y pasión los grandes temas de la actualidad y propone sacar a las nuevas generaciones, es decir, a los grandes rechazados de nuestro tiempo agitado, de los márgenes a los que han sido relegados y destacándolos como protagonistas de nuestra historia.

‘Dios es joven’ anticipa y prepara el gran Sínodo de los Jóvenes que se celebrará en el Vaticano en octubre de 2018.

Nacido en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, desde el 13 de marzo de 2013 es obispo de Roma y el 266.° papa de la Iglesia católica. El 13 de marzo de 2015 quiso dar un giro decisivo a su pontificado proclamando el Año Santo de la Misericordia. Coincidiendo con dicha ocasión, presentó el bestseller internacional El nombre de Dios es Misericordia (2016), publicado en más de cien países.

El 6 de octubre de 2016 convocó la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre «Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional», que se celebrará en el Vaticano del 3 al 28 de octubre de 2018, situando el tema de los jóvenes en el centro de su acción pastoral y de su magisterio.

Thomas Leoncini nació en 1985. Periodista y escritor dedicado al estudio de modelos psicológicos y sociales, conversó con Zygmunt Bauman para Generación líquida (2018), la última obra del gran sociólogo recientemente fallecido, traducida a 12 idiomas.

Fuente: Religión Digital

 

60 años de Vida Religiosa de Francisco – Entrevista al P. General

El 13 de marzo de 2018 se cumplen cinco años de la elección del primer Papa jesuita, del primer Papa proveniente de América Latina, del primer pontífice que no es nativo de Europa, Oriente Medio o Norte de África. Sesenta años atrás, Jorge Mario Bergoglio entraba en la Compañía de Jesús, el 11 marzo de 1958.

¿Cómo era la Compañía en los años jóvenes de Bergoglio? 

Es una pregunta difícil para mí porque era un niño de diez años en ese momento, pero estaba estudiando en un Colegio de la Compañía en Caracas, Venezuela. Era un momento de esperanza hacia el Concilio: el Concilio estaba preparándose, era la etapa previa. Era una Compañía de Jesús al estilo de lo que se formó con la restauración en el siglo XIX. Sin embargo, surgían algunos elementos importantes que luego florecen con el Concilio. En concreto, en Europa surge una reflexión teológica profunda, con otra perspectiva, más abierta a los cambios que se veían en el medioambiente. En América Latina se empezaba a hablar de crear centros de acción e investigación social. El padre Janssens invitó a todas las provincias latinoamericanas a crear centros de reflexión, investigación y acción social (CIAS), y se destinó a muchos jóvenes jesuitas al estudio de las ciencias sociales. Empieza la apertura hacia lo que hemos llamado luego la inculturación, en India, en África, en Asia. La Compañía empieza a tener interés en echar raíces en cada cultura.

Es un momento en que por fuera no se ven muchos cambios, pero sí hay esfuerzos para ir buscando la manera de enfrentar un mundo que se veía cada vez más complicado. Esa fue la etapa del padre Bergoglio. Se ordena durante el Concilio Vaticano II con la elección del padre Arrupe. Su vida apostólica inicia precisamente cuando todo esto eso sale hacia afuera y está dando frutos. En América Latina el Concilio fue una explosión de esperanza y la Iglesia sintió un viento fuerte que llevó a buscar nuevas vías para vivir la vida cristiana, y llevó a estar más comprometidos con la suerte de los pueblos. Era un periodo en que América Latina estaba buscando nuevas vías de desarrollo; era un momento muy entusiasmante para los jóvenes jesuitas de esa época, y para los que estaban alrededor de la Compañía de Jesús en ese momento.

De más de 35 mil miembros en los años sesenta, a cerca de la mitad en nuestros días. Padre Arturo Sosa Abascal ¿por qué?

Es una pregunta también difícil porque no se puede dar “una” respuesta. Suelo decir que la Compañía de Jesús desde sus orígenes no está preocupada por los números sino por la calidad. Ojalá fuéramos muchos, pero la mentalidad no es la de buscar gente. Estamos preocupados por mantener la calidad de los jesuitas que deciden permanecer en la SI. La Compañía nació con diez, después creció, fue suprimida, después volvió a crecer, todo en circunstancias muy distintas. Además los crecimientos y decrecimientos han sido geográficamente muy disparejos, no es el mismo fenómeno en todas partes.

Hoy ciertamente somos menos y seremos menos en los próximos años por razones puramente demográficas. Pero esa demografía indica también otras cosas: por ejemplo, la disminución muy fuerte es en Europa y EE.UU y el crecimiento muy fuerte en África, Asia meridional y pacífico. Esto porque Europa ha vivido un proceso muy complejo de secularización, lo que tiene un efecto, y ha vivido también un proceso demográfico muy distinto, es decir, hoy son muchos menos los jóvenes en Europa de los que había hace cincuenta años, lo que hace que incluso las universidades se planteen si pueden seguir o no. Lo mismo podemos decir de los EE.UU. En cambio la demografía en América Latina o África o Asia es distinta: son continentes predominantemente jóvenes, con la diferencia de que los católicos son minorías, es decir, son muchos elementos.

Por otra parte, diría que si nosotros tomáramos las obras apostólicas que la Compañía de Jesús tenía bajo su responsabilidad cuando eran 35 mil jesuitas, y cuántas tenemos ahora, son más ahora que antes, porque hemos aprendido a colaborar. Hemos aprendido a que nosotros no podemos hacer las cosas solos: ni podemos ni queremos hacerlas solos; y aprendimos que la Compañía vive porque es capaz de generar otras dinámicas, y que es posible, en vez de tener un colegio con treinta o cuarenta jesuitas, tener una red con veinte colegios y tienes los mismos 30 jesuitas, con otras muchas otras personas que participan en la misma misión: es otro estilo. En eso también suelo repetir que ésta es la Compañía De Jesús, es decir que quien se va a ocupar de esto, es el Señor Jesús.

 Papa Francisco en la investidura de Sumo Pontífice: ¿ha colmado las expectativas de la Compañía?

No nos toca a nosotros juzgar a un Papa, yo diría que habría preguntarle al Papa Francisco, si la Compañía ha colmado las expectativas del Papa. La Compañía de Jesús nació para ponerse al servicio de la Iglesia a través de lo que el Papa considera que son los puntos en los que la Compañía puede ayudar mejor con la misión de la Iglesia. Ciertamente hemos querido hacer un esfuerzo para apoyar a este Papa como lo hicimos con los anteriores, desde el Concilio Vaticano II que es ese punto de referencia tan importante para nosotros, pues con el Papa Pablo VI hubo una estrechísima colaboración.

Papa Pablo VI en concreto pidió a la Compañía trabajar en el tema de la secularización, de la expansión cultural y en el enraizamiento en otras culturas. Igual, en el largo pontificado de Juan Pablo II, la compañía estuvo tratando de ayudar lo más posible a lo que fue esa visión más misionera que Juan Pablo II quiso tener en la Iglesia, y, por supuesto, con el Papa Francisco nos sentimos llamados a apoyar esa línea con la que ha insistido tanto, que está muy en el corazón de los jesuitas, que es el tema del discernimiento. Ha insistido en que la Iglesia debe ser capaz de discernir cómo Dios actúa en la historia y cómo nosotros podemos acompañar a ese proceso. Nos lo dijo en la Congregación General, ojalá que podamos contribuir con que la Iglesia sea una Iglesia con mayor capacidad de discernimiento, más sinodal, más capaz de buscar las orientaciones de hoy, con mayor integración de la Iglesia en ese proceso.

¿En qué se hace evidente que estamos ante un Papa Jesuita?

Este tema es clave: creo que el Papa se caracteriza por esa libertad que hace posible el discernimiento, que son elementos medulares de la espiritualidad ignaciana que los jesuitas tratamos de vivir. Su insistencia en la oración, en el estar realmente cerca de la persona de Jesús, que no es sólo de los jesuitas, también de todo cristiano, pero hay un modo de hacerlo muy específico que marca a la Compañía en su formación. También su extraordinaria sensibilidad social: el Papa tiene una sensibilidad social que le sale por los poros, algo que fue desarrollado por la Compañía desde los inicios, sobre todo tras el Concilio, con esa vinculación entre la promoción de la fe y la lucha por la justicia social, el diálogo con todas las culturas, la apertura al mundo.

El Papa se caracteriza por ser una de la pocas figuras mundiales que de verdad está pendiente del mundo en un sentido muy amplio y que toma en consideración sobre todo la gente y los pueblos que más están sufriendo, y el sufrimiento del planeta. Creo que en el haber tomado esa línea – que a nadie le gusta – en defensa de la naturaleza y biodiversidad del planeta, se muestra una persona que ha estado en lo que la Compañía ha tratado de hacer en los últimos cincuenta años.

El Santo Padre en sus viajes apostólicos reserva usualmente un espacio para encontrarse con sus hermanos miembros de la Compañía de Jesús: ¿aún hoy hay un vínculo especial?

Esta entrevista es con ocasión de recordar los sesenta años de su entrada al noviciado y eso crea un vínculo que aunque él tiene bastante tiempo de obispo y ahora de Papa, no se pierde. Ese aire de familia está allí y nos hace bien a todos. A él, las veces que lo he encontrado con grupos de jesuitas, se le nota que le gusta sentirse en medio a los hermanos jesuitas. Y para nosotros también es una bendición tener un hermano que está cumpliendo esta función tan importante en la Iglesia, que no es nada fácil en este momento de la historia y mucho menos como la ha enfrentado el Papa Francisco. Es una manera de reconocer que existe un vínculo y una manera de decirnos mutuamente que contamos unos con otros. Lo disfrutamos, pues, cuando uno se reúne con la familia siempre es muy sabroso.

 Fuente: Vatican News

A 5 años del Papa Bergoglio

El 13 de marzo se cumplirán cinco años de aquella tarde romana en la que la ‘fumata blanca’ convocara a una muchedumbre de fieles en la plaza de San Pedro, para anunciar al nuevo Papa.

El cardenal Bergoglio, 266º sucesor de Pedro, vendría con más de una sorpresa bajo el brazo. Por primera vez se elegía a un latinoamericano (‘del fin del mundo’) y a un Papa jesuita, en casi 500 años de la Orden, y que elige el nombre del santo de Asís para su pontificado. Las novedades no quedaron allí: su primera aparición, sin ornamentos particulares sobre la sotana blanca; su presentación como obispo de Roma y la petición de ser él bendecido por la oración de la Plaza llenó de asombro y ganó la simpatía de los medios, al tiempo que investigaban sobre su persona y procedencia.

Desde el inicio llamó mucho la atención, ya que abogaba por un cambio en la Iglesia, incidiendo en la necesidad del abandono de una Iglesia autorreferencial y centrada en sí misma, y la apuesta por una Iglesia que se expusiera al exterior y se dirigiera a las periferias existenciales en busca de una evangelización más profunda.

Una postura y una doctrina que se comprende desde las fuentes teológicas y pastorales de las que procede Bergoglio.

En su vida como jesuita experimentó los cambios del Concilio, las influencias que Pedro Arrupe marcara para los jesuitas en un claro giro hacia lo social y la apuesta por una Compañía de Jesús inculturada en el mundo que, además de difundir la fe, promoviera la justicia social.

La clave fundamental de su teología viene dada por la denominada ‘teología del pueblo’, definiendo su perspectiva pastoral como apóstol, formador y superior de los jesuitas en Argentina y, más tarde, como pastor de la iglesia en Buenos Aires.

Bajo la influencia de Lucio Gera, la Teología del Pueblo agregó, a las claves económicas y políticas de la Teología de la Liberación, la importancia de la cultura y la religiosidad popular a la hora de reflexionar sobre la situación injusticia en Latinoamérica. Además recuperó la noción de ‘pueblo’ como sujeto colectivo capaz de generar un proyecto colectivo sobre la base de valores propios.

Francisco entiende la Iglesia desde esta perspectiva, buscando un especial impulso misionero, haciendo que sea capaz de salir de sus recintos y sus situaciones de confort, en búsqueda del pueblo allí donde los hombres sufren la injusticia del sistema socio-cultural actual.

Por eso cree necesario una Iglesia en salida, que sea capaz de acercarse a las dinámicas sociales, y a los problemas que estas tratan de resolver, para aportar a través de la fe un impulso a la promoción y al desarrollo humano de todos los hombres y los pueblos.

Este programa se encarna claramente no sólo en los gestos y viajes de Francisco, sino también en sus documentos. Evangelii Gaudium, el documento donde se explica el programa de la reforma de Francisco, es claro en la búsqueda de una Iglesia menos autorreferencial, con mayor capacidad de crear alianzas con los colectivos humanos, con mayor capacidad de debate interno y con mayor decisión de intervenir en el panorama político, desde su particular punto de vista, pero siendo capaz de alzar la voz en aquellas cuestiones geopolíticas en las que los hombres pisoteen la dignidad de sus hermanos y sean incapaces de tender puentes entre ellos.

Desde aquí es que se entienden mejor los distintos gestos y acciones de Francisco durante estos años. Desde su primer viaje como Papa a Lampedusa, para conocer de primera mano la realidad del drama de la inmigración; a su primera semana santa como Papa, en la que lavó los pies a varios reclusos; su viaje a Cuba y los Estados Unidos con el fin de abrir puentes entre ambos países; su acercamiento a las iglesias orientales.

Estos intentos marcan la perspectiva de una Iglesia que se abra al mundo, que dialogue con los problemas acuciantes de la humanidad y que se entienda a sí misma como servidora del Reino en el mundo.

Francisco con los Jesuitas de Chile y Perú – Parte I: ‘El Pontificado’

Compartimos un fragmento de la conversación que tuvo el Papa durante su visita a Latinoamérica con jesuitas de Chile y Perú. En él, le hicieron preguntas relacionadas con diferentes temas. Aquí, las primeras dos en las que habla del modo de llevar adelante su Pontificado. 

Francisco comenzó con estas palabras: ¡Me alegra ver al padre Carlos! Fue mi director espiritual en el año 1960 durante mi juniorado. José era el maestro de novicios en aquella época, después lo hicieron provincial… Carlos era bedel y era… el rey del sentido común. Aconsejaba espiritualmente con mucho sentido común. Una vez, me acuerdo que fui a verlo porque estaba con mucha rabia contra una persona. Quería decirle cuatro frescas, decirle esto no va, vos sos esto y esto… Él me dijo: «Tranquilo… No conviene romper armas de entrada. Busque otros caminos…». Ese consejo no lo olvidé nunca y le agradezco ahora por esto. Sí. En Chile me sentí bien enseguida. Llegué ayer. Durante el día de hoy he sido muy bien recibido. He visto muchos gestos de gran afecto. Ahora, pregunten lo que quieran.

Se adelanta un jesuita: «Quisiera preguntarle cuáles han sido las grandes alegrías y los grandes dolores que ha tenido Ud. durante su pontificado».

Ha sido un tiempo tranquilo este del pontificado. Desde el momento en que en el Cónclave me di cuenta de lo que se venía —una cosa de golpe, sorpresiva para mí—, sentí mucha paz. Y esa paz no me dejó hasta el día de hoy. Es un don del Señor que le agradezco. Y de verdad espero que no me lo saque. Es una paz que siento como regalo puro, un regalo puro. Las cosas que no me quitan la paz, pero sí me dan pena, son los chismes. A mí los chismes me duelen, me ponen triste. Sucede a menudo en los mundos cerrados. Cuando esto se da en un contexto de sacerdotes o religiosos me viene preguntar a las personas: ¿pero cómo es posible? Vos que dejaste todo, decidiste no tener al lado a una mujer, no te casaste, no tuviste hijos, ¿querés terminar como un solterón chismoso? ¡Qué vida triste, Dios mío!

Un jesuita de la Provincia argentino-uruguaya pregunta: «¿Qué resistencias has encontrado durante tu pontificado y cómo las has vivido y discernido?»

Nunca, frente a la dificultad nunca digo que es una «resistencia». Eso sería faltar al deber de discernir. Es fácil decir «es resistencia» y no darse cuenta de que en esa disputa puede haber aunque sea un poquito así de verdad. Y yo me hago ayudar con eso.

A menudo pregunto a una persona: «¿qué piensa de esto?». Esto me ayuda también a relativizar muchas cosas que, a primera vista parecen resistencia, pero que en realidad son una reacción que nace de un malentendido, del hecho de que algunas cosas hay que repetirlas, explicarlas mejor…

Puede ser un defecto mío el hecho de que a veces doy por sentadas algunas cosas o pego un salto lógico sin explicar bien el proceso porque estoy convencido de que el otro entendió al vuelo el razonamiento que hago. Me doy cuenta que si vuelvo atrás y explico mejor entonces ahí el otro dice: «Ah, sí, está bien…» O sea, me ayuda mucho examinar bien el significado de las disputas. Ahora, cuando me doy cuenta de que hay verdadera resistencia, la sufro. Algunos me dicen que es normal que haya resistencias cuando alguno quiere hacer cambios. El famoso «siempre se hizo así» reina en todas partes: «Si siempre se hizo así, para qué vamos a cambiar? Si las cosas son así, si siempre se hizo así para qué hacerlas de manera diversa?».

Esta es una tentación grande que todos hemos vivido. Por ejemplo, todos las vivimos en el posconcilio. Las resistencias después del Concilio Vaticano II, que todavía están presentes, y llevan a relativizar el Concilio, aguar el Concilio.

Y me duele más todavía cuando alguno se enrola en una campaña de resistencia. Lamentablemente veo esto también. Vos me preguntaste por las resistencias, y no puedo negar que están. Las veo y las conozco.

Después están las resistencias doctrinales, que ustedes las conocen mejor que yo. Por salud mental yo no leo los sitios de internet de esta así llamada «resistencia». Sé quiénes son, conozco los grupos, pero no los leo, simplemente por salud mental. Si hay algo muy serio, me lo avisan para que yo sepa. Ustedes los conocen… Es una pena, pero creo que hay que seguir adelante.

Los historiadores dicen que para que un concilio arraigue hace falta un siglo. Estamos a mitad de camino. A veces uno se pregunta: pero este hombre, esta mujer, ¿leyó el Concilio? Y hay gente que no leyó el Concilio. Y si lo leyó, no lo entendió. ¡Cincuenta años después!

Nosotros estudiamos filosofía antes del Concilio, pero tuvimos la ventaja de estudiar teología después. Vivimos el cambio de perspectiva, y ya estaban los documentos conciliares. Cuando percibo resistencias, trato de dialogar, cuando el diálogo es posible, pero algunas resistencias vienen de personas que creen poseer la vera doctrina y te acusan de hereje. Cuando en estas personas, por lo que dicen o escriben, no encuentro bondad espiritual, yo simplemente rezo por ellos. Siento pena, pero no me detengo en este sentimiento por salud mental.

Fuente: CPAL Social 

 

Papa Francisco: ‘Detente, Mira y Vuelve»

Compartimos la Homilía que el Papa Francisco ha predicado hoy, miércoles de ceniza, para dar inicio al tiempo de cuaresma. 

El tiempo de Cuaresma es tiempo propicio para afinar los acordes disonantes de nuestra vida cristiana y recibir la siempre nueva, alegre y esperanzadora noticia de la Pascua del Señor. La Iglesia en su maternal sabiduría nos propone prestarle especial atención a todo aquello que pueda enfriar y oxidar nuestro corazón creyente.

Las tentaciones a las que estamos expuestos son múltiples. Cada uno de nosotros conoce las dificultades que tiene que enfrentar. Y es triste constatar cómo, frente a las vicisitudes cotidianas, se alzan voces que, aprovechándose del dolor y la incertidumbre, lo único que saben es sembrar desconfianza. Y si el fruto de la fe es la caridad —como le gustaba repetir a la Madre Teresa de Calcuta—, el fruto de la desconfianza es la apatía y la resignación. Desconfianza, apatía y resignación: esos demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente.

La Cuaresma es tiempo rico para desenmascarar éstas y otras tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús. Toda esta liturgia está impregnada con ese sentir y podríamos decir que se hace eco en tres palabras que se nos ofrecen para volver a «recalentar el corazón creyente»: Detente, mira y vuelve.

DETENTE

  • Detente un poco de esa agitación, y de correr sin sentido, que llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado. Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad… el tiempo de Dios.
  • Detente un poco delante de la necesidad de aparecer y ser visto por todos, de estar continuamente en «cartelera», que hace olvidar el valor de la intimidad y el recogimiento.
  • Detente un poco ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despreciante que nace del olvido de la ternura, de la piedad y la reverencia para encontrar a los otros, especialmente a quienes son vulnerables, heridos e incluso inmersos en el pecado y el error.
  • Detente un poco ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida y a tanto bien recibido.
  • Detente un poco ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio.
  • Detente un poco ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y sufrimientos.
  • Detente ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz que nos priva de las raíces, de los lazos, del valor de los procesos y de sabernos siempre en camino.

¡Detente para mirar y contemplar!

MIRA

  • Mira los signos que impiden apagar la caridad, que mantienen viva la llama de la fe y la esperanza. Rostros vivos de la ternura y la bondad operante de Dios en medio nuestro.
  • Mira el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo para sacar la vida adelante y, entre tantas premuras y penurias, no dejan todos los intentos de hacer de sus hogares una escuela de amor.
  • Mira el rostro interpelante de nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección. Brotes vivientes del amor y de la vida que siempre se abren paso en medio de nuestros cálculos mezquinos y egoístas.
  • Mira el rostro surcado por el paso del tiempo de nuestros ancianos; rostros portadores de la memoria viva de nuestros pueblos. Rostros de la sabiduría operante de Dios.
  • Mira el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos; rostros que en su vulnerabilidad y en el servicio nos recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una cuestión de cálculo o de utilidad.
  • Mira el rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores y equivocaciones y, desde sus miserias y dolores, luchan por transformar las situaciones y salir adelante.
  • Mira y contempla el rostro del Amor crucificado, que hoy desde la cruz sigue siendo portador de esperanza; mano tendida para aquellos que se sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos, desengaños y desilusión.
  • Mira y contempla el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión.

¿A todos? Sí, a todos. Mirar su rostro es la invitación esperanzadora de este tiempo de Cuaresma para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación. Rostro que nos invita a exclamar: ¡El Reino de Dios es posible!

Detente, mira y vuelve. Vuelve a la casa de tu Padre.

VUELVE

  • ¡Vuelve!, sin miedo, a los brazos anhelantes y expectantes de tu Padre rico en misericordia (cf. Ef 2,4) que te espera.
  • ¡Vuelve!, sin miedo, este es el tiempo oportuno para volver a casa; a la casa del Padre mío y Padre vuestro (cf. Jn 20,17). Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón… Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto y nuestro corazón bien lo sabe. Dios no se cansa ni se cansará de tender la mano (cf. Bula Misericordiae vultus, 19).
  • ¡Vuelve!, sin miedo, a participar de la fiesta de los perdonados.
  • ¡Vuelve!, sin miedo, a experimentar la ternura sanadora y reconciliadora de Dios. Deja que el Señor sane las heridas del pecado y cumpla la profecía hecha a nuestros padres: «Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ez 36,26).

¡Detente, mira y vuelve!

 Fuente: Zenit.org 

Mensaje de Cuaresma 2018 del Papa Francisco

Compartimos el Mensaje para la cuaresma 2018 del Papa Francisco, emitido en la Solemnidad de Todos los Santos 2018. 

Queridos hermanos y hermanas:

Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión», que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida. Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12). Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.

Los falsos profetas

Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?

Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.

Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.

Un corazón frío

Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?

Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.

También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.

El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.

¿Qué podemos hacer?

Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.

El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?

El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.

Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos

El fuego de la Pascua

Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.

Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.

En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.

Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.

 Vaticano, 1 de noviembre de 2017 Solemnidad de Todos los Santos

 Fuente: vatican news 

Jornada Mundial por la Paz 2018 dedicada a Migrantes y Refugiados

Compartimos el Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial por la Paz 2018 que se celebra el 1° de enero.

Por Francisco

1. Un deseo de paz

Paz a todas las personas y a todas las naciones de la tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de Navidad, es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera recordar a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados. Estos últimos, como afirmó mi querido predecesor Benedicto XVI, «son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz». Para encontrarlo, muchos de ellos están dispuestos a arriesgar sus vidas a través de un viaje que, en la mayoría de los casos, es largo y peligroso; están dispuestos a soportar el cansancio y el sufrimiento, a afrontar las alambradas y los muros que se alzan para alejarlos de su destino.

Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental.

Somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes de que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a los numerosos problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados. El ejercicio de la virtud de la prudencia es necesaria para que los gobernantes sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu». Tienen una responsabilidad concreta con respecto a sus comunidades, a las que deben garantizar los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo armónico, para no ser como el constructor necio que hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre que había comenzado a construir.

2. ¿Por qué hay tantos refugiados y migrantes?

Ante el Gran Jubileo por los 2000 años del anuncio de paz de los ángeles en Belén, san Juan Pablo II incluyó el número creciente de desplazados entre las consecuencias de «una interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, “limpiezas étnicas”», que habían marcado el siglo XX. En el nuevo siglo no se ha producido aún un cambio profundo de sentido: los conflictos armados y otras formas de violencia organizada siguen provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera de las fronteras nacionales.

Pero las personas también migran por otras razones, ante todo por «el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la “desesperación” de un futuro imposible de construir». Se ponen en camino para reunirse con sus familias, para encontrar mejores oportunidades de trabajo o de educación: quien no puede disfrutar de estos derechos, no puede vivir en paz. Además, como he subrayado en la Encíclica Laudato si’, «es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental».

La mayoría emigra siguiendo un procedimiento regulado, mientras que otros se ven forzados a tomar otras vías, sobre todo a causa de la desesperación, cuando su patria no les ofrece seguridad y oportunidades, y toda vía legal parece imposible, bloqueada o demasiado lenta.

En muchos países de destino se ha difundido ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o el coste de la acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios. Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano.

Todos los datos de que dispone la comunidad internacional indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro futuro. Algunos las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a contemplarlas con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz.

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3. Una mirada contemplativa

La sabiduría de la fe alimenta esta mirada, capaz de reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir». Estas palabras nos remiten a la imagen de la nueva Jerusalén. El libro del profeta Isaías (cap. 60) y el Apocalipsis (cap. 21) la describen como una ciudad con las puertas siempre abiertas, para dejar entrar a personas de todas las naciones, que la admiran y la colman de riquezas. La paz es el gobernante que la guía y la justicia el principio que rige la convivencia entre todos dentro de ella.

Necesitamos ver también la ciudad donde vivimos con esta mirada contemplativa, «esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas [promoviendo] la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia»; en otras palabras, realizando la promesa de la paz.

Observando a los migrantes y a los refugiados, esta mirada sabe descubrir que no llegan con las manos vacías: traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen. Esta mirada sabe también descubrir la creatividad, la tenacidad y el espíritu de sacrificio de incontables personas, familias y comunidades que, en todos los rincones del mundo, abren sus puertas y sus corazones a los migrantes y refugiados, incluso cuando los recursos no son abundantes.

Por último, esta mirada contemplativa sabe guiar el discernimiento de los responsables del bien público, con el fin de impulsar las políticas de acogida al máximo de lo que «permita el verdadero bien de su comunidad», es decir, teniendo en cuenta las exigencias de todos los miembros de la única familia humana y del bien de cada uno de ellos.

Quienes se dejan guiar por esta mirada serán capaces de reconocer los renuevos de paz que están ya brotando y de favorecer su crecimiento. Transformarán en talleres de paz nuestras ciudades, a menudo divididas y polarizadas por conflictos que están relacionados precisamente con la presencia de migrantes y refugiados.

4. Cuatro piedras angulares para la acción

Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar.

«Acoger» recuerda la exigencia de ampliar las posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los derechos humanos fundamentales. La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles».

«Proteger» nos recuerda el deber de reconocer y de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en las mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: «El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda».

«Promover» tiene que ver con apoyar el desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho de sus capacidades, sino que también estarán más preparados para salir al encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan y vestido»; por eso nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto».

Por último, «integrar» significa trabajar para que los refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la sociedad que les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo humano integral de las comunidades locales. Como escribe san Pablo: “Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios”.

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5. Una propuesta para dos Pactos internacionales

Deseo de todo corazón que este espíritu anime el proceso que, durante todo el año 2018, llevará a la definición y aprobación por parte de las Naciones Unidas de dos pactos mundiales: uno, para una migración segura, ordenada y regulada, y otro, sobre refugiados. En cuanto acuerdos adoptados a nivel mundial, estos pactos constituirán un marco de referencia para desarrollar propuestas políticas y poner en práctica medidas concretas. Por esta razón, es importante que estén inspirados por la compasión, la visión de futuro y la valentía, con el fin de aprovechar cualquier ocasión que permita avanzar en la construcción de la paz: sólo así el necesario realismo de la política internacional no se verá derrotado por el cinismo y la globalización de la indiferencia.

El diálogo y la coordinación constituyen, en efecto, una necesidad y un deber específicos de la comunidad internacional. Más allá de las fronteras nacionales, es posible que países menos ricos puedan acoger a un mayor número de refugiados, o acogerles mejor, si la cooperación internacional les garantiza la disponibilidad de los fondos necesarios.

La Sección para los Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral sugiere 20 puntos de acción como pistas concretas para la aplicación de estos cuatro verbos en las políticas públicas, además de la actitud y la acción de las comunidades cristianas. Estas y otras aportaciones pretenden manifestar el interés de la Iglesia católica al proceso que llevará a la adopción de los pactos mundiales de las Naciones Unidas. Este interés confirma una solicitud pastoral más general, que nace con la Iglesia y continúa hasta nuestros días a través de sus múltiples actividades.

6. Por nuestra casa común

Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”». A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía irrealizable.

Entre ellos, hay que mencionar a santa Francisca Javier Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para el cielo celebramos este año 2017. Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades eclesiales celebran su memoria. Esta pequeña gran mujer, que consagró su vida al servicio de los migrantes, convirtiéndose más tarde en su patrona celeste, nos enseña cómo debemos acoger, proteger, promover e integrar a nuestros hermanos y hermanas. Que por su intercesión, el Señor nos conceda a todos experimentar que los «frutos de justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la paz».

Vaticano, 13 de noviembre de 2017.

Memoria de Santa Francisca Javier Cabrini, Patrona de los migrantes.

 

Jornada Mundial de los Pobres: “No Hacer nada Malo no es Suficiente”

En la 1a Jornada dedicada a los pobres, instituida por el Papa este año, Francisco presidió la eucaristía a la que siguió un almuerzo en los que los invitados de privilegio fueron los más necesitados.

El Papa ha presidido una celebración, que contó con la presencia de entre 6.000 y 7.000 personas que actualmente se encuentran en ‘situación de pobreza’; acompañados por organizaciones caritativas de Europa (Italia, Francia, Alemania y Polonia). También estuvieron presentes personas refugiadas provenientes de otros países del mundo.

El servicio y las lecturas de la misa han sido realizadas por ellos. En el Ofertorio, una familia de Turín que vive “en condiciones precarias” y cuya hija de un año padece fibrosis quística, una enfermedad genética hereditaria, trajo las ofrendas al Papa.

Indignarse con el mal sin hacer nada

“Nadie puede pensar en ser inútil, nadie puede decirse a sí mismo que es tan pobre como para no poder dar algo a los demás”, ha dicho el Papa Francisco en su homilía: Dios “confía a cada uno una misión….nos responsabiliza”.

Y el Papa critica a este respecto “la omisión”: “Nosotros también a menudo tenemos la idea de no haber hecho nada malo y estamos contentos, presumimos de ser buenos y justos….Pero no hacer nada malo no es suficiente. Porque Dios no es un controlador que busca billetes sin compostar, es un Padre en busca de hijos a quienes confiar sus bienes y sus proyectos”.

No es suficiente “respetar las reglas”, “cumplir con los mandamientos” ha insistido el Papa exhortando a vencer “la indiferencia”. La indiferencia, ha explicado, “es decir: esto no me compete, no es asunto mío, es culpa de la sociedad”. Es volverse de lado cuando el hermano tiene necesidad, es cambiar de cadena cuando una pregunta seria nos molesta, es también indignarse ante el mal sin hacer nada”.

Dios, ha continuado, “no nos pedirá si hemos tenido una justa indignación, sino si hemos hecho el bien….Amar al pobre significa luchar contra todas las pobrezas, espirituales y materiales”.

La lógica Dios

El cristiano, ha subrayado el Papa, debe actuar desde la “misma lógica que Dios”: no permanece inmóvil…se arriesga por amor, pone su vida en peligro por los demás, no acepta dejarlo todo como está. Él omite solo una cosa: lo que es útil para él. Esta es la única omisión justa”.

El Papa ha destacado “lo que verdaderamente cuenta: amar a Dios y al prójimo. Esto solo, dura siempre, lo demás pasa; de manera que lo que invertimos en el amor permanece, el resto desaparece”.

Por lo tanto, ha agregado, “esta elección está delante de nosotros: vivir para tener en la tierra o dar para ganar el cielo. Porque para el cielo, no vale lo que tenemos, sino lo que damos, y quien acumula tesoros para sí mismo no se enriquece con Dios”. “Entonces, no busquemos lo superfluo para nosotros, sino lo bueno para los demás, y no nos faltará nada precioso” ha concluido el Papa.

Fuente: CPAL Social

 

Francisco anuncia una Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica

El papa Francisco convocó a una Asamblea Especial del Sí­nodo de los Obispos para la región Panamazónica. Lo hizo el domingo 15 de octubre al presidir el tradicional rezo del Ángelus en la plaza San Pedro. El objetivo de la jornada, que se llevará a cabo en Roma en octubre de 2019, será concretar ¨nuevos caminos para la evangelización de aquella porción del Pueblo de Dios¨, especialmente de los indígenas,¨a menudo olvidados¨.

«Atendiendo el deseo de algunas Conferencias Episcopales de América Latina, además de la voz de diversos Pastores y fieles de otras partes del mundo, he decidido convocar una Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la región Panamazónica, que tendrá lugar en Roma en el mes de octubre 2019», expresó el papa.

El objetivo de esta actividad especial será, según el Pontí­fice, «concretar nuevos caminos para la evangelización de aquella porción del Pueblo de Dios, especialmente de los indígenas, a menudo olvidados y sin la perspectiva de un futuro sereno, también a causa de la crisis de la foresta Amazónica, pulmón de capital importancia para nuestro planeta».

En este sentido, el Santo Padre pidió a «los nuevos Santos», la intercesión para que esta actividad eclesial contribuya a que «en el respeto de la belleza de la creación, todos los pueblos de la tierra alaben al Dios, señor del universo, e iluminados por Él recorran caminos de justicia y de paz».

Para finalizar, y antes del rezo de la oración mariana, Francisco recordó que el 17 de octubre la Iglesia celebra la Jornada del Rechazo a la Miseria. «La miseria es una fatalidad: tiene causas que deben ser reconocidas y removidas, para honrar la dignidad de tantos hermanos y hermanas, siguiendo el ejemplo de los santos», concluyó.

Fuente: AICA