Relato en primera persona del Encuentro entre Francisco y el Patriarca Kirill

Dos jesuitas latinoamericanos, Tomás García Huidobro y José Gette, son misioneros en Rusia. Desde allí, uno de ellos relata el clima que ha generado el encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca Kirill de Moscú en Cuba y sus impresiones sobre esta reunión. 

Tomás García Huidobro, sj*

El encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca Kirill ha significado una alegría inmensa para los católicos y ortodoxos en Rusia. Ha sido la emoción de un acontecimiento histórico sin precedentes. Nunca pensamos que seríamos testigos de algo así. Cuando se supo la noticia del encuentro hace una semana, la gente estaba realmente sorprendida. Fue un acontecimiento sorpresivo y deseado.

Los medios de comunicación del país le han dado una cobertura muy grande. El abrazo fraterno entre Francisco y Kirill ha repercutido en el ánimo de la gran mayoría de los cristianos. Es difícil de transmitir lo que se vivió. Es como si la ansiada, y todavía lejana, unidad de los cristianos se pudiese anticipar en algo.

El papa Francisco es un personaje muy respetado en Rusia, también por los ortodoxos, lo que facilitó el que se pudiese realizar un encuentro de esta naturaleza.

La declaración conjunta también ha sido una grata sorpresa. La verdad es que esperábamos sólo una formalidad. En realidad es un documento pastoral muy potente, que manifiesta buena voluntad, y que no le hace el quite a temas delicados. Nos ha gustado el estilo equilibrado y positivo del documento. Destacamos la apertura al diálogo entre las Iglesias desde una perspectiva mucho más actual, el reconocer muchos desafíos comunes a nivel valórico y de la paz, el reconocimiento de una vocación común y europea.

Realmente lo podremos utilizar apostólicamente en nuestro Instituto. ¿Qué esperar a futuro? Todavía es pronto para decirlo. No hay que ser extremadamente optimistas. Sin embargo, sin duda esto es un hito. Marca un derrotero a futuro. Ya no será tan fácil decir que los católicos somos herejes. Esto es un espaldarazo para los ortodoxos más abiertos. Con mucha alegría no podemos sino darle gracias a Dios.  francisco en Rusia

* Tomás García Huidobro nació en Santiago de Chile, y se formó en la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Universidad de Deusto y la Boston College School of Theology. Doctor en teología bíblica, actualmente es director del Instituto Santo Tomás en Moscú. Pertenece a la Compañía de Jesús.

 

Link a la Declaración Conjunta

 

El viaje del Papa Francisco a México y la renovación política y eclesial

Por Ismael Bárcenas SJ

En los pocos días que lleva visitando tierras mexicanas, Francisco ha podido palpar el cariño de muchedumbres que se mide en decibeles, por ruidosas ovaciones. Como nos tiene acostumbrados, el Papa ha dado interesantes declaraciones.

El primer día que llegó, salió a saludar a los reunidos afuera de la Nunciatura, lugar donde pernocta. Había gritos y gente deseosa de cantarle serenata. Francisco pidió un momento de silencio y traer a la mente a los seres queridos y a los no tan queridos, y orar por ellos. Había que descansar después del largo e intenso viaje, con escala en Cuba donde se encontró con el Patriarca Ruso.

Al siguiente día, en un encuentro con el Presidente y la clase política, Francisco habló de que la principal riqueza de México son los jóvenes. Ante la incertidumbre que atraviesa el país, recalcó que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común. Y siendo discreto, pero apuntando a la diana, dijo: “La experiencia nos demuestra que, cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.

Posteriormente fue a la Catedral de la Ciudad de México, ahí en la homilía se dirigió a los obispos y con sinceridad y aguda puntería, resaltó (hago resumen):

Sean Obispos de mirada limpia, de alma trasparente, de rostro luminoso.

No se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa.

Tengan una mirada capaz de interceptar la pregunta que grita en el corazón de vuestra gente. Estén atentos y aprendan a leer sus miradas.

No pierdan tiempo y energías en cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias.

Que vuestras miradas sean capaces de cruzarse con las miradas de los jóvenes, de amarlos y de captar lo que ellos buscan.

Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana.

La proporción del fenómeno del narcotráfico, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas sino que exigen un coraje profético.

Les pido una mirada de singular delicadeza para los pueblos indígenas, para ellos y sus fascinantes, y no pocas veces, masacradas culturas.

Les ruego no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las nuevas demandas.

Los exhorto a conservar la comunión y la unidad entre ustedes. Esto es esencial, hermanos (aquí el Papa hizo una pausa, volteó a ver a los obispos y dijo que lo que seguía no venía en lo que había escrito): Si tienen que pelearse, peléense; si tienen que decirse cosas, se las digan; pero como hombres, en la cara, y como hombres de Dios que después van a rezar juntos, a discernir juntos. Y si se pasaron de la raya, a pedirse perdón, pero mantengan la unidad del cuerpo episcopal. Comunión y unidad entre ustedes.

No se necesitan «príncipes», sino una comunidad de testigos del Señor.

Este discurso será motivo de análisis y reflexión, el mensaje no es exclusivo para mitrados, sino para cualquier cristiano del mundo (especialmente, claro, para los ministros de culto). Recordemos que los verdaderos amigos son los que, con y por cariño, son capaces de decirnos verdades, a ratos incómodas, viéndonos a los ojos.

En la Basílica de Guadalupe, dedicó bellas palabras a la Virgen Morena. A familiares de las víctimas de la violencia, les brindó consuelo: “Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos”. Y recordó lo que la Madre del Cielo dijo al indio Juan Diego: «¿Qué entristece tu corazón? ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?» (Nican Mopohua, 118-119).

En los próximos días estará en Chiapas, en Michoacán y en Ciudad Juárez. Estaremos atentos a los mensajes, gestos y detalles que tenga. Seguramente habrá sorpresas. Bien dice Juan Villoro, escritor mexicano, que intentar adivinar lo que hará o dirá el Papa Francisco es tan incierto como tratar de marcar a su paisano Lionel Messi.

Que este viaje papal siga impulsando el entusiasmo, aumentando nuestra fe y renueve nuestra esperanza.

En lo personal, a distancia, festejo lo que hace y dice el Papa Francisco como cuando Messi mete un golazo con el Barcelona.

Descargar discursos del Papa en México

 

¿Cómo vivir la Cuaresma del Año de la Misericordia?

La Cuaresma del Año de la Misericordia es especial. El Papa Francisco pide que la vivamos con mayor intensidad en los puntos 17 y 18 de la Misericordiae Vultus. Recopilamos en esta entrada las recomendaciones que el Papa nos hacía en la bula.

1. Meditar las Sagradas Escrituras.

Francisco nos señala dos textos en concreto:

a. Miqueas 7, 18-19. “¿Qué Dios hay como Tú, que quite la culpa y pase por alto el delito del Resto de tu heredad? No mantendrá su cólera por siempre pues se complace en el amor; volverá a compadecerse de nosotros, pisoteará nuestras culpas. ¡Tú arrojarás al fondo del mar todos nuestros pecados!”.

b. Isaías 58, 6-11. “Este es el ayuno que yo deseo: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo y no abandonar a tus semejantes. Entonces despuntará tu luz como la aurora y tu herida se curará rápidamente; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: “¡Aquí estoy!”. Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si partes tu pan con el hambriento y sacias al afligido de corazón, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía. El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan”.

2. Participar en la iniciativa 24 horas para el Señor.

Una jornada completa dedicada a la oración que corresponde al viernes y sábado antes del IV Domingo de Cuaresma: 3 y 4 de marzo. El Papa recuerda que es un día muy oportuno para acudir al sacramento de la Reconciliación (confesión).

3. Acoger a los Misioneros de la Misericordia.

Ellos son, en palabras de Francisco, “un signo de la solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios, para que entre en profundidad en la riqueza de este misterio tan fundamental para la fe. Serán sacerdotes a los cuales daré la autoridad de perdonar también los pecados que están reservados a la Sede Apostólica, para que se haga evidente la amplitud de su mandato. Serán, sobre todo, signo vivo de cómo el Padre acoge cuantos están en busca de su perdón”.

4. Practicar las obras de misericordia.

En el mensaje para la Cuaresma de este año, Francisco explica que podemos salir de nuestro egoísmo y “alienación existencial” gracias a las obras de misericordia. Así, a través de las obras de misericordia corporales “tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales”.

5. Tener como modelo a la Virgen María.

Francisco destaca en el mensaje para la Cuaresma que “María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales”.

 

‘El Evangelio que abre la Cuaresma nos invita a ser protagonistas’

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En su homilía, el Santo Padre recordó que al inicio del camino cuaresmal, la Palabra de Dios dirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos invitaciones: “El primero es el de San Pablo: el de dejarse reconciliar con Dios (Cfr. 2 Cor 5,20)”. Porque Cristo – señala el Papa – sabe que somos frágiles y pecadores, conoce la debilidad de nuestro corazón; lo ve herido y sabe cuánta necesidad tenemos de perdón y de sentirnos amados para realizar el bien. “Cristo – subrayó el Obispo de Roma – ha vencido el pecado y nos levanta de las miserias si confiamos en Él. Depende de nosotros reconocernos como necesitados de misericordia y este – dice el Papa – es el primer paso del camino del cristiano”.

La segunda invitación de la Palabra de Dios es la del Profeta Joel: “regresen a mí con todo el corazón (2,12)”. No es difícil darse cuenta – afirma el Pontífice – que por el misterio del pecado nos hemos alejado de Dios, de los demás y de nosotros mismos. Muchas veces, evidencia el Papa, «es fatigoso tener confianza en Dios, tenemos miedo de acercarnos a Él como Padre, pero no recordamos que junto a esta historia de pecado, Jesús ha inaugurado una historia de salvación”. Por ello, “el Evangelio que abre la Cuaresma – afirma el sucesor de Pedro – nos invita a ser protagonistas, abrazando tres remedios o medicinas que nos curan del pecado: La oración, la caridad y el ayuno”.

Antes de concluir su homilía el Papa Francisco invitó a vivir este tiempo cuaresmal como un auténtico tiempo para alejarse de la “falsedad, de la mundanidad y de la indiferencia”. Es el tiempo – dijo el Papa – de limpiar el corazón y la vida para redescubrir la identidad cristiana, es decir, el amor que sirve y no el egoísmo que se sirve.

Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2016

1. Maria, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada

En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.

María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, María canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.

2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia

El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.

Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.

Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.

3. Las obras de misericordia

La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga… para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.

Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino para sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «serán como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.

La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.

No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).

Vaticano, 4 de octubre de 2015 – Fiesta de San Francisco de Asis

Francisco

Fuente: AICA

Jornada Mundial de la Paz 2016: “Vence la indiferencia y conquista la paz”

Mensaje del papa Francisco para la XLIX Jornada Mundial de la Paz (1 de enero 2016)

1. Dios no es indiferente. A Dios le importa la humanidad, Dios no la abandona.

Al comienzo del nuevo año, quisiera acompañar con esta profunda convicción los mejores deseos de abundantes bendiciones y de paz, en el signo de la esperanza, para el futuro de cada hombre y cada mujer, de cada familia, pueblo y nación del mundo, así como para los Jefes de Estado y de Gobierno y de los Responsables de las religiones. Por tanto, no perdamos la esperanza de que 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos. Sí, la paz es don de Dios y obra de los hombres. La paz es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica.

Custodiar las razones de la esperanza

2. Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, los secuestros de personas, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo, hasta asumir las formas de la que podría llamar una «tercera guerra mundial en fases». Pero algunos acontecimientos de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva del nuevo año, a renovar la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia. Los acontecimientos a los que me refiero representan la capacidad de la humanidad de actuar con solidaridad, más allá de los intereses individualistas, de la apatía y de la indiferencia ante las situaciones críticas.

Quisiera recordar entre dichos acontecimientos el esfuerzo realizado para favorecer el encuentro de los líderes mundiales en el ámbito de la COP 21, con la finalidad de buscar nuevas vías para afrontar los cambios climáticos y proteger el bienestar de la Tierra, nuestra casa común. Esto nos remite a dos eventos precedentes de carácter global: La Conferencia Mundial de Addis Abeba para recoger fondos con el objetivo de un desarrollo sostenible del mundo, y la adopción por parte de las Naciones Unidas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, con el objetivo de asegurar para ese año una existencia más digna para todos, sobre todo para las poblaciones pobres del planeta.

El año 2015 ha sido también especial para la Iglesia, al haberse celebrado el 50 aniversario de la publicación de dos documentos del Concilio Vaticano II que expresan de modo muy elocuente el sentido de solidaridad de la Iglesia con el mundo. El papa Juan XXIII, al inicio del Concilio, quiso abrir de par en par las ventanas de la Iglesia para que fuese más abierta la comunicación entre ella y el mundo. Los dos documentos, Nostra aetate y Gaudium et spes, son expresiones emblemáticas de la nueva relación de diálogo, solidaridad y acompañamiento que la Iglesia pretendía introducir en la humanidad. En la Declaración Nostra aetate, la Iglesia ha sido llamada a abrirse al diálogo con las expresiones religiosas no cristianas. En la Constitución pastoral Gaudium et spes, desde el momento que «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo», la Iglesia deseaba instaurar un diálogo con la familia humana sobre los problemas del mundo, como signo de solidaridad y de respetuoso afecto.

En esta misma perspectiva, con el Jubileo de la Misericordia, deseo invitar a la Iglesia a rezar y trabajar para que todo cristiano pueda desarrollar un corazón humilde y compasivo, capaz de anunciar y testimoniar la misericordia, de «perdonar y de dar», de abrirse «a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea», sin caer «en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye».

Hay muchas razones para creer en la capacidad de la humanidad que actúa conjuntamente en solidaridad, en el reconocimiento de la propia interconexión e interdependencia, preocupándose por los miembros más frágiles y la protección del bien común. Esta actitud de corresponsabilidad solidaria está en la raíz de la vocación fundamental a la fraternidad y a la vida común. La dignidad y las relaciones interpersonales nos constituyen como seres humanos, queridos por Dios a su imagen y semejanza. Como creaturas dotadas de inalienable dignidad, nosotros existimos en relación con nuestros hermanos y hermanas, ante los que tenemos una responsabilidad y con los cuales actuamos en solidariedad. Fuera de esta relación, seríamos menos humanos. Precisamente por eso, la indiferencia representa una amenaza para la familia humana. Cuando nos encaminamos por un nuevo año, deseo invitar a todos a reconocer este hecho, para vencer la indiferencia y conquistar la paz.

Algunas formas de indiferencia

3. Es cierto que la actitud del indiferente, de quien cierra el corazón para no tomar en consideración a los otros, de quien cierra los ojos para no ver aquello que lo circunda o se evade para no ser tocado por los problemas de los demás, caracteriza una tipología humana bastante difundida y presente en cada época de la historia. Pero en nuestros días, esta tipología ha superado decididamente el ámbito individual para asumir una dimensión global y producir el fenómeno de la «globalización de la indiferencia».

La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista. El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener sólo derechos. Contra esta autocomprensión errónea de la persona, Benedicto XVI recordaba que ni el hombre ni su desarrollo son capaces de darse su significado último por sí mismo; y, precedentemente, Pablo VI había afirmado que «no hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre a lo Absoluto, en el reconocimiento de una vocación, que da la idea verdadera de la vida humana».

La indiferencia ante el prójimo asume diferentes formas. Hay quien está bien informado, escucha la radio, lee los periódicos o ve programas de televisión, pero lo hace de manera frívola, casi por mera costumbre: estas personas conocen vagamente los dramas que afligen a la humanidad pero no se sienten comprometidas, no viven la compasión. Esta es la actitud de quien sabe, pero tiene la mirada, la mente y la acción dirigida hacia sí mismo. Desgraciadamente, debemos constatar que el aumento de las informaciones, propias de nuestro tiempo, no significa de por sí un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por una apertura de las conciencias en sentido solidario(7). Más aún, esto puede comportar una cierta saturación que anestesia y, en cierta medida, relativiza la gravedad de los problemas. «Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una “educación” que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones–, cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes».

La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana. Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete. «Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás (algo que Dios Padre no hace jamás), no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien».

Al vivir en una casa común, no podemos dejar de interrogarnos sobre su estado de salud, como he intentado hacer en la Laudato si’. La contaminación de las aguas y del aire, la explotación indiscriminada de los bosques, la destrucción del ambiente, son a menudo fruto de la indiferencia del hombre respecto a los demás, porque todo está relacionado. Como también el comportamiento del hombre con los animales influye sobre sus relaciones con los demás, por no hablar de quien se permite hacer en otra parte aquello que no osa hacer en su propia casa.

En estos y en otros casos, la indiferencia provoca sobre todo cerrazón y distanciamiento, y termina de este modo contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación.

La paz amenazada por la indiferencia globalizada

4. La indiferencia ante Dios supera la esfera íntima y espiritual de cada persona y alcanza a la esfera pública y social. Como afirmaba Benedicto XVI, «existe un vínculo íntimo entre la glorificación de Dios y la paz de los hombres sobre la tierra». En efecto, «sin una apertura a la trascendencia, el hombre cae fácilmente presa del relativismo, resultándole difícil actuar de acuerdo con la justicia y trabajar por la paz». El olvido y la negación de Dios, que llevan al hombre a no reconocer alguna norma por encima de sí y a tomar solamente a sí mismo como norma, han producido crueldad y violencia sin medida.

En el plano individual y comunitario, la indiferencia ante el prójimo, hija de la indiferencia ante Dios, asume el aspecto de inercia y despreocupación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad.

En este sentido la indiferencia, y la despreocupación que se deriva, constituyen una grave falta al deber que tiene cada persona de contribuir, en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la sociedad, al bien común, de modo particular a la paz, que es uno de los bienes más preciosos de la humanidad.

Cuando afecta al plano institucional, la indiferencia respecto al otro, a su dignidad, a sus derechos fundamentales y a su libertad, unida a una cultura orientada a la ganancia y al hedonismo, favorece, y a veces justifica, actuaciones y políticas que terminan por constituir amenazas a la paz. Dicha actitud de indiferencia puede llegar también a justificar algunas políticas económicas deplorables, premonitoras de injusticias, divisiones y violencias, con vistas a conseguir el bienestar propio o el de la nación. En efecto, no es raro que los proyectos económicos y políticos de los hombres tengan como objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros. Cuando las poblaciones se ven privadas de sus derechos elementares, como el alimento, el agua, la asistencia sanitaria o el trabajo, se sienten tentadas a tomárselos por la fuerza.

Además, la indiferencia respecto al ambiente natural, favoreciendo la deforestación, la contaminación y las catástrofes naturales que desarraigan comunidades enteras de su ambiente de vida, forzándolas a la precariedad y a la inseguridad, crea nuevas pobrezas, nuevas situaciones de injusticia de consecuencias a menudo nefastas en términos de seguridad y de paz social. ¿Cuántas guerras ha habido y cuántas se combatirán aún a causa de la falta de recursos o para satisfacer a la insaciable demanda de recursos naturales?

De la indiferencia a la misericordia: la conversión del corazón

5. Hace un año, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz «no más esclavos, sino hermanos», me referí al primer icono bíblico de la fraternidad humana, la de Caín y Abel (cf. Gn 4,1-16), y lo hice para llamar la atención sobre el modo en que fue traicionada esta primera fraternidad. Caín y Abel son hermanos. Provienen los dos del mismo vientre, son iguales en dignidad, y creados a imagen y semejanza de Dios; pero su fraternidad creacional se rompe. «Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia cometiendo el primer fratricidio». El fratricidio se convierte en paradigma de la traición, y el rechazo por parte de Caín a la fraternidad de Abel es la primera ruptura de las relaciones de hermandad, solidaridad y respeto mutuo.

Dios interviene entonces para llamar al hombre a la responsabilidad ante su semejante, como hizo con Adán y Eva, los primeros padres, cuando rompieron la comunión con el Creador. «El Señor dijo a Caín: “Dónde está Abel, tu hermano? Respondió Caín: “No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?”. El Señor le replicó: ¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo”» (Gn 4,9-10).

Caín dice que no sabe lo que le ha sucedido a su hermano, dice que no es su guardián. No se siente responsable de su vida, de su suerte. No se siente implicado. Es indiferente ante su hermano, a pesar de que ambos estén unidos por el mismo origen. ¡Qué tristeza! ¡Qué drama fraterno, familiar, humano! Esta es la primera manifestación de la indiferencia entre hermanos. En cambio, Dios no es indiferente: la sangre de Abel tiene gran valor ante sus ojos y pide a Caín que rinda cuentas de ella. Por tanto, Dios se revela desde el inicio de la humanidad como Aquel que se interesa por la suerte del hombre. Cuando más tarde los hijos de Israel están bajo la esclavitud en Egipto, Dios interviene nuevamente. Dice a Moisés: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a liberarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). Es importante destacar los verbos que describen la intervención de Dios: Él ve, oye, conoce, baja, libera. Dios no es indiferente. Está atento y actúa.

Del mismo modo, Dios, en su Hijo Jesús, ha bajado entre los hombres, se ha encarnado y se ha mostrado solidario con la humanidad en todo, menos en el pecado. Jesús se identificaba con la humanidad: «el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29). Él no se limitaba a enseñar a la muchedumbre, sino que se preocupaba de ella, especialmente cuando la veía hambrienta (cf. Mc 6,34-44) o desocupada (cf. Mt 20,3). Su mirada no estaba dirigida solamente a los hombres, sino también a los peces del mar, a las aves del cielo, a las plantas y a los árboles, pequeños y grandes: abrazaba a toda la creación. Ciertamente, él ve, pero no se limita a esto, puesto que toca a las personas, habla con ellas, actúa en su favor y hace el bien a quien se encuentra en necesidad. No sólo, sino que se deja conmover y llora (cf. Jn 11,33-44). Y actúa para poner fin al sufrimiento, a la tristeza, a la miseria y a la muerte.

Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre (cf. Lc 6,36). En la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,29-37) denuncia la omisión de ayuda frente a la urgente necesidad de los semejantes: «lo vio y pasó de largo» (cf. Lc 6,31.32). De la misma manera, mediante este ejemplo, invita a sus oyentes, y en particular a sus discípulos, a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos de este mundo para aliviarlos, ante las heridas de los demás para curarlas, con los medios que tengan, comenzando por el propio tiempo, a pesar de tantas ocupaciones. En efecto, la indiferencia busca a menudo pretextos: el cumplimiento de los preceptos rituales, la cantidad de cosas que hay que hacer, los antagonismos que nos alejan los unos de los otros, los prejuicios de todo tipo que nos impiden hacernos prójimo.

La misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo del rostro de Dios en sus creaturas— esté en juego. Jesús nos advierte: el amor a los demás —los extranjeros, los enfermos, los encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno. No es de extrañar que el apóstol Pablo invite a los cristianos de Roma a alegrarse con los que se alegran y a llorar con los que lloran (cf. Rm 12,15), o que aconseje a los de Corinto organizar colectas como signo de solidaridad con los miembros de la Iglesia que sufren (cf. 1 Co 16,2-3). Y san Juan escribe: «Si uno tiene bienes del mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?» (1 Jn 3,17; cf. St 2,15-16).

Por eso «es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre. La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia».

También nosotros estamos llamados a que el amor, la compasión, la misericordia y la solidaridad sean nuestro verdadero programa de vida, un estilo de comportamiento en nuestras relaciones de los unos con los otros. Esto pide la conversión del corazón: que la gracia de Dios transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, capaz de abrirse a los otros con auténtica solidariedad. Esta es mucho más que un «sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas».La solidaridad «es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos», porque la compasión surge de la fraternidad.

Así entendida, la solidaridad constituye la actitud moral y social que mejor responde a la toma de conciencia de las heridas de nuestro tiempo y de la innegable interdependencia que aumenta cada vez más, especialmente en un mundo globalizado, entre la vida de la persona y de su comunidad en un determinado lugar, así como la de los demás hombres y mujeres del resto del mundo.

Promover una cultura de solidaridad y misericordia para vencer la indiferencia

6. La solidaridad como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas.

En primer lugar me dirijo a las familias, llamadas a una misión educativa primaria e imprescindible. Ellas constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Ellas son también el ámbito privilegiado para la transmisión de la fe desde aquellos primeros simples gestos de devoción que las madres enseñan a los hijos(25).

Los educadores y los formadores que, en la escuela o en los diferentes centros de asociación infantil y juvenil, tienen la ardua tarea de educar a los niños y jóvenes, están llamados a tomar conciencia de que su responsabilidad tiene que ver con las dimensiones morales, espirituales y sociales de la persona. Los valores de la libertad, del respeto recíproco y de la solidaridad se transmiten desde la más tierna infancia. Dirigiéndose a los responsables de las instituciones que tienen responsabilidades educativas, Benedicto XVI afirmaba: «Que todo ambiente educativo sea un lugar de apertura al otro y a lo transcendente; lugar de diálogo, de cohesión y de escucha, en el que el joven se sienta valorado en sus propias potencialidades y riqueza interior, y aprenda a apreciar a los hermanos. Que enseñe a gustar la alegría que brota de vivir día a día la caridad y la compasión por el prójimo, y de participar activamente en la construcción de una sociedad más humana y fraterna»(26).

Quienes se dedican al mundo de la cultura y de los medios de comunicación social tienen también una responsabilidad en el campo de la educación y la formación, especialmente en la sociedad contemporánea, en la que el acceso a los instrumentos de formación y de comunicación está cada vez más extendido. Su cometido es sobre todo el de ponerse al servicio de la verdad y no de intereses particulares. En efecto, los medios de comunicación «no sólo informan, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios y, por tanto, pueden dar una aportación notable a la educación de los jóvenes. Es importante tener presente que los lazos entre educación y comunicación son muy estrechos: en efecto, la educación se produce mediante la comunicación, que influye positiva o negativamente en la formación de la persona»(27). Quienes se ocupan de la cultura y los medios deberían también vigilar para que el modo en el que se obtienen y se difunden las informaciones sea siempre jurídicamente y moralmente lícito.

La paz: fruto de una cultura de solidaridad, misericordia y compasión

7. Conscientes de la amenaza de la globalización de la indiferencia, no podemos dejar de reconocer que, en el escenario descrito anteriormente, se dan también numerosas iniciativas y acciones positivas que testimonian la compasión, la misericordia y la solidaridad de las que el hombre es capaz.

Quisiera recordar algunos ejemplos de actuaciones loables, que demuestran cómo cada uno puede vencer la indiferencia si no aparta la mirada de su prójimo, y que constituyen buenas prácticas en el camino hacia una sociedad más humana.

Hay muchas organizaciones no gubernativas y asociaciones caritativas dentro de la Iglesia, y fuera de ella, cuyos miembros, con ocasión de epidemias, calamidades o conflictos armados, afrontan fatigas y peligros para cuidar a los heridos y enfermos, como también para enterrar a los difuntos. Junto a ellos, deseo mencionar a las personas y a las asociaciones que ayudan a los emigrantes que atraviesan desiertos y surcan los mares en busca de mejores condiciones de vida. Estas acciones son obras de misericordia, corporales y espirituales, sobre las que seremos juzgados al término de nuestra vida.

Me dirijo también a los periodistas y fotógrafos que informan a la opinión pública sobre las situaciones difíciles que interpelan las conciencias, y a los que se baten en defensa de los derechos humanos, sobre todo de las minorías étnicas y religiosas, de los pueblos indígenas, de las mujeres y de los niños, así como de todos aquellos que viven en condiciones de mayor vulnerabilidad. Entre ellos hay también muchos sacerdotes y misioneros que, como buenos pastores, permanecen junto a sus fieles y los sostienen a pesar de los peligros y dificultades, de modo particular durante los conflictos armados.

Además, numerosas familias, en medio de tantas dificultades laborales y sociales, se esfuerzan concretamente en educar a sus hijos «contracorriente», con tantos sacrificios, en los valores de la solidaridad, la compasión y la fraternidad. Muchas familias abren sus corazones y sus casas a quien tiene necesidad, como los refugiados y los emigrantes. Deseo agradecer particularmente a todas las personas, las familias, las parroquias, las comunidades religiosas, los monasterios y los santuarios, que han respondido rápidamente a mi llamamiento a acoger una familia de refugiados(28).

Por último, deseo mencionar a los jóvenes que se unen para realizar proyectos de solidaridad, y a todos aquellos que abren sus manos para ayudar al prójimo necesitado en sus ciudades, en su país o en otras regiones del mundo. Quiero agradecer y animar a todos aquellos que se trabajan en acciones de este tipo, aunque no se les dé publicidad: su hambre y sed de justicia será saciada, su misericordia hará que encuentren misericordia y, como trabajadores de la paz, serán llamados hijos de Dios (cf. Mt 5,6-9).

La paz en el signo del Jubileo de la Misericordia

8. En el espíritu del Jubileo de la Misericordia, cada uno está llamado a reconocer cómo se manifiesta la indiferencia en la propia vida, y a adoptar un compromiso concreto para contribuir a mejorar la realidad donde vive, a partir de la propia familia, de su vecindario o el ambiente de trabajo.

Los Estados están llamados también a hacer gestos concretos, actos de valentía para con las personas más frágiles de su sociedad, como los encarcelados, los emigrantes, los desempleados y los enfermos.

Por lo que se refiere a los detenidos, en muchos casos es urgente que se adopten medidas concretas para mejorar las condiciones de vida en las cárceles, con una atención especial para quienes están detenidos en espera de juicio(29), teniendo en cuenta la finalidad reeducativa de la sanción penal y evaluando la posibilidad de introducir en las legislaciones nacionales penas alternativas a la prisión. En este contexto, deseo renovar el llamamiento a las autoridades estatales para abolir la pena de muerte allí donde está todavía en vigor, y considerar la posibilidad de una amnistía.

Respecto a los emigrantes, quisiera dirigir una invitación a repensar las legislaciones sobre los emigrantes, para que estén inspiradas en la voluntad de acogida, en el respeto de los recíprocos deberes y responsabilidades, y puedan facilitar la integración de los emigrantes. En esta perspectiva, se debería prestar una atención especial a las condiciones de residencia de los emigrantes, recordando que la clandestinidad corre el riesgo de arrastrarles a la criminalidad.

Deseo, además, en este Año jubilar, formular un llamamiento urgente a los responsables de los Estados para hacer gestos concretos en favor de nuestros hermanos y hermanas que sufren por la falta de trabajo, tierra y techo. Pienso en la creación de puestos de trabajo digno para afrontar la herida social de la desocupación, que afecta a un gran número de familias y de jóvenes y tiene consecuencias gravísimas sobre toda la sociedad. La falta de trabajo incide gravemente en el sentido de dignidad y en la esperanza, y puede ser compensada sólo parcialmente por los subsidios, si bien necesarios, destinados a los desempleados y a sus familias. Una atención especial debería ser dedicada a las mujeres –desgraciadamente todavía discriminadas en el campo del trabajo– y a algunas categorías de trabajadores, cuyas condiciones son precarias o peligrosas y cuyas retribuciones no son adecuadas a la importancia de su misión social.

Por último, quisiera invitar a realizar acciones eficaces para mejorar las condiciones de vida de los enfermos, garantizando a todos el acceso a los tratamientos médicos y a los medicamentos indispensables para la vida, incluida la posibilidad de atención domiciliaria.

Los responsables de los Estados, dirigiendo la mirada más allá de las propias fronteras, también están llamados e invitados a renovar sus relaciones con otros pueblos, permitiendo a todos una efectiva participación e inclusión en la vida de la comunidad internacional, para que se llegue a la fraternidad también dentro de la familia de las naciones.

En esta perspectiva, deseo dirigir un triple llamamiento para que se evite arrastrar a otros pueblos a conflictos o guerras que destruyen no sólo las riquezas materiales, culturales y sociales, sino también –y por mucho tiempo– la integridad moral y espiritual; para abolir o gestionar de manera sostenible la deuda internacional de los Estados más pobres; para la adoptar políticas de cooperación que, más que doblegarse a las dictaduras de algunas ideologías, sean respetuosas de los valores de las poblaciones locales y que, en cualquier caso, no perjudiquen el derecho fundamental e inalienable de los niños por nacer.

Confío estas reflexiones, junto con los mejores deseos para el nuevo año, a la intercesión de María Santísima, Madre atenta a las necesidades de la humanidad, para que nos obtenga de su Hijo Jesús, Príncipe de la Paz, el cumplimento de nuestras súplicas y la bendición de nuestro compromiso cotidiano en favor de un mundo fraterno y solidario.

Vaticano, 8 de diciembre de 2015

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

Apertura del Jubileo Extraordinario de la Misericordia

Francisco

 

Cruzar la Puerta Santa para hacer nuestra la Misericordia del Buen Samaritano

Palabras del Papa Francisco antes de Abrir la Puerta Jubilar:

Dentro de poco tendré la alegría de abrir la Puerta Santa de la Misericordia. Cumplimos este gesto como he hecho en Bangui, tan sencillo como fuertemente simbólico, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, y que pone en primer plano el primado de la gracia. En efecto, lo que se repite más veces en estas lecturas evoca aquella expresión que el ángel Gabriel dirigió a una joven muchacha, sorprendida y turbada, indicando el misterio que la envolvería: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28).

La Virgen María es llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor ha hecho en ella. La gracia de Dios la ha envuelto, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. Cuando Gabriel entra en su casa, hasta el misterio más profundo, que va más más allá de la capacidad de la razón, se convierte para ella un motivo de alegría, motivo de fe, motivo de abandono a la palabra que se revela. La plenitud de la gracia puede transformar el corazón, y lo hace capaz de realizar un acto tan grande que puede cambiar la historia de la humanidad.

La fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El inicio de la historia del pecado en el Jardín del Edén se resuelve en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis llevan a la experiencia cotidiana que descubrimos en nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios. Es esta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios.

Y, sin embargo, la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se comprende bajo esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre. La palabra de Dios que hemos escuchado no deja lugar a dudas a este propósito. La Virgen Inmaculada es ante nosotros testigo privilegiada de esta promesa y de su cumplimiento.

Este Año Extraordinario es también un don de gracia. Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. ¡Es Él quien nos busca! ¡Él quien sale a nuestro encuentro! Será un año para crecer en la convicción de la misericordia. Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia (cf. san Agustín, De praedestinatione sanctorum 12, 24) Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia. Atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor, de ternura. Abandonemos toda forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.

Hoy, aquí en Roma y en todas las diócesis del mundo, cruzando la Puerta Santa queremos también recordar otra puerta que, hace cincuenta años, los Padres del Concilio abrieron hacia el mundo. Esta fecha no puede ser recordada sólo por la riqueza de los documentos producidos, que hasta el día de hoy permiten verificar el gran progreso realizado en la fe. En primer lugar, sin embargo, el Concilio fue un encuentro. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo. Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo…; donde hay una persona, allí está llamada la Iglesia a ir para llevar la alegría del Evangelio y llevar la Misericordia y el perdón de Dios. Un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo.

El jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.

News VA

 

Francisco: ‘Es necesaria una revolución de la ternura’

El semanario italiano “Credere” (Creer), que es la revista oficial del Jubileo de la Misericordia, publicó una entrevista al papa Francisco con ocasión del inicio del Año de la Misericordia: “Yo soy un pecador a quien el Señor miró con misericordia, soy un hombre perdonado”, dijo Francisco. El Santo Padre explicó en la entrevista los motivos y las expectativas de esa convocatoria, así como su experiencia personal de la misericordia divina.

Santo Padre, ahora que vamos a comenzar el Jubileo, ¿puede explicar el movimiento del corazón que le llevó a poner de relieve el tema de la misericordia?

-El tema de la misericordia se va acentuando con fuerza en la vida de la Iglesia a partir de Pablo VI. Juan Pablo II hizo hincapié en esto fuertemente con la Dives in Misericordia, la canonización de Santa Faustina Kowalska y la institución de la fiesta de la Divina Misericordia en la Octava de Pascua. En esta línea, sentí que existe un deseo del Señor para mostrar a los hombres su misericordia. Por tanto, no se me ocurrió, sino que viene de una tradición relativamente reciente, aunque siempre existió. Y me di cuenta de que era necesario hacer algo y continuar con esta tradición.

Mi primer Ángelus como Papa fue sobre la misericordia de Dios, y en aquella ocasión hablé de un libro sobre la misericordia que me regaló el cardenal Walter Kasper durante el Cónclave; incluso en mi primera homilía como Papa, el domingo 17 de marzo en la parroquia de Santa Ana, hablé de la misericordia. No fue una estrategia, me salió de dentro: el Espíritu Santo quiere algo. Es obvio que el mundo de hoy necesita la misericordia, necesita la compasión, de sufrir con.

Estamos acostumbrados a las malas noticias, las noticias y las grandes atrocidades crueles que ofenden el nombre y la vida de Dios. El mundo tiene que descubrir que Dios es Padre, que es misericordia, que la crueldad no es el camino, que la condena no es el camino, porque la propia Iglesia a veces sigue una línea dura, cae en la tentación de seguir una línea dura, la tentación de destacar sólo las normas morales, pero cuántas personas quedan fuera.

Me vino a la mente esa imagen de la Iglesia como un hospital de campaña después de la batalla; es la verdad, ¡cuánta gente herida y destruida! Los heridos son atendidos, ayudados, curados, no sometidos a análisis de colesterol. Creo que este es el tiempo de la misericordia. Todos somos pecadores, todos llevamos peso dentro. Sentí que Jesús quiere abrir la puerta de Su corazón, que el Padre quiere mostrar sus entrañas de misericordia, y que por esto nos envía el Espíritu: para movernos y conmovernos. Es el año del perdón, el año de la reconciliación.

Por un lado, vemos el comercio de armas, la producción de armas que matan, el asesinato de inocentes en las formas más crueles posibles, la explotación de las personas, menores, niños: se está implementando –si se me permite el término– un sacrilegio contra la humanidad, porque el hombre es sagrado, es la imagen del Dios viviente. Aquí, el Padre dice: “deteneos y venid a mí”. Esto es lo que veo en el mundo.

Usted dijo que, al igual que todos los creyentes, se siente pecador en necesidad de la misericordia de Dios. ¿Qué importancia tuvo en su camino como sacerdote y obispo la misericordia de Dios? ¿Recuerda, en particular, un momento en el que sintió de forma transparente la mirada misericordiosa del Señor en su vida?

-Yo soy un pecador, soy un pecador, estoy seguro de ello. Yo soy un pecador a quien el Señor ha mirado con misericordia. Soy, como dije a los presos en Bolivia, un hombre perdonado. Soy un hombre perdonado, Dios me miró con compasión y me perdonó. Incluso ahora cometo errores y pecados, y me confieso cada quince o veinte días. Y si he de confesarme, es porque necesito sentir que la misericordia de Dios todavía está en mí.

Recuerdo –lo conté muchas veces– cuando el Señor me miró con misericordia. Siempre tuve la sensación de que cuidaba de mí de una manera especial, pero el momento más significativo ocurrió el 21 de septiembre de 1953, cuando tenía 17 años. Era el día de la fiesta de la primavera y del estudiante en la Argentina, y me hubiera pasado con otros estudiantes. Yo era un católico practicante, iba a misa los domingos, pero nada más. En el camino a la estación de tren de Flores, pasé cerca de la parroquia a la que asistía y me sentí empujado a entrar. Entré y vi venir a un sacerdote que no conocía. En ese momento yo no sé lo que me pasó, pero sentí la necesidad de confesar, en el primer confesionario de la izquierda –un montón de gente se fue a orar allí. Y yo no sé lo que pasó, salí diferente, cambié. Me fui a casa con la certeza de tener que consagrarme al Señor, y este sacerdote me acompañó durante casi un año. Era un sacerdote de Corrientes, Don Carlos Duarte Benito Ibarra, que vivió en la Casa del Clero de Flores. Tenía leucemia y estaba siendo tratado en el hospital. Murió al año siguiente. Después del funeral lloré amargamente, me sentí totalmente perdido, al igual que con el temor de que Dios me había abandonado.

Ese fue el momento en el que entré en la misericordia de Dios y está muy ligado a mi lema episcopal. El 21 de septiembre es el día de San Mateo, y Beda el Venerable, hablando de la conversión de Mateo, dice que Jesús miró a Mateo “miserando atque eligendo”. Es una expresión que no se puede traducir, porque en uno de los dos verbos italianos tiene gerundio, incluso en español. La traducción literal sería “misericordiando y eligiendo”, casi como un arte. “Lo misericordió”: esta es la traducción literal del texto. Años más tarde, en el rezo del breviario latino, me encontré con esta lectura, me di cuenta de que el Señor me había modelado con su misericordia. Cada vez que venía a Roma, cuando me alejaba en via della Scrofa, iba a la Iglesia de San Luis de Francia a rezar ante la pintura de Caravaggio, precisamente, la vocación de San Mateo.

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¿El Jubileo de la misericordia puede ser una oportunidad para redescubrir la “maternidad” de Dios? ¿Que también hay un aspecto más “femenino” de la Iglesia que debe ser mejorado?

-Sí. Él mismo dice en Isaías que incluso una madre puede olvidar el fruto de su vientre “Yo nunca me olvidaré de ti.” Aquí puede ver la dimensión maternal de Dios. No todo el mundo entiende cuando se habla de la “maternidad de Dios”, no es un lenguaje popular –en el buen sentido de la palabra– parece un lenguaje un poco selecto; así que prefiero usar la ternura propia de una madre, la ternura de Dios, la ternura que nace de las entrañas paternas. Dios es padre y madre.

La misericordia, siempre que nos referimos a la Biblia, nos muestra un Dios más “emotivo” de lo que a veces imaginamos. ¿Descubrir un Dios que se conmueve y se enternece con los seres humanos también puede cambiar nuestra actitud hacia nuestros hermanos?

Descubrirlo nos llevará a ser más tolerantes, más pacientes, más tiernos. En 1994, durante el Sínodo, en una reunión del grupo, dije que había que establecer la revolución de la ternura, y un padre sinodal –un buen hombre, a quien respeto y quien amo– ya muy viejo, me dijo que no convenía utilizar ese lenguaje y me dio una explicación razonable, de un hombre inteligente, pero sigo diciendo que hoy la revolución es la de la ternura, porque de ahí deriva la justicia y todo lo demás.

Si un empresario tiene un empleado de septiembre a julio, le dije, no hace lo correcto, porque lo despide para las vacaciones en julio y luego reanuda con un nuevo contrato de septiembre a julio, y de esa manera el trabajador no tiene derecho a subsidio o pensión o seguridad social. Él no tiene derecho a nada. El empresario no muestra ternura, sino que trata al empleado como un objeto –como un ejemplo de que no hay ternura.

Si te pones en la piel de esa persona, en lugar de pensar en tu propio bolsillo, entonces las cosas cambian. La revolución de la ternura es lo que debemos cultivar como fruto de este año de la misericordia: la ternura de Dios para cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros tiene que decir: “Yo soy un desgraciado, pero Dios me ama; entonces también tengo que amar a los demás de la misma manera”.

Es famoso el “discurso de la luna” del papa Juan XXIII, cuando, una tarde, saludó a los fieles, diciendo: “Den una caricia a sus hijos”. Esa imagen se convirtió en un icono de la Iglesia de la ternura. ¿En qué modo el tema de la misericordia ayudará a nuestras comunidades cristianas a convertirse y renovarse?

Cuando veo a los enfermos, los ancianos, me sale una caricia espontánea. La caricia es un gesto que podría ser interpretado de manera ambigua, pero es el primer gesto que hacen la mamá y el papá con el bebé recién nacido, el gesto de “te quiero”, ”te amo”,” yo quiero que vayas hacia adelante.”

¿Podemos anticipar un gesto que tiene la intención de hacer durante el Jubileo para dar testimonio de la misericordia de Dios?

-Habrá muchos gestos que se harán, pero un viernes de cada mes habrá un gesto diferente.

Para más información puedes visitar el sitio del Jubileo

 

El Papa al SJR: “Dar a los niños y a las niñas un asiento en la escuela es el regalo más hermoso que pueden hacer”

Ante el dramático fenómeno de las migraciones forzadas, casi 60 millones de personas refugiadas y desplazadas en el mundo, y con motivo del 35 aniversario de la fundación del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), el Papa Francisco ha recibido este sábado en el Vaticano a quince refugiados, así como a trabajadores y amigos del JRS procedentes de más de 45 países. Desde España participaron en este encuentro, Dani Villanueva sj, Director de la Fundación Entreculturas, Mateo Aguirre sj, Director Adjunto de ALBOAN y Agustín Alonso sj, ex-director de Entreculturas.

El Papa puso de relieve la importante obra que realiza el JRS siguiendo el ideal de su fundador, el entonces Superior General de la Compañía de Jesús, el padre Pedro Arrupe; ‘salir al encuentro de las necesidades humanas y espirituales de los refugiados, no solo de sus necesidades inmediatas de alimento y asilo, sino también de la exigencia de ver respetada su dignidad humana herida y de ser escuchados y confortados’.

Así mismo el Papa reconoció que, la misión del JRS de acompañar, servir y defender los derechos de las personas refugiadas y desplazadas y la elección de estar presentes en los lugares donde hay mayor necesidad, en zonas de conflicto y de post-conflicto, ha hecho que el JRS sea conocido internacionalmente por ello.

Durante 35 años, el JRS ha proporcionado educación de calidad a las personas refugiadas y desplazadas como una herramienta para que las personas puedan desarrollar mejor su propio potencial y contribuir plenamente al crecimiento, la fortaleza y la estabilidad de sus comunidades. El Papa afirmaba que para aquellos que se han visto obligados a huir, “las escuelas son espacios de libertad” que les permiten crecer en la confianza, realizar el máximo del potencial innato en ellos y ponerlos en condición de defender los propios derechos ya sean individuales o comunitarios.

Sin embargo, a día de hoy, son muchos los niños, niñas y jóvenes refugiados y desplazados que no reciben una educación de calidad. Por ello el Papa exhortó a los presentes a seguir trabajando en esta línea y seguir ofreciendo esperanza y futuro a través de la educación. Hizo un llamamiento dirigido a que durante el próximo Jubileo de la Misericordia nos “fijemos el objetivo de ayudar a ir a la escuela a otros cien mil refugiados” a través de la campaña “Pongamos en movimiento la Misericordia”.

Queridos hermanos y hermanas:

Les doy la bienvenida con motivo del 35° aniversario de la fundación del Servicio Jesuita a Refugiados, querido por el Padre Pedro Arrupe, entonces Superior General de la Compañía de Jesús. La impresión y la angustia que él sufrió frente a las condiciones de los boat people sud-vietnamitas, expuestos a los ataques de los piratas y a las tempestades en el Mar Chino Meridional, lo indujeron a tomar esta iniciativa.

El Padre Arrupe, que había experimentado la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, se dio cuenta de las dimensiones de aquel trágico éxodo de prófugos. En esto reconoció un desafío que los Jesuitas no podían ignorar, si querían permanecer fieles a su vocación. Quiso que el Servicio Jesuita a Refugiados saliera al encuentro de las necesidades, tanto humanas cuanto espirituales, de los refugiados, por tanto no sólo a sus inmediatas necesidades de alimento y de asilo, sino también a la exigencia de ver respetada su dignidad humana herida, y ser escuchados y confortados.

El fenómeno de las migraciones forzadas ha aumentado hoy dramáticamente. Multitudes de prófugos parten de diversos países de Oriente Medio, de África y de Asia, buscando refugio en Europa. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados ha evaluado que hay, en todo el mundo, casi sesenta millones de refugiados, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial. Detrás de estas estadísticas hay personas, cada una con un nombre, un rostro, una historia, y su inalienable dignidad de hijo de Dios.

Ustedes trabajan actualmente en diez regiones diferentes, con proyectos en cuarenta y cinco países, acompañando a los refugiados y a las poblaciones en las migraciones internas. Un buen grupo de Jesuitas y de religiosas trabajan junto a tantos colaboradores laicos y a muchísimos refugiados. En el tiempo han permanecido siempre fieles al ideal del Padre Arrupe y a los tres puntos fundamentales de su misión: acompañar, servir y defender los derechos de los refugiados.

La elección de estar presentes en los lugares donde hay mayor necesidad, en zonas de conflicto y de post-conflicto, ha hecho que sean conocidos internacionalmente por estar cerca de la gente, y ser capaces de aprender de ella cómo servir mejor. Pienso especialmente en sus grupos en Siria, Afganistán, República Centroafricana y en la zona oriental de la República Democrática del Congo, donde acogen a personas de diversas confesiones que comparten su misión.

El Servicio Jesuita a Refugiados trabaja para ofrecer esperanza y futuro a los refugiados, ante todo mediante el servicio de la educación, que alcanza a un gran número de personas y reviste especial importancia. Ofrecer educación es mucho más que dispensar nociones. Es una intervención que ofrece a los refugiados algo con lo cual ir más allá de la sobrevivencia, mantener viva la esperanza, creer en el futuro y hacer proyectos. Dar a los niños un banco de escuela es el regalo más hermoso que pueden hacer. Todos sus programas tienen esta última finalidad: ayudar a los refugiados a crecer en la confianza en sí mismos, a realizar el máximo del potencial innato en ellos y a ponerlos en condición de defender los propios derechos ya sean individuales o comunitarios.

Para los niños obligados a emigrar, las escuelas son espacios de libertad. En la clase son asistidos y protegidos por los maestros. Lamentablemente, sabemos que ni siquiera las escuelas se libran de los ataques de quien siembra la violencia. En cambio las aulas escolares son lugares del compartir, también con niños de culturas, etnias y religiones diferentes, donde se sigue un ritmo regular, un orden placentero, en donde los niños pueden nuevamente sentirse “normales”, y los padres felices de saber que ellos están en la escuela.

La instrucción ofrece a los pequeños refugiados un camino para descubrir su auténtica vocación, desarrollando sus potencialidades. Sin embargo, demasiados niños y jóvenes refugiados no reciben una educación de calidad. El acceso a la educación es limitado, especialmente para las chicas y para la escuela secundaria.

Por esto, durante el próximo Jubileo de la Misericordia, ustedes se han fijado el objetivo de ayudar a ir a la escuela a otros cien mil refugiados. Su iniciativa de “Educación Global”, con el lema “Pongamos en movimiento la Misericordia”, los colocará en condición de alcanzar a muchos otros estudiantes, que tienen urgente necesidad de una educación que los proteja de los peligros.

Por esta razón, estoy reconocido al grupo de defensores y bienhechores y al grupo internacional de desarrollo del Servicio Jesuita a Refugiados, que hoy se han unido a nosotros. Gracias a su energía y a su apoyo, la misericordia del Señor llegará en los próximos años a muchos niños y familias.

Mientras continúan con la obra de educación de los refugiados, piensen en la Santa Familia, la Virgen, San José y el Niño Jesús, huidos a Egipto para librarse de la violencia y en busca de refugio entre extranjeros; y recuerden las palabras de Jesús: “Bienaventurados los misericordiosos, porque encontrarán misericordia” (Mt 5, 7). Lleven siempre dentro de ustedes estas palabras, que les sean de estímulo y de consuelo. Por mi parte, les aseguro mi oración. Y también ustedes, por favor, no se olviden de rezar por mí.

Y no puedo terminar este encuentro, estas palabras, sin presentarles un icono: aquel “canto del cisne” del Padre Arrupe, precisamente en un centro para refugiados. Nos pedía que rezáramos, que no dejáramos la oración. Y precisamente él, con este consejo y con su presencia allí, en aquel centro para refugiados en Asia, no sabía que en aquel momento se despedía: fueron sus últimas palabras, su último gesto. Ha sido precisamente la última herencia que ha dejado a la Compañía. Llegado a Roma, padecería el ictus que lo hizo sufrir durante tantos años. Que este icono los acompañe: el icono de uno bueno, que no sólo ha creado este servicio, sino que el Señor le ha dado la alegría de despedirse hablando en un centro para refugiados.

Que el Señor los bendiga: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

InfoSJ

 

Los líderes mundiales en París, el Papa en África

Jaime Tatay Nieto, SJ

No es casualidad que el Papa Francisco esté en África mientras los líderes mundiales se reúnen en París para la COP21. De hecho la coincidencia de fechas es parte de una elaborada estrategia vaticana para acelerar las transformaciones que la lucha contra el cambio climático requiere – y en la que la encíclica Laudato si’ (LS) ha jugado un papel clave. En la antesala de la Cumbre del Clima, Francisco ha querido ofrecer una visión desde el Sur, donde las consecuencias del calentamiento global y otros muchos problemas sociales y ambientales ya están afectando las vidas de millones de personas.

Dicho de otro modo, el Obispo de Roma quiere poner en el centro del debate medioambiental, como siempre ha hecho la Iglesia, la cuestión de la justicia social. Pero, ¿escucharán su mensaje los jefes de estado reunidos en París?

La miopía y los intereses nacionales que condujeron al estrepitoso fracaso de la Conferencia de Cambio Climático de Copenhagen (COP15) en 2009 es algo que no podemos permitirnos. “Sería triste y me atrevo a decir, hasta catastrófico, que los intereses particulares prevalezcan sobre el bien común y lleven a manipular la información para proteger sus proyectos,” dijo Francisco hace pocos días en la sede de las Naciones Unidas en Nairobi.

La estrecha relación entre la protección de la naturaleza y la construcción de un orden social justo es algo que Francisco ha subrayado desde el inicio de su pontificado: “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad” (LS 25). Nuestra respuesta a este reto “necesita incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados” (LS 93) y evitar también “el abuso y destrucción del medio ambiente, que van acompañados por un imparable proceso de exclusión.” (Discurso del Santo Padre a la organización de las Naciones Unidas, 25 de septiembre de 2015)

Si bien es cierto que las conexiones entre los problemas sociales y medioambientales son globales, hay algunas cuestiones que son especialmente acuciantes en contextos locales – por ejemplo la caza furtiva, los refugiados ambientales o la acelerada urbanización. Estos tres retos – denunciados por Francisco en Nairobi – son complejos problemas socio-ambientales especialmente acuciantes para los africanos.

Respecto al primero, afirmó: “El comercio ilegal de diamantes y piedras preciosas, de metales raros o de alto valor estratégico, de maderas y material biológico, y de productos animales, como el caso del tráfico de marfil y la consecuente matanza de elefantes, alimenta la inestabilidad política, el crimen organizado y el terrorismo.”

El otro fenómeno que afecta a la mayoría de naciones africanas es el desplazamiento de poblaciones debido al acaparamiento de tierras, la desertificación y el conflicto armado: “Es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental, que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna” (LS 25).

El tercer problema observado en África – y en la mayor parte del Sur Global – es el rápido, y a menudo caótico, proceso de urbanización. Un fenómeno “desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir” (LS 44). Una insalubridad de la que fue testigo como Obispo de Buenos Aires y en la que es habitual “el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad” (LS 46).

Ante la gran complejidad de estos retos, Francisco se dirige a los reunidos en la COP21 y les interpela diciendo: “Esta situación es un grito que viene de la humanidad y de la Tierra misma, uno que tiene que ser escuchado por la comunidad internacional.”

¿Escucharán sus palabras los líderes políticos reunidos en París? ¿Escucharan el grito de la Tierra y el grito de los pobres que se alza desde el Sur?