Arturo Sosa, S.J: “No podemos Resignarnos ante este Mundo de Injusticias”
Desde que el venezolano Arturo Sosa Abascal, fue electo como el 30º sucesor de San Ignacio de Loyola al frente de la Compañía de Jesús, ha tenido varias entrevistas en las que ha respondido sobre los más variados tópicos. Esta no es la excepción. Las llamadas del Papa Francisco, el rumbo de la Compañía de Jesús tras la Congregación General, su pasado en Venezuela, los ejercicios espirituales y la realidad global a la luz del fenómeno de la inmigración, son algunos de los temas que se tocan en esta entrevista.
Luigi Accattoli, publicado en el diario Corriere della Sera
A continuación, la entrevista
Padre Arturo Sosa Abascal, el primer mensaje que usted recibió del papa jesuita después de su elección como General de la Compañía de Jesús fue “Sea valiente”. ¿Qué quería decir el Papa?
Lo entendí como parte del llamado a la salida que él hace a toda la iglesia: refórmense y salgan, tengan el valor de encontrar a la humanidad de hoy con sus problemas. La humanidad real y toda la humanidad, sin seleccionar aquella que nos gustaría y sin detenernos en la que ya conocemos. El valor de pensar libremente y también de pensar algo que todavía no fue pensado. El valor de no tener miedo de incomodar al mundo y a la Iglesia, pero antes que nada, a nosotros mismos. Son elecciones exigentes. Para cumplirlas hasta el final, la Compañía no debe parar para defenderse a sí misma y no debe conformarse con lo que existe ni con lo que la Iglesia es.
Poco después de esa exhortación venida de Francisco, en la primera homilía como General usted habló de la audacia de lo improbable y hasta de lo imposible. ¿La presencia de un papa jesuita no los estaría contagiando?
No, no dejamos que eso pase por la cabeza. No es de hoy que la espiritualidad de la Compañía de Jesús busca un más allá, no se detiene en lo existente. Es la regla del magis, esto es, de lo más, como nosotros decimos. Esa intuición llegó a mí del maestro de los dominicanos, Bruno Cadorè, que en la homilía que profirió para nosotros, como prólogo de la Congregación General, nos invitó a tener la audacia de lo improbable, proponiéndola justamente como la actitud de las personas de fe que intentan testimoniar a Cristo ante la humanidad de hoy y para hacer eso, necesitan dejar atrás el miedo y remar hacia alta mar. Ese recordatorio me agradó, pero me pareció que se podía decir más y así llegué a la propuesta de no parar en lo improbable y de mirar hacia lo imposible.
¿En esa mirada hacia lo imposible no hay algo de excesivo? ¿Un ápice de locura?
Sí. Pero es la locura de la fe. Porque miramos hacia lo improbable y hacia lo imposible –como lo es la obra de proponer el Evangelio a la humanidad de hoy- no basándonos en nuestra audacia, sino en aquella que brota del llamado del Señor. Si nuestra fe es como la de María, la madre de Jesús y Madre de la Compañía de Jesús, nuestra audacia puede llegar a lo imposible, porque nada es imposible para Dios, como proclama el arcángel Gabriel en la escena de la Anunciación.
¿Usted a qué imposible alude? En el caso de María, se trataba de concebir un hijo sin el aporte de un hombre, pero ese imposible le había sido propuesto por un ángel: los jesuitas ¿a dónde deberían ir a buscarlo?
El imposible del que hablo es salir de los esquemas que nos son impuestos por la realidad que nos rodea. Fácilmente, la humanidad se convence de que no es posible otro mundo sino este, otra convivencia sino aquella en la que nos movemos hoy. Por lo tanto, se trata de ir más allá de lo existente. Somos llamados a ello ya como criaturas, porque hemos sido hechos a imagen y semejanza del Creador, y por lo tanto debemos ser creativos. Yo pienso en todas las veces que Jesús, en los evangelios, reprende a los discípulos por su poca fe y les dice: si ustedes tuvieran aunque sea un grano de fe, podrían hacer esto y aquello.
¿Qué ayuda puede dar a la humanidad de hoy la pedagogía de la Compañía de Jesús (totalmente dirigida a la formación del individuo, mientras que el mundo está totalmente orientado hacia lo económico y lo social)?
La pedagogía de los Ejercicios Espirituales, como se titula la obra más importante de nuestro fundador, es un mensaje importante para la cultura de hoy, que es –siempre se dice- una cultura de la imagen y San Ignacio considera la imagen como algo muy importante. Él siempre invita a aquel que hace los Ejercicios a contemplar a Jesús, de acuerdo con las diversas escenas propuestas por los Evangelios; no se trata de una contemplación pasiva, sino de una visión de lugar y de los personajes, encaminada a captar la dinámica de la acción evangélica en la cual la persona se puede disponer para participar de ésta. Es decir, orientada a un discernimiento y a una decisión que no se quedan en lo íntimo sino que se encaminan hacia la acción.
De acuerdo, pero ¿usted no considera que los Ejercicios Espirituales enseñados por Ignacio de Loyola son excesivamente introspectivos hoy en día?
De acuerdo con mi experiencia, los Ejercicios Espirituales llevan hacia el afuera. Ellos entran para dar frutos. Tienden a motivar a la persona a salir para los demás y para Dios. Se trata –dice Ignacio en el párrafo 189 de los Ejercicios- de “salir del propio amor, saber e interés”. En esa dinámica, hay profundidad teológica, porque el pecado no es solo la transgresión de un mandamiento, sino también, en el fondo, es encerrarse en sí mismo, el triunfo del egoísmo. Los ejercicios procuran superar ese cierre, están guiados por una lógica expansiva, que es la del lavatorio, en el que Jesús dice: Así como yo os he hecho, vosotros también hagáis los unos a los otros.
En el pasado, en su patria venezolana, usted se “ensució las manos” de varias maneras con una situación política siempre hirviente…
Muchas veces me ensucié las manos, pero después también las lavé…
Es verdad: usted admitió el error y corrigió poco a poco análisis y juicios, pero debido a estos precedentes su elección también fue criticada por sus posiciones políticas pasadas. ¿Qué responde a las críticas?
Cualquier cosa que se diga o se haga en Venezuela y sobre Venezuela es criticada. Nuestro drama es que no somos capaces de escuchar. Cuando alguien habla se intenta encajarlo, antes que escuchar lo que tiene para decir. Esa situación de diálogo entre sordos ya lleva más de 25 años, se remonta a antes del chavismo. Muchas veces me vi en encuentros en los que alguien, después de un discurso mío, sea cual fuere el contenido, venía a gritarme en la cara: pero usted está a favor o en contra? “Véalo usted mismo”, yo respondía. Yo quiero para el pueblo de Venezuela un mundo mucho mejor del que ya existe ahora, estoy seguro que es posible realizarlo, y fue por eso que me esforcé mientras estaba allá. También estoy convencido de que sólo se puede llegar a un cambio de verdad por la vía política, excluyendo el uso de la violencia, y que el primer paso que se debe dar es el de entenderse entre diferentes, de reconocerse los unos a los otros.
Muchas veces las críticas que los jesuitas latinoamericanos reciben son las mismas que el papa jesuita latinoamericano recibe. ¿Qué diría usted a quien defiende que ustedes hacen demasiada política y una política que parece ser casi siempre de izquierda, si es que hoy esa categoría todavía tiene sentido?
A mi modo de ver, nosotros hacemos poca política: deberíamos hacer más. Me refiero a la alta política, no a la de las facciones. Para entender mi favor para con la Política, con mayúscula, tenga en cuenta que mi campo de estudios es el de las Ciencias Políticas. Estoy convencido de que sin política no es posible una verdadera vida humana, ni la lucha por la justicia. El lema del general Von Clausewitz de que la guerra es la “continuación de la política por otros medios” está profundamente errado: la guerra niega la política, que es el lugar de construcción de la convivencia. Ésta declara su derrota. El cristiano no se puede alienar de la política, pues tiene que ver con la dimensión social del Evangelio. Mi compromiso -cuando estaba en Venezuela y también ahora – es el de colocarme en ese nivel de compromiso político. La diferencia entre derecha e izquierda me parece cada día más inútil, una cuestión de rótulo. La sustancia es que nuestra fe cristiana nos lleva a la lucha por la justicia. El fiel no puede resignarse ante un mundo que está lleno de injusticias.
¿Qué tiene usted en mente cuando pronuncia esas palabras sobre las injusticias?
Pienso en el poder económico que domina el planeta, el narcotráfico, el comercio de armas, el tráfico de personas. Pienso en la creciente y antievangélica brecha entre ricos y pobres: en las últimas décadas esa zanja creció. En la liturgia, invocamos el advenimiento de un “reino de justicia, de amor y de paz” y por lo tanto, el cristiano no podrá aprobar esa tendencia.
¿Qué le dice a las personas de derecha que se escandalizan con su supuesta tendencia a la izquierda?
Yo no quiero polemizar con aquellos que están en la derecha. Mi argumento va hacia aquellos que se oponen a todo cambio; los enemigos de lo nuevo también pueden estar en la izquierda. Yo pienso que esos opositores son personas ideológicamente rígidas e íntimamente inseguras, que necesitan mantener las cosas firmes para encontrar seguridad en lo ya conocido. Necesitan un terreno seguro para apoyar los pies, mientras que el Evangelio nos eleva del suelo y nos deja en el aire “he venido a traer fuego”, “Hago nuevas todas las cosas”.
Sus palabras hacia los enemigos del cambio se parecen a las que Francisco muchas veces dirige a los católicos que se oponen a las reformas. ¿Usted qué opina sobre las contestaciones al papa que vienen de adentro de la Iglesia?
Veo las críticas hechas al papa, hoy con más libertad que ayer, como un fruto del clima que él mismo creó, invitando a un debate abierto y a decir con franqueza la propia convicción. Varias veces él invitó a la parresía, que justamente, significa decir una palabra sincera. Francisco es capaz de escuchar opiniones diferentes a las suyas. Esa escucha es útil en todos los niveles de la Iglesia. Nuestro tiempo pide decisiones nuevas, y para ir hacia lo nuevo, es necesario un debate amplio.
¿Usted qué piensa de la carta de los cuatro cardenales, que pidieron que el papa aclare cinco “dudas” sobre la exhortación Amoris laetitia? Francisco todavía no respondió y ellos publicaron la carta: usted ¿está preocupado por ese desgloce?
No estoy preocupado. Ellos cuatro tomaron la libertad de expresión a la cual el papa había invitado. Me gusta que eso pase. En nuestro lenguaje de jesuitas se dice que es necesario conocer la opinión de todos para llegar un verdadero discernimiento comunitario. Naturalmente, el juego debe ser leal: si alguien pide una aclaración porque no entendió, estamos en lealtad. El caso sería diferente en relación a aquellos que critican instrumentalmente por un cálculo de conveniencia o que hacen preguntas para crear problemas.
En uno de sus primeros compromisos públicos después de la elección, usted dijo que actualmente en China están presentes 12 jesuitas y que el gobierno sabe de su presencia. ¿Qué decirle a esos pioneros?
Gracias por estar ahí, gracias por haber respondido al llamado de una misión difícil. Ellos hacen un trabajo no religioso: enseñan idiomas, matemática, física, disciplinas económicas y administrativas. Son testimonio de una posibilidad de convivencia, de proximidad humana.
Mateo Ricci, gran jesuita, intentó hacerse “chino con los chinos”. ¿Hoy en día, nosotros los europeos deberíamos hacernos africanos y árabes con los africanos y árabes que llegan aquí?
El criterio de la inculturación, es decir, el de entrar completamente en la cultura del pueblo al cual somos enviados, siempre estuvo en el centro de la estrategia misionera de los jesuitas. Hoy además, somos de hecho una Compañía multicultural. La mayoría de nosotros ya no es europea. El desafío de hoy es la interculturalidad: en la Compañía, en la Iglesia, en el mundo. En el mestizaje de personas hay algo del rostro de Dios.
Pero, ¿qué Europa, qué Estados Unidos de América tendremos mañana con el crecimiento de los inmigrantes y la caída de los nativos?
Todos los pueblos nacieron de la mezcla, Europa y Estados Unidos aún más que otros. Y a partir de la mezcla, obtuvieron sus grandes recursos. La llegada de personas nuevas es un trauma, pero también es una esperanza. Pienso que la Europa y los Estados Unidos de mañana serán mejor con esa variedad renovada. El esfuerzo nos hace más humanos, nos saca de nuestras convicciones para ayudarnos a aceptar a los recién llegados. Cuando era joven leí a Teilhard de Chardin y a partir de ese jesuita genial, aprendí a cultivar el optimismo en los tiempos largos.
¿Por qué la Compañía de Jesús ya no se atiene a la regla que prohibía a los jesuitas aceptar cargos eclesiásticos como un episcopado, cardenalato o papado? ¿Ustedes ya no creen que su fundador tenía buenas razones para prohibir a los compañeros todo acceso al poder?
Creemos que las tenía y todavía nos atenemos a aquella regla, pero en la novedad de los tiempos. Yo explico la novedad con el ejemplo de los párrocos. El fundador no quería que los jesuitas fueran párrocos, y nosotros no lo fuimos por mucho tiempo. Porque entonces las parroquias tenían beneficios, a saber: propiedades, configuraban una situación segura, un prestigio social; mientras que el criterio misionero dictado por San Ignacio nos dirigía hacia la elección de los lugares olvidados, de las fronteras, lugares de los que otros huían. Hoy ser párroco ya no es una fuente de prestigio y hoy tenemos centenas de parroquias en todo el mundo. Algo semejante vale para el episcopado. Estuve recientemente en el juramento del hermano Paolo Bizzetti, que fue enviado a Turquía como vicario apostólico de Anatolia para asumir el lugar del mártir Luigi Padovese y juró sobre la Biblia de Padovesse que tiene la huella de la bala que lo mató. A ser obispo allá, así como en tantos otros lugares de misión, nadie quiere ir.
Pero algunas veces vemos que un jesuita se vuelve arzobispo de Milán o de Buenos Aires…
Eso también sucedía en el pasado, tuvimos cardenales jesuitas desde el siglo XVI. Para un nombre conocido, piense en el cardenal y santo Roberto Belarmino. Eso significa que el papa los obligó a aceptar esa nominación. Usted sabe que tenemos un voto especial de obediencia al papa.
¿Qué pide Dios a los jesuitas en esta época de grandes transformaciones, y los jesuitas qué le piden a Dios?
Pedimos la consolación, que es la palabra ignaciana que debe ser totalmente entendida: no es la alegría del corazón, sino la confirmación interior de la misión recibida. La seguridad de que aquello para lo cual soy llamado es lo que el Señor quiere de mi. La actitud de Jesús en el Huerto: aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya.
¿Y Dios qué les pide?
Pienso que Él nos pide, como siempre y a todos, ir y anunciar el Evangelio. Específicamente, él nos pide que nos pongamos en los puestos de frontera de los que hablábamos, en aquellos nuevos o peligrosos en donde se arriesga la vida. Y quedarnos allí. En Turquía, como mencionaba. En China. En los centros de acogida a refugiados. En la zonas de luchas tribales. En las tierras en donde están los más pobres de los pobres.
Fuente: CPAL Social