Reflexión del Evangelio – 5° Domingo de Cuaresma

Evangelio según San Juan 11, 1 -45

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo.»

Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»

Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea.»

Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?»
Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él.»

Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.»

Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará.» Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.

Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.»

Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.»

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días.

Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.»

Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»

Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»

Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»

Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.»

Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama.» Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.»

Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?»

Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás.»

Y Jesús lloró.

Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!»

Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?»

Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra.»

Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.»

Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?»

Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»

Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!»

El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario.

Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar.»

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.

Reflexión del Evangelio por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

¡Qué fácil resultan las cosas cuando se quiere! Detrás de todo lo valioso e importante en esta vida, hay historias de amor que no conocemos. Normalmente, vemos los resultados y nos llenamos de admiración al reconocer la inmensidad de las obras de hombres y mujeres a lo largo y ancho de este mundo: Obras de arte, gestas revolucionarias, grandes construcciones, proyectos de desarrollo, acciones a favor de los demás… Detrás de todo ello había trabajando un motor inmóvil, un dinamismo creador, salvador y liberador que no se explica con palabras sino con obras; que no se contenta con los buenos deseos sino que pasa a las acciones; que no sólo opina sobre lo que debe cambiar, sino que transforma la realidad: ¡Este motor del mundo, que mueve sin ser movido, es el amor!

Recordarán ustedes la historia que salió hace unos años en una de las páginas del calendario del Corazón de Jesús que hablaba de una niña que iba caminando por un sendero pedregoso llevando a cuestas a su hermanito. “Me quedé mirándola y le pregunté: –¿Cómo puedes llevar una carga tan pesada? La niña volvió hacia mí sus ojos llenos de sorpresa y me respondió: –No es una carga, señor, es mi hermanito».

Por todas partes, en el texto en el que san Juan nos relata la resurrección de Lázaro, salta a la vista el cariño que Jesús sentía hacia esta familia de Betania: “tu amigo está enfermo”; “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro, cuando le dijeron que Lázaro estaba enfermo se quedó dos días más en el lugar donde se encontraba. Después dijo a sus discípulos: – Vamos otra vez a Judea”; “Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que habían llegado con ella, se conmovió profundamente y se estremeció, y les preguntó: – ¿Dónde lo sepultaron? Le dijeron: – Ven a verlo Señor. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron entonces: – ¡Miren cuánto lo quería!”. “Jesús, otra vez conmovido, se acercó a la tumba. Era una cueva, cuya entrada estaba tapada con una piedra. Jesús dijo: – Quiten la piedra”. Y más adelante, la bella oración que Jesús dice delante de la tumba de su amigo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero lo digo por el bien de esta gente que está aquí, para que crean que tú me has enviado. Después de decir esto, gritó: – ¡Lázaro, sal de ahí!”

Sólo desde el amor se explica que el Señor Jesús haya querido ir a Judea donde hacía poco habían tratado de matarlo a pedradas. Sólo desde el amor pudieron los discípulos decir: “Vamos también nosotros, para morir con él”. Sólo desde el amor se explica ese bendito grito de Jesús ante la tumba de su amigo: “¡Lázaro, sal de ahí!” Sólo desde el amor se entiende que “El muerto salió, con las manos y los pies atados con vendas y la cara envuelta en un lienzo”.

Si nos dejamos mover por esa fuerza misteriosa del amor que bulle allí en nuestro interior, daremos vida a los cadáveres y seremos capaces, también hoy, de asumir nuestra misión estando incluso dispuestos a ‘morir con él’. La Cuaresma es un tiempo para crecer en este amor que mueve montañas. Vivamos esta experiencia del amor que Dios nos regala en la persona de Jesús y pidámosle que seamos capaces de sacar de su tumba a los muertos o por lo menos, sintamos la fuerza para echarnos al hombro a nuestro hermanito.

Fuente: jesuitas.lat

Reflexión del Evangelio – 4° Domingo de Cuaresma

Evangelio según San Juan 9, 1-41

Jesús, al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”.

“Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”.

Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”, que significa “Enviado”. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.

Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?”.

Unos opinaban: “Es el mismo”. “No, respondían otros, es uno que se le parece”. El decía: “Soy realmente yo”.

Ellos le dijeron: “¿Cómo se te han abierto los ojos?”.

El respondió: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: ‘Ve a lavarte a Siloé’. Yo fui, me lavé y vi”.

Ellos le preguntaron: “¿Dónde está?”. El respondió: “No lo sé”.

El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”.

Algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”. Y se produjo una división entre ellos.

Entonces dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?”. El hombre respondió: “Es un profeta”.

Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”.

Sus padres respondieron: “Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta”. Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: “Tiene bastante edad, pregúntenle a él”.

Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”.

“Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo”.

Ellos le preguntaron: “¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?”.

El les respondió: “Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”.

Ellos lo injuriaron y le dijeron: “¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este”.

El hombre les respondió: “Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada”.

Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”. Y lo echaron.

Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?”.

El respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?”.

Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está hablando”.

Entonces él exclamó: “Creo, Señor”, y se postró ante él.

Después Jesús agregó: “He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven”.

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: “¿Acaso también nosotros somos ciegos?”.

Jesús les respondió: “Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: ‘Vemos’, su pecado permanece”

 

Reflexión del Evangelio por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

El diagnóstico que nos acaban de dar es fatal; la enfermedad apareció de repente y no hubo tiempo de prevenirla. Fue un accidente horrible; nadie esperaba que muriera tan joven. En el cruce de balas lo hirieron y quedó parapléjico; le espera una vida entera de sufrimiento. Un joven de 18 años sufre un infarto y después de una semana en coma, muere. La ecografía dice que el niño va a nacer con una deficiencia grave; será una carga pesada de llevar para toda la familia. Noticias como estas no se las desea uno a nadie. Pero llegan muchas veces. Y siempre, sin avisar. El dolor en este mundo es muy grande y toca, más tarde o más temprano, a nuestra puerta, y entra sin pedir permiso.

Cuando le pasan cosas malas a la gente buena” es el título de un libro escrito por un rabino norteamericano que vio nacer a uno de sus hijos con una penosa enfermedad, que lo acompañó hasta su muerte, a los catorce años; murió sin saber por qué él y sus padres, habían tenido que sufrir tanto. Desde luego, este libro no logra explicar del todo el origen del mal en el mundo, pero sí nos ayuda a entender algunas de las situaciones que viven aquellas personas que han sufrido injustamente. Es un buen intento por descubrir el sentido que tiene el dolor del inocente.

Los discípulos, viendo al ciego de nacimiento, le preguntan a Jesús: “¿Por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres, o por su propio pecado?”. Esta pregunta aparece siempre ante el dolor y el sufrimiento del inocente. Buscamos la culpa en alguien. Buscamos alguna explicación, algún sentido al dolor, porque no nos cabe en la cabeza que no haya una causa que lo explique. Pero siempre, las explicaciones y los razonamientos que hacemos se quedan cortos. El sufrimiento desborda nuestros intentos por entenderlo y explicarlo. Eso ha pasado muchas veces en medio de tragedias que no tienen explicación y sucesos que dejan al descubierto nuestra propia contingencia.

La respuesta que da Jesús puede decirnos algo, aunque hay que reconocer que el misterio sigue allí, sin aclararse plenamente: “Ni por su propio pecado ni por el de sus padres; fue más bien para que en él se demuestre lo que Dios puede hacer. Mientras es de día, tenemos que hacer el trabajo del que me envió; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo”. ¿Qué culpa puede tener el niño al nacer? ¿Por qué iba a cargar el niño con el pecado de sus padres? Sin embargo, esta es la explicación que le damos muchas veces, al dolor. Necesitamos un chivo expiatorio y lo buscamos en otros o en nosotros mismos. Tratamos de descubrir el origen del mal en algún comportamiento nuestro.

El dolor y el sufrimiento no se pueden explicar. Tal vez lo peor que podemos hacer es buscar culpables o culparnos a nosotros mismos. El dolor es una pregunta que nos lanza la vida y que nos abre a lo que Dios puede hacer en nosotros y, a través nuestro, en los demás. El Señor nos invita a ser una luz para aquellos que transitan por el camino del dolor, como lo fue él para aquel ciego que recuperó la vista después de bañarse en el estanque de Siloé. “Después de haber dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y se lo untó al ciego en los ojos. Luego le dijo: – Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa ‘enviado’)”.

Fuente: jesuitas.lat

El Grupo de Comunicación Loyola pone a disposición material de lectura

Cada uno tenemos que intentar colaborar, en estos tiempos complicados, de las maneras que mejor sabemos, ofreciendo lo que hacemos y tratando de contribuir a ayudar a otros. Desde el Grupo de Comunicación Loyola se ha pensado en poder ayudar a sobrellevar con sentido y con paz este tiempo de confinamiento, de vida comunitaria, y de vida casera. Por eso, se ha decidido ofrecer abierta y gratuitamente, varios materiales que creemos que justo ahora pueden ser útiles. En concreto se trata de tres propuestas.

Desde ahora, se podrá acceder a la descarga gratuita del ebook de «Bailar con la soledad». Precisamente por ser la soledad una vivencia que pasa ahora a un primer plano. No solo por la gente que vive sola, sino también por la cantidad de dinámicas difíciles que se despiertan estos días, aún estando rodeados de otros. En segundo lugar, han decidido ofrecer acceso a toda la hemeroteca de la revista Mensajero. Precisamente por su contenido familiar, su espiritualidad cercana y su larga tradición de acercar temas cotidianos a la fe con profundidad y sensibilidad, creemos que tener acceso, en estas fechas, a su hemeroteca, puede ofrecer buenos ratos y mucho aprendizaje. Por último, también se ofrece de manera gratuita la App del evangelio diario comentado por Julio Colomer, tanto en IOS como en Android.

Agradecemos de corazón a los autores haber facilitado esas entregas.

Podés encontrar el contenido aquí: l.gcloyola.com

Fuente: Jesuitas España

samaritana mujer pozo agua

Reflexión del Evangelio – 3° Domingo de Cuaresma

Evangelio según San Juan 4, 5 – 42

En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber.» Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.»
Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La mujer le contesta: «No tengo marido».
Jesús le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.»
Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.»
La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.»
Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo.»
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»

Reflexión del Evangelio por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

¿Cómo es que tú me pides agua a mí, que soy samaritana?

En medio de una noche oscura como la boca de un lobo, el Capitán del barco reconoció a lo lejos la luz de otra embarcación que venía directamente hacia ellos. En seguida dio una orden al telegrafista. Ordénele a esa embarcación que cambie su rumbo diez grados a estribor. Un momento después llega un mensaje a la cabina del Capitán: “Ustedes deben cambiar su rumbo diez grados a babor”. El Capitán pide que el mensaje esta vez sea más explícito: “Soy el Capitán Baquero, le ordeno que gire su rumbo diez grados a estribor”. Mientras pasa todo esto, la luz se va acercando de manera rápida y peligrosa. Se recibe un nuevo mensaje en la cabina: “Soy el marinero Barragán. Le sugiero que gire su rumbo diez grados a babor”. El Capitán muy contrariado y viendo que la luz ya está demasiado cerca envía una última advertencia: “Estoy al mando de un acorazado. Modifique su rumbo diez grados a estribor o no respondo por lo que pueda pasar”. La respuesta que llegó los deja a todos estupefactos: “Modifique su rumbo diez grados a babor. Tampoco respondo por lo que pueda pasar. Estoy al mando de un faro. Usted verá”.

La samaritana que llega a mediodía al pozo de Jacob, a las afueras de Sicar, en busca de agua, se encuentra, sorpresivamente, con que un judío, con rostro cansado, le pide de beber. “Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. Los discípulos habían ido al pueblo a comprar algo de comer. En eso, una mujer de Samaria llegó al pozo a sacar agua, y Jesús le dijo: – Dame un poco de agua”. La sorpresa aumenta cuando este atrevido personaje le termina ofreciendo agua viva sin tener si quiera un balde y una soga para sacar una gotas de agua del profundo pozo. “Jesús le contestó: – Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”. Pero, sin duda, las sorpresas apenas comenzaban, pues más tarde se sintió confrontada con la verdad de su vida. “Jesús le dijo: – Ve a llamar a tu marido y vuelve acá. La mujer le contestó: – No tengo marido. Jesús le dijo: – Bien dices que no tienes marido; porque has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes, no es tu marido. Es cierto lo que has dicho”.

Muchas veces salimos al encuentro de los demás revestidos con nuestras armaduras para defendernos y no dejar entrar a los otros en nuestra vida. Pero es frecuente que nos tropecemos con la sorpresa de descubrirnos vulnerables y nos vemos obligados a cambiar nuestro rumbo para abrirnos a nuestra propia verdad. Es lo que le pasó al capitán del barco con el que comenzamos esta reflexión. Se sentía seguro y fuerte, pero tuvo que dejar a un lado su propio camino, porque estaba navegando hacia su propia destrucción. Algo parecido pasa cuando nos encontramos con la Palabra de Dios; ella nos confronta y nos ayuda a descubrir nuestra propia verdad. “Porque la Palabra de Dios tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de dos filos y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4,12).

Este tiempo de Cuaresma nos invita a revisar nuestros caminos y corregir nuestro rumbo. Como la samaritana, El encuentro con Jesús pone en evidencia el camino equivocado que estamos siguiendo, al dejarnos guiar solamente por nuestros criterios.

Fuente: jesuitas.lat

Reflexión del Evangelio – 2° Domingo de Cuaresma

Evangelio según San Mateo 17, 1 – 9

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.

Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.

De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”.

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.

Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”.

Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.

 

Reflexión del Evangelio por: P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Tengo ante mi en estos días la imagen de dos parejas enamoradas: una de ellas se casa en junio próximo y la otra cumple sus bodas de oro matrimoniales en enero del próximo año. Los primeros están experimentando el goce mágico de una pasión enamorada que los llena de entusiasmo para comenzar a caminar juntos; los segundos disfrutan del amor fiel y de la mutua compañía en la cima del camino, contemplando, sin acabar de creérselo, la distancia que han recorrido. Para ambas parejas el paisaje es muy distinto. Contemplan el mismo camino desde extremos, aparentemente, opuestos. Sin embargo, el amor que los sostiene tiene la misma raíz. Las dos parejas escuchan la misma palabra que les dice: “Levántense; no tengan miedo”. Esta raíz es la promesa que han recibido y que se va haciendo historia en el diario caminar del amor de Dios en ellos.

¿Quién sería capaz de embarcarse en un proyecto tan complejo como el matrimonio si antes no experimentara, de alguna forma, las mieles luminosas del paraíso que van a construir paso a paso? ¿Quién sería capaz de entrar en un seminario o en una casa de formación religiosa para consagrarse plena y definitivamente al seguimiento y al anuncio del Señor, sin estar, en cierto modo, borrachos de amor hacia Aquél que nos invita y por la misión a la que nos envía? No podríamos comenzar una tarea que abarque la totalidad de nuestra existencia, si nos quedáramos mirando solamente los inconvenientes y las contingencias del proceso, olvidando levantar la vista, por lo menos de vez en cuando, hacia el destino final que nos espera.

Pedro, Santiago y Juan, subieron con el Señor a un cerro muy alto y allí, como un relámpago en medio de una noche cerrada, se reveló para ellos el misterio último de la vida de Jesús. Pudieron contemplar al Señor transfigurado, recordando el brazo fuerte y extendido del Dios de Moisés, que era incapaz de soportar la esclavitud de su pueblo en Egipto y, al mismo tiempo, sintieron la brisa suave que refrescó el rostro del profeta Elías en el monte Horeb. “Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su cara brillaba como el sol, y su ropa se volvió blanca como la luz. En esto vieron a Moisés y Elías conversando con Jesús”. Ellos pensaron que habían llegado al final del camino y le propusieron al Señor que harían tres tiendas para quedarse allí para siempre. Sin embargo, el camino hacia el calvario apenas comenzaba y todavía tenían que acabar de subir a Jerusalén para asumir las dificultades y sufrimientos que les esperaban en la Ciudad Santa.

El sentido que tiene este evangelio, cuando comenzamos el tiempo de Cuaresma, es mostrarnos, precisamente, el final del camino, la promesa hacia la cual dirigimos nuestros pasos. El Señor nos concede muchas veces probar un poco las delicias del paraíso, en medio de las vicisitudes de nuestra existencia, para fortalecernos y animarnos a construir el amor fiel de la entrega total. El peligro que tiene la pareja que comienza su camino de amor es pensar que todo él será un jardín de rosas y no se decidan a construir día a día y paso a paso, una relación fiel que los lleve a vivir en plenitud. Y el riesgo que corren los que están a punto de llegar a sus bodas de oro es que olviden que algún día su corazón vibró apasionadamente y que lo que han ido edificando a lo largo de tantos años es exactamente lo que el Señor llama un amor que llega hasta el extremo.

Fuente: jesuitas.lat

Una nueva mirada en la reconciliación con Dios

Este escrito surge como reflexión al finalizar la tercera sesión del curso “Fundamentos para una cultura de la reconciliación”, con la ponencia de Xavier Melloni.

Por Núria Romay. 

La imagen inicial, una sala repleta que albergaba distintas generaciones, orígenes, historias, anhelos. Algunos, de pie, intentaban tomar algún apunte hasta asumir que no todo lo que se escucha y se siente puede ser anotado en un folio.  Otros pocos, junto con los que no gozamos del don de la puntualidad, nos encontramos sentados en el suelo, intuyendo que estar ahí abajo era señal de algo bueno. Así, desde una esquina y a la altura del suelo, pensamos que quizás seamos muchos los que nos vimos interpelados por el título de la sesión (“reconciliación con Dios”) y asistimos buscando alguna pauta o algún “truco” o alguna respuesta sobre cómo convivir con esta necesidad, a veces urgente, de reconciliarnos con Dios. Cada uno desde su lugar, desde el rincón donde se halla, junto con otros buscadores llamados a entrar a un mundo interior que a menudo supera lo que comprendemos y controlamos.

A lo largo de la sesión, Xavier Melloni hizo un recorrido por distintas imágenes que nos separan de Dios hasta encontrar una nueva mirada en la reconciliación con Dios. Comenzó situándonos ante el icono influyente en nuestra historia, del Dios Padre-Madre. Una imagen ambivalente y que para muchas generaciones llega a ser fuente de frustración. “Podemos decir que la existencia humana comienza desde una herida infinita, de sentirnos separados. Salimos del vientre materno para tener vida y dejar de morir. Al nacer aparecen dos figuras inmediatamente: el padre y la madre. Son ellos en forma de nosotros. Los vemos separados. La experiencia parental la proyectamos hacia el invisible y trascendente en dos momentos”: el del miedo al abandono de ese Dios-Madre unido a la relación normativa con la que se ha asociado a un Dios-Padre (que prohíbe y castiga. Esto lleva a Melloni a reconocer que mucho del ateísmo actual nace de “una atrofia del concepto nuestro de Dios“. Estas dinámicas que distorsionan la imagen de Dios  (transmisiones educativas repletas de limitaciones nuestras, el dominio de lo cognitivo más que emocional) no son sencillas de cambiar y requieren de un “giro”. Exacto: un giro. Un giro en la mirada, una nueva perspectiva que según Xavier Melloni pasa por “crecer hacia una fe madura, hacia un Dios que es maduro porque también, al mismo tiempo, nosotros maduramos”.

Aquello que nos permite reubicar el concepto de reconciliación con Dios se encuentra, precisamente, en el Jesús en la cruz y resucitado al tercer día. “En Jesús crucificado asumimos que somos sin el madre-padre que salva, eliminamos esta idea de salvación a través de un Padre poderosos que nos llevaría a la sensación de abandono ante la cruz” dice Xavier Melloni sj “y en el Jesús resucitado se asoma una forma de ver que el amor vence, atravesando la muerte, aceptando mi propia muerte ante una divinidad que se esconde. Pero allí donde se esconde, también se revela”. Y con esta certeza de una divinidad latente en lo humano de Jesús, podemos comprender qué supone la reconciliación con Dios en la medida que “Dios y lo humano están en la misma persona”.

Gracias a la muerte y resurrección de Jesús entendemos que la divinidad está junto a su ser más humano y que ambas dimensiones siguen siendo unidad, también, en nosotros. Justo ahí, llegados a este punto, Xavier Melloni nos planteó una nueva forma de entender esta dinámica de reconciliación. Un cambio en el lenguaje que llegó a cada rincón de aquella sala aún repleta “la reconciliación tiene que ver con una comprensión en la que nosotros también revelamos este Dios porque también somos humanos y divinidad a la vez. Y que es Dios quien está ahí, sosteniéndome, siendo presencia cuando desfallecemos”.

Tal vez fruto de una reacción espontánea, de aquel que siente que se le regala un fragmento de Verdad, brotó en silencio, casi como reactiva desde el suelo una pregunta: muy bien, y ahora entonces, ¿con quién nos reconciliamos si surge esta fuerte necesidad?

Xavier Melloni siguió mostrando que esta idea de reconciliación “es ya una forma arcaica porque sería hablar de reconciliarse con alguna cosa que está, también, en nosotros”. Puede que, al final, cada uno de nosotros, desde allí donde nos encontramos “con lo que nos hemos de reconciliar es con nuestros propios miedos: miedo a pensar que Dios es más infinito de lo que pensamos, miedo a ver nuestras limitaciones, miedo a intuir que no somos dos imágenes separadas, somos Dios y hombre una misma cosa”.

Fuente: Blog Cristianisme y Justícia

Los tiempos del verano

El verano puede ser un tiempo para volver la vista atrás y hacer balance del año, comenzando siempre por dar gracias.

Por Antonio Bohórquez, SJ

Después de un intenso curso, para los que contamos los años acudiendo al calendario escolar, el tiempo de verano nos brinda una oportunidad para profundizar en aspectos de nuestra vida que la actividad diaria, a veces un poco desenfrenada, no nos permite. Las vacaciones pueden ser un momento para acordarnos del relato del Génesis. Dios Padre, después de finalizar su obra y ver que era muy buena, al séptimo día, descansó. Podemos convertir nuestro tiempo estival en ese séptimo día que nos ayuda a contemplar lo realizado durante el año y ver que «ha sido muy bueno».

Quizá, por miedo a caer en la vanagloria, no nos paramos a contemplar lo que hacemos, pero hemos de dar gracias a Dios, no sólo por lo que hacen los demás sino también por lo que nosotros mismos hacemos, porque así contribuimos al plan de Dios. Todos hacemos cosas buenas. El verano puede ser un tiempo para volver la vista atrás y hacer balance del año, comenzando siempre por dar gracias.

Este tiempo que ahora comenzamos nos lleva de la mano a un ritmo distinto. El comienzo puede ser para parar y descansar, recuperar horas de sueño y, sobre todo, recuperar una mirada que vaya más allá de lo inmediato. Esa mirada que nos ayuda a fijarnos en lo bueno de nuestra vida, en tanto bien recibido este año y a lo largo de nuestra vida.

El verano es también tiempo de profundidad. En ese bucear en lo profundo puede ayudarnos la contemplación de la naturaleza. La playa con sus atardeceres, el monte con tanta variedad de vida, el campo que prepara sus frutos para la cosecha… nos hablan de la presencia misteriosa de Dios en su creación.

El verano, si lo vivimos con generosidad, puede ser también tiempo para los reencuentros. Podemos recuperar relaciones con amigos o familiares que las prisas del año han ido erosionando. Una buena conversación por la mañana con un buen café o por la noche mientras compartimos la mesa, son regalos que nos traen este tiempo.

Y el verano, además, puede ser tiempo para reencontrarnos con Dios. Hemos de partir de la máxima ignaciana «buscar y hallar a Dios en todas las cosas» y saber que todo lo anterior podemos vivirlo como búsqueda y relación con el Señor. Sin embargo, podemos encontrar en las vacaciones tiempos privilegiados para la celebración tranquila de la Eucaristía y para la oración personal. Oración que podemos hacer paseando, o contemplando el paisaje, leyendo la Palabra de Dios o en el silencio de nuestra habitación…

El verano es tiempo de reencuentro. Reencuentro con uno mismo, con los amigos y familiares y con el Señor que nos da, un año más, el regalo de parar y cambiar de ritmo. Escuchemos su voz que nos dice también a nosotros: «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco» (Mc 6, 31).

Fuente: Pastoral SJ

¿Dónde te metiste, Jesús?

Compartimos la Homilía preparada por Emmanuel Sicre SJ para la misa de los egresados 2019 del Colegio del Salvador.

Por Emmanuel Sicre, SJ

Hemos venido a este Templo a agradecer tanto bien recibido. Queremos decirle a Dios que hemos sido felices en este tiempo, que hemos dado nuestras batallas, que aquí estamos. Igual que la familia de Nazaret cada año para la Pascua como nos relata Lucas. Y en este contexto es que se Jesús se les desaparece.

¡Qué bonita familia!

Imagino que a muchos de uds. se les ha perdido Jesús alguna vez. Pensaban que estaba siempre en el mismo lugar, pero resulta que lo vas a buscar y no está. Se corrió, se movió, se te esfumó. En varias oportunidades nos pasa que nos sentimos alejados de él. Muchos tienen nostalgia de algunos encuentros con Jesús de otros tiempos o, simplemente, anhelan descubrir eso que todos llamamos Dios. Otros se cansan de no hallar nada y desisten, pero, me atrevo a decir, que conservan cierta inquietud.

Algunos cumplirán esos lindos ritos como ir a misa, comulgar, rezar, hacer la pausa, reconciliarse, hacer Ejercicios Espirituales, o conversar con Dios, tal como María, José y el niño que van al Templo “todos los años para la fiesta de la Pascua, como de costumbre”. Y nada, Jesús, se nos hace escurridizo igualmente.

¿Dónde está Jesús? ¿Por qué se nos escapa sin que nos demos cuenta? ¿Por qué nos despista así en algunos momentos de nuestra vida? ¿Qué pasa que creemos que está en donde debería estar –en la caravana de regreso, en lo conocido, en lo de siempre- y no? ¿Por qué nos deja angustiados saber que no lo podemos atrapar? ¡Qué Dios misterioso este Jesús!

Veamos qué hacen sus padres para “recuperarlo”.

“Caminaron todo un día”,

“comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos”,

“volvieron a Jerusalén”.

Quizá aquí encontremos una pista, chicos: Caminar, buscar y volver para hallar a Jesús.

Para encontrar a Jesús hay que caminar, como en la misión, o en el voluntariado, no por los pasillos balconeando para hacer tiempo y no llegar a clase, sino en la peregrinación para llegar a donde está lo que tanto deseamos en nuestra vida. Caminar todo un día, una semana, en fin, toda la vida, insistentemente, aunque nos dé pereza. Caminen, chicos.

Para encontrar a Jesús hay buscarlo, en medio de una caravana confusa –nuestro mundo, nuestra realidad-, entre quienes nos hablaron de Él, entre quienes lo conocen, entre quienes los aman: sus familias, sus amigos, sus educadores, sus referentes. Buscarlo, como tantas cosas que buscamos en internet, en las redes sociales, o en los lugares a donde vamos. Sean buscadores honestos, chicos.

Para encontrar a Jesús hay que volver al lugar donde lo encontré por última vez, según la clave del Evangelio. Ejercitar el músculo de la memoria y regresar al momento donde se detengan los afectos y me digan: “aquí es”. Aunque tenga que ir hasta cuando aprendí a rezar, o a la primera Comunión, o volver -como tantos- aquí a la comunidad del Colegio que me vio crecer. Vuelvan, esta es su casa, su Templo, su Iglesia, su comunidad. Vuelvan y encontrarán el sentido cuando se les pierda.

Con estas tres acciones, al tercer día hallarán a Jesús. El famoso 3 que nos habla del Dios Padre, hijo y Espíritu.

Supongamos ahora que, como María y José, encontramos a Jesús con sus 12 años, hecho un hombre para el mundo judío de su época –como uds. en la nuestra-, en el Templo, en el lugar donde habita Dios, tu corazón, el corazón del Colegio, sorprendiendo a todos los que lo oyen.

Entramos en relación con él y le preguntamos, tal como sus padres, con cierto tono de reproche: “¿por qué nos has hecho esto?”, ¿dónde te metiste?, ¿dónde estás?, ¿por qué nos desconcertás? Y él nos responde tan consciente de sí mismo y libre: tengo que ocuparme de la misión de Dios. Estoy empezando a crecer y me doy cuenta de que esto que hay en mí tiene que florecer, tiene que ser comunicado a tantas personas que sufren, que se sienten solas y abandonadas. Me estoy dando cuenta de que tengo una misión, que algo se me mueve interiormente con tanta fuerza que quiero darle toda mi vida. ¡Qué bella intuición la de Jesús!

Él con sus 12 años los provoca a uds. con 17/18 y los invita a reconocer cuál es su misión en el mundo de hoy. A qué están dispuestos a darle la vida. A descubrir qué les pide la vida para ser plenos. A sentir la responsabilidad de esa voz que por dentro les está hablando del futuro.

Quizá, como sus padres, no entendamos mucho lo que Dios nos dice hoy a nuestra vida y nos toque guardar las cosas que no comprendemos de este Dios intrépido en el corazón, como hace María.

Sin embargo, podremos seguir caminando con la esperanza de ser una familia, una comunidad, que busca y vuelve cada año a renovar su fe a los lugares donde la memoria nos conduzca.

Que Dios les ayude a caminar, buscar, y volver para hallar a Jesús.

Fuente: Blog Pequeñeces

Orar en un mundo ruidoso

La oración es ese equilibrio entre nuestro ruido interior y el ruido exterior.

Por Sebastián Zúñiga, SJ 

Vivimos en una época en la que nos es complicado estar en silencio: si no es el tráfico, es la televisión, y si no es el trabajo, son los estudios. Además, la tecnología tiene una participación activa en nuestras vidas; si bien ésta nos “descomplica” en varios sentidos, también nos mantiene ocupados, y hasta cierto punto, atados. Se ha vuelto muy común escuchar las frases: “no tengo tiempo”, “no voy a poder”, “me falta el tiempo”, etc. Las veinticuatro horas del día ya no son suficientes, y la semana se vuelve corta para realizar todo aquello que quisiéramos. En septiembre de 2016, se lanzó una campaña en Lima en la que la gente respondía: ¿Qué harías con más tiempo? Hubo varias respuestas en redes sociales con el hashtag #mastiempo como: estudiar, trabajar, viajar, aprender, desarrollar una habilidad, divertirse, dormir. La gente es consciente de la agitación en la que está inmersa y quisiera poder tener más tiempo para sí.

Este constante ajetreo nos ha acostumbrado a escuchar y aceptar todos los sonidos que hay afuera: música, publicidad, tráfico, comercio. Pero ¿qué sucede con el ruido que traemos dentro? El externo tiene un mayor volumen y hace que no nos preocupemos –ni escuchemos- lo que tenemos en nuestro interior. Este ruido externo muchas veces es atractivo y se vuelve melodioso a nuestros oídos: redes sociales, consumismo; en ellos encontramos nuestro refugio, nuestro centro. Simplemente es complicado tener silencio, estar ocupado y tener ruido se ha vuelto parte de nuestra vida. Y esto ha provocado que se dejen de lado los espacios de intimidad y reflexión con Dios.

Mientras escribía este artículo googleé “personas orando”, casi todas las imágenes que aparecían, hacían alusión a templos o montañas desérticas; ciertamente, es muy complicado que nos podamos desplazar a dichos lugares, pero la verdad es que la oración no tiene un lugar específico. Se puede orar mientras nos movilizamos a nuestros trabajos, o durante un break en cualquier parte del día. Porque el centro de la oración no responde a un lugar, sino a una actitud: la de encuentro con el Señor

Al inicio de este texto mencioné la participación activa de la tecnología en nuestras vidas, ella no solo nos permite comunicarnos o hacer más eficiente nuestro trabajo, sino que puede convertirse en una herramienta de reflexión personal. Vivimos en una época en la que los medios digitales se han vuelto parte de nosotros, es común pues, que revisemos nuestras redes sociales desde el teléfono móvil o computador. En esta dinámica varios grupos han optado por brindar espacios de oración y reflexión por medios digitales, está así –por poner ejemplos- la aplicación Rezando Voy, el sitio web www.pastoralsj.org; y en las distintas redes sociales podemos encontrar una gran cantidad de religiosos y laicos que con sus posts o videos, nos comparten material para hacer un alto y poder reflexionar. Se nos muestra una alternativa a la “oración tradicional”, es posible, entonces, orar en nuestro centro de estudio, trabajo o cuando nos estamos movilizando.

Retomando el tema del ruido, nosotros no podemos desconectarnos del mundo ni dejar de atender lo que está sucediendo, todo ese ruido externo (corrupción, hambre, injusticia, discriminación) debe hacer eco en nosotros, interpelarnos y cuestionarnos. No podemos ignorarlo o descartarlo, se vuelve parte de nuestra realidad y como cristianos, es nuestra misión orar por la problemática que aqueja a nuestra sociedad, país y planeta. Nuestra oración tendrá sentido en cuanto nos sepa poner en marcha y nos dé esa capacidad de salir al encuentro del otro.

En síntesis, la oración es ese equilibrio entre nuestro ruido interior y el ruido exterior, y éste puede ser alcanzado de múltiples maneras, tenemos la libertad de escoger aquella en la que nos sintamos más cómodos, más acompañados, más con Dios. Y tú, ¿cómo alcanzas este equilibrio?

Fuente: blog esejotas

Richard Delvalle SJ y la experiencia de los ejercicios espirituales en Guaraní

Richard Delvalle SJ es un jesuita paraguayo que se encuentra en Argentina realizando sus estudios en Filosofía y Humanidades. Vive en la ciudad de Córdoba, sin embargo, el último fin de semana de octubre se trasladó a San Miguel (provincia de Buenos Aires) para realizar una tanda de ejercicios espirituales en guaraní. 

Por Richard Delvalle SJ

El pasado fin de semana del 25 al 27 de octubre se llevó a cabo un retiro espiritual, con la modalidad de los ejercicios espirituales ignacianos  en el Centro Loyola ubicado San Miguel, provincia de Buenos Aires.  

Los principales protagonistas de esta actividad fueron los inmigrantes pertenecientes a la colectividad paraguaya que viven en esta localidad bonaerense.  Participaron unas 25 personas. El equipo coordinador de la actividad estaba compuesto por dos jesuitas paraguayos, quienes se encargaron de dar los puntos, acompañar a las personas y organizar el cronograma de actividades; y cuatro argentinos. EL retiro comenzó el viernes 25 de octubre.

Los participantes se alojaron en los cuartos del Centro Loyola y se utilizó, a su vez, el comedor de este. El patio del colegio Máximo fue el lugar de oración. 

Durante el retiro se propusieron  dos bloques de oración por la mañana y dos por la tarde. El cierre del retiro se dio con una misa antes del almuerzo de despedida del domingo. 

El fin de semana  estuvo cargado de emociones fuertes. Los ejercitantes manifestaron una profunda experiencia de encuentro con Dios y, a la vez, encuentro con su cultura y costumbres. Por la mañana se tomaba mate en clave de conversaciones espirituales. Luego de la media mañana se hacía el compartir alrededor del refrescante tereré paraguayo. La vivencia de amistad y el compromiso de unidad entre compatriotas se notó y se sintió con profundidad. 

Las oraciones previstas tenían acento en las Prioridades Apostólicas Universales que hoy impregnan la labor de toda la Compañía. En cada compartir, los participantes hablaban de la invitación que sentían a apropiarse de dichas prioridades y de poder vivir con mayor conciencia tales aspectos de la misión. 

Al final, las personas agradecieron el espacio y pidieron que no se pierda esta instancia anual, ya que es el único momento del año en que se pueden encontrar con Dios cara a cara.  Es también, el único fin de semana del año en el cual hacen una pausa para pensar sus vidas y para vivir el silencio como descanso.  

Los acompañantes, al terminar el retiro, se mostraron contentos con lo vivido y con el modo en que los ejercitantes aprovecharon esta instancia espiritual. Los dos paraguayos escolares jesuitas agradecieron la fraternal acogida de la comunidad jesuita del Máximo y el buen ambiente y servicio que brindó el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) especialmente los referentes de San Miguel, Buenos Aires.