Como hace ya 6 años, se realizó el recreativo de verano en la obra de Manos Abiertas Entre Rios (Concordia), la escuela San Roque González.
Voluntarios deManos Abiertas Santa Fey miembros de la comunidad delColegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, viajaron hasta el barrio de Benito Legerén para brindarles a los alumnos de 1ro a 6to año del colegio unas «Clases Encubiertas» a mitad de sus vacaciones de verano que incluían Pileta, Aula (Matemática y Lengua), Inglés, Deportes, Computación, Plástica y Caminata (Sorpresa).
Por la tarde y de a 3 salieron a visitar cada una de las casas del barrio, otros realizaron la capacitación GIA a los alumnos de 5to año (Secundaria), también se realizó apoyo escolar a los chicos del hogar y por último juegos y actividades con los jóvenes-adolescentes del barrio.
Para los que no conocen, Benito Legerén es un barrio que está a unos 10 Km del centro de Concordia y que quedó muy marginado cuando se funde uno de los frigoríficos más grandes que tenía la Argentina en ese momento.
Nacido el 14 de noviembre de 1907 en Bilbao, en el seno de una familia acomodada, último de cinco hijos, su padre era arquitecto y su madre hija de un médico, ambos profundamente creyentes. Niño vivaz y estudiante extraordinario, como alumno de los Escolapios con once años entró en la Congregación Mariana, en cuya revista “Flores y Frutos” escribió en marzo 1923 un breve artículo sobre San Francisco Javier, Japón y las Misiones. No podía sospechar entonces el joven que quince años más tarde él mismo habría de seguir, como misionero, las huellas de Francisco en Japón.
Ese mismo año empezó los estudios de Medicina en Madrid; era un excelente estudiante. Amaba extraordinariamente la música, iba con frecuencia a la ópera y con su hermosa voz de barítono cantaría más tarde en ocasiones especiales, como misionero en Japón e incluso como Prepósito General.
Un compañero de estudios le invitó a hacerse miembro de las Conferencias de San Vicente y a visitar familias pobres en los suburbios de Madrid, experiencia que después describió del modo siguiente: “Aquello, lo confieso, fue un mundo nuevo para mí. Me encontré con el dolor terrible de la miseria y el abandono. Viudas cargadas de hijos, que pedían pan sin que nadie pudiera dárselo; enfermos que mendigaban la caridad de una medicina sin que ningún samaritano se la otorgase…”
En julio de 1926, durante sus prácticas con los enfermos, viajó a Lourdes, donde fue testigo de tres curaciones extraordinarias: una religiosa paralítica pudo volver a caminar al paso de la custodia; una mujer con cáncer de estómago en estado terminal, curada en tres días; un joven con parálisis infantil que saltó de su silla de ruedas en el momento de la bendición eucarística. Sobre ellos escribió: “Sentí a Dios tan cerca en sus milagros, que me arrastró violentamente detrás de Sí.” Impresionado por las experiencias de Lourdes, maduró su decisión de hacerse jesuita.
El 25 de enero de 1927 Pedro Arrupe entró en el noviciado de la provincia jesuítica de Castilla, en Loyola, e hizo sus primeros votos en diciembre de 1928. Durante los Ejercicios Espirituales de ocho días en su primer año de juniorado despertó en él la llamada misionera, por lo que tras consultar a su director espiritual escribió una carta al General de la Orden, Wladimiro Ledóchowski, con la petición de ser enviado a Japón. Sin embargo, sólo recibió una lacónica respuesta, que no decía nada sobre el futuro. Un año después escribió una nueva carta y recibió la misma contestación. Quedó el joven jesuita profundamente decepcionado, pero más tarde, ya General, diría que él habría reaccionado de la misma manera a una carta semejante de un joven jesuita.
En 1931, Arrupe comenzó sus estudios de Filosofía en el Colegio Máximo de Oña, Burgos. En 1932 el anticlericalismo republicano llevó a la expulsión de la Compañía de Jesús de España y los jóvenes jesuitas debieron continuar sus estudios en el destierro, en Marneffe (Bélgica). De 1933 a 1936 Pedro Arrupe estudió Teología en el Colegio de Valkenburg, en Holanda, con los jesuitas alemanes. El 30 de julio de 1936, fue ordenado sacerdote con otros 40 compañeros jesuitas de su provincia, pero ningún familiar suyo pudo estar presente en la ordenación, pues en España acababa de estallar la Guerra Civil. En 1936, inesperadamente, su provincial le envió a Estados Unidos a especializarse en ética de la medicina. De 1937 a 1938 hizo en Cleveland (Ohio) su tercera probación, y, por fin, el 7 de junio de 1938 recibió la tan deseada carta del General que le destinaba a Japón. Antes de partir para Japón pasó algunos meses de trabajo pastoral en una prisión de alta seguridad en Nueva York, donde en poco tiempo se ganó el corazón de los presos.
El 30 de septiembre de 1938, en Seattle, comenzó la travesía hacia Japón. Al llegar, experimentó no pocas dificultades: lengua extranjera, costumbres japonesas, comida japonesa, pero el joven misionero no se echó atrás, sino que siguiendo la tradición de los más venerables misioneros de la Compañía, se sumergió en la cultura japonesa y así se ejercitó en el tiro del arco, en la ceremonia del té, en la meditación Zen y en el arte de escribir japonés. Su primer destino fue de párroco en la ciudad de Yamaguchi, en la región de Chugoku sobre la isla de Honshu.
Poco antes de la entrada de Japón en la Segunda Guerra Mundial, el 8 de noviembre de 1941, el P. Pedro, sospechoso de ser espía, fue encarcelado. Pasó semanas llenas de inseguridad y privaciones en una prisión militar hasta el 12 de enero de 1942: “Aprendí la ciencia del silencio, de la soledad, de la pobreza severa y austera, del diálogo interior con el huésped del alma -‘hospes animae’-, que nunca se me ha mostrado más ‘dulcis’”. Le conmovía profundamente que los feligreses de su parroquia en Nochebuena se arriesgasen a cantar un villancico de Navidad ante la celda de su cárcel.
En 1942, el P. Pedro fue nombrado maestro de novicios y pasó a Nagatsuka, cerca de Hiroshima. El 6 de agosto de 1945 fue testigo de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima: un relámpago, como un fogonazo de magnesio, cortó el cielo. 80.000 personas murieron en el acto; más de 100.000 quedaron heridas. El noviciado, distante siete kilómetros del centro de la ciudad, fue seriamente dañado, pero ninguno de los 35 novicios resultó herido. El P. Pedro fue a la capilla y pidió luz al Señor en aquella terrible oscuridad. Decidió convertir el noviciado en un improvisado hospital, retomando los conocimientos de sus interrumpidos estudios de medicina, y en condiciones de lo más primitivo y sin anestesia, tuvo que hacer operaciones muy complejas y limpiar heridas gravísimas. De los 150 pacientes que atendió durante meses, sólo dos murieron.
El 22 de marzo de 1954, fue nombrado Viceprovincial de la Viceprovincia de Japón, que en 1958 fue erigida Provincia independiente y entonces fue su primer Provincial. Poco a poco el número de jesuitas creció en Japón, de 126 en el año 1954 a 426 en el año 1961. El P. Pedro desarrolló una impresionante actividad, para algunos demasiado acelerada, por lo que el gobierno general de la Orden en Roma en 1964 nombró Visitador al holandés Padre George Kester, quien debía elaborar un informe sobre la provincia de Japón. Como General recién elegido, el P. Pedro se convertirá en el destinatario del informe.
De hecho, el 22 de mayo de 1965 Pedro Arrupe había sido elegido 28º General de la Compañía de Jesús, después del belga Johann Baptist Janssens (1889-1964), que había dirigido la Compañía desde 1942. En una ajustada elección, entre los cuatro candidatos salió elegido en la tercera ronda, prevaleció sobre el italiano Pablo Dezza, anterior rector de la Pontificia Universidad Gregoriana, que era el candidato del “ala conservadora”. Comenzó así un generalato que ha pasado a la Historia por su carácter polémico.
Con él se iniciaron en la Compañía los cambios para afrontar los tiempos azarosos y renovadores en los que entraba la sociedad humana y, muy especialmente, la Iglesia después del Concilio Vaticano II, cambios que para muchos no estaban en consonancia ni con la primigenia espiritualidad ignaciana ni con la propia tradición de la Iglesia. Por las decisiones tomadas durante su generalato tuvo que sufrir incomprensiones y contradicciones de todas partes, incluso, a veces, de las más altas instancias de la Iglesia. De hecho, sus detractores llegaron a decir de él que “un vasco (san Ignacio de Loyola) había fundado los Jesuitas y otro los iba a destruir”. Pero, se opine como se opine, lo cierto es que el P. Arrupe marcó unos derroteros hoy ya imborrables para la Compañía de Jesús, que no dejaron de influir también en otros sectores de la Iglesia.
Las consecuencias no se dejaron esperar. En 1965, al concluir el Vaticano II, había treinta y seis mil jesuitas. En 1975 la lenta captación de nuevos miembros y las renuncias al ministerio habían reducido la cantidad a veintinueve mil. Seguiría disminuyendo durante el resto de la década, y también en la de los ochenta, aunque en países como India se acelerase el reclutamiento. A pesar de ello, los jesuitas seguían constituyendo una influencia de primer orden entre muchas comunidades religiosas, tanto masculinas como femeninas. Históricamente habían desempeñado un papel protagonista, y tampoco faltaba quien considerase que la dirección que habían tomado desde el Vaticano II era el camino del futuro. A fin de cuentas había sido confirmada y refrendada con entusiasmo por la trigésima segunda congregación general de la Compañía, celebrada en 1974.
Pablo VI siguió especialmente de cerca y con preocupación la evolución de los acontecimientos en la Compañía de Jesús, y ello por diversas razones: por la importancia que tenía en la vida de la Iglesia universal y, también, por la condición que le correspondía de Superior supremo de la Compañía, derivada del vínculo particular que, desde su fundación, ligaba la Orden al Romano Pontífice. Dos preocupaciones primordiales inspiraron la actuación de Pablo VI: La salvaguarda de la integridad de la Formula Instituti -su constitución orgánica- y la fidelidad de la Compañía a sus fines propios. En una carta dirigida al P. Arrupe el 15 de febrero 1975, el Papa escribió: “No se puede introducir novedad alguna con respecto al cuarto voto. Como supremo tutor y garante de la Formula Instituti y como Pastor universal de la Iglesia, no podemos permitir que sufra la menor quiebra este punto, que constituye uno de los fundamentos de la Compañía de Jesús”.
El 11 de diciembre de 1978, el P. Arrupe tuvo su primera audiencia con Juan Pablo II para jurar obediencia al nuevo Papa en representación de la orden. Diez meses más tarde, en la asamblea de presidentes de la Conferencia Jesuita (que se reunían una vez al año para acometer un análisis internacional de la Compañía), Juan Pablo II se dirigió al grupo por invitación del P. Arrupe. El mensaje fue categórico, y sorprendió a los oyentes. El Papa dijo que el escaso tiempo de que disponían le impedía enumerar todo lo positivo que estaba haciendo la Compañía. No obstante, Juan Pablo II fue al grano: “Deseo deciros que habéis sido motivo de preocupación para mis predecesores, y que lo sois para el Papa que os habla”. Por si no bastara con tan rotundo desafío, el Papa envió al Prepósito unas palabras críticas destinadas a ser leídas al gobierno central de la Compañía por Juan Pablo I, cuya muerte lo había impedido, añadiendo que él estaba de acuerdo con todo.
Cuenta George Weigel en su biografía de Juan Pablo II que, en junio de 1979, el P. Arrupe empezó a mantener conversaciones confidenciales con los cuatro asistentes generales de la Compañía, sus asesores más directos, sobre la posibilidad de jubilarse. Les dijo que había sido elegido ad vitalitatem, no ad vitam (mientras tuviera vitalidad, no vida), y que sentía menguar sus energías. Seis meses después, el 3 de enero de 1980, volvió a entrevistarse con el Papa para organizar otra reunión, a la que acudió con sus asistentes generales con objeto de que estos expusieran sus ideas sobre el porvenir de la Compañía y averiguaran cómo encajaban en las metas del pontificado. El Papa estuvo de acuerdo, pero no se puso fecha a la reunión.
El P. Arrupe siguió pensando en la dimisión. En febrero de 1980 comunicó a sus cuatro asistentes generales que ya no tenía dudas sobre su decisión de dimitir. Durante la primera semana de marzo pidió a los asistentes un voto consultivo sobre su dimisión, alegando la edad como motivo de peso suficiente, el que exigían las constituciones jesuíticas. Después de una semana de reflexión oficial, los asistentes confirmaron que el Prepósito contaba con motivos suficientes para la dimisión. Su veredicto fue comunicado al general por el primer asistente, un estadounidense, el P. Vincent O’Keefe. Siguiendo el procedimiento establecido, se consultó a los ochenta y cinco provinciales jesuitas repartidos por todo el mundo, y el sí obtuvo una mayoría abrumadora.
Según las constituciones de la Compañía, el P. Arrupe tenía la obligación de convocar una congregación general, órgano legislativo supremo de la Compañía y único cuerpo con poder para aceptar o rechazar su dimisión, así se lo explicó a Juan Pablo II el 18 de abril de 1980, en audiencia privada. El Papa manifestó su sorpresa por el hecho de que el proceso de dimisión hubiera llegado tan lejos, y preguntó al P. Arrupe qué papel desempeñaba el Pontífice en todo ello, suponiendo que desempeñara alguno. El religioso le explicó que las constituciones de la Compañía no le atribuían ninguno, aunque la práctica consistiera en consultar al Papa cada vez que se hacían planes para una congregación general. A continuación, el Papa preguntó al Prepósito qué pensaba hacer si él se mostraba contrario a la dimisión. El P. Arrupe contestó que el Papa era su superior, con lo que Juan Pablo II dio fin a la audiencia diciendo que reflexionaría sobre el problema y que le escribiría una carta.
Dos semanas después, el 1 de mayo, el Pontífice pidió por carta al P. Arrupe que no dimitiera ni convocara una congregación general, por el bien de la Compañía y el de la Iglesia. Añadió que a su regreso de África entablarían un diálogo para resolver el problema. Los asistentes generales del General interpretaron que por fin conseguirían su reunión con el Papa, pero se demostró que no era ésa la idea de Juan Pablo II. Dicha reunión tuvo que esperar hasta el 17 de enero de 1981 y, en esta ocasión, no dio frutos.
Entretanto, la prensa italiana seguía especulando sobre las malas relaciones entre el Vaticano y la Compañía de Jesús. Los dos hombres volvieron a reunirse el 13 de abril de 1981. Juan Pablo II dijo al General que estaba preocupado por lo que pudiera hacer una congregación general sin el P. Arrupe como superior, pues la trigésima tercera congregación general propuesta se habría reunido para aceptar la dimisión de Arrupe, elegir a su sucesor -las apuestas favorecían al padre O’Keefe o al padre Jean Yves Calvez, el asistente general francés- y seguir con el tema que escogiese. Dijo el Papa que Pablo VI había acogido con gran preocupación los resultados de la XXXII congregación general, celebrada en 1974, y no cabe duda de que Juan Pablo II temía que una nueva congregación general post-P. Arrupe dificultara todavía más la situación. El religioso negó que la XXXII congregación general hubiera desafiado al papa Pablo VI, y más tarde escribió una larga carta a Juan Pablo para defender sus conclusiones. Al cierre de la entrevista, Juan Pablo II garantizó al P. Arrupe que seguirían hablando, pero un mes más tarde se produjo el atentado contra el Papa.
El 7 de agosto de 1981, de regreso de un viaje a Filipinas, el P. Arrupe sufrió un derrame en el Aeropuerto Internacional Leonardo da Vinci de Roma, y lo llevaron al hospital Salvator Mundi. Se le diagnosticó bloqueo de la arteria carótida con efectos sobre el hemisferio izquierdo del cerebro y el lado derecho del cuerpo. Los médicos convocaron a O’Keefe y los demás asistentes y les comunicaron que en su opinión médica el P. Arrupe no debería volver a ocupar ningún puesto de responsabilidad. Dijeron que el General estaba en condiciones de recibir al cardenal Casaroli. Éste, de camino al hospital, pasó por el generalato jesuita para recoger al padre O’Keefe. Mientras se dirigían al centro, O’Keefe hizo lo posible por que Casaroli le diera permiso para convocar una congregación general, ya que la Compañía no podía ser gobernada indefinidamente por un general vicario. Casaroli eludió contestar. Cuando llegaron al hospital, hizo que O’Keefe leyera al P. Arrupe una carta personal del Papa, en la que Juan Pablo II lamentaba lo ocurrido, señalaba que ambos estaban convalecientes y le transmitía sus mejores deseos. Al volver del hospital, O’Keefe siguió presionando a Casaroli, pidiéndole que escribiera al Papa y le comentara la necesidad de una congregación general.
Pero la decisión de Juan Pablo II no fue la que habían previsto el P. Arrupe o sus asistentes generales. El 6 de octubre el cardenal Casaroli llevó al enfermo Prepósito la carta en que se nombraba “delegado personal” del Papa al P. Dezza (a dos meses de cumplir ochenta años) para que dirigiera la Compañía hasta nuevo aviso, con el P. Giuseppe Pittau, antiguo rector de la Universidad Sophia de Tokio y provincial jesuita en Japón, como coadjutor o suplente. El gobierno regular de la Compañía de Jesús quedaba suspendido, y no se preveía la convocatoria inmediata de la trigésima tercera congregación general. Cuando durante la cuarta semana de octubre apareció la noticia en un periódico español y la prensa italiana se hizo eco, fue el mayor impacto relacionado con los jesuitas desde que en 1773 el papa Clemente XIV suprimiera la Compañía.
La intervención papal enfureció a quienes, satisfechos con la labor del P. Arrupe al frente de la Compañía, deseaban verla retomada por su sucesor. De todos modos, la afirmación de que todo nacía de un malentendido general sobre lo ocurrido en la trigésima segunda congregación general no resulta convincente. Los años posteriores al Concilio Vaticano II coincidían con una crisis en la vida de las órdenes religiosas, y si bien es posible que Juan Pablo II no considerara peores que otros a los jesuitas, sí creía que su influencia era tan grande que se imponía un período de reflexión. Dijo a los padres Dezza y Pittau que no habría intervenido de no haber tenido en muy alto concepto el carisma excepcional de la Compañía, y su capacidad de contribuir a una puesta en práctica real del Vaticano II.
Por fin, el 3 de septiembre de 1983, en la tan deseada XXXIII congregación general que, sin embargo, ahora tenía un aire completamente distinto al que se pensaba dos años atrás, el P. Arrupe presentó su renuncia al cargo ante todos los padres congregados y el padre Peter-Hans Kolvenbach fue elegido General de la Compañía.
Su primer gesto fue abrazar al P. Arrupe mientras le decía: “Ya no le llamaré a usted Padre General, pero le seguiré llamando ‘padre’ “.
Éste, después de casi diez años de dolorosa inactividad y de ofrenda física y psíquica por la Compañía, la Iglesia y la humanidad, el 5 de febrero de 1991 falleció en la casa generalicia de los jesuitas en Roma. A su funeral en la Iglesia del Gesù de Roma asistió una gran multitud.
Fuente: Jesuitasdeloyola.org y Radio Nacional España
La castidad religiosa en el mundo de hoy (2/3), Francisco Jálics S.J. CEIA (Centro de Espiritualidad Ignaciana de Argentina), Boletín de Espiritualidad, Año XLIV | n. 237 | Abril – Mayo – Junio 2012.
Como dije en la primera parte de este trabajo, vivimos en un mundo que se desarrolla y cuyas estructuras cambian con un ritmo acelerado. La Iglesia no queriendo quedarse al margen de esta evolución, busca adaptar sus propias estructuras humanas al mundo de hoy. Vive sus valores más espirituales de una manera encarnada en la vida humana y por eso aún sus tesoros más elevados tienen una dimensión humana que evoluciona al paso del desarrollo contemporáneo. La vida religiosa participa de esta dimensión humana y por tanto está sujeta a los cambios de las estructuras humanas.
En esa primera parte expliqué el sentido de la castidad.
Veamos ahora cómo se crece en la castidad.
El religioso madura en la castidad en la medida en que madura como persona.
Como la maduración personal es un proceso continuo y casi imperceptible hay también en la castidad un crecimiento lento y permanente en el don de sí mismo, en la paz y alegría, en la comunicación con el medio ambiente y en la oración. En esta parte, sin embargo, queremos explicitar algunas situaciones especiales y un momento de crisis. Por lo tanto nos referimos a la experiencia de los religiosos que viven su consagración holgadamente o la vivieron por lo menos durante años y de pronto se encuentran en una crisis, pero que tiene la chance de ser una crisis de crecimiento. De hecho no sólo una vida serenamente equilibrada sino los conflictos que presente la vida pueden contribuir al crecimiento.
Más aún, la vida de alguna manera cuestiona a todos los mortales que no se han purificado enteramente de sus deficiencias. Ya que nadie puede pretender tal perfección, todos van logrando su madurez –y asumiendo su castidad si son religiosos por los cuestionamientos y crisis. Esto no significa que no haya una plenitud y alegría en la vida religiosa sino que el hombre es un peregrino que va caminando, reasumiendo su vida por crisis parciales o totales, pero siempre sigue caminando hacia una vida más unida a Dios y a los hombres.
En el mensaje del Papa Francisco en torno a la Jornada Mundial de la Paz, nos invita a abrir la ventana y ver las diferentes injusticias que habitan en el mundo afectando a muchos de nuestros hermanos. Nos invita a tender puntes de fraternidad con hombres y mujeres que sufren la esclavitud del siglo 21 y nos exhorta a hacernos cargos del papel que a cada uno le toca en la sociedad en la que vivimos.
Compartimos algunos fragmentos del mensaje de Francisco, para leer la nota completa ingresa aquí.
Desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. Ha habido períodos en la historia humana en que la institución de la esclavitud estaba generalmente aceptada y regulada por el derecho.
Hoy, como resultado de un desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de lesa humanidad, está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable.
Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas –niños, hombres y mujeres de todas las edades– privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.
Me refiero a tantos trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores, desde el trabajo doméstico al de la agricultura, de la industria manufacturera a la minería, tanto en los países donde la legislación laboral no cumple con las mínimas normas y estándares internacionales, como, aunque de manera ilegal, en aquellos cuya legislación protege a los trabajadores.
Pienso también en las condiciones de vida de muchos emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente. En aquellos que, una vez llegados a su destino después de un viaje durísimo y con miedo e inseguridad, son detenidos en condiciones a veces inhumanas.
Pienso en los que se ven obligados a la clandestinidad por diferentes motivos sociales, políticos y económicos, y en aquellos que, con el fin de permanecer dentro de la ley, aceptan vivir y trabajar en condiciones inadmisibles, sobre todo cuando las legislaciones nacionales crean o permiten una dependencia estructural del trabajador emigrado con respecto al empleador, como por ejemplo cuando se condiciona la legalidad de la estancia al contrato de trabajo… Sí, pienso en el «trabajo esclavo».
Pienso en las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, y en los esclavos y esclavas sexuales; en las mujeres obligadas a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las entregadas en sucesión, a un familiar después de la muerte de su marido, sin tener el derecho de dar o no su consentimiento.
No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o paraformas encubiertas de adopción internacional.
Pienso finalmente en todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.
Camino a la Fraternidad…
En su tarea de «anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad», la Iglesia se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos el camino de la conversión, que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad…
En esta perspectiva, deseo invitar a cada uno, según su puesto y responsabilidades, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento. Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas.
Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros, sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como decir una palabra, un saludo, un «buenos días» o una sonrisa, que no nos cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en relación con esta realidad.
Debemos reconocer que estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno.
Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y a todos los que, de lejos o de cerca, incluso en los más altos niveles de las instituciones, son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo, que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama «mis hermanos más pequeños» (Mt 25,40.45).
Sabemos que Dios nos pedirá a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (cf. Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos.
El Apostolado de jóvenes «Los Josefinos», pertenecen al Centro Juvenil Manresa en la ciudad de Córdoba. Ellos desempeñan actividades como apoyo escolar, rugby, hockey, además de talleres de formación y salud, ayudando y conteniendo a niños en uno de los barrios más humildes de la ciudad, la Bajada San Jose.
En este fin de año realizan un balance y esto nos cuenta una de las profes del apostolado:
Este año fue muy intenso para el Apostolado Los Josefinos. Comenzaba el año y había muchos sueños pendientes; muchas necesidades a la vista, algunos pocos profes y hasta diría un poco de desánimo.
Fiel a su estilo, Dios nos invitó a poner un poquito más, para Él poner el resto…
Las profes de hockey sintieron «de casualidad» la invitación y empezaron a concretar el sueño de que las chicas de la Bajada tuvieran una nueva actividad deportiva y divertida. Desde ese día, la iniciativa de las profes cautivó a sus compañeras de equipo, que siempre están dispuestas a dar una mano en lo que se necesita.
Los profes de rugby, que desde hace tiempo se dedican a enseñar (y aprender a enseñar) el deporte que tanto aman, y tal es la motivación que transmiten, que este año cuatro jóvenes de la Bajada, son excelentes jugadores de la Universidad Nacional gracias a unas becas obtenidas; destacados por su entrenador por la calidad de persona que son y por el compromiso con el que entrenan y juegan, y es en esto, en donde uno ve que todos los talleres de arte y valores realizados, dan sus frutos.
Queremos recalcar también la participación de las madres, que van siendo dueñas del espacio y con quienes compartimos y organizamos muchas actividades para el bien de sus hijos y de todos los niños de la Bajada.
Fuimos creciendo en número de profes voluntarios, pero también en el grado de responsabilidad asumido por cada uno; lo que le permitió y permite al grupo ir fortaleciéndose como tanto anhelábamos…
Por todo ésto, y muchísimas cosas más, agradecemos a Dios. Y sabiéndonos invitados al MAGIS, le pedimos que nos siga acompañando, para emprender el próximo año con todo!!!
Pocas millas antes de llegar a Roma, entra Ignacio en una pequeña Iglesia de La Storta, media derruida, y haciendo oración irrumpe en su alma una gran ilustración que jamás se podría olvidar. Laínez, uno de los compañeros que iba con él, nos informa: me dijo que le parecía que Dios Padre le había impreso en su corazón estas palabras: «Yo os seré propicio en Roma». Despues dijo que le parecía ver a Cristo con la cruz a la espalda, y el Padre eterno cerca de él que le decía: «Yo quiero que tú nos sirvas». Y por esto, tomando gran devoción a este Santisimo nombre, quiso llamar a la Congregación la Compañía de Jesús.
En la experiencia de La Storta queremos nosotros, cristianos ignacianos, re editar la experiencia fundante que Ignacio vivió, donde Dios se le revelo y lo invitó a emprender grandes cosas en Su servicio.
Así, buscamos en esta casa, que sea el mismo cristo quien se vincule a nosotros de una manera más íntima, más profunda.
Por ello venimos a vivir en comunidad y a compartir un tiempo de profundización apostólica y espiritual. Y todo esto, atravesado, por la cercanía de nuestros hermanos más necesitados y más pobres.
Este año varios jóvenes se sintieron invitados a VIVIR
EN LO COMUNITARIO
Cada participante se compromete a compartir su tiempo, su agenda, sus energías, de
acuerdo a las necesidades de cada comunidad. Obviamente, cada uno sigue también
con su vida y agenda personal, pero ésta queda supeditada a las necesidades e
instancias comunes. Se espera que ambas agendas, la personal y la comunitaria,
puedan coexistir desde un discernimiento compartido que ayude a todos a vivir los
objetivos de la experiencia, sin descuidar la propia vida, espacio y tiempo vital.
EN LO ESPIRITUAL
Se propone una vida intensa de oración y discernimiento espiritual. El Señor es un
ACTOR fundamental en esta experiencia, que ha de tener un espacio diario de
relación especial con Él.
Existen a destacar tres instancias fundamentales y obligatorias en cuanto a esta
dimensión:
· Examen-pausa ignaciana
· Reuniones semanales
· Testimonios
EN LO APOSTÓLICO
La comunidad como tal es quien asume la misión apostólica, y no cada uno a “título
personal”. Por lo que cada miembro deberá disponer de tiempo (cuantitativa y
cualitativamente significativo) para atender a las necesidades de los chicos/as de La
Huella (se plantea en este momento un mínimo de 4 horas semanales por joven).
Durante el tiempo de la experiencia, esos chicos/as son su PRIORIDAD APOSTÓLICA.
Mirá testimonio de Diego Migues, coordinador de castores, de lo que significó su pasaje por La Storta, en el Hogar La Huella.
Compartimos este video de la obra de Manos Abiertas en Concordia – Benito Legeren.
Emocionante y a su vez una fuente de motivación y energía para todos aquellos que realizan o quieren realizar alguna acción de voluntariado.
La obra recibió el Premio Comunidad de Educación, de la fundación La Nación, que busca galardonar proyectos educativos, que se destacan por desarrollar estrategias pedagógicas creativas e innovadoras, que promueven oportunidades de aprendizaje en contextos vulnerables y generan un impacto positivo en la comunidad educativa. Reconociendo el esfuerzo y también agradeciendo el compromiso.
El Adviento nos invita a mirar nuestra realidad en profundidad y descubrir los nuevos signos de vida que están surgiendo. Esto dispondrá nuestro corazón para mejor celebrar la Navidad, y así darnos cuenta de que Dios sigue naciendo entre nosotros.
El profeta Isaías anunciaba: “saldrá una rama del tronco de Jesé, y un retoño brotará de sus raíces”. Isaías confiaba en esta nueva vida, hablaba de nuevos brotes, de nuevos nacimientos que surgirían de lo que al principio parecía seco y viejo.
El Niño Jesús sería más tarde ese vástago, ese retoño, que da cumplimiento de aquella profecía de Isaías. Jesé fue el padre del rey David, cabeza de su linaje, y de ese tronco familiar vino José, padre de Jesús. Jesús es hijo de esa promesa, es un pequeño tallo verde que brotó del viejo tronco. Jeremías también lo decía: “He aquí que vienen días en que haré brotar a David un retoño de justicia, y hará justicia en la tierra”.
Para nuestra CVX – Uruguay la vida sigue asomando con una fuerza imparable en el verdor, en lo novedoso, en su vitalidad y fecundidad. En este adviento, nuestra comunidad nacional ha dado a luz un nuevo proyecto apostólico. Un nuevo brote de vida comienza a tomar impulso con la conducción y gestión de Fátima; parroquia que nuestra Iglesia nos ha confiado como cuerpo apostólico laical. Dios nos sigue regalando nuevos retoños de vida, nuestra CVX sigue germinando y se llena de promesa y posibilidad!
Esta Navidad tiene que ser, sin lugar a dudas, muy especial para nosotros. Un nuevo crecimiento, un nuevo desafío, una nueva frontera para servir a nuestro mundo. Cuánta nueva vida, cuánta novedad! Ahora, al igual que María y José, tenemos que cuidar con ternura y confianza esta nueva misión.
Ojalá que en este Adviento, el proyecto Fátima, nos permita afirmar con nuestra cabeza, y sobre todo, gritar con nuestro corazón, aquello que Isaías afirmaba de Dios: “Yo estoy por hacer algo nuevo, ya está germinando, ¿no se dan cuenta?”.
En un día que comenzó a pleno sol, en el Colegio Máximo de San José, y con una temperatura sumamente agradable representantes de las distintas comunidades de la región, incluyendo miembros de comunidades de iniciación, tanto de la ciudad como de la provincia, nos reunimos para agradecer y evaluar el camino recorrido durante el presente año. Nos alegró mucho contar también con la presencia de jóvenes jesuitas, como Rodrigo Castells, y Santiago Suárez.
El encuentro comenzó con una oración presentada por Cristina Bolderl, hasta ese momento Consejera regional, abordando “El lenguaje de la sabiduría”, teniendo presente los conceptos vertidos por el P. General Adolfo Nicolás sj, durante la pasada Asamblea Mundial en Líbano, dónde nos decía: “Tenemos que esforzarnos por PROFUNDIZAR en todo lo que hacemos…” (Ante la Globalización de la Superficialidad del mundo actual).
Pedimos ayuda al Señor, para reconocer y comunicar Su sabiduría en medio de la vida cotidiana: trabajo, familia y en todos los ámbitos en los que nos movemos, iluminados con los textos de Elías en el Horeb (1 Re 19, 11-13) y Samuel (1 Samuel 3,1-11a)
Luego de un espacio de oración personal, compartimos en grupos el fruto de nuestra oración. Lo hicimos en un clima de agradecimiento y de profunda alegría al poder reconocer como el Señor se nos ha manifestado en lo sencillo, cotidiano y oculto de la vida.
Antes del almuerzo, Carlos Acosta y Miguel Nazar (Presidente y Secretario CEN respectivamente), comentaron su experiencia del recorrido por las distintas regiones, así como también anunciaron el lanzamiento formal del Programa Magis V, en febrero próximo.
Por la tarde, se organizó una dinámica de trabajo invitándonos a acercarnos a la frontera a la que nos sentimos llamados (familia, pobreza, juventud y ecología).
Del rico intercambio, surgieron los creativos “posters” que luego fueron presentados y ofrecidos en la Eucaristía.
Antes de concluir nuestro encuentro, elegimos al nuevo Consejo regional conformado por María Laura Rolle y Daniel Fernández, para los próximos 2 años sin antes agradecer a Cristina por su entrega, disponibilidad y cercanía durante su mandato.
Como no podía ser de otra manera, concluimos el encuentro con la celebración eucarística, presidida por nuestro Asesor nacional, Juan J. Berli sj y Víctor Pacharoni sj. (Asesor de nuestra región), agradeciendo al Señor tanto bien recibido y misionando a nuestro flamante Consejo, poniendo nuestros talentos individuales para apoyar y acompañarlos en este tiempo.
Estoy sumamente agradecida al Señor por este encuentro que me anima y renueva mis esperanzas. Sin prisa pero sin pausa, esta comunidad CVX va creciendo y madurando en compromiso y disponibilidad, con tratando de seguir los pasos y el camino que nos traza Jesús.
En el día de hoy el P. General,Adolfo Nicolás Pachón SJ, ha convocado oficialmente la Congregación General 36(C.G.) Dará comienzo la tarde del 2 de octubre de 2016 en la curia General de Roma y la primera sesión plenaria se celebrará el 3 de octubre, fiesta de S. Francisco de Borja. Como ya se había anunciado el pasado mes de mayo, en la C.G. el P. General presentará su renuncia y, si la Congregación lo acepta, se elegirá a su sucesor.
La Congregación General es el órgano supremo de gobierno de la Compañía de Jesús que sólo se convoca para tratar asuntos de especial importancia o para elegir a un nuevo Superior General. En ella participan jesuitas de todo el mundo elegidos por los miembros de la orden.
A partir de ahora se celebrarán hasta el 31 de julio de 2015 las llamadas Congregaciones Provinciales previas en cada una de las provincias o demarcaciones territoriales en que se divide la Compañía. Desde esa fecha hasta el comienzo de la CG36 habrá un tiempo para una preparación más a fondo de la misma.
En la carta de convocatoria, el P. General exhorta a toda la Compañía a que «se empeñe en un serio y auténtico proceso de discernimiento espiritual sobre nuestra vida y nuestra misión», como una repuesta a la invitación del papa Francisco a una «renovación profunda para responder a las muchas necesidades y grandes esperanzas de la Iglesia y del mundo».
Señala también que «resulta providencial que vayamos a comenzar el camino que nos conducirá hasta la CG 36 precisamente cuando se inicia el año dedicado a la Vida Consagrada. En su magnífica ‘Carta Convocatoria a todos los consagrados’, escrita a propósito de este año, el papa Francisco manifiesta su esperanza de que los religiosos redescubramos la alegría de la vida consagrada, recuperemos el testimonio profético que ‘despierta al mundo’, como verdaderos ‘expertos en comunión’, para así ‘salir de nosotros mismos’ e ir ‘a las periferias existenciales’.
Desea el Santo Padre que los religiosos se cuestionen ‘sobre lo que Dios y la humanidad de hoy les piden’. Este es precisamente el profundo discernimiento que nosotros, como Compañía, estamos llamados a realizar.»